Enviado por Peter Amsterdam
abril 27, 2011
En la primera parte de El Dios-Hombre, abordamos algunas de las cosas que Jesús dijo e hizo, que afirmaban Su deidad.
Todos Sus discípulos, aquellos que vivieron y trabajaron a Su lado durante los años de Su ministerio público, que lo vieron de cerca, a la larga llegaron a la conclusión de que era Dios.
Sus seguidores eran todos judíos y por lo tanto conocían muy de cerca las Escrituras judías. Tenían muy en claro que, según las Escrituras, había un solo Dios y que adorar a otro dios era un pecado que se castigaba con la muerte.
Esos hombres no sabían que Jesús era Dios cuando Él los llamó a seguirlo. Llegaron a creer que era el Mesías prometido, el Cristo. Pero, en general, los judíos no esperaban que el Mesías fuese Dios. «Mesías» para los judíos de la época de Jesús significaba «el ungido» —de la misma manera en que lo eran los reyes—, quien los libraría de la opresión de Roma. Los discípulos pensaban que Jesús sería un rey terrenal, ungido por Dios. No esperaban que su Mesías fuese el propio Dios. A la larga, los discípulos empezaron a darse cuenta de que Jesús era más que el Mesías, que era Dios, pero no llegaron a comprender ese concepto plenamente hasta después de Su muerte y resurrección.
Incluso durante la noche del arresto de Jesús, si bien Él ya les había advertido que sucedería, no parecían comprender en toda su magnitud lo que estaba sucediendo ni los hechos que habrían de acontecerles. Aquella misma semana habían presenciado cómo sus propios compatriotas recibían a Jesús exclamando: «¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» y «¡Hosanna en las alturas!»[1] Pocos días después, escucharon a esas mismas multitudes gritar: «¡Crucifíquenlo!»[2]
Lo vieron predicar ante multitudes y ministrar a individuos. Presenciaron Sus milagros; sabían que alimentó a la multitud a partir de solamente cinco panes y dos peces, y sin embargo llenaron canastas con las sobras cuando ya todos habían comido. Lo vieron andar sobre el agua, devolver la vista a los ciegos, sanar a los leprosos y resucitar a los muertos. Vieron cómo lo arrestaron, lo flagelaron y lo clavaron a una cruz. Lo vieron morir y vieron cómo lo colocaron en una tumba. Se sintieron desamparados y se escondieron asustados tras Su muerte. Y luego volvieron a verlo vivo. Hablaron con Él, comieron con Él y cuarenta días después lo vieron ascender en las nubes del cielo.
Los eventos de la vida, muerte y resurrección de Jesús convencieron a esos hombres —y a muchos más que lo seguían— de que Jesús no solo era el Mesías, sino que también era Dios. Sus discípulos estaban tan convencidos que lo predicaron el resto de sus días, incluso cuando les costó persecuciones, sufrimiento y hasta el martirio. Según la tradición, casi todos los apóstoles fueron martirizados por su fe; el único que murió de muerte natural fue Juan.
Antes de Su crucifixión, es posible que los discípulos no comprendieran plenamente quién era Jesús, que no captaran del todo el significado de Su muerte por los pecados del mundo. Pero después de Su resurrección y antes de Su ascensión, Jesús les explicó las Escrituras en mayor detalle, cosa que les proporcionó una mejor comprensión de las Escrituras y de Su papel.
—Recuerden lo que les dije cuando estuve con ustedes: «Tenía que cumplirse todo lo que dicen acerca de Mí los libros de la Ley de Moisés, los libros de los profetas y los Salmos».
Entonces les explicó las Escrituras con palabras fáciles, para que pudieran entenderlas:
—Las Escrituras dicen que el Mesías tenía que morir y resucitar después de tres días, y que en Su nombre se predicarán el arrepentimiento y el perdón de pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén.[3]
Entonces, comenzando por Moisés y por todos los profetas, les explicó lo que se refería a Él en todas las Escrituras.[4]
Desde el día de Pentecostés en adelante, los discípulos predicaron la divinidad de Jesús y escribieron también sobre ella. En este artículo incluiremos parte de lo que dijeron. Los escritos del Nuevo Testamento —los evangelios y las epístolas— constituyen el fundamento de los principios centrales del cristianismo: la deidad de Jesús, Su encarnación y la doctrina de la Trinidad.
Todos los primeros discípulos y apóstoles fueron judíos. Pablo, que escribió muchas de las epístolas que conforman el Nuevo Testamento, no creyó en Jesús hasta varios años después de Su ascensión al cielo. No obstante, se lo considera también uno de los apóstoles, ya que tuvo un papel central en el avance de la iglesia primitiva y su doctrina. No solo era judío sino que, tal como se describió él mismo, era «hebreo de pura cepa; en cuanto a la interpretación de la ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que la ley exige, intachable».[5]
Para un judío de aquel entonces, y sobre todo para alguien con el entusiasmo de Pablo, las Escrituras —la Ley y los Profetas— eran parte integral de sus vidas. Obedecían la Ley moral y observaban todas las ceremonias. La Ley gobernaba sus vidas. Su contexto, cultura y forma de observar el mundo estaban completamente influenciados por las Escrituras y las tradiciones que se habían generado en torno a ellas. Lo que las Escrituras señalaban como malo era considerado malo por todos. Si desobedecían la Escritura corrían el riesgo de que se los castigara por su desobediencia, no solo espiritualmente sino también físicamente. En su época, una mujer a la que se hallara en adulterio moría apedreada. A Esteban, uno de los primeros discípulos, lo apedrearon por lo que se consideraba blasfemia. Así eran las leyes que gobernaban al pueblo judío, y contravenirlas tenía sus consecuencias.
