Amar. Vivir. Predicar. Enseñar. Vívelo, 2ª parte

Enviado por Peter Amsterdam

noviembre 1, 2011

Seguimos con el desarrollo del elemento de vivir a Jesús en el contexto de lo que hace falta para ser discípulo. Ya hemos hablado de tres principios de este elemento: el principio de la permanencia, el del amor y el de la unidad. En este artículo abarcaremos dos más.

El principio de la humildad

En repetidas ocasiones a lo largo de los cuatro Evangelios, Jesús habla a Sus discípulos sobre la humildad. El Antiguo Testamento también habla en buenos términos de la humildad y casi siempre presenta una imagen negativa de la característica opuesta, el orgullo.

El profeta Isaías expresó de un modo conciso que Dios habita, o mora, con los humildes:

Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados[1].

Dada la importancia que reviste que Dios more en los discípulos y que ellos permanezcan en Él para poder llevar fruto, y tomando en cuenta la función que cumple la humildad en esa permanencia, no es de extrañarse que Jesús haya hablado tanto de la humildad.

Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor. Pero Él les dijo: «Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve. Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas Yo estoy entre vosotros como el que sirve.»[2]

Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos[3].

Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar Su vida en rescate por muchos[4].

Cuando fueres convidado por alguno a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú esté convidado por él. Mas cuando fueres convidado, ve y siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba; entonces tendrás gloria delante de los que se sientan contigo a la mesa. Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido[5].

Llevad Mi yugo sobre vosotros, y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas[6].

Jesús dio ejemplo y enseñó la importancia de la humildad; por ende, el principio de la humildad es un elemento clave en la vida del discípulo.

El principio de vivir sin ansiedad

De todos los principios diría que este es el más difícil para mí en particular, pues tiendo a preocuparme. Me preocupo por el futuro, por mis hijos, por mis nietos y por su bienestar, y por lo que nos deparará el futuro. Esos y muchos otros asuntos me causan preocupación y me quitan el sueño. Tengo que luchar para dejarlos en manos del Señor y tener fe. Por eso, cuando hablo de este principio, me predico también a mí mismo.

Jesús dijo a Sus discípulos, a los que buscaban primeramente Su reino y Su justicia, que no debían ponerse ansiosos, o afanarse o preocuparse por las cosas de esta vida; que debían confiar en los cuidados de Dios, en que Él sabía lo que necesitaban y en Su capacidad de proveer. Les instruyó que no se pusieran nerviosos ni temerosos por lo que podría ocurrir en el futuro, sino que vivieran tranquilos, sabiendo que Dios está al mando, que desea lo mejor para nosotros y que nos ama y velará por nosotros. Ello no significa que no debamos hacer lo que nos corresponde para satisfacer nuestras necesidades; lo que quiere decir es que no tenemos que inquietarnos y preocuparnos. Es el principio de confiar en Dios y en Sus promesas. Es el principio de comprender que Dios es fiel, que llevará a cabo lo que promete y que Él, el Dios del universo, nos ama y cuidará de nosotros.

Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?[7]

¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?[8]

No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal[9].

Jesús dice que no debemos preocuparnos ni ponernos ansiosos por la comida, la ropa o nuestro futuro. Con eso no quiere dar a entender que debamos ser irresponsables y nunca pensar sobre tales asuntos, o que no debamos hacer nada al respecto. Lo que dice es que no debemos afanarnos o temer por ellos. Dios conoce nuestras necesidades. Ha prometido que si tenemos la debida escala de prioridades al buscar primero el Reino de Dios y Su justicia, Él se ocupará de lo que necesitemos. La siguiente anécdota ilustra muy bien este concepto:

Se cuenta que la reina Isabel I de Inglaterra encomendó una importante misión de la corona a un rico príncipe mercader, prometiéndole una elevada recompensa por sus servicios. El mercader intentó declinar la misión arguyendo que sus negocios sufrirían durante su ausencia. Sin embargo, la soberana le respondió: «Ocúpate de mis asuntos y yo velaré por los tuyos». Al regresar, el mercader comprobó que la reina había cumplido lo prometido; sus riquezas habían aumentado[10].

Por ser discípulos nos corresponde ocuparnos de los asuntos de Dios. Cuando lo hacemos, Él cuida de nosotros.

Jesús inculcó este principio a Sus discípulos de un modo muy práctico cuando envió a los 12 por su cuenta, y lo volvió a hacer cuando envió a los 72.

Les ordenó que no llevaran nada para el camino, ni pan, ni bolsa, ni dinero en el cinturón, sino solo un bastón[11].

No lleven oro ni plata ni cobre en el cinturón, ni bolsa para el camino, ni dos mudas de ropa, ni sandalias, ni bastón; porque el trabajador merece que se le dé su sustento[12].

Después de esto, el Señor escogió a otros setenta y dos para enviarlos de dos en dos delante de Él a todo pueblo y lugar adonde Él pensaba ir. Les dijo: […] «Miren que los envío como corderos en medio de lobos. No lleven monedero ni bolsa ni sandalias»[13].

Jesús les estaba inculcando el principio de confiar en Él para obtener lo que necesitaban. No estaba predicando en contra del dinero. De hecho, la noche antes de morir, les dijo que debían llevar dinero, bolsa e incluso una espada. Sin embargo, tras decirles eso también les recordó que Él era más que capaz de proveer para ellos.

Luego Jesús dijo a todos: «Cuando los envié a ustedes sin monedero ni bolsa ni sandalias, ¿acaso les faltó algo?» «Nada», respondieron. «Ahora, en cambio, el que tenga un monedero, que lo lleve; así mismo, el que tenga una bolsa. Y el que nada tenga, que venda su manto y compre una espada.»[14]

Cuando Sus discípulos le pidieron que les enseñara a orar, les enseñó el Padrenuestro, el cual incluía la siguiente frase:

El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy[15].

En otras palabras, debemos orar pidiendo la provisión de nuestras necesidades básicas.

Jesús quiere que en vez de sentirnos afanados o ansiosos, tengamos paz interior, confiemos en Él y sepamos que Él puede sosegar las aguas agitadas de nuestras preocupaciones, podemos confiar en que Él proveerá lo que necesitamos.

No se turbe vuestro corazón[16].

La paz os dejo, Mi paz os doy; Yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo[17].

Estas cosas os he hablado para que en Mí tengáis paz[18].

Dios no quiere que estemos ansiosos, preocupados o inquietos. Quiere que confiemos en que a medida que llevemos a cabo Su voluntad, le demos la debida prioridad en nuestra vida y lo sigamos por donde nos guíe a nosotros en particular, Él velará por nosotros. Nos dará paz de de mente, corazón y espíritu.

(En el próximo artículo seguiremos desarrollando otros principios relacionados con vivirlo.)


[1] Isaías 57:15.

[2] Lucas 22:24–27.

[3] Mateo 18:4.

[4] Mateo 20:26–28.

[5] Lucas 14:8, 10–11.

[6] Mateo 11:29 NAU.

[7] Mateo 6:25–26.

[8] Mateo 6:27–30.

[9] Mateo 6:31–34.

[10] Dichos y hechos, Entrega, 53.

[11] Marcos 6:8 NVI.

[12] Mateo 10:9–10 NVI.

[13] Lucas 10:1–4 NVI.

[14] Lucas 22:35–36 NVI.

[15] Mateo 6:11.

[16] Juan 14:1.

[17] Juan 14:27.

[18] Juan 16:33.

Traducción: Cedro Robertson
Revisión: Antonia López

 

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