Enviado por Peter Amsterdam
julio 5, 2011
Las tentativas de definir teológicamente la persona de Jesús y Sus naturalezas —tanto la humana como la divina— se dieron principalmente en dos períodos históricos: primero en los siglos IV y V, y más tarde, en el XIX y el XX.
Después de formularse y establecerse oficialmente la doctrina de la Trinidad, el foco de atención teológico pasó a ser las dos naturalezas de Cristo. (1) Como Dios, estaba imbuido de una naturaleza divina, y (2) habiéndose encarnado como hombre, tenía también una naturaleza humana. Como hemos visto, el credo niceno afirma que Jesús fue verdadero Dios y a la vez verdadero hombre. Los interrogantes que surgieron de esa afirmación giran en torno a cómo podía ser posible que la persona de Jesús de Nazaret estuviera imbuida de ambas naturalezas y de qué forma se relacionaban entre sí. ¿Una de los dos tenía preeminencia? ¿La naturaleza divina prevalecía sobre la humana? ¿Se aunaban formando una sola? ¿Cómo interactuaban?
En los siglos IV y V varios obispos y otros dirigentes eclesiásticos plantearon su forma de entender esa cuestión. El problema es que los modelos que presentaron no eran adecuados, pues no mantenían separadas e intactas la naturaleza divina y la humana, o arribaban a la conclusión de que en Jesús moraban dos personas.
Abordaré brevemente los principales modelos inadecuados. Resulta beneficioso conocer esta información, pues forma parte de la evolución histórica del cristianismo y nos ayuda a alcanzar una comprensión más profunda de nuestra fe. Resulta oportuno sobre todo cuando surgen cuestionamientos o nos enfrentamos a personas que promueven falsas doctrinas. Los dos primeros —el docetismo y el ebionismo— surgieron en los albores del cristianismo, en los siglos I y II. Los otros aparecieron en los siglos IV y V.
El docetismo negaba que Jesús fuera humano. Los docetistas consideraban que la pureza divina no podía unirse a la maldad de la carne humana. Sostenían que la vida y el nacimiento de Jesús, así como Su sufrimiento y martirio, eran ilusorios, que constituían un espejismo, no una realidad. Por ende negaban la realidad de que Jesús hubiera adoptado forma humana.
(El docetismo fue refutado por el apóstol Juan en 1 Juan 4:2,3: «En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo». Y también en 2 Juan 7: «Muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo».)
El ebionismo surgió de una forma de cristianismo basada en el judaísmo. Dado que no lograban conciliar la idea de que Jesús fuera Dios con el monoteísmo judaico, los ebionistas lo refrendaban como humano, pero negaban Su deidad. Afirmaban que se trataba de un hombre que, a causa de Su estricta obediencia a la Ley, al momento de ser bautizado por Juan se había convertido en el Mesías e Hijo de Dios.
El arrianismo: Como vimos en un artículo anterior, Arrio concibió el Logos —el hijo de Dios— como creación de Dios y por ende no como Dios mismo; así, negaba la deidad de Jesús.
El apolinarismo: Apolinar, obispo de Laodicea alrededor del año 361 d.C., sostuvo que la persona de Cristo tenía un cuerpo humano y un alma humana (animal), pero no un alma o mente humana racional. Más bien el alma o mente racional que obraba dentro de Él era la del Logos, el Dios Hijo. De haber sido así, Jesús no habría sido del todo humano; solo había tenido un cuerpo humano, no una mente humana. Como afirmamos en el artículo anterior, para ser el instrumento salvífico que redimiría a la humanidad, Jesús tenía que ser plenamente humano. Uno de los argumentos que se emplean contra el apolinarismo es que «no pudo haber sanado lo que no asumió». En la salvación Jesús no representa solamente el cuerpo humano, sino también la mente y el espíritu del hombre.