El alma de la fe judía era la lealtad a Dios, y la ley judía la sustentaba. La adoración del Dios de Israel era de primordial importancia. La fidelidad a Él por sobre todas las cosas era la esencia de su fe.
Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas... Teme al Señor tu Dios, sírvele solamente a Él, y jura sólo en Su nombre. No sigas a esos dioses de los pueblos que te rodean —porque Yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso— para que no se inflame el furor del Señor tu Dios contra ti, y te destruya de sobre la tierra.[6]
Yo soy el Señor tu Dios. Yo te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo. No tengas otros dioses además de Mí. No te hagas ningún ídolo, ni nada que guarde semejanza con lo que hay arriba en el cielo, ni con lo que hay abajo en la tierra, ni con lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te inclines delante de ellos ni los adores. Yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso. Cuando los padres son malvados y me odian, Yo castigo a sus hijos hasta la tercera y cuarta generación. Por el contrario, cuando me aman y cumplen Mis mandamientos, les muestro Mi amor por mil generaciones.[7]
Todo el que ofrezca sacrificios a otros dioses, en vez de ofrecérselos al Señor, será condenado a muerte.[8]
Antes, cerca de los inicios del ministerio de Jesús, después de que caminó sobre el agua, la Biblia dice que Sus discípulos lo adoraron y que hicieron la siguiente declararon: «Verdaderamente eres Hijo de Dios».[9] Pero después de presenciar la muerte de Jesús y volver a verlo con vida, los discípulos en todo momento lo adoraron como Dios. Lo cual era impensable para un judío, pues contradecía las leyes y costumbres judías, y su cultura. No obstante, los judíos estaban tan convencidos de la deidad de Jesús que cruzaron esa línea.
Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado. Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban.[10]
Ellos, después de haberle adorado, volvieron a Jerusalén con gran gozo.[11]
—Luego vayan pronto a decirles a Sus discípulos: «Él se ha levantado de entre los muertos y va delante de ustedes a Galilea. Allí lo verán». Ahora ya lo saben. Así que las mujeres se alejaron a toda prisa del sepulcro, asustadas pero muy alegres, y corrieron a dar la noticia a los discípulos. En eso Jesús les salió al encuentro y las saludó. Ellas se le acercaron, le abrazaron los pies y lo adoraron.[12]
Los autores de los libros del Nuevo testamento, varios de los cuales eran apóstoles, afirman de manera explícita que Jesús es Dios.
Cristo, quien es Dios sobre todas las cosas, alabado sea por siempre.[13]
En el principio ya existía el Verbo [Jesús], y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros.[14]
Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo han recibido una fe tan preciosa como la nuestra.[15]
…mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo...[16]
…Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la vida eterna.[17]
—¡[Jesús], Señor mío y Dios mío! —exclamó Tomás.[18]
Ese último ejemplo en que Tomás llama a Jesús Señor y Dios es una de las referencias más contundentes, porque Tomás describe a Jesús con dos palabras que significan Dios. En el evangelio de Juan, escrito originalmente en griego, se emplean las palabras Kyrios (Señor) y Theos (Dios).
Kyrios era una traducción del término hebreo Adonai (Señor), que los judíos utilizaban en lugar de YHWH, el nombre que Dios reveló a Moisés en el Monte Sinaí. Como los judíos no pronunciaban el nombre YHWH, se dirigían a Dios como Señor. De modo que Adonai (Kyrios) era una referencia directa al nombre de Dios, YWHW.
En este versículo, la palabra Dios está traducida del vocablo hebreo Elohim al vocablo griego Theos, que también significa Dios. De modo que, al decir Tomás «mi Señor (Kyrios-YHWH) y mi Dios (Theos-Elohiym)», está declarando directamente que Jesús es tanto YHWH como Elohiym, dos nombres que daban los judíos a Dios.
En el Salmo 35:23 vemos una instancia en que se llama a Dios tanto Señor (Adonai) como Dios (Elohiym). Dice así:
¡Despierta, Dios mío, levántate! ¡Hazme justicia, Señor, defiéndeme!
Además de llamar a Jesús Dios y de adorarlo como tal, los autores del Nuevo Testamento escribieron que Jesús hizo, o era capaz de hacer, cosas que únicamente Dios puede hacer, comenzando con la creación de todas las cosas.
