Amar. Vivir. Predicar. Enseñar. Vívelo, 1ª parte

Enviado por Peter Amsterdam

octubre 25, 2011

En el último artículo hablamos del primer elemento del discipulado: Amarlo. En el presente artículo pasaremos al segundo elemento: Vivirlo.

Parte de lo que define al discípulo es la característica de creer firmemente en las enseñanzas de un líder, una filosofía o religión, y procurar obrar de acuerdo a las mismas.

El Nuevo Testamento respalda esta definición:

Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores[1].

No amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad[2].

El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo[3].

La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús[4].

Cuando Jesús se arrodilló humildemente frente a Sus discípulos para lavarles los pies, dijo:

Porque ejemplo os he dado, para que como Yo os he hecho, vosotros también hagáis[5].

Un discípulo es un hacedor, alguien que adopta las actitudes de Cristo, que sigue Su ejemplo, que anda como Jesús anduvo. En este caso el término andar se refiere a la forma de vivir, de auto regularse, de conducirse. Por eso cuando andamos como anduvo Él, nos conducimos como lo hizo Jesús. Aplicamos a nuestra vida los principios de Sus palabras y actos.

Jesús, Dios Hijo, adoptó la condición de ser humano y vivió como tal. Lo hizo de manera perfecta, sin cometer pecado. Como dice la epístola a los colosenses: Él es la imagen del Dios invisible[6]. Porque a Dios le agradó habitar en Él con toda Su plenitud[7]. Y en la epístola a los filipenses: Quien, siendo por naturaleza Dios, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos[8].

Su vida terrenal fue la imagen, ilustración o ejemplo de lo que habría sido la vida terrenal de Dios. Fue la plenitud del Dios encarnado. ¿Qué mejor patrón podríamos adoptar para dar forma a nuestra vida? ¿Qué mejor modelo de conducta o qué mejores principios rectores para la vida podrían existir que los del Dios encarnado? ¡Fue Dios hecho hombre!

¿En qué consisten, pues, los principios de vivirlo? Expongo a continuación los que me parecieron más destacados cuando medité al respecto. Para describir cada uno de estos principios he empleado mayormente versículos de los cuatro Evangelios de la Biblia, en los cuales Jesús se dirigía específicamente a Sus discípulos.

El principio de la permanencia

La noche antes de morir, Jesús habló a Sus discípulos sobre la importancia de permanecer en Él y los beneficios de hacerlo. En griego la palabra permanecer es meno, que también significa sostener, morar, durar, perdurar, continuar.

En el capítulo 15 de Juan, Jesús expresó la importancia de que los discípulos conservaran un estrecho vínculo con Él. Señaló que ello les permitiría llevar fruto, pero que si no permanecían en Él, les resultaría imposible llevar fruto. Se supone que los discípulos deben llevar fruto, y cuando lo hacen glorifican a Dios. No obstante, no se puede llevar fruto sin permanecer en Él.

En esto es glorificado Mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así Mis discípulos[9].

Permaneced en Mí, y Yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en Mí[10].

Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de Mí nada podéis hacer[11].

Jesús vuelve a destacar el vínculo que hay entre amarlo y guardar Sus mandamientos. Describe a continuación las bendiciones que se obtienen al permanecer en Él, y señala que Su gozo perdurará en quien lo haga y que dicha persona rebosará alegría. También indica que habitará en las personas que lo amen y obedezcan Sus enseñanzas.

Como el Padre me ha amado, así también Yo os he amado; permaneced en Mi amor.  Si guardareis Mis mandamientos, permaneceréis en Mi amor; así como Yo he guardado los mandamientos de Mi Padre, y permanezco en Su amor. Estas cosas os he hablado, para que Mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido[12].

El que me ama, obedecerá Mi palabra, y Mi Padre lo amará, y haremos nuestra vivienda en él[13].

El principio de la permanencia equivale a cultivar permanentemente una relación perdurable con Jesús.

Jesús nos dijo que permanezcamos en Él, que permanezcamos en Su amor y que permitamos que Sus palabras moren en nosotros. Todo ello apunta a la importancia de que permanezcamos en Él continuamente y de que Sus palabras permanezcan en nosotros. Pone de relieve la importancia que tiene para nuestra vida el vínculo que tenemos con Él, pues sin el mismo no podemos llevar fruto. En cambio, ese vínculo no solo nos permite llevar fruto, sino que también nos permite llevar Su gozo en nuestro interior.

El principio «permaneced en Mí y Yo en vosotros» es la base de nuestra vida espiritual, de nuestra relación con Dios. El principio de la permanencia incluye el tiempo que dedicas a leer la Palabra de Dios y los demás elementos que te mantienen conectado con Él y que profundizan tu relación con Dios. Es la comunión que tienes con Dios, el tiempo que dedicas a la oración y la alabanza, a escucharle. Es el principio que señala que la conexión permanente con Dios es imprescindible para ser discípulo. Está conectado con el principio ámalo, pues si se ama a alguien, se quiere pasar tiempo con Él. Por ser discípulos, amamos a Jesús, y por consiguiente, queremos pasar tiempo con Él.

