Amor en el estacionamiento

julio 30, 2011

Enviado por María Fontaine

A medianoche los estacionamientos pueden tener una atmósfera muy romántica. Apuesto a que muchos de ustedes saben eso por experiencia. Sin embargo, ahora no hablo de lo que solíamos hacer de adolescentes en nuestros autos en algún estacionamiento. Hablo de los ratos que pasé con Jesús durante las vacaciones que Peter y yo tomamos hace varios meses. Fue una experiencia llena de romanticismo.

Solo tenía dos opciones para hacer ejercicio a diario: ir al gimnasio, donde el aire acondicionado era frío o caminar por el exterior en un ambiente más templado. Como me da frío fácilmente, opté por caminar al aire libre, aunque hiciera calor. Sin embargo, descubrí que incluso para mí había un límite para el calor que podía soportar. Así pues, debido a que donde estábamos era una época del año de mucho calor, esperé hasta cerca de la medianoche para caminar, porque a esa hora era un poco más fresco.

Iba a caminar a una hora en que había silencio y casi todos se habían ido a dormir. A esa hora, el único lugar seguro para caminar sola era en el estacionamiento, que estaba bien iluminado y tenía un vigilante. El estacionamiento rodeaba el lugar donde nos hospedábamos por los cuatro lados, lo que lo convertía en un camino agradable alrededor de la propiedad con los espacios para estacionarse en las orillas. En cinco minutos recorría todo el círculo del estacionamiento y daba varias vueltas para caminar más tiempo. En las caminatas pasaba ratos en privado con Jesús y Él me dio varios recordatorios de Su amor.

El vigilante nocturno era amable y me aseguró que no corría peligro al caminar por el estacionamiento. Él era como un recordatorio de que los ángeles guardianes siempre están presentes y que sin duda estaban de pie en las tenues sombras mientras caminaba, pero siempre cerca y consoladores. Podía relajarme y disfrutar del ejercicio, además del rato que pasaba con Jesús, pues sabía que tanto el vigilante como los ángeles guardianes hacían su trabajo.

En cuanto a mi pensamiento original: ¿Qué tenía de romántico el estacionamiento? Era un rato de caminar y hablar con Aquel que conoce mi corazón mejor que yo misma. El silencio me rodeaba, no había distracciones; no había otra cosa además de la luna que captara mi atención, lo que mejoró la experiencia.

Bueno, a veces aparecía un conejito que hacía una pausa en el pasto mientras yo caminaba. No parecía estar asustado; solo tal vez con un poco de curiosidad. Al igual que yo, se quedaba ahí hasta tarde. También lo veía temprano por la mañana. Me preguntaba a qué hora dormía. Yo tengo que dormir mucho y de todos modos me siento cansada. Sin embargo, el Señor me animó diciéndome que lo que cuenta no es mi energía sino mi motivación; mi deseo de pasar tiempo con Jesús anula mi deseo de dormir, aun cuando me parece que no he dormido lo suficiente. Ya conocen esa sensación, cuando alguien está enamorado se olvida del cansancio por el deseo de estar con la persona amada.

Reconozco que contemplar autos no es una de mis actividades favoritas. Me recuerdan el ruido, la velocidad y el peligro. Por otro lado, los autos me dieron un motivo para alabar a Jesús mientras caminaba: que el Señor nos permite tener esa comodidad y hasta necesidad; sin los autos nuestra vida sería mucho más difícil.

La vista de los autos era compensada por la belleza natural de los árboles que crecían al lado del muro que rodeaba la propiedad. El alumbrado de seguridad del estacionamiento hacía que brillaran las hojas, dándoles una apariencia como de pluma o encaje, y un tono tenuemente dorado. Las luces que resplandecían por entre los árboles le daban al lugar un efecto etéreo, casi mágico. El contraste entre la oscuridad y la luz celestial y dorada causaba un efecto singular que solo se podía apreciar de noche.

De día las cosas pueden parecer muy duras, escuetas, pragmáticas y utilitarias; en cambio, en la suave oscuridad de la noche mezclada con las luces suaves, todo cambia. No se ven las imperfecciones ni los defectos. El amor del Señor es algo muy parecido.

La oscuridad y el suave brillo parecen dar realce y aumentar la belleza que ya está presente. No es que los defectos hayan desaparecido; aún están ahí y se verán de nuevo con el sol. Sin embargo, la oscuridad, recibida con agrado, cubre los defectos el tiempo lo suficiente como para que apreciemos los puntos de belleza que tal vez no notamos durante el día. Para mí, es una ilustración de cómo Jesús ve la belleza en nosotros y elige pasar por alto nuestras imperfecciones.

Una noche escuché un pájaro cantor. Solo una vez. Nunca lo volví a escuchar. Dio un hermoso concierto con varias canciones. Fue un regalo que mi Señor, siempre atento y bondadoso, quiso que disfrutara.

Había una cascada —pequeña y pintoresca— que funcionaba hasta tarde en la noche. Aunque no hubiera otra persona para disfrutar de esa cascada, yo lo hice.

También había cientos de lucecitas que titilaban con suavidad. Adornaban los árboles que estaban al frente de la propiedad y eran semejantes a estrellas blancas en miniatura que habían caído del cielo. Esas son siempre mis favoritas. Me hacen pensar en cómo serán las luces en el Cielo.

Cuando caminaba alrededor de ese estacionamiento de noche, llevaba mi reproductor de MP3 con muchos archivos interesantes para escucharlos; sin embargo, pocas veces lo encendí, porque aquel era el rato que pasaba con Jesús y sentía Su llamado amoroso.

Hablamos de muchas cosas. Me recordó que hasta los estacionamientos pueden ser bellos cuando Él está presente. Me aseguró que sean cuales sean las circunstancias en que nos encontremos, podemos sacar una extraordinaria enseñanza.


Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.