Labrar nuestra propia eternidad

agosto 2, 2011

Enviado por Peter Amsterdam

Alguien me mencionó hace poco que luego de haber dedicado gran parte de su vida a lo espiritual durante los largos años que trabajó como misionero para el Señor, ahora se sentía desanimado porque su situación material era muy precaria. No tiene ahorros, posee pocos bienes, carece de historial y de referencias y le faltan otras cosas que la sociedad tiene por valiosas. Es normal sentirse así cuando uno ve que otras personas de su misma edad que siguieron otro estilo de vida, que no se pasaron años sirviendo a Dios y a los demás, que están bien establecidas, cuentan con una situación económica aceptable o incluso holgada y tienen en su haber muchos bienes materiales y hasta ahorros. No me cabe duda que muchos de nosotros hemos abrigado sentimientos parecidos últimamente. Son muchos los que hoy en día se encuentran en una frágil situación económica y en otros aspectos prácticos y eso exacerba la sensación de sentirse en desventaja.

Al reflexionar y orar acerca de esto, llegué a la conclusión de que esencialmente se trata de una inversión a largo plazo. Hoy en día muchas personas hacen inversiones con la esperanza de que sus activos se vean incrementados a medida que pasen los años, y así adquirir mucho más de lo que tenían cuando empezaron. Cuando observamos a la gente de la sociedad que tiene nuestra misma edad, es obvio que muchos invirtieron en su educación, su familia, su auto, su forma de vida, acciones y valores, etc., y en general hoy usufructúan de todo eso. (Huelga decir que con la recesión muchos que invirtieron durante años o una vida entera han visto el valor de su inversión caer drásticamente o en algunos casos lo han perdido todo.)

Es normal sentirse en desventaja si uno compara su situación con la de aquellos que al parecer han progresado mucho más en cuanto a bienes materiales. Es lógico también que nos aventajen, pues han invertido más de su vida en esas cosas.

A lo largo de nuestra vida nosotros hemos invertido en otras cosas, en valores inmateriales. Nos hemos hecho tesoros en el Cielo invirtiendo en lo espiritual.[1] Nuestro plan de inversiones ha sido eterno, no temporal. Nuestro servicio a Dios —el haber sacrificado los tesoros materiales de este mundo para ofrecer a los demás salvación, manifestarles amor y compasión, dedicar tiempo a nuestra relación con el Señor y mucho más— son inversiones sólidas a la largo plazo, de hecho, a muy largo plazo, es decir, para la eternidad.

Todos conocemos el viejo adagio de que cuando te mueres no te llevas nada contigo. Es absolutamente cierto cuando de bienes materiales se trata. La vida corpórea queda atrás junto con todo lo que es tangible. «Lo que es nacido de la carne es carne; lo que es nacido del espíritu es espíritu»[2] Las cosas materiales de esta vida, que hoy valen tanto, no tendrán valor alguno en la vida venidera.

Viene al caso un chiste que me contó un amigo hace un tiempo: Un hombre acaudalado que estaba próximo a morir recibió la visita de un ángel. Le preguntó a este si podría llevarse algunos de sus bienes consigo al Cielo. El ángel respondió que no era lo acostumbrado, pero que de todos modos consultaría. Al regresar le dijo que le daban permiso para llevarse una maleta llena de valores. Al morir, el hombre llegó a las puertas del Cielo con su maleta y el ángel fue a su encuentro. Curioso por saber qué había traído consigo, el ángel le preguntó si no le importaría que echara un vistazo en la maleta, a lo que el hombre accedió sin problemas. Al abrirla, el ángel constató que estaba llena de barras de oro. Miró fijamente al hombre y le preguntó: «¿Trajiste pavimento?»

No hemos acopiado tesoros para nosotros mismos en la Tierra; hemos invertido en las cosas del Espíritu. Eso nos hace ricos a los ojos de Dios.

Diré a mi alma: «Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate». Pero Dios le dijo: «Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios».[3]

Sabemos que no podemos llevarnos bienes materiales con nosotros a la otra vida. Pero sí enviamos valores por adelantado. En cierto sentido nos llevamos con nosotros nuestras riquezas espirituales. Una vida vivida según la Palabra de Dios influye en la vida venidera. Hay algunas cosas que podemos llevarnos con nosotros y que tienen mucho valor en la dimensión espiritual.

