Lo esencial: Introducción

abril 12, 2011

Enviado por Peter Amsterdam

Algo que encuentro particularmente maravilloso de Jesús es que Su regalo transformador de la salvación está a disposición de cualquiera que lo pida sinceramente y con fe. Puede que su comprensión de la doctrina cristiana sea mínima, pero si el corazón está sediento, si busca una relación con Dios… la encontrará —de manera clara, definitiva y sin tener que dar nada a cambio— aceptando a Jesús como Salvador. La salvación es simple; es un regalo. Uno la pide, la recibe y ya es suya. ¡Es maravilloso!

Si bien recibir la salvación es algo muy sencillo, llegar a tener una comprensión profunda de la fe cristiana es harina de otro costal. El sistema de creencias que propone el cristianismo, su teología y la comprensión de la Biblia requieren cierto nivel de conocimiento. Obtener ese conocimiento es fundamental, y es algo que requiere concentración y estudio. El crecimiento espiritual se da por medio del estudio y la aplicación de la Palabra de Dios.

Es sumamente provechoso contar con un conocimiento profundo de la doctrina cristiana. No obstante, no es necesario para obtener la salvación, ni garantiza una relación cercana con Dios. Uno puede conocer y amar a Jesús, su Salvador sin comprender todos los vericuetos de la doctrina cristiana, por haberlo experimentado. Puede creer de todo corazón que Jesús en el Salvador, que es Dios, que transitó por la tierra y fue crucificado, que murió, fue enterrado y resucitó de los muertos, sencillamente porque alguien le explicó esos fundamentos, lo cual le dio suficiente comprensión del tema como para aceptarlo personalmente como su Salvador y llevarlo así a iniciar una relación con Él.

Incluso si no tienes una comprensión total de los detalles de la doctrina, puedes tener una fe robusta en Dios, y saber que está presente. Hablas con Él en oración, Él responde y te contesta. Escuchas Su voz, experimentas Su provisión, Su curación, Su amor. Tienes una conexión personal con Él, interactúas con Él y existe entre ambos una relación. No te cabe duda de que está ahí, de que es Dios, y de que es real, no solo por los relatos registrados por nuestro bien en la Biblia, sino porque Él es una realidad en tu vida, en tu experiencia personal.

Ahora bien, es muy importante que hagas progresos en tu conocimiento de la Palabra de Dios, que aprendas bien las doctrinas y vayas madurando espiritualmente mediante la puesta en práctica de lo que enseña la Palabra. Experimentar a Dios es maravilloso, pero la vida espiritual de una persona estará incompleta si no la complementa con la fe que viene del conocimiento de la Palabra. Por otra parte, el conocimiento de la Biblia, su estudio y el estudio de los matices de la teología tampoco bastan: es fundamental conocer al Autor.

En mi caso, desde muy pequeño sentí el llamado de Dios. No sabía exactamente cómo responder a ese llamado, pero lo sentí. Ya de adolescente, todavía no sabía cómo responder a él; me sentía muy perdido. Nada parecía satisfacerme. Me hacía la eterna pregunta: «¿Para qué estoy aquí? ¿Cuál es el propósito de la vida?» Buscaba, pero no encontraba respuesta.

Después de tres noches consecutivas en las que me dieron testimonio del Señor, mientras me dirigía hacia donde había estacionado mi coche, estaba convencido de que tenía que convertirme en discípulo de Jesús, pero que no podría hacerlo a menos que fuera salvo. Recé y le pedí a Jesús que entrara en mi corazón. En el instante en que lo hice, supe que me había sucedido algo trascendental. El cambio que sentí, la liberación, la claridad de propósito y sobre todo la profunda paz que invadió mi corazón, fue algo sobrecogedor. Sabía que por fin había llegado a casa. Tomé consciencia en ese preciso instante de que Jesús había pasado, efectivamente, a formar parte mi vida, que me había salvado. No me hacía falta nada para saber que Él era real, que era Dios, que existía y que había pasado a formar parte de mi vida. No me hicieron falta ni base teológica ni conocimiento de otras verdades teológicas para saberlo. Para mí, Él era real porque lo había experimentado. Había pasado a formar parte de mi vida y lo sabía en lo profundo de mi ser. Sabía que me amaba, sentía Su amor y eso fue todo lo que necesitaba. Desde ese día en adelante siempre he sabido que está presente. Lo he experimentado y sigo experimentándolo.

