Enviado por Peter Amsterdam
octubre 30, 2012
En el artículo anterior vimos que el plan de Dios para la redención humana se concibió antes de la creación de la humanidad y que tuvo origen en Su amor, misericordia y gracia, que forman parte de Su naturaleza.
Ahora ahondaremos en algunos elementos específicos de cómo la muerte de Cristo en la cruz propicia el perdón de nuestros pecados y nuestra reconciliación con Dios, es decir, de cómo Su muerte da lugar a nuestra expiación.
En la Biblia el término expiación es la traducción del vocablo hebreo kippur, que deriva del término kaphar, el cual quiere decir cubrir, tapar o ser cubierto.
J. I. Packer lo define de la siguiente manera:
Expiación significa enmendar, borrar la ofensa y remediar el daño a fin de reconciliarse con la persona alienada por causa de él y restaurar la relación deteriorada[1].
El concepto bíblico de expiación se refiere al camino revelado hacia la reconciliación con Dios por intermedio de Su Hijo[2].
El Nuevo Testamento deja muy claro que la muerte de Cristo en la cruz y Su resurrección fueron parte esencial de Su misión en la tierra. Mateo dedica aproximadamente un tercio de su Evangelio a la última semana de la vida de Jesús; Marcos, más de un tercio; Lucas, un cuarto; y Juan un poco menos de la mitad[3].
La crucifixión de Jesús, el derramamiento de Su sangre por nosotros como Cordero de Dios, trajo algo singular a la esfera de la humanidad: la reconciliación eterna con Dios. Desde ese momento en adelante, los seres humanos pueden reconciliarse permanentemente con su Creador.
Muchas veces se plantea el interrogante: ¿Por qué Jesús tuvo que morir crucificado? ¿Cómo obró Su muerte para traernos el perdón de pecados y nuestra reconciliación con Dios? Una combinación de cuatro conceptos bíblicos nos da una comprensión cabal de cómo la muerte de Jesús nos salva del castigo por nuestros pecados y nos reconcilia con Dios. Esos cuatro conceptos enfocan la misma escena, aunque desde ángulos distintos.
El primer concepto es el de la propiciación. La acepción primaria de propiciación es una ofrenda que aplaca la ira. Este concepto está relacionado con la ira de Dios, en el sentido de que, por Su santidad y justicia, Él se ve obligado a juzgar y castigar el pecado. Sin embargo, la ofrenda sacrificial de la muerte de Cristo —como sucedía con los sacrificios que se realizaban en el Antiguo Testamento— propicia o aplaca la ira de Dios. A causa de Su amor por nosotros, Dios concibió un medio de perdonar nuestros pecados, permaneciendo al mismo tiempo fiel a Su naturaleza.
Él es la propiciación por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo[4].
Todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por Su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en Su sangre[5].
¿De qué manera la muerte de Jesús apartó de nosotros la ira de Dios? La apartó de nosotros al infligírsela a Sí mismo. Nos merecemos la justa ira de Dios; mas Jesús tomó sobre Sí la culpa de nuestro pecado y asumiendo la pena sufrió Él mismo por nuestros pecados. Soportó la ira de Dios por nuestros pecados en nuestro lugar.
Los autores Lewis y Demarest lo explican en estos términos:
El Juez del mundo, cuya ley moral es constantemente transgredida, nos halló culpables y pronunció justa sentencia de muerte. Entonces, abandonando el Cielo, el Hijo se hizo hombre, vivió sin pecado y pagó en su totalidad la inestimable pena de nuestros pecados. Para demostrar que Él permanece justo a la vez que justifica a los impíos que creen, el Padre envió al Hijo en sacrificio de expiación. El Juez que nos halló culpables vino en la persona de Su propio Hijo para expiar nuestros pecados[6].
Algunas personas objetan el concepto de que una persona inocente asuma el castigo de los culpables. Afirman que eso es inmoral. Sin embargo, en este caso uno de los componentes de la Trinidad —Dios Hijo— es el que recibe ese castigo. De modo que Dios —contra quien se ha pecado— actúa tanto de Juez que emite el veredicto como de reo que paga la pena por el pecado. El sacrificio del Hijo de Dios es la propiciación que satisface a Dios. Aunque la ira de Dios —Su justo juicio— se vierte sobre el pecado, Dios mismo, habiendo tomado forma humana, recibe esa ira en nuestro lugar. Esto trasciende por lejos la equidad y la justicia. Se trata del designio amoroso y compasivo del Dios del amor.