El nestorianismo: Nestorio se convirtió en obispo de Constantinopla en el año 428 d.C. Las enseñanzas relacionadas con su nombre postulan que Cristo prácticamente estaba constituido por dos personas que habitaban un mismo cuerpo, en vez de una sola. Alegaba que no hubo una unión auténtica del Logos con el hombre, sino una suerte de cohabitación. Sin embargo, eso no es congruente con la forma en que el Nuevo Testamento retrata a Jesús. No muestra Su naturaleza humana separada de Su naturaleza divina. No hay una relación personal distintiva entre ambas naturalezas. No se describe ninguna relación entre yo y tú, como la que sí hay entre las distintas personas que componen la Trinidad. Los autores de los Evangelios no afirmaron que la naturaleza humana de Jesús obró tal o cual cosa y Su naturaleza divina obró tal o cual otra. Se describe a Jesús siempre como una persona, no dos.
El monofisitismo (que también se conoce como eutiquianismo): En oposición al nestorianismo, Eutiques (circa 378–454 d.C.) postuló que la naturaleza humana de Jesús se fundió con Su naturaleza divina y por ende no tuvo sino una sola. Como consecuencia, la naturaleza de Jesús fue una combinación de ambas naturalezas, de lo que se deriva que de dicha fusión surgió una tercera naturaleza que no era ni humana ni divina. Aquello se consideró una mezcla o confusión de ambas naturalezas.
Es importante entender que Jesús estaba imbuido de dos naturalezas: una divina y la otra humana. Sin embargo, la una no fue absorbida por la otra, y no puede haber confusión entre ellas. De modo que, aunque tuviera dos naturalezas, se trataba de una misma persona. Esas naturalezas no cohabitaron en Jesús, pues eso hubiera hecho de Él dos personas en un mismo cuerpo. Todo fluía desde un único centro personal. Esas dos naturalezas se unieron en Jesús de tal modo que no era Dios y hombre, sino Dios-hombre, una persona[1].
William Lane Craig ofreció una breve explicación de ese dilema: «¿Qué es exactamente lo que postulamos al afirmar que Cristo subsiste en dos naturalezas? Implica que esencialmente Cristo es una divinidad que en la encarnación asumió una mente racional y un cuerpo físico, que son los atributos fundamentales del ser humano. Él reúne todo lo indispensable para ser Dios y a la vez hombre»[2].
Por mucho que uno intente entender cómo actúan esas dos naturalezas en Jesús, resulta imposible. Solo podemos conocer y comprender el concepto, al igual que hacemos con la Trinidad, pero difícilmente lograremos entender cómo se produjo en la práctica. Jesús fue la única persona que alguna vez llegó a ser Dios encarnado, el Dios-hombre. De ahí que no haya nada en nuestra experiencia humana con qué compararlo, no hay forma de comprenderlo a plenitud.
La concepción de Jesús cumplió un papel en la encarnación de Dios. María, Su madre, concibió sin intervención de hombre alguno. Era una virgen que estaba comprometida con José, con quien aún no se había desposado. Quedó encinta por medio del poder del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con Su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios[3].
Jesús fue el único hombre concebido sin la mediación de un padre humano; por ende no es de sorprenderse que fuera único, en el sentido de que era plenamente humano y plenamente Dios, imbuido tanto de la naturaleza humana como de la divina. Su concepción virginal fue señal de Su deidad y a la vez de Su encarnación como hombre.
Incluiré unas palabras sobre María aquí. A María se la denomina «madre de Dios», que viene del término griego Theotokos. Se le dio ese nombre para dejar claro que Cristo fue Dios desde el momento de Su concepción, y por ende ella fue la madre de Dios. Sin embargo, eso no significa que fuera la madre del Logos eterno, Dios Hijo, pues el Hijo existió desde siempre antes de ser concebido en el vientre de María. Por ende, María fue la madre de Dios en cuanto a Su naturaleza humana, Su condición de hombre.
