Vienen mejores días (2ª parte)

Enviado por Peter Amsterdam

octubre 26, 2021

Hallar consuelo en momentos de soledad

[Better Days Ahead—Part 2: Finding Comfort in Times of Loneliness]

Las temporadas difíciles por las que pasamos en la vida suelen ir acompañadas de soledad o de un sentimiento de que afrontamos en solitario nuestras batallas. Sentirse solo y aislado puede generar una sensación de desesperanza y desazón. Desde el principio mismo de la narrativa bíblica Dios nos creó para que conviviéramos con Él y con los demás. La interacción con nuestros semejantes y en particular con otros creyentes aporta un norte a nuestra vida… una razón de ser, sentido de responsabilidad, ánimo, agradecimiento, gozo e inspiración. Puede dar forma y perfil a nuestras actividades habituales y sentido a nuestras tareas cotidianas.

Sin embargo, a veces cuando carecemos de sentido de comunidad con el prójimo puede producirse un efecto dominó, en el que otros aspectos de tu vida que tal vez no asocias con la soledad, se ven afectados negativamente. Quizá trates de llenar el vacío con otras cosas como la televisión, la comida, el alcohol, los videojuegos, las redes sociales o navegar en la Internet. Eso puede afectar tu bienestar emocional, físico y espiritual.

Es importante reconocer que necesitamos del apoyo de los demás. Cuando alguien en quien confías te pregunta cómo estás y las cosas no marchan bien, procura responder con sinceridad: «No estoy bien», y pedir oración y apoyo. Hacerle saber a otras personas cómo te sientes, abre la puerta para que te brinden consuelo y auxilio.

Cuando la gente se siente sola no suele expresarlo. A lo mejor su situación le produce vergüenza o le parece que nadie se preocupa de ella. Es importante comunicarse y tomar contacto con las personas para averiguar cómo están. Y si alguien parece estar bajoneado o pasando dificultades, podemos ir a su encuentro, prestarle oído y ofrecerle ánimo, oración y apoyo.

Hacemos bien en mirar a cada persona que se cruza en nuestro camino con compasión, bondad, humildad, delicadeza y paciencia. (V. Colosenses 3:12.) Nuestra vocación de ser embajadores de Cristo (2 Corintios 5:20) consiste en reflejar siempre el amor y la misericordia del Señor e influir positivamente en la vida de alguien, aunque el contacto que tengamos con esa persona sea pasajero. Sencillos actos de bondad pueden ayudar a mitigar la soledad en que vive una persona y transmitirle que alguien sí se interesa por ella. «El Señor es compasivo y justo; nuestro Dios es todo ternura» (Salmo 116:5; NVI).

Enseguida una explicación que María nos ofreció sobre nuestro cometido de llegar al corazón de los perdidos y solitarios:

Como discípulos de Jesús se nos pide adentrarnos en el mar de la humanidad y buscar allí a los perdidos, a los que se hunden y se ahogan a fin de ofrecerles vida, esperanza y verdad. Contamos con el maravilloso consuelo que Él brinda, el poder de Su Palabra y el conocimiento del futuro prometido por Él para todos Sus hijos. Se nos insta a compartir lo que hemos recibido con los que perdieron toda esperanza de encontrar consuelo o no tienen conocimiento del Dios que los ama o del Cielo que les aguarda.

Necesitan angustiosamente el amor y la verdad de Dios. Hagamos todo lo posible por hacerlos partícipes del gozo, la paz interior y la vida eterna que poseemos nosotros en Cristo. Él nos dice que lloremos con los que lloran y que dejemos que se desgarre nuestro corazón por los que todavía no lo conocen.

¿Recuerdan cómo se sentían ustedes antes de haber encontrado al Señor? A lo mejor vivían angustiados y desesperados y presentían que la vida que llevaban no tenía ningún sentido. El Señor oyó su súplica, y en la hora de su necesidad Él se acercó a ustedes y los tomó en Sus brazos. Para ello probablemente se valió de una persona que albergaba en su corazón el espléndido amor del Señor. Él nos implora que hagamos lo mismo, que comuniquemos Su amor y Su verdad a los que andan perdidos y en soledad.