El principio del amor

En el griego clásico se emplean cuatro palabras para referirse al amor: storge, que significa afecto natural (como el amor entre padres e hijos); phileo, que se refiere a la amistad o amor fraterno; eros, que se refiere al amor sexual o apasionado, y ágape, la cual se emplea en el Nuevo Testamento para referirse al amor no merecido que Dios manifestó al ser humano al enviar a Su Hijo en calidad de Redentor.

Al describir el amor humano en el Nuevo Testamento, ágape se refiere al amor desinteresado y abnegado. En diversos diccionarios se define como amor incondicional, amor no sexual, amor completamente abnegado y espiritual. Con relación al cristianismo se define como el amor abnegado que siente el cristiano por los demás seres humanos. Se entiende como el tipo de amor que motiva a la persona a tender una mano y hacer algo bueno por otros, a amar a su prójimo y a anteponer las necesidades ajenas a las propias. Es el tipo de amor que nos ayuda a vivir en unión y armonía con nuestros hermanos.

Por eso, cuando Jesús habla de amar a otros, se refiere a ese amor abnegado, al tipo de amor que motiva a dar algo sin esperar nada a cambio, a ser un conducto del amor de Dios. Es el amor que perdona a quien haya pecado contra uno o lo haya agraviado. Es el amor que te motiva a desvivirte por ayudar a alguien, aunque te cueste y no recibas el aprecio que consideras que te mereces. Es el amor al que se refiere Jesús cuando dice:

Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como Yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois Mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros[14].

Este es Mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como Yo os he amado[15].

Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos[16].

Esto os mando: Que os améis unos a otros[17].

Aunque dije que iba a reproducir las palabras directas de Jesús sobre este tema, también quiero incluir algunos versículos muy pertinentes e importantes de la primera y la segunda epístolas de Juan. Son pasajes sobre el amor que debemos manifestar por nuestros hermanos y hermanas, o sea, las personas con las que fraternizamos y trabajamos, incluyendo aquellos con los que quizá no nos llevemos muy bien, y otros cristianos.

En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros[18].

Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte[19].

En esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos[20].

Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?[21]

Y este es Su mandamiento: Que creamos en el nombre de Su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado[22].

Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y Su amor se ha perfeccionado en nosotros[23].

Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de Él: El que ama a Dios, ame también a su hermano[24].

¡Qué versículos tan impactantes! Sobre todo si uno aplica los principios contenidos en ellos a la forma de reaccionar y comportarse ante alguien que haya cometido un agravio u ofensa contra uno, que no haya cumplido con su palabra o que haya dicho algo negativo de uno. El amor del que habla Jesús es no merecido, es un amor perdonador y abnegado, cuyas raíces se encuentran en los principio de Su Palabra. Amar a los hermanos es un elemento clave del discipulado.

El principio de la unidad

Pocas horas antes de ser arrestado, Jesús rogó a Su Padre que los discípulos, tanto los que estaban con Él en ese momento como todos los que habrían de sumárseles, tuvieran la misma unidad entre sí que la que tenían Él y Su Padre.

No ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en Mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como Tú, oh Padre, en Mí, y Yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que Tú me enviaste. La gloria que me diste, Yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y Tú en Mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que Tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a Mí me has amado[25].

Jesús rogó que todos Sus discípulos —los que estaban con Él en ese entonces y los que habrían de venir— fueran uno; uno en cuerpo, fundidos en amor, uno en fe y en motivación, uno en misión, en la conciencia de Cristo. No es posible que todos los discípulos piensen igual en todo sentido, pero en lo que se refiere a la fe, el amor, el servicio y la difusión del Evangelio por todo el mundo, en lo que se refiere a los elementos que los convierten en discípulos, Jesús ruega que todos sean uno.

Cuando estamos unidos en Él, cuando nos reunimos en Él, Él está en medio de nosotros.

Donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos[26].

La presencia de Jesús entre nosotros, la cual obtenemos mediante la unidad, hace que los demás lo sientan a Él. Sienten el calor, el gozo y el amor, y ello los hace interesarse en Él y verse atraídos a Él. Es parte del testimonio de un discípulo.

(En el siguiente artículo expresaremos otros principios importantes para nuestra condición de discípulo a medida que lo vivimos.)


[1] Santiago 1:22.

[2] 1 Juan 3:18.

[3] 1 Juan 2:6.

[4] Filipenses 2:5 NVI.

[5] Juan 13:15.

[6] Colosenses 1:15.

[7] Colosenses 1:19. NVI

[8] Filipenses 2:6–7.

[9] Juan 15:8.

[10] Juan 15:4.

[11] Juan 15:5.

[12] Juan 15:9–11.

[13] Juan 14:23. NVI

[14] Juan 13:34–35.

[15] Juan 15:12.

[16] Juan 15:13.

[17] Juan 15:17.

[18] 1 Juan 3:10–11.

[19] 1 Juan 3:14.

[20] 1 Juan 3:16.

[21] 1 Juan 3:17.

[22] 1 Juan 3:23.

[23] 1 Juan 4:11–12.

[24] 1 Juan 4:20–21.

[25] Juan 17:20–23.

[26] Mateo 18:20.

Traducción: Cedro Robertson
Revisión: Antonia López.

 

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