Eso no quiere decir que no haya leído o estudiado la Biblia. Desde entonces, he dedicado muchísimo tiempo a absorber la Palabra de Dios. Ello ha contribuido a que mi fe crezca, al igual que mi comprensión de Dios y mi relación con Él. En los tiempos en que vivimos, en que la gente por lo general está bien informada, y en que muchos se muestran aprensivos o escépticos, a menudo es necesaria una explicación más profunda acerca de la fe y la doctrina cristiana antes de que una persona llegue a entender la necesidad de la salvación, y la acepte. Hay cierta ventaja en contar con los conocimientos necesarios para explicar claramente los detalles de nuestra fe, y también con la experiencia de lo que significa llevar una vida plena de Jesús. Esos dos componentes los habilitan para ser poderosos testigos. Su vida es fruto de su fe y su capacidad para expresar sus creencias sirve para responder a los interrogantes de los demás.

Cuando poseemos una mayor comprensión de las verdades, principios y preceptos que son los fundamentos de nuestra fe, tanto nuestra fe como nuestra capacidad para expresar las razones que sustentan nuestra fe se fortalecen. Esto es particularmente aplicable al entorno actual y te faculta para «responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes», lo cual como consecuencia los ayudará a ser testigos más efectivos[1].

Mi intención al redactar la serie Lo esencial es abordar los principios más importantes del cristianismo en sus aspectos más básicos. En estos artículos hablaré de temas como la divinidad y la humanidad de Jesús, y la Trinidad formada por Dios Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, dado que son algunos de los cimientos de la fe cristiana. También se tratarán otros temas fundamentales.

Algunos de los primeros artículos versan sobre la iglesia primitiva, los padres de la iglesia y el cristianismo de los primeros seis siglos, que fueron los siglos durante los cuales se introdujeron y establecieron las doctrinas más importantes. Las doctrinas de la Trinidad, de la divinidad de Jesús y de la encarnación —que Dios Hijo se hiciese hombre— que se abordan en las primeras entregas de esta serie, proceden sin excepción del Nuevo Testamento, que contiene los libros de la Biblia que escribieron los apóstoles de Jesús cuando Él aún vivía. No obstante, tras la muerte de los apóstoles, en los siglos que siguieron los líderes de la iglesia tuvieron que revisar minuciosamente las doctrinas presentadas por los apóstoles a fin de refutar creencias que habían surgido y que contradecían las verdades presentadas en las Escrituras.

Las palabras de Jesús tal como constaban en los Evangelios y tal como las predicaban quienes las habían escuchado contenían afirmaciones acerca de Dios, que en esa época eran revelaciones nuevas. La venida al mundo de Jesús como Hijo de Dios y la llegada del Espíritu Santo en Pentecostés tras Su ascensión al Cielo introdujeron conceptos nuevos acerca de Dios que no se habían desprendido de los textos sagrados hebreos que actualmente conocemos como el Antiguo Testamento. Las escrituras judías hacían alusión a algunos de esos conceptos nuevos pero no podían entenderse del todo. Sin embargo, después de la vida y muerte de Jesús, y de Su resurrección de entre los muertos, surgió una interpretación completamente nueva de Dios, de Su plan de salvación y de Su interacción con los creyentes.

Que el Antiguo Testamento hiciera alusión a ciertas verdades sin explicarlas del todo, y que esas verdades empezaran a aclararse progresivamente en el Nuevo Testamento e incluso llegaran a ser desarrolladas y expresadas claramente por los padres de la iglesia se conoce como revelación progresiva. Dios ha ido explicando las cosas paso por paso.

