Darle sentido a la vida: Cinco céntimos que transforman la vida

Enviado por María Fontaine

abril 30, 2011

El otro día me puse a pensar en los folletos. Para mí, los folletos son de las cosas más valiosas con que puedo contar cuando salgo. Si no llevo folletos en mi bolsillo o cartera, siento que me falta algo fundamental. Es como si una de las principales razones de mi existencia —la misión— se viera truncada. Naturalmente, debo ocuparme de las diligencias o citas para las que estoy saliendo, pero al mismo tiempo sé que siempre debería aprovechar cada oportunidad que se me presenta para testificar.

Tal vez se pregunten: «Pero, ¿acaso un panfleto es la manera más efectiva de dar a conocer a Jesús a quienes aún no lo conocen? ¿No sería mejor enfocarse en edificar relaciones como medio para pregonar el Evangelio?»

Es una buena pregunta. Yo también estoy convencida de que una manera más eficaz de compartir el Evangelio es trabar amistad con alguien y conversar con esa persona largo y tendido. De ser posible, es aún mejor cultivar una relación estable con la persona en cuestión y tener, con cierta frecuencia, conversaciones interesantes y estimulantes sobre temas espirituales; ir acercándolos al Señor a su propio ritmo.

No obstante, si restringiésemos nuestra testificación a esas circunstancias particulares, se limitarían muchísimo nuestras posibilidades de testificar a quienes no son salvos. El tipo de evangelización basado en la edificación de relaciones es el ideal: compartir las buenas nuevas de la salvación con alguien y dedicar el tiempo y esfuerzo que haga falta para ayudar a las personas a conocer personalmente a Jesús. Pero si limitamos nuestra testificación a las personas con quienes podemos trabar relación, tal vez no testificaremos mucho que digamos.

Entregar a alguien un folleto con mensaje evangelizador es un método importante para propagar el Evangelio. Cuando no se tiene tiempo para detenerse a compartir el mensaje del Señor en profundidad con alguien, estoy convencida de que una manera muy efectiva de hacerlo es dar a conocer Su amor y verdad por medio de un folleto.

Cuando nos cruzamos brevemente con alguien y no da tiempo a conversar, un folleto puede dejarles las Palabras de Dios. Los folletos también pueden dejarle nuestra información de contacto a la gente. Además no son costosos, lo cual nos permite repartirlos liberalmente, sin esperar remuneración. Dar a alguien un folleto le demuestra a la persona que tenemos interés en ella. Y que Dios también se interesa por su vida.

Los folletos pueden llegar a todas partes, hablar en cualquier idioma y alcanzar a cualquiera. A nosotros no siempre nos es posible hablar con cada uno en persona, mientras que un folleto puede hablar de parte de nosotros. Una persona que a lo mejor no esté interesada en que se le testifique en persona podría llegar a conocer a Jesús por medio de un folleto. Incluso podemos utilizarlos para iniciar o cerrar una conversación, o bien, como lo mencioné, para presentar un tema cuando no es posible hacerlo mediante una conversación.

A lo largo de los años he escuchado muchos testimonios sobre los efectos increíbles que tuvo un folleto en la vida de una persona. Lo más probable es que a casi todos nosotros alguien nos haya dicho en algún momento: «Lo que me diste me cayó de perlas», o «Me sirvió inmensamente». A mí incluso regresaron a pedirme que les diera más folletos para repartirlos entre sus amigos; seguramente a ustedes también les ha pasado.

Cuando preparaba este artículo, leí varios testimonies sobre el tema, publicados anteriormente, y seleccioné unos cuantos que incluyo a continuación. Son comentarios de personas que recibieron nuestros folletos:

Este mensaje cambió mi percepción de Jesús y del amor que siente por mí.[1]

Sí, reconozco este folleto. Me dieron uno igual el año pasado. ¡Cada vez que atravieso un momento difícil o que por alguna razón ando cabizbajo, lo leo y me levanta el ánimo! Me ha ayudado a salir adelante muchas veces.[2]

¡Ayer leí el folleto que me dieron y me cayó como anillo al dedo![3]

¡Se lo pasé [el folleto] a mi novio para que lo leyera, y lo ayudó a dejar las drogas![4]

¡Este es el mejor mensaje que haya leído jamás![5]

Cuando leo comentarios o relatos sobre el efecto que tienen los folletos en las personas que lo reciben, me motiva a seguir haciendo mi parte, cada vez que tengo tiempo, para dar el mensaje de Dios a quien sea que el Señor ponga en mi camino.

El siguiente testimonio, publicado hace varios años, ilustra cómo a menudo Dios obra por medio de un folleto de maneras que no serían posibles en otras circunstancias. También muestra cómo Dios tiene Sus propios tiempos para hacer las cosas, que escapan a nuestra limitada capacidad de entender cómo es que algo que a nosotros nos parece de poca monta a los ojos de Dios puede ser de suma urgencia.

