Jesús, Su vida y mensaje: Curación de diez leprosos

El evangelio de Lucas narra que en cierta ocasión Jesús sanó a diez personas que padecían lepra y cuenta también lo que ocurrió a continuación.

Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: «¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!» Cuando Él los vio, les dijo: «Id, mostraos a los sacerdotes». Y aconteció que, mientras iban, quedaron limpios^[1].

Jesús se dirigía a Jerusalén recorriendo la zona limítrofe entre Samaria y Galilea. Algunos comentaristas mencionan que esto parece presentar una dificultad, ya que la línea divisoria entre ambas regiones va de este a oeste, mientras que el viaje de Galilea a Jerusalén era de norte a sur. Es extraño que siguiera esa línea si se dirigía a Jerusalén. Por otra parte, puede que tomara una ruta indirecta y que, de camino al sur, pasara algo de tiempo con la gente de esa región limítrofe.

Al entrar en una aldea, cuyo nombre no se indica, se encontró con diez leprosos. En tiempos bíblicos, los que tenían lepra eran echados de los pueblos y ciudades. No se les permitía acercarse mucho a otras personas o interactuar con ellas, con el fin de que los demás no entraran en contacto con esa enfermedad contagiosa para la que, en aquella época, no había cura. Los hombres alzaron la voz para que Jesús los oyera, dado que debían permanecer a una distancia prudencial.

Está claro que estas personas enfermas se habían enterado de que Jesús había curado a otros; por eso buscaban Su ayuda. Lo llamaron por Su nombre, y también «Maestro». Su clamor por compasión era una petición urgente de curación.

Jesús respondió diciéndoles que se mostraran a los sacerdotes. Según la ley mosaica, los que sanaban de la lepra debían ser examinados por un sacerdote para ser declarados limpios y así poder volver a relacionarse con otros^[2]. Por eso Jesús mandó a los diez leprosos que se presentaran a los sacerdotes, para que se los pudiera declarar limpios y se les permitiera reintegrarse al común de la sociedad. Al mandarles Jesús que fueran a ver a los sacerdotes, todavía no estaban curados; pero cuando siguieron Sus instrucciones ocurrió el milagro de sanación, y los diez se libraron de la enfermedad. Su curación fue un hecho trascendental, ya que significaba que cada uno de ellos, tras ser examinado por un sacerdote, podría volver a su vida normal dentro de la sociedad y dejaría de estar marginado y rechazado. ¡Qué enorme alegría debió de ser para cada uno de ellos!

Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a Sus pies dándole gracias. Este era samaritano^[3].

Nueve de los leprosos que se habían curado prosiguieron su camino para presentarse a los sacerdotes, pero uno de ellos hizo algo distinto. Viendo que estaba curado, regresó y se acercó a Jesús; como ya no tenía lepra, lo podía hacer. Se arrojó a los pies de Jesús, dándole gracias por haberlo sanado y alabando a Dios a voz en cuello. Al hacer eso, reconoció que Dios había obrado por medio de Jesús.

Es únicamente después de enterarnos de la reacción del hombre y de su gratitud a Dios y a Jesús por haberlo curado que se nos dice que era samaritano. Los samaritanos eran medio judíos y medio gentiles, descendientes de los judíos del norte de Israel que permanecieron allí después que Israel cayó en manos de los asirios en el año 721 a. C. Con el tiempo se fueron casando con extranjeros que habían sido llevados al país por los asirios. Debido a eso, los judíos los menospreciaban. Aunque el texto no lo diga explícitamente, se entiende que los otros nueve que se curaron eran judíos^[4].

Jesús le preguntó: «¿No son diez los que han quedado limpios? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviera y diera gloria a Dios sino este extranjero?»^[5]

Jesús respondió con tres preguntas. A la primera correspondería una respuesta positiva, ya que era evidente que eran diez los leprosos que habían quedado limpios. Las dos preguntas siguientes no dejan en muy buen lugar a los nueve que se curaron y no expresaron su gratitud. Como ya hemos dicho, es probable que esos nueve fueran judíos, así que lo lógico habría sido que alabaran a Dios por su sanación.

Lo normal habría sido que todos los que se habían curado milagrosamente de la lepra le dieran las gracias a la persona por medio de la cual se había obrado el milagro; pero nueve de ellos no lo hicieron. Jesús elogió al samaritano porque a pesar de no ser judío, a pesar de ser un extranjero, tuvo cierta sensibilidad espiritual que los otros no tuvieron.

Jesús elogió al samaritano por su fe. Como los otros nueve leprosos también se curaron, es poco probable que lo elogiara exclusivamente por su fe para curarse. Lo más verosímil es que se refiriera a la fe en Jesús que aquel hombre acababa de descubrir, y que de los diez leprosos solo él descubrió. Todos los leprosos se curaron; pero el samaritano no solo obtuvo curación física, sino que además estableció una relación con Dios.

Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995 © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.

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^[1] Lucas 17:11–14.

^[2] Levítico 13:19; 14:1–11.

^[3] Lucas 17:15,16.

^[4] Bock, Luke Volume 2, 1404.

^[5] Lucas 17:17,18.

^[6] Lucas 17:19.