Si bien los escritores del Nuevo Testamento expresaron esos conceptos nuevos, quedó en manos de sus sucesores en los siglos subsiguientes fundamentarlos.

A lo largo de la historia del cristianismo, tanto la doctrina como la interpretación de la misma han tenido un papel fundamental, y a menudo el surgimiento de doctrinas tenía que ver con asuntos controvertidos que los líderes de la iglesia acababan por decidir. Dentro de las primeras décadas del cristianismo, en vida de Pablo y los apóstoles, los líderes de la iglesia primitiva tuvieron que reunirse a debatir y resolver las diferencias que surgían y que estaban ocasionando divisiones.

Algunos que habían llegado de Judea a Antioquía se pusieron a enseñar a los hermanos: «A menos que ustedes se circunciden, conforme a la tradición de Moisés, no pueden ser salvos.» Esto provocó un altercado y un serio debate de Pablo y Bernabé con ellos. Entonces se decidió que Pablo y Bernabé, y algunos otros creyentes, subieran a Jerusalén para tratar este asunto con los apóstoles y los ancianos. Al llegar a Jerusalén, fueron muy bien recibidos tanto por la iglesia como por los apóstoles y los ancianos, a quienes informaron de todo lo que Dios había hecho por medio de ellos. Entonces intervinieron algunos creyentes que pertenecían a la secta de los fariseos y afirmaron: «Es necesario circuncidar a los gentiles y exigirles que obedezcan la ley de Moisés». Los apóstoles y los ancianos se reunieron para examinar este asunto[2].

En el fondo, la disputa surgía de una pregunta teológica. Jesús dijo que el Evangelio sería predicado a los gentiles. Dijo a Sus discípulos, todos los cuales eran israelíes, que fueran a todas partes e hicieran discípulos de todas las naciones[3], lo cual significaba predicar y convertir a personas no judías a la fe. Los que seguían a Pablo, que predicaba el Evangelio en el Imperio Romano, convertían gentiles a diestra y siniestra y no les exigían que se adhirieran a las leyes judías, mientras que algunos cristianos de ascendencia judía creían que los conversos debían ceñirse a las leyes de Moisés. No se ponían de acuerdo en cuanto a qué debía esperarse de los creyentes gentiles, por lo que los ancianos de la iglesia a la larga tuvieron que reunirse a aclarar las cosas, tanto en lo relativo a la doctrina como a los aspectos prácticos, cosa que hicieron. El resultado favoreció a la postura de los gentiles. (V. Hechos 15, todo el capítulo.)

Se dieron otras situaciones similares con el correr de los años, en que surgieron controversias en torno a creencias cristianas. Había diferencias, y entonces los líderes de la iglesia, que inicialmente se denominaron obispos y más adelante pasaron a conocerse como los padres de la iglesia[4], se reunieron en concejos a discutir, debatir, orar sobre diversas cuestiones y decidir cuáles reflejaban la verdadera doctrina cristiana, contrastándolas con las Escrituras. Muchos de esos hombres gozan del reconocimiento de todos los cristianos, quienes los consideran grandes personajes de la historia de la iglesia, incluidas la fe católica, la ortodoxa y la protestante de la actualidad. Las conclusiones de esos padres de la iglesia se han sostenido como verdades desde la época en que se decidió acerca de ellas, entre los siglos III y VII, porque sus conclusiones estaban basadas en las Escrituras y en verdades que enseñaba la Biblia.

No toda la doctrina o teología cristiana es básica y fundamental. Que Jesús es Dios, que murió por nuestros pecados y que por medio de Su muerte somos salvos, son doctrinas fundamentales. Uno tiene que creer en esas doctrinas para considerarse cristiano. Alguien puede ser cristiano sin importar que crea en que el Arrebatamiento ocurrirá antes o después de la Tribulación, pero no puede serlo si no cree que Jesús murió por sus pecados. De modo que existe una diferencia entre las doctrinas esenciales y aquellas que no forman parte de la base o los cimientos del cristianismo.

