Lo esencial: Naturaleza y personalidad de Dios

Enviado por Peter Amsterdam

mayo 1, 2012

El amor de Dios

(En Lo esencial: Introducción se puede consultar un preámbulo y una explicación de toda esta colección de artículos.)

En artículos anteriores de esta serie he escrito sobre diferentes atributos divinos, entre ellos Su santidad, justicia, rectitud, ira, misericordia, paciencia y gracia. Ahora examinaremos el amor de Dios. Uno de los versículos más preciados de la Biblia es 1 Juan 4:8, que dice que «Dios es amor». Y en efecto lo es. Este hecho se evidencia una y otra vez a lo largo de la Escritura y se hace patente para quienes lo conocen y lo aman. El amor Divino se manifiesta de tantos modos en nuestra vida íntima que por vivencia experiencial podemos afirmar que Dios es amor. Naturalmente que el amor no es la única cualidad de Dios. Él engloba todos los atributos que componen Su naturaleza y personalidad.

El amor de Dios se aprecia en Su naturaleza triuna. Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son amor y se aman mutuamente. Jesús habló del amor del Padre por Él y de Su amor por el Padre.

Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde Yo esté, también ellos estén conmigo, para que vean Mi gloria que me has dado, pues me has amado desde antes de la fundación del mundo.[1]

Se oyó una voz de los cielos que decía: «Este es Mi Hijo amado, en quien tengo complacencia».[2]

Como el Padre me ha amado, así también Yo os he amado; permaneced en Mi amor.[3]

Pero Yo tengo que obedecer a Mi Padre, para que todos sepan que lo amo.[4]

Si bien no hay versículo que aluda al amor del Padre y el Hijo por el Espíritu Santo, cabe inferir que ese amor existe. La Escritura sí habla del amor del Espíritu.

Les ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que se esfuercen juntamente conmigo en sus oraciones a Dios por mí.[5]

En un comentario sobre el amor que se da entre las Personas de la Trinidad, Ravi Zacharias nos revela lo siguiente:

Si Dios dice alguna vez que ama, ¿a quién amaba antes de la creación? Si Dios dice que habla, ¿a quién le hablaba antes de la creación? Es dable pensar, pues, que la comunicación y el afecto, o el amor, son parte integrante de la Deidad desde el puro principio[…]. Vemos el amor expresado dentro del concepto de la Trinidad, y la oración de Jesús es que ustedes y yo seamos uno como Él y el Padre son uno.[6]

La atención y provisión divinas

Un aspecto del amor de Dios es el amor y atención con que vela por Su creación: la bondad que manifiesta hacia todos los seres vivientes.

El Señor es bueno para con todos, y Su compasión, sobre todas Sus obras. A Ti miran los ojos de todos, y a su tiempo Tú les das su alimento. Abres Tu mano, y sacias el deseo de todo ser viviente.[7]

El amor de Dios abraza a todo ser humano. Desde el momento en que los creó, Dios ha amado a los seres humanos. Independientemente de cuál sea el estado de la relación que mantienen con Él, Dios los ama. Quizá no crean en Su existencia; quizá crean que existe, pero que los aborrece; a lo mejor no quieren tener nada que ver con Él… Sea como fuere, Él los ama. Su amor, benevolencia y consideración les son concedidos en virtud de que forman parte de la humanidad. Los seres humanos fueron creados a imagen de Dios. Él nos ama a cada uno, y el amor que alberga por nosotros se traduce en actos amorosos de Su parte… en el desvelo que tiene hacia la humanidad y las bendiciones que nos prodiga.

Entonces dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza»[…].Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó».[8]

Los creó varón y mujer, y les dio Su bendición. El día en que fueron creados, Dios dijo: «Se llamarán hombres».[9]

Los bendijo Dios y les dijo: «Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla; ejerced potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todas las bestias que se mueven sobre la tierra».[10]

La tierra ha dado su fruto; Dios, nuestro Dios, nos bendice.[11]

