Jesús, Su vida y mensaje: Predicción sobre el templo (3ª parte)

Enviado por Peter Amsterdam

marzo 2, 2021

[Jesus—His Life and Message: Prediction About the Temple (Part 3)]

Nota: Cuando comencé a escribir los artículos para estudiar las predicciones sobre el templo de Jerusalén, me basé en el texto del Evangelio de Marcos. Desde entonces me han llegado preguntas sobre el texto paralelo del capítulo 24 de Mateo. Como muchos están más acostumbrados al texto de Mateo, y este es más detallado y completo en lo referente a las predicciones sobre el futuro del templo y los sucesos del tiempo del fin, a partir de ahora seguiré el capítulo 24 de Mateo.

Si bien algunos comentaristas de la Biblia consideran que Mateo 24 trata exclusivamente sobre sucesos del tiempo del fin, muchos otros son de la opinión de que la primera parte del capítulo alude a sucesos históricos. Como muchos no están familiarizados con esa interpretación histórica, me pareció que al abordar este tema podría ser útil presentarla.

El capítulo 24 de Mateo, al igual que el capítulo 13 de Marcos, comienza con Jesús prediciendo la destrucción del templo judío.

Jesús salió del Templo y, cuando ya se iba, se acercaron Sus discípulos para mostrarle los edificios del Templo. Respondiendo Él, les dijo: «¿Veis todo esto? De cierto os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada»[1].

Esta predicción se cumplió menos de 40 años después, cuando los romanos destruyeron el templo judío en el año 70 d. C.

Estando Él sentado en el Monte de los Olivos, los discípulos se le acercaron aparte, diciendo: «Dinos, ¿cuándo serán estas cosas y qué señal habrá de Tu venida y del fin del siglo?»[2]

Los discípulos de Jesús le hicieron tres preguntas: cuándo serán estas cosas, qué señal habrá de Tu venida y qué señal habrá del fin del siglo.

Jesús les advirtió:

Mirad que nadie os engañe, porque vendrán muchos en Mi nombre, diciendo: «Yo soy el Cristo», y a muchos engañarán[3].

Jesús los previno contra los que pretenderían, falsamente, ser el Mesías, el liberador del pueblo judío (v. ejemplos en la primera parte de esta serie).

Oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca, pero aún no es el fin. Se levantará nación contra nación y reino contra reino; y habrá pestes, hambres y terremotos en diferentes lugares. Pero todo esto es solo principio de dolores[4].

Jesús aludió a las guerras que habría. Históricamente, hubo varias guerras en la Antigüedad en diversas partes del Imperio romano en el período entre los años 30 y 70 d. C, incluida la guerra civil romana de los años 68 y 69 d. C. Jesús señaló que las guerras y las catástrofes naturales formarían parte de la experiencia humana a lo largo de la Historia, y que no debían interpretarse como señales del fin. «Mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca, pero aún no es el fin»[5]. El hecho de que Jesús hablara del «principio de dolores» o del trabajo de parto da a entender que los sucesos a los que se refería no eran inminentes.

Entonces os entregarán a tribulación, os matarán y seréis odiados por todos por causa de Mi nombre. Muchos tropezarán entonces, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se odiarán[6].

Si bien no dice explícitamente quiénes serían los que entregarían a tribulación y matarían a los creyentes, se entiende que Jesús se refería a las autoridades, a quienes tuvieran poder para actuar en contra de los creyentes. Juntamente con eso, dijo que habría creyentes que se apartarían de la fe. No que sufrirían un tropezón temporal en su fe, sino que abandonarían sus creencias y traicionarían a sus condiscípulos.

Muchos falsos profetas se levantarán y engañarán a muchos[7].

En la iglesia primitiva, los profetas estaban en segundo lugar en la jerarquía que describió Pablo:

A unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros[8].

En el Nuevo Testamento se nombra a varios profetas:

En aquellos días, unos profetas descendieron de Jerusalén a Antioquía. Y levantándose uno de ellos llamado Agabo, daba a entender por el Espíritu que vendría una gran hambre en toda la tierra habitada; la cual sobrevino en tiempo de Claudio[9].