Hace varios meses, se vendió la casa que está frente a la nuestra. Conocí al nuevo dueño un día que saqué a pasear a Brian, mi pequeñito. El hombre estaba podando el césped, cosa que a Brian le llamó la atención de inmediato. El hombre se puso a conversar con nosotros, y a los pocos instantes ya estaba testificándole. Al principio se mostró bastante receptivo, pero cuando mi testificación pasó a un nivel más profundo, comenzó a ponerse un poco nervioso e incómodo con lo que le decía. De modo que concluimos la conversación, pero el Señor me animó a que siguiera dándole Su mensaje de amor.

Al día siguiente decidí llevarle un folleto, pero lamentablemente no estaba en casa. Puse el folleto en su buzón de correo y oré para que el Señor lo inspirara a leerlo.

Pocos días más tarde, me llamó para preguntarme si había sido yo quien había colocado el folleto en su buzón. Tras responder que sí, me explicó que ese folleto le había cambiado la vida, porque después de rezar la oración de salvación que estaba al dorso, había decidido dar un vuelco total. Me contó que cuando lo recibió, justo estaba pensando seriamente en divorciarse de su esposa pero que después de leer el folleto, el Señor puso en su interior un fuerte deseo de no dar ese paso. Desde entonces se reconciliaron, y están juntos otra vez y felices.

Me dijo lo agradecido que se sentía de que me hubiese tomado la molestia de conversar con él y de hacerle llegar el folleto. Me entusiasmó mucho ver lo lejos que había llegado ese panfletito, y la diferencia que había marcado en la vida de aquel hombre.[6]

Aquí va otra historia de cómo un folleto cambió el rumbo de las cosas:

Una vez, me encontraba en el centro con mi hijita de cinco años cuando un señor nos llamó. Lo reconocimos: era el que atendía el puesto de donas. Hacía cuatro años que yo le llevaba folletos. Sin embargo, esta vez fue él quien corrió detrás de nosotros, dejando su puesto desatendido. Dijo:

«La verdad es que no soy una persona religiosa y por lo general cada vez que me daba sus folletos, para serle muy franco, los tiraba a la basura. Pero el sábado pasado, su hijita me dio uno, y por primera vez lo leyó toda mi familia. Acababa de fallecer mi suegra y veníamos del entierro, de modo que todos atravesábamos un momento doloroso. El folleto que me dieron nos ayudó en este momento de dificultad, y por eso quería darles las gracias a usted y a su hija.»[7]

Muchas de las personas con las que nos cruzamos en la vida, quizás en la calle o en algún restaurante, o a lo mejor en una sala de espera, se ven serenas y confiadas exteriormente, pero por dentro todos necesitan amor, respuestas a sus preguntas y ánimo. Puede que alguien no parezca buen candidato para abrirle el corazón al Señor, pero uno nunca sabe en quién podría llegar a convertirse, o a qué interrogantes o problemas podría hallar respuestas si la luz del Señor lo ilumina.

«Señor, ayúdanos a ser sensibles a los recordatorios que nos da Tu Espíritu cuando deseas que testifiquemos a alguien. Ayúdanos a tener fe y valor para no desanimarnos ni dejarnos intimidar por la apariencia externa de las personas, por su aspecto tranquilo o hasta indiferente».

Cuando tenemos a Jesús —la respuesta a las necesidades e interrogantes de la gente, quien puede marcar la diferencia—, en nuestras manos está la llave que conduce a una paz más profunda. A medida que los días se ponen cada vez más oscuros y el mundo se sume en un abismo espiritual cada vez mayor, podemos resplandecer aún más para el Señor siendo Sus testigos «a tiempo y fuera de tiempo». Y eso lo conseguimos estando siempre atentos a las personas que nos rodean, recordando que quizás el Señor quiera que les transmitamos Su amor.

Es posible que la mayoría de nosotros se haya topado alguna vez con una camarera que esté teniendo un día difícil. Su trabajo es complicado: les toca interactuar con toda clase de personas, muchas de las cuales son groseras y exigentes. Imagínense lo que sucedería si nos propusiéramos ser los mejores clientes que esa camarera haya atendido en su vida. Y no amables por pura cortesía sino por haber hecho algo por ella que podría renovar su deseo de vivir… Ahora bien, seguro que ya saben a qué me refiero: a darle a conocer a Aquel capaz de hacer que su vida mejore en todo sentido: Jesús.

Les cuento lo que sucedió en la vida de una mesera.

Una mesera de aspecto cansado se acercó a despejarnos la mesa cuando ya habíamos terminando de comer. Nos sonrió y nos preguntó si habíamos disfrutado la comida. Se notaba que era muy trabajadora y que estaba esforzándose por ser amable. Cuando se fue, el Señor me indicó que le diera un folleto, junto con una propina de cinco dólares. Siempre ando corto de dinero, pero sé que vale la pena obedecer. De modo que salí a buscarla. Le di el dinero envuelto alrededor del folleto. Le dije: «Jesús te ama. Gracias por hacer tan bien tu trabajo.»

