Lo esencial: La encarnación (tercera parte)

julio 12, 2011

Enviado por Peter Amsterdam

En el artículo anterior vimos que a lo largo de los siete primeros siglos los padres de la Iglesia dieron forma a la doctrina de la encarnación. Examinamos diversas enseñanzas que surgieron para explicar el mecanismo por el que Jesús, el Logos, Dios Hijo, fue también plenamente humano. Muchas de esas enseñanzas fueron declaradas falsas por los concilios de la Iglesia. En los debates en que se discutieron dichas enseñanzas se acordaron los términos que se emplearían para explicar la doctrina y, en algunos casos, se establecieron los parámetros en que se encuadrarían futuras deliberaciones. Después de ese período, durante más de mil años apenas hubo más debates sobre la encarnación de Cristo.

De los concilios ecuménicos al Cisma de Oriente

Durante los primeros quinientos años, a medida que el cristianismo se desarrollaba y se expandía, surgieron centros teológicos. Los dos primeros fueron Antioquía (en lo que actualmente es Turquía) y Alejandría (en Egipto), ambos en la parte oriental del Imperio romano. Con el tiempo, Roma, situada en la parte occidental, también se convirtió en un centro teológico. En esos centros surgieron diversas escuelas teológicas, que con frecuencia se opusieron la una a la otra. Tal como hemos visto, para determinar cuál era la postura teológica correcta, se convocaron concilios. Cuando asistían a un concilio representantes de la Iglesia Oriental y de la Occidental, se consideraba que el concilio era ecuménico, por participar en él obispos de toda la cristiandad y no de una sola región. A lo largo de los siglos se celebraron muchos otros concilios, pero por lo general no fueron ecuménicos, pues solo asistieron representantes de una provincia o región. Hubo un total de siete concilios que sí fueron considerados ecuménicos tanto por la Iglesia Occidental como por la Oriental.

Si bien durante ese período inicial hubo diferencias en la forma de entender e interpretar las Escrituras entre la Iglesia de la parte oriental del Imperio y la de la parte occidental, en general la Iglesia estuvo unida. Se produjeron algunas ramificaciones, que todavía subsisten, pero en términos generales la Iglesia de Oriente y la de Occidente permanecieron unidas.

Los obispos de Oriente y de Occidente se reunían para definir cuestiones doctrinales. Luego durante siglos, por diversas razones, la Iglesia Oriental y la Occidental fueron distanciándose en sus concepciones y su aplicación de la teología, hasta que finalmente en el año 1054 se produjo un cisma en la Iglesia y esta quedó dividida entre la Iglesia Ortodoxa, con sede en Constantinopla, y la Iglesia Católica Romana, con sede en Roma. Ambas continuaron adhiriéndose a las doctrinas fijadas en los siete primeros concilios ecuménicos y, por tanto, concuerdan plenamente en cuanto a las doctrinas fundamentales del cristianismo. De todos modos, a partir de ese momento solo asistieron obispos de la Iglesia Católica Romana a los concilios universales que se celebraron, por lo que no tuvieron el mismo carácter ecuménico de los primeros.

La Reforma Protestante

En el año 1517 el cristianismo se vio afectado por un componente que irrumpió con gran fuerza. Martín Lutero, un monje católico alemán, presentó una interpretación de las Escrituras que difería radicalmente de la visión que la Iglesia Católica Romana había adoptado para entonces. Eso dio inicio a un movimiento conocido como la Reforma, que influyó profundamente en el cristianismo. Sin entrar en muchos detalles diremos que Lutero discrepaba de las creencias católicas en dos puntos fundamentales. Sostenía que las Escrituras enseñan que la salvación se alcanza solo por la fe, a diferencia de la visión católica de que se obtenía por la fe y por las obras. También enseñó que las Escrituras eran la única autoridad para dirimir cuestiones doctrinales, en contraposición a la creencia católica de que las enseñanzas de la iglesia y especialmente las aprobadas por el papa estaban al mismo nivel y tenían la misma autoridad que las Escrituras. Por esas opiniones, Lutero fue excomulgado de la Iglesia Católica.

En la misma época, otros reformadores como Ulrico Zuinglio en Zúrich y Juan Calvino en Ginebra también se separaron de la Iglesia Católica y comenzaron a elaborar argumentos teológicos y por tanto creencias que diferían de la doctrina católica. El nombre protestante es un término general para designar a todos los cristianos que consideran que la salvación es solo por fe.