Judas y Silas, que también eran profetas, consolaron y animaron a los hermanos con abundancia de palabras[10].

Saliendo […] fuimos a Cesarea; entramos en casa de Felipe, el evangelista, que era uno de los siete, y nos hospedamos con él. Este tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban[11].

Por el papel que desempeñaban los profetas en la iglesia primitiva, los falsos profetas que hubo en tiempos de la destrucción de Jerusalén pudieron menoscabar la fe de los creyentes y engañarlos.

Y debido al aumento de la iniquidad, el amor de muchos se enfriará[12].

La palabra iniquidad aquí no se refiere únicamente a la criminalidad, sino también al hecho de vivir al margen de la ley de Dios. En otro pasaje, Jesús habló de la iniquidad de los escribas y fariseos: «Vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad»[13]. Cierto autor explica: «Si el amor (a Dios y al prójimo) es el principio fundamental para vivir como corresponde al pueblo de Dios (Mateo 22:37–40) y por tanto lo contrario de la iniquidad, el enfriamiento del amor marca el final del discipulado real»[14].

Pero el que persevere hasta el fin, este será salvo[15].

A la luz de lo que se ha dicho sobre el fin en este capítulo —«Oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca, pero aún no es el fin»[16]; «Será predicado este evangelio del Reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin»[17]—, en el contexto de estos versículos el fin se refiere probablemente a la destrucción del templo, que era el tema de la pregunta de los discípulos.

¿En qué medida se predicó el evangelio del reino en todo el mundo antes de la destrucción del templo? Cierto autor explica:

El «mundo» aquí es el «mundo habitado», el mundo de las personas, que en aquella época era principalmente la región que circundaba el Mediterráneo y las áreas menos conocidas hacia el oriente, alrededor de las cuales se extendían misteriosas regiones en la periferia de la civilización. En un sentido más restrictivo, a veces se usaba esa palabra para referirse al territorio que ocupaba el Imperio romano. El mismo término se emplea para describir la extensión de la hambruna en Hechos 11:28 y la del culto de Diana en Hechos 19:27. Tales usos invitan a la prudencia a la hora de interpretar demasiado literalmente la palabra, incluso en el sentido del mundo que se conocía en aquel entonces. La cuestión es que el evangelio se extenderá mucho más allá de Judea, como en efecto sucedió en los decenios que transcurrieron después de la resurrección de Jesús[18].

En diversos pasajes del Nuevo Testamento se menciona que el evangelio se está predicando en todo el mundo (conocido). «Siempre que oramos por vosotros, damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues hemos oído de vuestra fe en Cristo Jesús y del amor que tenéis a todos los santos, a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos. De esta esperanza ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio, que ha llegado hasta vosotros, así como a todo el mundo, y lleva fruto y crece también en vosotros»[19]. «La fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. Pero yo pregunto: ¿Acaso no han oído? Antes, bien, “Por toda la tierra ha salido la voz de ellos y hasta los fines de la tierra sus palabras”»[20].

Por tanto, cuando veáis en el Lugar santo la abominación desoladora de la que habló el profeta Daniel —el que lee, entienda—, entonces los que estén en Judea, huyan a los montes[21].

Una señal de la proximidad del fin de Jerusalén sería la presencia en el templo de la abominación desoladora. En el libro de Daniel, la abominación desoladora alude a un terrible sacrilegio que iba a causar el «rey del norte» cuando aboliera los sacrificios habituales en el templo de Jerusalén[22]. El suceso predicho por Daniel tuvo lugar cuando el rey seléucida Antíoco Epífanes conquistó Jerusalén en el año 167 a. C., prohibió los sacrificios judíos y montó un altar en el templo para hacer sacrificios paganos sobre el altar del holocausto. El altar permaneció allí tres años, hasta la revuelta de los macabeos, cuando el pueblo judío recuperó el control de Jerusalén y purificó el templo. Jesús indicó que el templo de Jerusalén volvería a ser profanado de manera similar, lo cual sucedió cuando los conquistadores romanos entraron en el templo y terminaron destruyéndolo. Jesús declaró que los que estuvieran en Judea debían huir cuando los ejércitos romanos asediaran Jerusalén. El Evangelio de Lucas dice: «Los que estén en Judea huyan a los montes; y los que estén en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos no entren en ella, porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas»[23].

