Enviado por María Fontaine
enero 30, 2021
[Heavenly Encouragement]
Tenía frío. Salir de mi cama cómoda y calentita temprano en una mañana fresca no parecía la manera ideal de empezar el día.
Estaba cansada. La noche anterior no había dormido bien.
Tenía hambre. No podía comer nada hasta después de hacerme unos análisis de sangre ese día.
Tenía trabajo. Debía escribir unos artículos y responder cartas.
Y sobre todo, era reacia a ir a una consulta médica durante la pandemia.
Para resumir, me da vergüenza decir que no estaba agradecida por el día estupendo que había hecho el Señor. Al salir del vehículo me costó decir: «Señor, haz de mí una bendición», pues no pensaba seriamente en ser una bendición, solo pensaba en mí. Gracias al Señor, Él conocía mi corazón y que ese estado de ánimo era temporal y en realidad sí quería ser una bendición.
La primera parada fue en el laboratorio, donde había una larga fila afuera, porque solo podían entrar dos personas a la vez. Estuve un rato esperando en la fila y el amigo que me había llevado en auto me dijo que fuera a sentarme en el vehículo, donde tendría menos frío y no me cansaría tanto. Me dijo que se quedaría en la fila por mí. El Señor, en Su misericordia, a pesar de que mi actitud no era excelente en ese momento, nos dio un lugar para estacionarnos donde era fácil ver a mi amigo avanzar en la fila en la entrada del laboratorio.
Al mirar la larga fila de personas, me di cuenta de que también parecían cansadas, débiles, con frío y con hambre. ¡Y tampoco estaban felices de estar allí! Entonces me remordió la conciencia y el Señor me ayudó a sentir compasión por aquellas pobres personas; probablemente muchas de ellas no conocían a Jesús.
A pesar de mis problemas y desafíos, tengo a Jesús. Podía orar, no solo por mí, sino también por aquellas personas. Hace falta un esfuerzo para orar, pero sé que puede ser de ayuda en cualquier situación, grande o pequeña. Así pues, cerré los ojos para orar.
De repente, escuché que alguien tocaba en la ventanilla del auto. Sorprendida, abrí los ojos y a mi lado estaba una mujer que sonreía dulcemente. Bajé el vidrio y ella dijo que había una silla vacía junto a la fila donde mi amigo se encontraba, y que podía sentarme allí si quería. Le agradecí efusivamente, pero añadí que pensaba que quizá debía quedarme dentro del auto un rato más, con un ambiente más cálido.
Ella sonrió y fue a ayudar a otras personas. Para entonces, me interesó mucho lo que ella hacía. Parecía que hablaba con las personas de la fila. Era evidente que trataba de encontrar asientos para algunas de ellas y trataba de ayudarlas. Una y otra vez volvía con una joven que parecía que la acompañaba; pero después de unos momentos, volvía a caminar por la fila. Me dio la impresión de que trataba de animar y alegrar a las personas.
Sonreía y parecía que tenía mucha energía, que era una persona dinámica y feliz. Sentí curiosidad. Luego el Señor me dijo: «Ella es una persona muy especial. Le encanta ayudar a la gente. Quiero que le des un folleto.»
De ese modo el Señor me indicaba que podía poner en acción mis oraciones. Saqué un folleto que tenía conmigo. Gracias al Señor, llevaba conmigo un folleto. A medida que nuestro lugar en la fila se acercaba a la entrada del laboratorio, me preparé para tratar de verla, aunque fuera solo unos momentos.
Salí del auto y volví a la fila, casi era mi turno para entrar. Unos minutos antes que nosotros, ella ya había entrado al laboratorio con la joven que acompañaba. Al entrar yo, ella ya salía y solo hubo tiempo para intercambiar unas cuantas palabras. A veces, eso es todo lo que hace falta para poner en movimiento uno de los planes del Señor.
Cuando nos cruzamos en el camino, le ofrecí el folleto y le dije: «Esto es algo para usted. Gracias por ser tan amable. Aprecio que me haya ofrecido la silla; y también por el ánimo y la alegría. Estoy segura de que también otras personas lo aprecian.»
Luego añadí: «Me da la impresión de que usted tiene un don de Dios». Pensé que ella quedaría un poco desconcertada, o tal vez un poco avergonzada al oír eso, pero respondió rápidamente: «Ah, sí, creo que sí». Dijo algo acerca de que tenía una escuela para jóvenes. No tuve oportunidad de hablar más porque llegó mi turno para entrar. Me sentía muy agradecida de haberle entregado el folleto, pues este podía expresar lo que no tuve tiempo de decirle.