¿Quién sabe? Tal vez nos sorprenda el tremendo efecto que pueden tener incluso las pequeñas interacciones, no solo para aliviar la soledad que consume a alguien, sino también para darnos un sentido de realización y una razón de ser. Trabar contacto con otra persona, inclusive una que no conocemos, puede enriquecer nuestra vida y ayudar, tanto a quienes brindamos aliento espiritual como a nosotros mismos, a sentirnos conectados y menos aislados. Dale Carnegie dijo: «Está cómodamente dentro de tus posibilidades incrementar ahora la suma global de la felicidad de este mundo. ¿Cómo? Entregando unas pocas palabras de sincero aprecio a alguien que se sienta solo o desanimado. Puede que mañana te olvides de las palabras amables que pronunciaste hoy, pero el destinatario quizá las valore toda una vida».

Hay otra importante pieza del rompecabezas que puede servir de ancla para nuestra fe si estamos pasando por una temporada de soledad: ¡Nunca estamos solos! Sean cuales sean nuestras circunstancias, no estamos solos. Jesús es nuestra constante compañía. Nos acompaña cada segundo del día. «“Aunque los montes se debiliten y las colinas se derrumben, Mi misericordia no se apartará de ti. Mi pacto de paz será inconmovible”, ha dicho el Señor, quien tiene compasión de ti» (Isaías 54:10). El Señor nunca nos olvida.

Siendo hijos Suyos tenemos la tranquilidad y la certeza de que Dios nunca nos pierde de vista. Aun antes de nacer Él ya tenía los ojos clavados en nosotros. «Mis huesos no te fueron desconocidos cuando en lo más recóndito era yo formado […]. Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación» (Salmo 139:15,16; NVI). El Salmo 34:15 nos dice: «Los ojos del Señor están sobre los justos; sus oídos están atentos a su clamor». El autor de un conocido himno exclamó: «¡Quien vela por las aves, velará también por mí!»

Ya que nunca nos aparta de Su vista, tampoco nos aparta nunca de Su pensamiento. Estamos familiarizados con la increíble oración del Salmo 139, que nos enseña que nuestro creador nos acompaña no importa dónde estemos ni en qué estado de ánimo nos encontremos. Él nos observa en todas partes. Nos conoce a la perfección, íntimamente. Por lo tanto dice: «¡Cuán preciosos, Dios, me son tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos! Si los enumero, se multiplican más que la arena» (Salmo 139:17,18). Si has visitado últimamente la vasta expansión de la costa marítima y caminado sobre las arenas que se perfilan sin fin, adquieres un sentido del inconmensurable desvelo y atención de nuestro Padre celestial descritos en este salmo. […]

Nuestro Padre no nos olvida. Siempre estamos «a la vista y en Su pensamiento».  Daniel Henderson[1]

Una joven escribió:

En nuestros momentos de soledad Jesús quiere atraernos a Él. Anhela convertirse en nuestro mejor y más leal amigo al que siempre podemos acudir sin riesgo de decepcionarnos. Se vale de dichos momentos para consolidar y fortalecer nuestra amistad con Él, puesto que sabe que esa amistad nos sacará adelante en toda situación que nos depare la vida.

Si luchas contra la soledad, no desesperes. Recuerda que Jesús te ama más profundamente que nadie y te comprende mejor que nadie. Tal vez descubras que los momentos de soledad son a pesar de todo un regalo. Esos regalos que no parecen serlo, Él nos los prodiga con infinito amor. Gracias a ellos obtenemos tesoros muchos más duraderos que las pruebas que soportamos[2].

Cuando estaba leyendo y orando acerca de este tema de la soledad me di cuenta de una verdad en la que antes no había reparado plenamente. Por ser hijos del Dios del Universo, destinados a morar eternamente con Jesús y el Padre en el cielo, nunca estaremos completamente libres de la soledad en esta vida. No estamos destinados a estar del todo satisfechos en esta tierra. Por muy fecunda que sea nuestra vida, por mucho que estemos rodeados de familiares y amigos, siempre habrá un vacío. Clarissa Moll escribe:

Aunque sabemos que Jesús nos atiende en nuestro aislamiento, puede que tener conciencia de ello no sea un bálsamo suficientemente eficaz, y quizá por un buen motivo. Como escribió C.S. Lewis en su libro Mero cristianismo: «Si descubrimos dentro de nosotros un deseo que nada en este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que fuimos creados para otro mundo».