Diez minutos más tarde, se acercó a la mesa, me puso la mano en el hombro y me dijo: «Leí su papelito. Creo que acaba de transformar mi vida. ¡Muchísimas gracias!»[8]

Unos integrantes de LFI de Uganda, que pasaron al día siguiente por el mismo restaurante, escribieron:

Otro de los meseros se nos acercó y nos dijo: «Gracias por la propina que me dejaron, pero más que nada, gracias por el folleto. ¡Me quedé despierto toda la noche leyéndolo una y otra vez, y ahora soy un hombre nuevo!»[9]

Claro que no todas las personas a las que damos folletos reaccionan con tanto entusiasmo, pero uno nunca sabe en qué momento pueden llegar a tener necesidad de ese mensaje. Y cuando sucede una cosa así, ¿acaso no te alegra el día?

Algo que me llama la atención es lo lejos que puede llegar un folleto. A veces tenemos la bendición de enterarnos de sus efectos y ver con nuestros propios ojos el poder de la Palabra en acción en la vida de las personas, pero muchas otras no tenemos ni idea del efecto multiplicador que puede llegar a tener un simple panfleto. A continuación reproducimos fragmentos de testimonios de ustedes que lo ilustran claramente:

Una señora se me acercó y me dijo que alguien le había dado el folleto La mejor oferta de tu vida. Se lo había pasado a su hijo que estaba preso, y por medio de ese folleto el muchacho se salvó y lo hizo circular entre los demás prisioneros. ¡Y resulta que ahora todos los presos quieren sus folletos propios![10]


Recibimos la siguiente carta, que también nos entusiasmó mucho: Queridos amigos: Les escribo para expresarles la enorme gratitud que les debo. El 24 de diciembre me encontraba en la estación de autobuses de Waco. Encontré su folleto titulado «Regalos de Navidad para ti» justo cuando me encontraba muy deprimido pues iba a pasar la Navidad solo. Mis familiares y amigos me abandonaron cuando me quedé sin techo. Ahora tengo casa, pero sigo con problemas. No sé cómo fue que llegó aquel panfleto a mi banca de Waco, pero gracias por ese mensaje y por el consuelo y el amor que me transmitió. ¡Que Dios los bendiga! [11]


Marcus, un joven de dieciocho años, se encontró un papel arrugado en la calle. Resultó ser uno de nuestros folletos, que de alguna manera misteriosa se había abierto paso hasta el pueblo donde él vivía, a 800 kilómetros de aquí, cerca de la frontera con Angola. Escribió a la dirección que aparecía en el folleto, y solicitó enrolarse en el estudio bíblico gratuito por correspondencia que estábamos promocionando.

Así fue que comenzaron nuestros intercambios por correspondencia, y al poco tiempo Marcus encargó posters y folletos de la Familia —especialmente esos sobre el Tiempo del Fin, aclaró— para repartirlos entre sus amigos y conocidos. «Hay muchos jóvenes en mi pueblo, y quisiera hacer algo por ellos», nos escribió.

Desde entonces, Marcus ha repartido aproximadamente mil posters y más de mil doscientos folletos sin ayuda de nadie. Ha testificado a sus compañeros de clase y a sus maestros, y como consecuencia, otros quince de su clase están cursando nuestros estudios bíblicos.

Ayer, por primera vez conocimos en persona a Marcus y a otros dos de nuestros alumnos. ¡Fue magnífico para todos! Les entregamos otra caja grande de posters y folletos para que los distribuyan.

¿Cuántas personas piensan que llegarán al cielo a consecuencia de lo que están haciendo Marcus y sus amigos? Y todo porque un folletito se abrió paso hasta las manos indicadas.[12]

¡Quién sabe todo lo que puede hacer un folleto o lo lejos que puede llegar! Las palabras del Señor son vivas y capaces de marcar una diferencia en la vida de alguien, sin importar de quién se trate ni cuál sea su modo de vida o la carrera que haya estudiado.

¿Alguno de ustedes tiene un testimonio del poder de un folleto, que quisiera compartir? Envíenlo sin falta; ¡me va a encantar leerlo!


[1] Enviado por John, de Sudáfrica; publicado por primera vez en abril de 2007.

[2] Enviado por Catrina y Jonás, Suecia; publicado por primera vez en abril de 2007.

[3] Enviado por Spring Valentine, Sudáfrica; publicado por primera vez en junio de 2003.

[4] Enviado por Jonathon, de los EE.UU.; publicado por primera vez en marzo de 2004.

[5] Enviado por Julia, EE.UU.; publicado por primera vez en marzo de 2002.

[6] Enviado por Joy, de Sudáfrica; publicado por primera vez en febrero de 2007.

[7] Enviado por Simon Fisher, de Inglaterra; publicado por primera vez en octubre de2005.

[8] Enviado por Joy, de los EE.UU.; publicado por primera vez en julio de 2002.

[9] Enviado por Caleb y Kathleen, de Uganda; publicado por primera vez en mayo de 2004.

[10] Enviado por Lisa, Sudáfrica; publicado por primera vez en mayo de 2003.

[11] Enviado por Christina S., EE.UU.; publicado por primera vez en diciembre de 1998.

[12] Enviado por Philip y Meekness, de Namibia; publicado por primera vez en las 12 piedras fundamentales, Clase 10b: Cómo obtener resultados.

 

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