El que esté en la azotea, no descienda para tomar algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás para tomar su capa. Pero ¡ay de las que estén encinta y de las que críen en aquellos días! Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en sábado[24].

Jesús dejó claro que ninguna ciudad o aldea de Judea estaría a salvo, por lo que la población local debía refugiarse en los montes. Los ejemplos que empleó expresan la urgencia de la situación. Quien estuviera en la azotea ni siquiera debía tomarse el tiempo de entrar en su casa y empacar una bolsa para el viaje. Un peón agrícola que se hubiera quitado una prenda exterior para trabajar ni siquiera debía entretenerse yendo a buscarla antes de huir. También señaló que a las embarazadas y a las que tuvieran recién nacidos les resultaría especialmente difícil escapar a toda prisa, y que el mal tiempo invernal empeoraría las cosas. Llega a hacer bastante frío en los montes de Judea en invierno, y las fuertes lluvias pueden causar inundaciones que dificultan mucho los desplazamientos.

La oración para que la huida no fuera en sábado estaba relacionada con la ley judía, que restringía la distancia que se podía recorrer en el día de reposo. Los sábados solo estaba permitido caminar 2.000 codos (unos 900 metros). Por tanto, si alguien debía huir, pero se veía limitado por las reglas del día de reposo, sencillamente no podría. Otra posible razón es que en el día de reposo no habría tiendas abiertas ni servicios disponibles, con lo cual se dificultaría aún más un viaje imprevisto.

Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá. Y si aquellos días no fueran acortados, nadie sería salvo; pero por causa de los escogidos, aquellos días serán acortados[25].

El historiador judío Josefo, que además de historiador fue sacerdote y erudito y estuvo presente cuando fue destruida Jerusalén, describió los horrores del sitio de la ciudad. Cierto autor escribe: «Los horrores fueron, de hecho, acortados cuando los romanos tomaron Jerusalén al cabo de cinco meses, aliviando el padecimiento físico de los que habían sobrevivido al hambre en la ciudad»[26].

En estos versículos se menciona a los escogidos —el pueblo elegido de Dios—, y se los vuelve a mencionar más adelante en este mismo capítulo. Son aquellos a los que el Hijo del Hombre considera Suyos. El concepto de pueblo elegido de Dios, como anteriormente se había llamado al pueblo judío, se aplica aquí a los judíos que tengan fe en Cristo y a todos los demás que crean en Él, de todos los rincones de la Tierra.

(Continuará.)


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995 © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 24:1,2.

[2] Mateo 24:3.

[3] Mateo 24:4,5.

[4] Mateo 24:6–8.

[5] Mateo 24:6.

[6] Mateo 24:9,10.

[7] Mateo 24:11.

[8] 1 Corintios 12:28.

[9] Hechos 11:27,28.

[10] Hechos 15:32.

[11] Hechos 21:8,9.

[12] Mateo 24:12 (NBLA).

[13] Mateo 23:28.

[14] France, The Gospel of Matthew, 907.

[15] Mateo 24:13.

[16] Mateo 24:6.

[17] Mateo 24:14.

[18] France, The Gospel of Matthew, 909.

[19] Colosenses 1:3–6.

[20] Romanos 10:17,18.

[21] Mateo 24:15,16.

[22] Daniel 8:13, 9:27, 11:31, 12:11.

[23] Lucas 21:21,22.

[24] Mateo 24:17–20.

[25] Mateo 24:21,22.

[26] France, The Gospel of Matthew, 915.

 

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