Un autor lo expresó de la siguiente manera:

Si comparamos nuestro sistema de creencias teológicas con una telaraña, en el centro de la telaraña ubicaríamos temas como la creencia en la existencia de Dios. Esa vendría a ser una creencia fundamental para nuestra telaraña de fe. Alejándonos un poco del centro estarían la divinidad de Cristo y Su resurrección de los muertos. Un poquito más lejos de ello estarían quizás la teoría penal de la expiación, Su muerte sustitutiva por nuestros pecados. […] Ahora bien, lo que significaría eso es que si quitáramos cualquiera de esas creencias centrales —como la existencia de Dios o la resurrección de Jesús—, si arrancáramos esa parte de la telaraña, toda la telaraña se desbarataría, porque si quitas algo del centro, el resto de la telaraña deja de existir. Mientras que, si tirases de uno de los hilos que se encuentran en la periferia, si bien ocasionaría ciertas reverberaciones en nuestra red de creencias, no la destruiría por completo[5].

En lo personal, haber estudiado estos y otros aspectos de la doctrina cristiana a modo de preparación para escribir la serie me ayudó a apreciar más plenamente el sacrificio y amor de Jesús y lo que le costó brindar a la humanidad la tremenda oportunidad que supone la salvación. Encontré que ponerme al corriente en mayor detalle sobre este y otros temas sobre los que espero escribir más adelante me ha ayudado a edificar y fortalecer mi fe y mi comprensión de Dios. Mi oración es que, de igual manera, los artículos de esta serie y otros que publique a futuro les sirvan tanto como a mí.

Si desean estudiar más sobre estos temas, les recomiendo los libros y las lecturas grabadas que encontrarán en la bibliografía que se incluye al final de cada artículo. En futuros artículos del portal, tengo programado abordar el tema de la Biblia y su fiabilidad histórica, y particularmente lo que dice acerca de Jesús. No obstante, si quieren informarse enseguida más sobre ese tema en particular, les sugiero que lean El caso de Cristo, de Lee Strobel (Editorial Vida, 2000). Este libro aborda muchos aspectos importantes de Jesús en un estilo ameno y fácilmente comprensible.

Espero que estos artículos les den una base firme en su comprensión de las doctrinas dentro del marco de los principios aceptados por el común de los cristianos.

Cuando investigué este material, comparé las enseñanzas de teólogos de las principales denominaciones o escuelas de pensamiento protestantes: la Luterana, la Iglesia Reformada (calvinismo), la Bautista, la Wesleyana, la Carismática y la Arminiana, además de la Católica Apostólica Romana. Al delinear estas doctrinas he tratado de presentar lo que son las creencias comunes a todas. A lo largo de los artículos habrá notas al pie con referencias, tanto a las citas que incluyo como a los pasajes en que parafraseo lo que ha escrito algún autor. En los casos en que hago afirmaciones o utilizo versículos de la Biblia como sustento teórico, me he dado a la tarea de cotejar para asegurarme de que varios teólogos hayan hecho las mismas afirmaciones y utilizado los mismos versículos. La bibliografía que incluyo al final de cada artículo ofrece un detalle de los libros, artículos y lecturas que utilicé en mi investigación.

Espero sinceramente que esta serie les resulte informativa, interesante y útil, y enriquecedora para su fe.


[1] 1 Pedro 3:15 (NVI): Honren en su corazón a Cristo como Señor. Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes.

[2] Hechos 15:1,2,4–6.

[3] Mateo 28:19 (NVI): Vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Marcos 16:15 (RVR 95): Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura.

[4] Ese periodo se conoce como el periodo patrístico, del vocablo latino pater, que significa padre.

[5] Craig, William Lane: What Is Inerrancy?, podcast publicado en reasonablefaith.org.