Cuando le entregué el folleto, sentí que el Señor me decía: «Este folleto servirá de mucho. Ella lo dará a los jóvenes que ella atiende y el mensaje llegará lejos.»
En el laboratorio, las muchachas que tomaban las muestras de sangre eran muy amables y serviciales. Comenté que ellas hacían un trabajo importante y las elogié por lo cuidadosas que eran con las muestras de sangre y para seguir las rigurosas medidas de higiene que eran necesarias. Les dije que agradecía mucho su buen trabajo.
De ahí, fuimos al dentista para recoger una radiografía. Tuvimos que esperar un rato; parecía algo planeado por el Señor. En la recepción había un par de personas y unas pocas más esperaban su hora con el dentista. Así pues, pude decir unas cuantas palabras a varias de ellas, animándolas según me indicaba el Señor.
Aunque no se puede testificar a fondo cuando solo se cuenta con uno o dos minutos para hablar con alguien, el Señor casi siempre da un pensamiento o cuestión que puede animar a esa persona. Lo que uno le diga para demostrar interés o lo que sea que le quieran decir puede animarle el día. Dar ánimo casi siempre da buenos resultados.
Antes de salir de la consulta del dentista, vi a un hombre que conocía desde hace tiempo y pude hablar un momento con él. Le dije con entusiasmo: «Joe, te ves muy bien». Después pensé: «¿Por qué le habré dicho eso?» Y el Señor me respondió: «Porque eso es lo que él necesitaba escuchar. Pasa por la crisis del envejecimiento. Necesita saber que todavía es interesante para las mujeres, porque para él eso es importante.»
No hablé mucho con ninguna de esas personas. Sin embargo, por motivos que solo Dios entiende, esas pocas palabras de ánimo, aprecio o elogio pueden ser más importantes de lo que pensamos. Son solo una pequeña parte del proceso por el que el Señor entrega Su amor a Sus creaciones y las ayuda a acercarse un poco más a Su corazón amoroso.
Finalmente, emprendimos el camino a casa. Debo decir que entonces me sentía mucho mejor y ya no estaba de mal humor. Pedí al Señor que me perdonara por no haber tenido antes una actitud mejor.
El Señor a menudo dirige nuestra atención de muchas maneras hacia personas o pequeños grupos de personas a quienes Él quiere que hablemos o que les demos un folleto. En mi caso, ¡hasta me trajo una mujer cuando yo tenía los ojos cerrados en el auto! Es posible que tengamos citas ya planificadas, pero lo más importante es que si estamos dispuestos, por lo general el Señor también tiene ya Sus citas que nos tiene reservadas.
Cuando trato de dar a conocer a Jesús, incluso si solo digo a alguien una o dos frases, siento que el Espíritu Santo me da energía. Cuando acudo a Jesús para que me dé respuestas, creo que Su Espíritu puede engrandecer esas palabras a fin de ayudar a que alguien se acerque más a Él de alguna forma.
El Señor prometió que no dejará que Su mensaje vuelva vacío; y cuando decimos lo que el Señor nos indica, creo que entonces dará los resultados que Él quiere, ya sea que veamos o no esos resultados en esta vida. Si somos diligentes para sintonizarnos a Su voz y estamos dispuestos a hacer lo que Él nos revela, esa puede ser la chispa que encienda la mecha que ilumine la noche de una persona y la ayude a ver el camino hacia el Señor.
Al final veremos los resultados de cada una de esas situaciones de testificación. Y creo que quedaremos encantados. Para respaldarlo, en esta vida no tenemos que tener alguna prueba, por así decirlo. Así somos más grandemente bendecidos, porque hemos obedecido sin tener que ver los resultados. Muchas veces, será necesario que nuestra fe nos lleve adelante, porque no siempre vemos, pero confiamos en las promesas del Señor.
Jesús nunca dijo que sería fácil andar por fe. Nunca dijo que mientras estamos en la tierra veríamos la confirmación o la validación de las tareas que hacemos para Él. Quiere que demos un paso de fe, que creamos que lo que Él ha empezado en cada uno de nosotros, lo perfeccionará hasta el fin.
Dios sigue dándonos oportunidades buenas y eficaces para dar Su amor y mensaje, independientemente de lo que tal vez nos parezca. Tenemos que creer que el Señor nos hace participar, no porque da la casualidad de que nos encontremos allí, sino porque Él confía en que veamos con Sus ojos de compasión y que comprendamos con Su sabiduría y obedezcamos con la motivación que nace de Su amor.
Así pues, aprovechemos toda oportunidad de llegar al corazón de una persona con el Espíritu de Dios; así haremos que nuestro querido Jesús esté muy feliz. Además, haremos nuestra parte para animar y guiar a otros hacia Él.
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