William Lane Craig lo explica así: «La doctrina cristiana de la encarnación afirma que Jesucristo es Dios hecho hombre. Por ende Jesús fue tanto Dios como hombre. Nació de la virgen María; es decir, que aunque Su concepción fue sobrenatural, Su alumbramiento fue perfectamente natural. Dado que Jesús es Dios hecho hombre, en los primeros credos cristianos a Su madre, María, se la denomina “Madre de Dios”, o “la que dio a luz a Dios”». Eso no quiere decir que Dios adquiriera existencia por haber sido concebido por María ni que María de alguna manera lo procreara, sino más bien que a María se la puede llamar engendradora de Dios porque la persona a la que gestó y alumbró era divina. De ahí que en cierto sentido el nacimiento de Jesús fuera el alumbramiento de Dios»[4].
En el año 451 d.C. el emperador Marciano convocó un concilio ecuménico a celebrarse en Calcedonia (en lo que hoy es Turquía) para resolver el asunto de las naturalezas divina y humana de Jesús. Más de 500 obispos se reunieron en aquel concilio con el objeto de llegar a una conclusión sobre el tema. El concilio fijó parámetros bajo los que debían plantearse las especulaciones teológicas sobre el tema de las dos naturalezas de Jesús. El concilio no se propuso resolver la cuestión de cómo se había producido la encarnación, o de qué modo había sido posible, sino solamente determinar lo que podía y no podía afirmarse, estableciendo el marco dentro del cual podía abordarse el asunto.
El concilio afirmó lo siguiente:
En resumidas cuentas, no deben confundirse las naturalezas ni dividirse a la persona. Se trata de dos naturalezas presentes en una sola persona, que es Cristo.
Al señalar los límites dentro de los que uno debe mantenerse para no errar teológicamente en este asunto, la mayoría de los teólogos emplean la analogía de navegar entre dos grandes rocas: de un lado, dos naturalezas; del otro, una persona. En tanto que uno navegue entre ellas, no corre riesgos en sentido teológico.
El concilio no publicó un credo nuevo (no hubo más credos con posterioridad al credo niceno constantinopolitano), sino que publicó una definición de la fe que rechazaba el apolinarismo, el nestorianismo y el monofisitismo. La definición calcedónica dice textualmente (las palabras entre corchetes las añadí yo para mayor esclarecimiento):
Siguiendo, pues, a los santos padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad [rechazo del apolinarismo]; Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo,
consustancial [teniendo la misma sustancia] con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad,
semejante en todo a nosotros [plenamente humano], menos en el pecado;
engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad [eternamente existente como divinidad], y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad [lo cual indica que ella no es madre de Su naturaleza divina, sino de Su naturaleza humana]; que se ha de reconocer a uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en modo alguno borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión [rechazo del monofisitismo], sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas [rechazo del nestorianismo], sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo, como de antiguo acerca de Él nos enseñaron los profetas, y el mismo Jesucristo, y nos lo ha transmitido el Símbolo [Credo] de los Padres.
En los siglos posteriores al Concilio de Calcedonia surgió una doctrina denominada monotelitismo. Según ella, aunque Cristo era una sola persona con dos naturalezas —con lo que se ajustaba a la declaración calcedónica—, existía una sola voluntad divina-humana; por ende en Jesús había dos naturalezas, pero una sola voluntad. Algunos la consideraron un rechazo de la definición calcedónica.
En el tercer Concilio de Constantinopla, celebrado en el año 681 d.C., los dirigentes eclesiásticos determinaron que había dos voluntades en Cristo. Las voluntades están adscritas a las dos naturalezas distintas de Cristo, no a la persona. La doctrina de las dos voluntades ha sido generalmente refrendada dentro de la iglesia, aunque no universalmente.
Tal fue el debate final de la iglesia primitiva sobre el tema. Más tarde, principalmente en los siglos XIX y XX, se llevaron a cabo más estudios sobre el particular, en los que ahondaremos en el próximo artículo.
Los versículos citados proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[1] Williams, J. Rodman: Renewal Theology, Systematic Theology from a Charismatic Perspective, Zondervan, Grand Rapids, 1996.
[2] Craig, William Lane: Fictionalism and the Two Natures of Christ, 2007.
[3] Lucas 1:35
[4] Craig, William Lane: The Birth of God, en www.reasonablefaith.org.
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