Amar. Vivir. Predicar. Enseñar. Ámalo

octubre 18, 2011

Enviado por Peter Amsterdam

En el primer artículo de esta serie expliqué que estoy abordando el tema del discipulado desde la perspectiva de los cuatro elementos fundamentales con los que cuenta un discípulo: amarlo, vivirlo, predicarlo y enseñarlo. Presenté una definición y expliqué a qué me estaría refiriendo al emplear los términos discípulos y discipulado. En el presente escrito hablaré del primero de los cuatro elementos: amarlo.

Se podría decir que el elemento más imprescindible del discipulado es el amor por Dios.

Cuando se le preguntó cuál era el mayor mandamiento de la Ley, Jesús respondió:

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente[1].

Jesús deja en claro que existe un vínculo singular entre el amor que le tenemos y nuestra obediencia a Sus enseñanzas.

Si me amáis, guardad Mis mandamientos[2].

El que tiene Mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por Mi Padre, y Yo le amaré, y me manifestaré a él[3].

Jesús señala que si guardamos Sus palabras, los principios que nos enseña, le demostramos que lo amamos. Añade asimismo que quienes guardan Sus mandamientos y lo aman recibirán bendiciones. Dice que serán amados por el Padre y que Jesús los amará y se manifestará a ellos.

La palabra griega que se ha traducido como guardar, en el sentido de guardar Sus mandamientos, es tereo. Dicha palabra significa acatar con atención, observar. Lo que dice Jesús, pues, es que si alguien lo ama, observará, acatará y seguirá lo que Él ha enseñado. La misma palabra aparece en los siguientes versículos:

El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda Mis palabras[4].

Se reitera que la manera de manifestar el amor que le tenemos a Jesús es guardando Sus palabras, vivir según ellas y ponerlas en práctica. Y en contraposición, el hecho de no guardarlas es señal de que no lo amamos.

Si vosotros permaneciereis en Mi palabra, seréis verdaderamente Mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres[5].

La frase «si vosotros permaneciereis en Mis palabras» aparece en otras traducciones de la Biblia de la siguiente manera: «si se mantienen fieles», «si ustedes siguen obedeciendo Mi enseñanza», «si vivís de acuerdo con mis enseñanzas». Todas esas frases transmiten el mismo principio, el cual señala que el hecho de hacer lo que dice Su palabra es una manifestación del amor que le tienen y uno de los elementos que los convierte en discípulos. Le manifestamos amor al obedecer lo que ha dicho, y cuando lo hacemos, somos Sus discípulos.

Ello parece bastante claro, pero es más fácil decirlo que ponerlo en práctica, sobre todo porque Jesús dijo algunas cosas bastante extremistas, las cuales cuesta cumplir y en ciertos casos hasta son difíciles de entender. Por ejemplo:

El que ama a padre o madre más que a Mí, no es digno de Mí; el que ama a hijo o hija más que a Mí, no es digno de Mí[6];

Y aún «peor»:

Si alguno viene a Mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser Mi discípulo[7].

Son afirmaciones muy fuertes. Si se toman literalmente, la condición de discípulo puede parecer inalcanzable. Me resultaría imposible odiar a mi esposa y mis hijos, o a mis padres. ¿Significa eso que no puedo ser discípulo de Jesús? Creo que tenemos que fijarnos en el principio de lo que dice Jesús en ese pasaje.

En Lucas, capítulo 14, justo antes de hacer tales afirmaciones, Jesús contó la parábola de los invitados a un gran banquete.

Cierto hombre preparó un gran banquete e invitó a muchas personas. A la hora del banquete mandó a su siervo a decirles a los invitados: «Vengan, porque ya todo está listo.» Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. El primero le dijo: «Acabo de comprar un terreno y tengo que ir a verlo. Te ruego que me disculpes.» Otro adujo: «Acabo de comprar cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas. Te ruego que me disculpes.» Otro alegó: «Acabo de casarme y por eso no puedo ir.»[8]

PrioridadesLas personas de la parábola estaban dando mayor importancia a sus posesiones y familiares que al llamado al banquete. Cuando Jesús termina de contar el relato, se vuelve hacia la enorme multitud que lo sigue y dice:

Si alguno viene a Mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser Mi discípulo[9].

Sigue hablando a la multitud, diciendo: Y el que no lleva su cruz y viene en pos de Mí, no puede ser Mi discípulo[10]. Y unos pocos versículos después añade: Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser Mi discípulo[11].

Lo que hace Jesús es exponer el principio espiritual que señala que atender el llamado de Dios, seguirlo y hacer lo que Él indica es muy importante, que para ser discípulo, se debe dar la debida prioridad a Dios, a Su voluntad y al llamamiento que hace a cada uno. Da a entender que tener una debida escala de prioridades en la vida cuesta algo. Implica llevar una cruz; es un sacrificio.

Jesús no predica que haya que odiar a los hijos, los padres, los hermanos, a uno mismo o ni siquiera lo que se posee. Lo que dice es que Dios es el Creador y le debemos nuestra existencia. Cuando una persona decide ser discípulo, se compromete a no solo creer, sino también a seguir, a adoptar las prioridades de Dios como propias, a asumir como propia la voluntad que tenga Él para la persona. El discípulo entrega su lealtad a Dios, antes que a nadie más. Ello no significa que no tenga otras lealtades o que no ame a los demás. Lo que significa es que es leal a Dios antes que a nadie más, pues lo ama a Él por sobre todas las cosas.