Con tus cuidados fecundas la tierra, y la colmas de abundancia. Los arroyos de Dios se llenan de agua, para asegurarle trigo al pueblo. ¡Así preparas el campo! Empapas los surcos, nivelas sus terrones, reblandeces la tierra con las lluvias y bendices sus renuevos. Tú coronas el año con tus bondades, y tus carretas se desbordan de abundancia. Rebosan los prados del desierto; las colinas se visten de alegría. Pobladas de rebaños las praderas, y cubiertos los valles de trigales, cantan y lanzan voces de alegría.[12]

Cuando Jesús exhortó a Sus discípulos a amar a sus enemigos, les señaló que al hacerlo estarían imitando el amor de Dios, pues Dios se muestra amoroso y benigno con todos, incluso con los ingratos y con los malignos. Hace salir Su sol sobre los malos y sobre los buenos y hace llover sobre los justos y sobre los injustos.

Ustedes han oído que se dijo: «amaras a tu prójimo y odiarás a tu enemigo». Pero Yo les digo: amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen, para que ustedes sean hijos de su Padre que está en los cielos; porque Él hace salir Su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.[13]

Ustedes, por el contrario, amen a sus enemigos, háganles bien y denles prestado sin esperar nada a cambio. Así tendrán una gran recompensa y serán hijos del Altísimo, porque Él es bondadoso con los ingratos y malvados. Sean compasivos, así como su Padre es compasivo.[14]

Jesús también reveló el amor que Dios tiene por todos cuando expuso el argumento de que si Dios vela por las aves de los cielos y por la hierba de la tierra, cómo no va a velar por la gente, que es más valiosa que las aves.

Miren las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No son ustedes de mucho más valor que ellas? ¿Quién de ustedes, por ansioso que esté, puede añadir una hora al curso de su vida? Y por la ropa, ¿por qué se preocupan? Observen cómo crecen los lirios del campo; no trabajan, ni hilan. Pero les digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si Dios así viste la hierba del campo, que hoy es y mañana es echada al horno, ¿no hará Él mucho más por ustedes, hombres de poca fe?[15]

Pablo, dirigiéndose a los griegos, lo expresó de esta manera:

En las generaciones pasadas Él permitió que todas las naciones siguieran sus propios caminos; y sin embargo, no dejó de dar testimonio de Él mismo, haciendo bien y dándoles lluvias del cielo y estaciones fructíferas, llenando sus corazones de sustento y de alegría.[16]

El amor de Dios se hace manifiesto por medio de la Salvación

El aspecto en que se hace más evidente el amor de Dios por la humanidad es en Su respuesta a nuestra necesidad de salvación. Todo ser humano es pecador y para poder reconciliarse con Dios precisa de redención. Gracias al amor que Dios abriga por cada ser humano, estableció el plan de salvación por medio del cual Dios-Hijo vino a la Tierra, llevó una vida libre de pecado y en un acto de expiación, cargó Él mismo con nuestros pecado. Eso significa que ahora los seres humanos pueden reconciliarse con Dios, independientemente de quiénes sean y de los pecados que hayan cometido. Jesús ofrendó Su vida por todos, de ahí que la salvación está al alcance de todo el que la acepte.

De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna.[17]

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a Su Hijo en propiciación por nuestros pecados.[18]

Él es la propiciación por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.[19]

Dios muestra Su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.[20]

Lo anterior nos demuestra que Dios ama a toda la humanidad, que vela y se preocupa por nosotros y se esmera por cuidarnos físicamente, mediante Su provisión, así como también espiritualmente, mediante la salvación. Soportó todo el peso de nuestro castigo, pese que a todos somos pecadores. La muerte de Jesús en la cruz nos enseña que el amor de Dios es abnegado, altruista. Su naturaleza es una de entrega de Sí mismo con el fin de bendecir y favorecer a los demás.