Es importante tener eso en cuenta si te comparas con quienes hoy parecen encontrarse en mucha mejor situación que tú, materialmente hablando. Conviene recordar que has invertido fuertemente en el Cielo. Tienes caudales guardados allí; son tuyos porque condujiste tu vida de tal modo que acumulaste esos tesoros. Y mientras continúes invirtiendo en riquezas celestiales, seguirás acumulándolas, independientemente de cuáles sean tus circunstancias presentes o futuras.[4]

Lo que hacemos en esta vida terrenal —el fruto de nuestra relación con el Señor, de nuestro discipulado, de seguir la Palabra de Dios, de nuestro servicio a Él y a los demás, de nuestros actos de amor— es una inversión en la eternidad, que hace una gran diferencia en la otra vida. La carencia de esas inversiones también tiene incidencia. La vida que llevamos, las decisiones que tomamos, el bien que hacemos, el amor que manifestamos; todo eso incide en  nuestro futuro eterno.

Oí una voz que desde el cielo me decía: «Escribe: “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor”. “Sí”, dice el Espíritu, “descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen”».[5]

Aunque cada uno de nosotros por ser cristiano está salvado y tiene vida eterna, todos tendremos que dar cuenta de nuestra vida, de si seguimos a Dios y Su Palabra o de cómo lo hicimos; y recibiremos nuestra recompensa dependiendo de lo que hayamos hecho o dejado de hacer en nuestra vida terrenal.

He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra.[6]

Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.[7]

Por eso, cualesquiera que sean nuestras circunstancias actuales, es importante no perder de vista el hacernos tesoros en el Cielo. Puede resultar difícil mantenerse enfocado en ese objetivo, sobre todo si tenemos ciertas carencias y nos parece que es preciso dedicar más esfuerzos a los aspectos físicos y materiales de nuestra vida de lo que hemos hecho hasta ahora a fin de equilibrar las cosas. Sin embargo, viene bien recordar que al invertir en lo espiritual invertimos en el futuro a largo plazo, igual de tangiblemente que cuando se hace una inversión material. Cuantos más tesoros celestiales acumulamos gracias a la vida que llevamos, mayor será nuestra recompensa.

La Biblia nos enseña que hay diversos grados de recompensas para los salvos. Hay quienes recibirán gran honra y recompensas en el Cielo; también hay otros allí a quienes se los considera «muy pequeños». Hay pasajes que indican que los galardones serán grandiosos para los perseguidos, los que amaron a sus enemigos, los que hicieron el bien. Se hace referencia a recompensa de profeta y recompensa de hombre justo. Esos versículos indican que hay diferencias entre unas recompensas y otras: unas serán mayores y otras, menores.

Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.[8]

Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande.[9]

El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo por cuanto es justo, recompensa de justo recibirá.[10]

De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.[11]

La parábola de las minas[12] (libras) referida por Jesús en Lucas 19[13] muestra, entre otras cosas, que hay diferentes recompensas según lo que hacemos o dejamos de hacer. Por razones de espacio solo voy a citar una porción de la misma.

Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, y les dijo: «Negociad entre tanto que vengo». Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno.

Vino el primero, diciendo: «Señor, tu mina ha ganado diez minas». Él le dijo: «Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades».

Vino otro, diciendo: «Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo; porque tuve miedo de ti, por cuanto eres hombre severo, que tomas lo que no pusiste, y siegas lo que no sembraste». Entonces él le dijo: «Mal siervo, por tu propia boca te juzgo. Sabías que yo era hombre severo, que tomo lo que no puse, y que siego lo que no sembré; ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco, para que al volver yo, lo hubiera recibido con los intereses?»

Y dijo a los que estaban presentes: «Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez minas». Ellos le dijeron: «Señor, tiene diez minas». «Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará».[14]

El siguiente pasaje destaca la importancia de edificar nuestra vida sobre el cimiento, Jesús, y la incidencia que ello tiene en nuestras recompensas futuras.

Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego.[15]

Si bien no «nos llevamos nada con nosotros» en cuanto a bienes materiales, sí lo hacemos en cuanto a los frutos de nuestra vida espiritual. Esos frutos son consecuencia de aplicar la Palabra de Dios en nuestra vida cotidiana, de dejarnos guiar por el Espíritu Santo, de conducirnos con amor, como lo hizo Jesús. Los frutos de nuestro camino espiritual con el Señor, de nuestra obediencia a lo que nos indica, de dar testimonio, de amar al prójimo, de andar en el Espíritu, de ser consecuentes con nuestros valores cristianos... todo ello tiene una gran incidencia en nuestro futuro eterno.

Los cristianos hemos recibido el don de la vida eterna por medio de Jesús. El don de la salvación que Dios nos concede nos garantiza vida eterna. Somos seres eternos. Y tal como hemos visto, lo que hacemos en la Tierra tiene un efecto directo en las recompensas que recibiremos en nuestra existencia eterna. Por ende, el grado en que vivimos nuestra fe hoy es muy importante, pues influye en el largo plazo, no solo en esta vida, sino también en nuestra vida eterna.

Tener presente esa verdad nos ayuda a determinar qué es importante en nuestra vida. Nos ayuda a la hora de decidir cuáles son nuestros valores esenciales y a establecer y mantener el código de ética por el que hemos de regirnos. Debiera ser una pauta en las decisiones que tomamos. Hay que tenerla en cuenta al momento de optar por actuar o no actuar de tal o cual manera. El Señor conduce a cada persona de un modo singular; es probable que la voluntad de Dios para determinada persona sea diferente de lo que dispone para otra. No obstante, en todos los casos, la forma en que vivimos a la luz de la Palabra de Dios y Su voluntad para nosotros, nuestra relación con Él, así como con los demás, el modo en que nos conducimos, el bien que hacemos, el amor que manifestamos, la vida que llevamos... todo eso juega un papel en nuestra eternidad personal.

Al seguir a Dios, cualesquiera que sean las circunstancias… al dejar que los frutos del Espíritu hagan carne en nuestra vida manifestando amor, gozo, paz, benignidad, bondad, fe y templanza… al amar a Dios y al prójimo… al estimar a los demás por encima de nosotros mismos… al amar al prójimo como a nosotros… al permanecer en el Señor y dar a lugar a que Él permanezca en nosotros… al aplicar las enseñanzas de Jesús en situaciones de la vida cotidiana, invertimos en nuestra eternidad personal. que puedes «llevártelo contigo» por medio de los frutos de la fe aplicados a lo largo de tu vida.


[1] No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón(Mateo 6:19–21).

[2] Juan 3:6.

[3] Lucas 12:19–21.

[4] Haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. (Mateo 6:20).

[5] Apocalipsis 14:13

[6] Apocalipsis 22:12

[7] 2 Corintios 5:10

[8] Mateo 5:11–12

[9] Lucas 6:35

[10] Mateo 10:41 ESV.

[11] Mateo 5:19 NIV.

[12] Una mina equivalía a 100 dracmas, correspondiente a tres meses de sueldo de un obrero de aquella época.

[13] Lucas 19:11–26: Prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente. 12 Dijo, pues: «Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver. 13 Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, y les dijo: “Negociad entre tanto que vengo”. 14 Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: “No queremos que éste reine sobre nosotros”. 15 Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno. 16 Vino el primero, diciendo: “Señor, tu mina ha ganado diez minas”. 17 El le dijo: “Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades”. 18 Vino otro, diciendo: “Señor, tu mina ha producido cinco minas”. 19 Y también a éste dijo: “Tú también sé sobre cinco ciudades”. 20 Vino otro, diciendo: “Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo; 21 porque tuve miedo de ti, por cuanto eres hombre severo, que tomas lo que no pusiste, y siegas lo que no sembraste”. 22 Entonces él le dijo: “Mal siervo, por tu propia boca te juzgo. Sabías que yo era hombre severo, que tomo lo que no puse, y que siego lo que no sembré; 23 ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco, para que al volver yo, lo hubiera recibido con los intereses?” 24 Y dijo a los que estaban presentes: “Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez minas”. 25 Ellos le dijeron: “Señor, tiene diez minas”. 26 Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará”».

[14] Lucas 19:12,13,15–26

[15] 1 Corintios 3:12–15