Cuando Jesús habla de renunciar a todo lo que se posee, o como dice en otras traducciones: «cualquiera de ustedes que no deje todo lo que tiene, no puede ser Mi discípulo» (DHH), o «no puedes convertirte en Mi discípulo sin dejar todo lo que posees» (NTV), se refiere a la escala de prioridades.

El principio de renunciar a lo que se posee, de dejar o abandonar lo que se tiene, es cuestión de la escala de prioridades. ¿Qué está primero, Dios o tus cosas? Si eres discípulo y estás consagrado a amar a Dios con todo el corazón, el alma y la mente, tu prioridad es Dios. No tus posesiones, tu casa, tu dinero, tus inversiones, sino Dios.

No hay registro de que Jesús haya pedido a todos los que desearan seguirlo que abandonaran físicamente todas sus posesiones materiales. José de Arimatea fue un hombre rico, y también un discípulo. Del hecho de que se lo nombrara como discípulo de Jesús, uno puede sacar la conclusión de que tenía la debida escala de prioridades en lo que se refiere a sus posesiones materiales y Dios. Fue dicho José quien facilitó la tumba de Jesús y quien se valió de su cargo e influencia para pedir a Pilato que le entregara el cuerpo para enterrarlo.

Cuando llegó la noche, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también había sido discípulo de Jesús. Este fue a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato mandó que se le diese el cuerpo. Y tomando José el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia, y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña[12].

Por otro lado, el llamado que hizo al joven rico fue algo distinto:

«Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme.» Entonces él, oyendo esto, se puso muy triste, porque era muy rico. Al ver Jesús que se había entristecido mucho, dijo: «¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!»[13]

¿Por qué? Porque cuando uno tiene riquezas, resulta más difícil darle prioridad a Dios, sobre todo si Él en efecto le pide a uno que renuncie por completo a ellas, o que las comparta con otros. El joven rico no era capaz de renunciar a sus riquezas y se entristeció al darse cuenta de ello. Sus posesiones eran su prioridad.

Los conceptos de renunciar, abandonar y dejar de lado tienen que ver con ceder a Dios la calidad de propietario de los bienes materiales; pasan a ser de Él, y uno es simplemente el administrador. Si te pide que los dejes de lado para avanzar por el camino del discipulado, lo haces, pues Dios es el legítimo propietario de todo. Un discípulo es leal a Dios, no a las cosas. La lealtad del discípulo es al llamado que le hace Dios.

Cuando Jesús dice: «Sígueme», te habla a ti en particular. La senda que te llame a seguir es tu senda de discipulado. Es una senda particular para ti, y cada seguidor de Jesús tiene su propia senda. La senda que Jesús quería que siguiera el joven rico era la de vender todo lo que tenía. Es posible que para otra persona el camino fuera conservar sus posesiones materiales y seguir a Dios de una forma distinta. El principio es que el discípulo le pertenece a Dios, es leal a Dios antes que a nada más y lo ama lo suficiente para hacer lo que Él le pida.

Un importante principio del discipulado es amar a Dios de la manera que te permita estar dispuesto a hacer lo que Él te indique, por mucho que te cueste. El precio puede variar de una persona a otra. Por eso, cuando Jesús dice, «El que no lleva su cruz y viene en pos de Mí no puede ser Mi discípulo»[14], se refiere a tu propia cruz, a la cruz que debes llevar tú en particular. El llamado que te hace te corresponde a ti y tu intención de seguirlo se refleja en lo dispuesto que estés a poner en el primer lugar de tus lealtades a Dios y al llamado que te ha hecho. Cuando te dice: «sígueme», te pide que te pongas en Sus manos, que le des el primer lugar de tu escala de prioridades, que renuncies a tu condición de propietario de ti mismo, que te coloques en la posición debida con relación a Dios, el soberano de todo. Jesús estableció la debida escala de prioridades cuando dijo:

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas[15].

Si comprendes el principio de amar a Dios, de guardar Su palabra y del lugar que le corresponde a Él con respecto a los amores de esta vida y las posesiones, contarás con un principio rector que te orientará en las frecuentes decisiones de la vida. El principio elemental es que Dios, nuestro Creador, Salvador y el Espíritu que mora en nosotros, nos pide y se merece nuestro amor, lealtad y el lugar debido en nuestra vida. Es el punto de partida del discipulado. Amarlo es el primer paso del discipulado.


[1] Mateo 22:37.

[2] Juan 14:15.

[3] Juan 14:21.

[4] Juan 14:23–24.

[5] Juan 8:31–32.

[6] Mateo 10:37.

[7] Lucas 14:26.

[8] Lucas 14:16–20 NVI.

[9] Lucas 14:26.

[10] Lucas 14:27.

[11] Lucas 14:33.

[12] Mateo 27:57–60.

[13] Lucas 18:22–24.

[14] Lucas 14:27.

[15] Marcos 12:30.

Traducción: Cedro Robertson
Revisión: Antonia López