Puede presentar cierta dificulta entender el amor de Dios por toda la humanidad en relación con Su ira o justa sanción del pecado y la maldad. El amor de Dios se manifiesta en Su paciencia con la humanidad, en Su lentitud para airarse, en Su anhelo de que las personas reciban Su don de salvación y en el tiempo que les concede para hacerlo. Como consecuencia de Su amor, Dios pospone el merecido castigo. Refrena pacientemente su enojo a causa del profundo amor que atesora por quienes creó a Su imagen. El teólogo Jack Cotrell lo expresa así:

Si Dios hubiera resuelto darnos lo merecido en el momento en que lo merecíamos, todos habríamos perecido hace ya mucho tiempo. Gracias a Su amorosa paciencia, Él pone en suspenso el castigo hasta que queda descartado (con respecto al que se lo merece) o hasta que en última instancia termina aplicándolo.[21]

La paciente espera de Dios antes de ejecutar sentencia por el pecado tiene por finalidad dar a la gente tiempo de arrepentirse, de recibir la salvación y así eludir el castigo o ira divinos. Dios por naturaleza concede a la gente tiempo para optar por la redención. No quiere que nadie perezca y se muestra paciente para dar a la gente tiempo de aceptar Su amor redentor por medio de Cristo.

¿O menosprecias las riquezas de Su benignidad,  paciencia y generosidad,  ignorando que Su benignidad te guía al arrepentimiento?[22]

El Señor no se tarda en cumplir Su promesa, según algunos entienden la tardanza, sino que es paciente para con ustedes, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento.[23]

Consideren la paciencia de nuestro Señor como salvación.[24]

Dios, con Su designio de amor, hizo posible que la gente se librara del justo castigo por el pecado y que se reconciliara en relación amorosa con Él. Envió a un sustituto —Su Hijo— para que asumiera ese castigo por la humanidad. No descarga Su justicia y Su ira sobre el pecador, ya que Él mismo las asumió en Jesús. Cada persona no tiene que hacer otra cosa que creer para que sus pecados le sean perdonados, expiados. He ahí el amor de Dios, el regalo que otorgó a la humanidad. Por medio de Su amor abnegado posibilita el perdón de los pecados. Ofrendó Su vida para que la gente pudiera reconciliarse con Él. No obliga a nadie a aceptar Su regalo, pues nos dotó de libre albedrío. Así y todo, aguarda con paciencia deseoso de que todos lo acepten.

A los que hemos obtenido la salvación, el amor de Dios se nos manifiesta también de otros modos. Ahora somos Sus hijos. Vivimos con Él para siempre. La relación que tenemos con Él después que nos salvamos es distinta, más íntima, que la que teníamos antes. Comulgamos con Él, nos unimos más a Él, lo llegamos a conocer mejor. Su Espíritu mora en nosotros. Percibimos Su amor con una amplitud y diversidad que solo es dable para quienes lo conocemos y lo amamos. Sus hijos tenemos la misión de dar a conocer las buenas nuevas de Su amor a cuantas personas podamos, invitarlas a ser Sus hijos y coherederos de Sus bendiciones junto con nosotros.

Han recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: «¡Abba, Padre!» El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo.[25]


Notas

A menos que se indique otra cosa, los versículos citados proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso. Otras versiones citadas con frecuencia son la Reina-Valera, revisión de 1960, © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas; la Nueva Versión Internacional (NVI); Dios habla hoy (DHH); Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy (NBLH); la Biblia de Jerusalén (BJ); Nácar-Colunga (NC); Castellana (CST) y la Biblia Didáctica (BD).


[1] Juan 17:24

[2] Mateo 3:17

[3] Juan 15:9

[4] Juan 14:31 (TLA)

[5] Romanos 15:30 (NBLH)

[6] Ravi Zacharias, Ravi Zacharias Explains the Trinity, 2005.

[7] Salmos 145:9,15-16 (NBLH)

[8] Génesis 1:26-27

[9] Génesis 5:2 (DHH)

[10] Génesis 1:28

[11] Salmos 67:6 (NBLH)

[12] Salmos 65:9-13 (NVI)

[13] Mateo 5:43-45 (NBLH)

[14] Lucas 6:35-36 (NVI)

[15] Mateo 6:26-30 (NBLH)

[16] Hechos 14:16-17 (NBLH)

[17] Juan 3:16

[18] 1 Juan 4:10

[19] 1 Juan 2:2

[20] Romanos 5:8

[21] Jack Cotrell, What the Bible Says About God the Redeemer (Eugene: Wipf and Stock Publishers, 1983), p. 358.

[22] Romanos 2:4

[23] 2 Pedro 3:9 (NBLH)

[24] 2 Pedro 3:15 (NBLH)

[25] Romanos 8:15-17 (NBLH)

 

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