Otro concepto bíblico que contribuye a explicar cómo la muerte de Jesús nos trajo la salvación es el de la redención. Los términos redimir y redención provienen del grupo del vocablo griego lutron —en su forma sustantiva— cuya forma verbal es lutroun y que significa soltar, rescatar, poner en libertad por medio del pago de un rescate. Otras variaciones son precio de rescatey el acto de pagar por un rescate. A continuación, algunos de los versículos en los que se emplean esos términos:
Como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y para dar Su vida en rescate por todos[7].
Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre, el cual se dio a Sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo[8].
Mientras aguardamos la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Él se dio a Sí mismo por nosotros para redimirnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras[9].
Ya sabéis que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir (la cual recibisteis de vuestros padres) no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación[10].
El uso de los términos rescatar y redimir en estos versículos expresa el concepto del pago de un precio, un rescate por la libertad de alguien, a fin de exonerarlo de un yugo o de una dominación.
El teólogo Jack Cottrell esclarece este concepto explicando la redención de los varones primogénitos en el Antiguo Testamento. Escribió:
El rito del Antiguo Testamento que nos ofrece el más claro trasfondo para entender la obra redentora de Cristo es el de la redención de los varones primogénitos de su singular estado de consagración a Dios. Dios había decretado que el macho primogénito, fuera hombre o bestia, pertenecía a Él. De los animales clasificados puros debía sacrificarse el primogénito como ofrenda a Dios. En el caso de los animales impuros, como el burro, había una alternativa. Se podía matarlo desnucándolo, o se podía redimirlo —comprarlo— pagando el precio de un cordero para ser sacrificado en su lugar (Éxodo 13:13). Era de esperarse que todo el mundo prefiriera la segunda opción (Números 18:15). En el caso de los humanos no había alternativa. Cada primogénito debía ser redimido —es decir, comprado a Dios— pagando el «precio de rescate», cinco siclos de plata (unas dos onzas y media). Esa costumbre demuestra el significado fundamental de la redención; es decir el pago de un precio para poner a alguien o algo en libertad[11].
En los versículos referidos más arriba, Jesús dijo que había venido a ofrendar Su vida en rescate por muchos. Somos redimidos o rescatados por medio de Su muerte sacrificial, Su sangre derramada por nosotros. Pagó para librarnos de la pena que merecíamos por nuestros pecados asumiendo el castigo en nuestro lugar.
El rescate se paga a Dios Padre, pues es Él quien ha instituido la pena. Jesús —Hijo de Dios— paga el rescate con Su muerte. Es como si el juez emitiera veredicto de culpabilidad contra un infractor y luego dejara su sitial para pagar la multa que él mismo le impuso. Aunque el transgresor es declarado culpable y por ley debe pagar la pena, el precio lo paga el juez. Se hace justicia, se paga la pena por el delito y el culpable queda libre. Además de declararse inocente al culpable, este se transforma en una nueva criatura, que idealmente comienza a vivir una vida caracterizada por el amor a Dios y a los demás en gratitud por haber recibido ese don inestimable de Dios.
En las analogías de más arriba vemos que gracias al amor que alberga por nosotros, Dios nos juzga y a la vez nos redime. Si bien Su plan satisface la necesidad de justo juicio, Dios —el Juez— también ha pagado el precio de nuestra redención derramando la sangre de Su Hijo único.
De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna[12].
[1] Packer, J. I.: Concise Theology: A Guide to Historic Christian Beliefs (Chicago, Illinois: Tyndale House Publishers, Inc., 1993), 134.
[2] Griffith Thomas, W. H.: The Principles of Theology (Eugene, Oregon: Wipf & Stock, 2005), 51.
[3] Griffith Thomas, W. H.: The Principles of Theology (Eugene, Oregon: Wipf & Stock, 2005), 52.
[4] 1 Juan 2:2.
[5] Romanos 3:23–25.
[6] Lewis, Gordon R., y Demarest, Bruce A.: Integrative Theology, volumen 2 (Grand Rapids, Michigan: Zondervan, 1996), 399.
[7] Mateo 20:28.
[8] 1 Timoteo 2:5–6.
[9] Tito 2:13–14.
[10] 1 Pedro 1:18–19.
[11] Cottrell, Jack: What the Bible Says About God the Redeemer (Eugene, Oregon: Wipf and Stock Publishers, 1983), 438–439.
[12] Juan 3:16–17.
Traducción: Felipe Mathews y Gabriel García V.
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