Por medio de Él todas las cosas fueron creadas; sin Él, nada de lo creado llegó a existir.[19]
Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de Su Hijo. A éste lo designó heredero de todo, y por medio de Él hizo el universo.[20]
Por medio de Él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de Él y para Él. Él es anterior a todas las cosas, que por medio de Él forman un todo coherente.[21]
Los escritores del Antiguo Testamento también hablaron acerca del juicio del hombre en la otra vida, una prerrogativa divina que Jesús se atribuyó.
Porque es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba lo que le corresponda, según lo bueno o malo que haya hecho mientras vivió en el cuerpo.[22]
Todo esto prueba que el juicio de Dios es justo… cuando el Señor Jesús se manifieste desde el cielo entre llamas de fuego, con Sus poderosos ángeles, para castigar a los que no conocen a Dios ni obedecen el evangelio de nuestro Señor Jesús.[23]
Dios pasó por alto aquellos tiempos de tal ignorancia, pero ahora manda a todos, en todas partes, que se arrepientan. Él ha fijado un día en que juzgará al mundo con justicia, por medio del hombre que ha designado. De ello ha dado pruebas a todos al levantarlo de entre los muertos.[24]
El perdón de los pecados, otra prerrogativa de Dios de la que Jesús también se apropió, es predicado por los apóstoles.
Dios lo exaltó como Príncipe y Salvador, para que diera a Israel arrepentimiento y perdón de pecados.[25]
…Jesucristo dio Su vida por nuestros pecados para rescatarnos de este mundo malvado.[26]
…de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de la resurrección, el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos ama y que por Su sangre nos ha librado de nuestros pecados.[27]
La esencia del cristianismo es que Jesús es Dios. Creerlo es lo que lo hace a uno cristiano. Si Él no es Dios, entonces la esencia de nuestra fe no existe y nuestra fe es infundada. Jesús afirmó ser Dios. Sus discípulos lo creían, lo predicaban y fundaron el movimiento cristiano que ha durado más de dos mil años, un movimiento que en la actualidad cuenta con más de dos mil millones de seguidores que creen en esa verdad fundamental.
El Nuevo Testamento proclama que Jesús existía antes que cualquier otra cosa y que todas las cosas fueron creadas por Él; que Él ingresó a Su creación haciéndose hombre y que perdona los pecados; que por medio de Su muerte y resurrección trajo salvación y victoria sobre la muerte. Todos Sus milagros, al igual que Su relación con el Padre, apuntan a Su deidad. Sus enseñanzas apuntan a ello y las afirmaciones de que juzgará a la humanidad también dan fe de ello.
Uno de los principales hitos del ministerio de Jesús fue cuando Sus seguidores empezaron a entender quién era Él:
Cuando llegó a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a Sus discípulos:
—¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Le respondieron:
—Unos dicen que es Juan el Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías o uno de los profetas.
—Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?
—Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente —afirmó Simón Pedro.
—Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás —le dijo Jesús—, porque eso no te lo reveló ningún mortal, sino Mi Padre que está en el cielo.[28]
Al igual que Pedro, podemos hacer esa misma declaración de fe: que Jesús es el Hijo del Dios viviente. No solo eso: sabemos que es Dios. Son enseñanzas cristianas fundamentales que abrazan todos los cristianos. Porque Él es Dios, es el agua de vida, la luz del mundo, el pan que descendió del cielo, la resurrección y la vida, el que perdona nuestros pecados y concede la vida eterna a todos los que lo reciben. El resultado de Su vida, muerte y resurrección es el preciado regalo de Dios, nuestra salvación.
Notas
A menos que se indique lo contrario, todas las escrituras proceden de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional con copyright © 1999, por Bíblica. Utilizada con permiso. Todos los derechos reservados. Otras versiones citadas con frecuencia son la versión Reina-Valera (RVR1960), la Traducción en Lenguaje Actual (TLA) © 1999, por United Bible Societies y la Biblia de las Américas (LBLA) © 1986, 1995 y 1997 por The Lockman Foundation.
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[1] Mateo 21:9.
[2] Marcos 15:13.
[3] Lucas 24:44–47 NASB.
[4] Lucas 24:27 NASB.
[5] Filipenses 3:5–6.
[6] Deuteronomio 6:4–5, 13–15.
[7] Éxodo 20:2–6.
[8] Éxodo 22:20 NKJV.
[9] Mateo 14:33
[10] Mateo 28:16–17.
[11] Lucas 24:52.
[12] Mateo 28:7–9 NIV.
[13] Pablo, en Romanos 9:5.
[14] Juan, en Juan 1:1, 14.
[15] 2 Pedro 1:1 NASB.
[16] Pablo, en Tito 2:13.
[17] Juan, en 1 Juan 5:20.
[18] Juan 20:28.
[19] Juan, en Juan 1:3.
[20] Pablo, en Hebreos 1:1–2.
[21] Pablo, en Colosenses 1:16–17.
[22] Pablo, en 2 Corintios 5:10.
[23] Pablo, en 2 Tesalonicenses 1:5, 7–8.
[24] Pablo, en Hechos 17:30–31.
[25] Pedro, en Hechos 5:31.
[26] Pablo, en Gálatas 1:3–4.
[27] Juan, en Apocalipsis 1:5.
[28] Mateo 16:13–17.
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