En su libro Bienaventurados los insatisfechos, Amy Simpson hace eco de lo expuesto por Lewis. «A lo mejor Dios no quiere quitarnos todavía nuestras añoranzas» —escribe ella—. «Al adquirir nuestra fe mayor profundidad y acercarnos más a Jesús, muy probablemente nos hallaremos menos —no más— satisfechos con la vida que llevamos aquí ahora».

Efectivamente, Jesús se hará presente en nuestros rincones solitarios. Él promete estar junto a nosotros en nuestros desiertos, en los espacios de nuestras cuarentenas, renovar nuestra alma, proporcionarnos alegría, reconfortar nuestro corazón y brindarnos paz. Si en medio de esa compañía, la soledad todavía nos reconcome, podemos tener la certeza de que no es tanto un síntoma de nuestro aislamiento, sino más bien un signo de una inquietud espiritual normal. Esta soledad persistente refleja un profundo anhelo de comunión, el cual no será jamás satisfecho hasta que nos veamos cara a cara con Jesús[3].

Otro autor también explica bien este concepto. Considero que esto es algo sobre lo que vale la pena meditar para ver cómo se aplica a la vida de cada uno de nosotros. Podría darnos cierta perspicacia que nos reconfortará en periodos difíciles de la vida. Steve DeWitt escribió:

Como lo da a entender claramente Génesis 1:27, desde el principio de nuestro ser y nuestra concepción, fuimos hechos por Dios y para Dios. Eso nos dota de una capacidad relacional de identificarnos con Dios, la cual solo Dios puede llenar y satisfacer. Ya Agustín lo expresó en sus famosas palabras: «Nuestro corazón está inquieto hasta hallar en Ti descanso».

Vemos la soledad como un enemigo que hay que eludir a toda costa. Pero mientras nuestra redención no esté del todo consumada, nuestra vida jamás estará exenta de soledad. Dios se sirve de ello para conseguir que le prestemos atención. Por eso, cuando me embiste una oleada de soledad, procuro tomar conciencia de ello y preguntarme: ¿Por qué me siento así? Es que fui hecho para Dios. Siguiendo el consejo de Elisabeth Elliot, torno mi soledad en recogimiento y mi recogimiento en oración. De ese modo, la soledad deja de ser un diablo para nosotros. Antes se convierte en una guía y una amiga. […]

Tal vez yo no tenga esposa, pero tengo a Cristo. Tal vez tú no tengas marido, pero tienes a Cristo. Puede que estés separado de tu familia, pero tienes a Cristo. A lo mejor eres viuda, pero tienes a Cristo. Quizá tu cónyuge te rechaza, pero tienes a Cristo. Y ya que tú y yo fuimos hechos para Él, tenerlo a Él es tener Su Espíritu como garantía de que un día no volveremos a sentirnos solos jamás. […] En nuestros momentos de desolación interior, el Señor está ahí presente, y con Él se abre una senda a través del valle de la soledad[4].

Tengo una amiga que es muy sociable y tiene don de gente. Su esposo pasó a mejor vida hace un tiempo y durante el último año ha vivido sola. Explicó que no ha sido fácil para ella, que se ha sentido bastante incomunicada y según sus propias palabras: «He tenido demasiado tiempo para mí sola». Así y todo, ha cultivado un nuevo hábito que llama «charla diaria con Papá y Jesús». Lo practica todos los días mientras pasea a su perro, lo que le toma un par de horas.

Lo que ha hecho que este hábito sea tan singular —explica— es que dedica ese tiempo todos los días a caminar y hablar con Jesús y con Dios en voz alta. Es entonces cuando desahoga su corazón en oración, tanto para sí misma como para otras personas. Es en esos momentos cuando habla con el Señor y el Padre como si estuvieran ahí mismo con ella. ¡Comenta que a veces hasta se ríe con ellos y que la presencia de Papá y Jesús es tan patente que le da la impresión de que la tuvieran tomada de las manos! (Dice que quienes la ven hablando en voz alta y riéndose sola con nadie más que su perro, podrían tildarla de viejita loca, pero que en realidad ¡es una guerrera en el Espíritu!)