No obstante, es importante entender que todos los reformadores concordaron con las doctrinas fundamentales que se definieron con gran esfuerzo en los siete concilios ecuménicos. Hoy en día existen ciertas desavenencias entre los protestantes, pero por lo general todos aceptan la doctrina de la encarnación. Y si bien los protestantes de otras épocas y los de hoy en día tienen desacuerdos teológicos con la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Ortodoxa, coinciden en los aspectos fundamentales de la Trinidad y la encarnación, es decir, en que Jesús fue plenamente Dios y plenamente hombre, tal como se expresó en los antiguos concilios de Nicea, de Constantinopla y de Calcedonia.

Una diferencia importante entre la Iglesia anterior a la Reforma y la posterior es que ya no hay un grupo unido y definido de personas que puedan congregarse para determinar las enseñanzas que son ciertas y las que son falsas, como sí era posible en los seis primeros siglos del cristianismo. Antiguamente, los concilios ecuménicos refutaban y censuraban de forma oficial las falsas enseñanzas, y esos dictámenes eran aceptados por la mayoría de los cristianos de la época. Desde la Reforma no ha habido una asamblea universalmente aceptada que pueda emitir juicios de esa índole. (Los católicos romanos han seguido celebrando concilios ecuménicos, pero a los protestantes y ortodoxos solo se les permite participar en ellos en calidad de observadores. No tienen derecho a voto, por lo que las decisiones y declaraciones de tales concilios no son respetadas por las iglesias protestantes y ortodoxas.) Por consiguiente, las falsas doctrinas surgidas en siglos recientes no se han condenado oficialmente, lo cual no significa que no sean falsas.

La teología liberal

En los siglos XIX y XX surgieron nuevas enseñanzas y especulaciones sobre la encarnación de Cristo. Entre la Reforma y el final del siglo XVIII, período conocido históricamente como la Ilustración, el mundo occidental cambió radicalmente. Se descubrió el Nuevo Mundo, se probaron otras formas de gobierno y se hicieron grandes progresos en el ámbito de las matemáticas, las ciencias, la astronomía, la agricultura, la economía y la filosofía. En general el mundo occidental acumuló gran cantidad de nuevos conocimientos que eliminaron o modificaron lo que se había creído en los mil años anteriores. Durante ese período, el cristianismo y las iglesias no gozaron de la misma estimación que antes. La gente se volvió mucho más descreída.

A finales del siglo XVIII, y todavía más en el XIX, la doctrina de la encarnación volvió a ser tema de debate entre los teólogos. Con los nuevos conocimientos de que se disponía en muchas áreas del pensamiento y del saber, numerosos teólogos buscaron mejores interpretaciones de la doctrina, que se ajustaran más a la forma moderna de pensar, aunque algunas resultaron ser variantes de explicaciones condenadas en los seis primeros siglos. Examinaremos algunas en términos generales.

Hacia el final del siglo XVIII, y notablemente en la obra del teólogo alemán Friedrich Schleiermacher (1768–1834), hubo un alejamiento de la visión de la persona de Cristo, desde un punto de vista teológico, como el Dios-hombre con dos naturalezas, y en favor de una interpretación más histórica, centrada en la humanidad de Jesús. Eso condujo a una imagen de Jesús como hombre divino, pero no Dios, un hombre que tuvo una singular «conciencia de Dios», un sentido perfecto y cabal de unión con la divinidad. La encarnación fue concebida como la unión de Dios y el hombre[1].

La influencia de Schleiermacher se extendió hasta mediados del siglo XIX con las enseñanzas de Albrecht Ritschl (1822–1889), otro teólogo alemán. Él enseñó que Jesús fue un simple hombre, pero que debido a la obra que realizó y al servicio que prestó a la humanidad es justo considerarlo Dios. Rechazó que Jesús fuera el Logos preencarnado, así como la doctrina de la encarnación y que naciera de una virgen. Jesús tomó como Suyo el propósito de Dios, y ahora de alguna manera induce a los hombres a abrazar el cristianismo e integrarse a la comunidad cristiana. Redime a los hombres mediante Sus enseñanzas, Su ejemplo y Su influencia única, por lo que es digno de ser llamado Dios[2].

Schleiermacher y Ritschl no fueron de ninguna manera los únicos teólogos que creyeron y enseñaron este dogma, pero sí fueron los más influyentes.

Varios teólogos alemanes entre 1860 y 1880, y varios ingleses entre aproximadamente 1890 y 1910, defendieron un concepto de la encarnación que era nuevo en la historia del cristianismo. Se llamó teología kenótica.

La kénosis se basó en un pasaje que escribió Pablo a los filipenses:

Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús: Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dioscomo cosa a que aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres[3].