«Lo hermoso de esta situación» —dice— «es que cuando reflexiono sobre este año tan difícil que he pasado, muchas veces solitariamente, no puedo dejar de reconocer la mayor intimidad que he adquirido con el Señor y Papá, y la mayor conciencia que he tomado de la presencia de los dos en mi vida. Estoy más convencida que nunca de que se interesan por cada detalle de mi vida y de la vida de la gente a la que amo. Esa intimidad es el mayor don que he recibido.»

Me mandó un trocito de un artículo que dice así:

Nunca olvides que en Jesús tienes un amigo (Juan 15:15) y que el Espíritu reside en ti para darte fuerzas, de tal manera que puedas hacer frente a esta época de soledad […]. Dane Ortlund escribe en Gentle and Lowly: «El corazón de Cristo para nosotros significa que Él será nuestro constante amigo, independientemente de las amistades que tengamos o no tengamos en la tierra. Nos ofrece una amistad que se introduce bajo el dolor de nuestra soledad. Aunque el dolor no pase, su escozor se hace plenamente soportable gracias a la amistad mucho más profunda que mantenemos con Jesús».  Joe Carter[5]

Concluiré con un mensaje del Señor que confío que les dará un profundo aliento:

Una repercusión de Mi Presencia ininterrumpida junto a ti es que nunca estás solo. Te estoy preparando para que cada vez adquieras mayor conciencia de Mí, aunque entiendo que eres humano y que tienes una capacidad de atención reducida. A veces, cuando sufres, puedes llegar a sentirte solo o abandonado. No obstante, Yo sufrí a solas en la cruz a fin de que tú nunca estuvieras solo en tus luchas. Siempre estás conmigo; te sostengo de tu mano derecha[6].

Estoy más cerca de lo que te animarías a creer, más cerca que el aire que respiras. Por lo general no eres consciente del aire que te envuelve, por cuanto es invisible y tienes siempre acceso a él. De manera parecida, Mi presencia imperceptible está continuamente a tu alcance, solo que muchas veces no logras reconocerla. Eso te hace vulnerable a la soledad. […]

Deseo hondamente que experimentes Mi proximidad —y el apacible contentamiento que genera— con mayor constancia. Existe un estrecho vínculo entre sentirse solo y no estar consciente de Mi Presencia. Es un problema que viene de antiguo: Cuando el patriarca Jacob se hallaba en un desierto, lejos de su familia, era bastante consciente de su aislamiento. Sin embargo, derramé Mi presencia sobre él en forma de un magnífico sueño. Al despertar, Jacob respondió: «¡Realmente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabía!»[7]

No solo estoy constantemente contigo, sino también dentro de ti, en los lugares más recónditos de tu mente y corazón. El conocimiento que tengo de ti es como un retrato perfecto, y está enmarcado en amor incondicional.

Que los sentimientos de soledad te recuerden la necesidad que tienes de buscar Mi rostro. Ven a Mí con esa vaciedad tuya tan humana, y Mi divina Presencia te llenará de Vida hasta rebosar[8].

A medida que cultivemos una conciencia más profunda de la presencia de Cristo, ¡encontraremos un sentido de pertenencia que nunca nos defraudará! Él ha dicho: «No te desampararé ni te dejaré» (Hebreos 13:5). ¡Alabado sea el Señor! ¡Que Dios los bendiga y los mantenga cerca de Él!


[1] Never Forget: You Are Not Forgotten, Strategic Renewal, https://www.strategicrenewal.com/never-forget-you-are-not-forgotten/

[2] «El don de la soledad», Just1Thing.com.

[3] Bloom Where You’re Quarantined, Christianity Today, 1 de abril de 2020, https://www.christianitytoday.com/ct/2020/april-web-only/coronavirus-covid-19-bloom-where-youre-quarantined.html

[4] Lonely Me: A Pastoral Perspective, 4 de agosto de 2011, https://www.thegospelcoalition.org/article/lonely-me-a-pastoral-perspective/

[5] What Christians Should Know About Loneliness, The Gospel Coalition, 1 de noviembre de 2020, https://www.thegospelcoalition.org/article/the-faqs-what-christians-should-know-about-loneliness/

[6] Young, Sarah, Jesus Always (Thomas Nelson, 2017).

[7] Génesis 28:16 (BLPH).

[8] Young, Sarah, Jesus Lives (Thomas Nelson, 2009).

 

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