La teología kenótica sostiene que Cristo se despojó de algunos de Sus atributos divinos —por ejemplo, de Su omnisciencia, Su omnipresencia y Su omnipotencia— cuando vino a vivir a la Tierra. El nombre de la teoría deriva del vocablo griego kenoō, que significa vaciar, y que en este pasaje se tradujo como despojarse.

El teológo Wayne Grudem explicó bastante bien el argumento contra la kénosis al escribir:

¿Enseña Filipenses 2:7 que Cristo se despojó de algunos de Sus atributos divinos? ¿Confirma el resto del Nuevo Testamento esta interpretación? Las Escrituras indican una respuesta negativa a ambas preguntas. En primer lugar debemos entender que ningún maestro reconocido de los primeros 1.800 años de historia de la Iglesia —ni siquiera los que tenían el griego como lengua materna— consideró que en Filipenses 2:7 la expresión «se despojó» significara que el Hijo de Dios renunció a algunos de Sus atributos divinos. En segundo lugar, debemos reconocer que el texto no dice que Cristo «se despojó de algunos poderes», ni que «se despojó de atributos divinos», ni nada parecido. En tercer lugar, el texto describe de qué forma «se despojó» Jesús. No fue renunciando a alguno de Sus atributos, sino tomando «la forma de siervo», es decir, viniendo a vivir como un ser humano, y «hallándose en la condición de hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2:8). O sea, que el propio contexto interpreta la expresión «despojarse» y la da por equivalente a «humillarse» y adoptar una situación o condición baja. Por eso otras versiones de la Biblia, en vez de traducir esa expresión como «se despojó a Sí mismo», dicen que «se anonadó a Sí mismo», se redujo a la nada (Filipenses 2:7, RV1909). Ese despojamiento significó un cambio de función y de condición, no una pérdida de atributos o de naturaleza[4].

Algunos teólogos kenóticos sostuvieron que Filipenses 2:7 daba a entender que el Logos renunció a todos los atributos divinos. Algunos fueron más lejos y dijeron que cuando Dios Hijo se hizo hombre perdió la conciencia de Su naturaleza divina, y dejaron de habitar en Él el Padre y el Espíritu, y Él en ellos, por lo que la Trinidad se vio profundamente afectada por la encarnación.

La kénosis niega la encarnación, pues si Cristo hubiera renunciado a algunos de Sus atributos divinos, habría dejado de ser Dios. En Filipenses 2, Pablo se dirige a los cristianos de Filipos y los exhorta a ser humildes, y da como ejemplo a Jesús, que no se aferró a Su gloria celestial, sino que humildemente tomó la forma de siervo. Abandonó la gloria del cielo, renunció a Su condición celestial. No es que se despojara de Sus atributos divinos; fue un acto voluntario de amor y compasión. En las Escrituras no hay prueba alguna de que renunciara a alguno de Sus atributos divinos.

Isaak August Dorner (1809–1884), luterano alemán, se opuso resueltamente a la teoría kenótica. Enseñó que Jesús fue Dios en carne, pero propuso la teoría de la encarnación progresiva. Según su teoría, «la encarnación, en efecto, no debe concebirse como un acto que desde un comienzo ya se realizó en su totalidad, sino como un proceso gradual»[5]. Sostuvo que al principio de Su vida, Jesús no era Dios-hombre. Más bien, conforme se fue sometiendo al Padre en todo, el Logos gradualmente fue penetrando Su humanidad. La última fase de esa penetración progresiva fue la resurrección. Esa teoría resultó ser una forma de nestorianismo, con dos personas separadas en Cristo.

La teología liberal de los siglos XIX y XX solía considerar la encarnación un mito y sostenía que Jesús fue meramente un hombre con un extraordinario vínculo con Dios. En el libro The Myth of God Incarnate, John Hick declara:

Jesús fue un «hombre aprobado por Dios» para desempeñar un singular papel en el plan divino, y el posterior concepto de él como encarnación de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad que vivió como un ser humano, es una expresión mitológica o poética de lo que representa para nosotros[6].

Tal creencia niega la divinidad de Cristo y se opone a la doctrina de la Trinidad.

Conclusión

En las Escrituras está claro que Jesús es Dios y también que se hizo hombre, Dios encarnado. De todos modos, nadie puede entender plenamente cómo se produjo la encarnación y cómo fue que en la persona de Cristo se unieron dos naturalezas. Es algo que está más allá del alcance de la mente humana. La doctrina cristiana ortodoxa se adhiere al Credo de Calcedonia, que fija ciertos límites pero no explica cómo ocurrió. Es prudente que, como cristianos, nos ciñamos a esos parámetros, a saber:

  • Cristo tiene dos naturalezas, una humana y una divina, cada una de ellas plena.
  • Tiene alma racional y cuerpo.
  • Es perfecto en humanidad y en deidad.
  • En Cristo hay una sola persona.
  • En Él la naturaleza divina y la humana son inconfundibles, inmutables, indivisibles e inseparables.

Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria[7].

Las doctrinas de la Trinidad, de la divinidad de Cristo y de Su encarnación son elementos importantes de los cimientos del cristianismo. Ruego que estos primeros artículos de Lo esencial te hayan ayudado a entenderlas más a fondo.

¡Que nuestro maravilloso y formidable Señor y Salvador, nuestro amoroso Jesús, la segunda Persona de la Trinidad, Dios Hijo, el Logos eternamente preexistente, la Palabra de Dios, ese Ser que nos ama tan intensamente, que cuida de nosotros en todo sentido, que optó por sufrir y morir por nuestra salvación, te bendiga en gran manera todos los días!

Resumen de los artículos sobre la encarnación:

  • Aparte de ser plenamente Dios, Jesús es también plenamente hombre.
  • En el Nuevo Testamento hay muchos versículos que evidencian la humanidad de Jesús.
  • Solo Dios podía llevar el peso de los pecados del mundo. Solo un ser humano podía representar vicariamente a la humanidad. Para darnos salvación hizo falta Jesús, que era a la vez Dios y hombre.
  • Encarnación significa que Jesús es Dios en carne humana.
  • Mientras Jesús, siendo Dios, vivió en la Tierra en carne humana, fue plenamente humano y tuvo los mismos atributos, necesidades, debilidades, limitaciones y tentaciones que cualquier ser humano.
  • Si bien tuvo la tentación de pecar, no pecó. Si hubiera pecado, no sería Dios, puesto que en Dios no hay pecado.
  • A lo largo de los siglos surgieron diversas doctrinas sobre Jesús que se revelaron falsas, pues negaban Su plena divinidad o Su plena humanidad.
  • La teología liberal que se inició en el siglo XVIII introdujo conceptos que se popularizaron y que también niegan la divinidad de Cristo y la doctrina de la Trinidad.
  • Aunque hoy en día existen desacuerdos entre las iglesias protestantes, católica y ortodoxa, todas ellas concuerdan en las doctrinas básicas de la Trinidad y la encarnación, tal como se expresaron en los antiguos concilios de Nicea, Constantinopla y Calcedonia.
  • La descripción de la naturaleza de Jesús que define la doctrina cristiana se fijó en el Concilio de Calcedonia. Se dijo que Jesús era «perfecto en deidad y también perfecto en humanidad; verdadero Dios y verdadero hombre, […] para ser reconocido en dos naturalezas, […] indivisibles, inseparables; […] concurrentes en una Persona y una Sustancia, […] uno y el mismo Hijo, y unigénito Dios, la Palabra, el Señor Jesucristo».

Notas

Los versículos citados proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


Bibliografía

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Berkhof, Louis: Teología sistemática, Libros Desafío, 1998.

Cary, Phillip: The History of Christian Theology, charlas 11 y 12, The Teaching Company, Chantilly: 2008.

Craig, William Lane: The Doctrine of Christ, charla de la serie Defenders.

Garrett, Jr., James Leo: Teología sistemática, bíblica, histórica, evangélica, tomo I, Mundo Hispano, 2007.

Grudem, Wayne: Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica, Vida, 2007.

Kreeft, Peter, y Tacelli, Ronald K.: Handbook of Christian Apologetics, InterVarsity Press, Downers Grove, 1994.

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Stott, John: Cristianismo básico, Ediciones Certeza, 1997.

Williams, J. Rodman. Renewal Theology, Systematic Theology from a Charismatic Perspective. Grand Rapids: Zondervan 1996.


[1] Berkhof, Louis: Teología sistemática, Libros Desafío, 1998.

[2] Berkhof, Louis: Teología sistemática, Libros Desafío, 1998.

[3] Filipenses 2:5–7

[4] Grudem, Wayne: Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica, Vida, 2007.

[5] Dorner, Isaak: System of Christian Doctrine, Vol. 3, T. & T. Clark, Edinburgo, 1880–82, p.340.

[6] Hick, John (ed.): The Myth of God Incarnate (Westminster, Filadelfia, 1977), IX, citado por Williams, J. Rodman: Renewal Theology, Systematic Theology from a Charismatic Perspective, Zondervan, Grand Rapids, 1996, P. 326n115.

[7] 1 Timoteo 3:16

Traducción: Jorge Solá
Revisión: Cedro Robertson y Gabriel García V.