Lo esencial: El Espíritu Santo

Enviado por Peter Amsterdam

julio 16, 2013

La obra del Espíritu Santo en nuestra vida

La manifestación del Espíritu Santo en los primeros discípulos el Día de Pentecostés y su derramamiento sobre los creyentes desde entonces es un cumplimiento de una profecía del libro de Joel que citó el apóstol Pedro justo después de llenarse del Espíritu:

Sucederá que en los últimos días, dice Dios, derramaré Mi Espíritu sobre todo el género humano. Profetizarán sus hijos y sus hijas, los jóvenes tendrán visiones y los ancianos tendrán sueños. En esos días derramaré Mi Espíritu sobre Mis siervos y Mis siervas, y profetizarán[1].

Desde el día de Pentecostés, el Espíritu de Dios ha habitado en los que han entrado en el reino de Dios aceptando a Jesús como su Salvador. Para entrar en ese reino, las personas deben volverse nuevas criaturas, nacer de nuevo, nacer otra vez, nacer del Espíritu.

Le respondió Jesús: «De cierto, de cierto te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios». Nicodemo le preguntó: «¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre y nacer?» Respondió Jesús: «De cierto, de cierto te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es. No te maravilles de que te dije: “Os es necesario nacer de nuevo”. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo aquel que nace del Espíritu»[2].

En el Antiguo Testamento, la presencia de Dios en la Tierra se manifestó en la columna de fuego y de nube, en los truenos y relámpagos en el monte Sinaí, en la zarza ardiente y en otras teofanías. Jesús, el Hijo de Dios encarnado, fue durante Su vida la presencia de Dios en la Tierra. Desde el día de Pentecostés, el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Trinidad, ha morado en el interior de los nacidos del Espíritu. La actividad del Espíritu de Dios en los creyentes ha sido la manifestación primaria de la presencia de Dios en la Tierra desde que Jesús ascendió al Cielo[3].

El Espíritu Santo está presente en los creyentes e influye en nosotros de variadas maneras. Cuando hablamos a los demás de Jesús y de la salvación que Dios nos ofrece como regalo, lo hacemos por el poder del Espíritu. Nuestra interacción con otros cristianos, en forma de comunión con ellos, reuniones de culto y colaboración en la testificación, en asuntos de la iglesia y en diversos ministerios, está potenciada por los dones del Espíritu Santo. El Espíritu ejerce un importante papel en nuestra relación con el Señor, nuestro crecimiento espiritual y nuestra vida en armonía con la voluntad y la manera de proceder de Dios. El Espíritu de Dios nos guía, orienta y dirige. Nos enseña y aumenta nuestra comprensión. Por medio de Él tenemos la garantía de que somos hijos de Dios, de que permanecemos en Él y Él en nosotros. El Espíritu Santo desempeña un rol de consideración en la vida de cada uno de nosotros.

Papel del Espíritu en la testificación

Justo antes de ascender al Cielo, Jesús encargó a Sus discípulos que volvieran a Jerusalén y esperaran «la promesa del Padre», comunicándoles que serían bautizados con el Espíritu Santo.

Estando juntos, les ordenó: «No salgáis de Jerusalén, sino esperad la promesa del Padre, la cual oísteis de Mí, porque Juan ciertamente bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días»[4].

Seguidamente les explicó que cuando el Espíritu viniera sobre ellos, recibirían poder para testificar:

Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra[5].

El día de Pentecostés, el Espíritu vino sobre los discípulos, y con el tiempo ellos se volvieron testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria y en todo el mundo conocido. Existen numerosos documentos acerca de cómo los apóstoles y discípulos testificaron con el poder del Espíritu Santo.

El mismo Espíritu de Dios que facultó a los primeros cristianos para evangelizar, que obró milagros por medio de ellos y los impulsó a proclamar valientemente el mensaje aun en medio de fuerte oposición y con riesgo de martirio, mora en los cristianos de hoy en día. La misión que se les encomendó a los primeros discípulos y a todos los que ha habido desde entonces es dar a conocer el Evangelio; y el Espíritu Santo nos da el poder y la unción para hacerlo.

Cierto autor escribió que el Espíritu Santo es un «Espíritu misionero». Cuando un cristiano está dispuesto a evangelizar, el Espíritu de Dios lo carga de poder para que haga más de lo que es capaz y se vuelva un testigo[6].

Como sucede con otros aspectos del actuar del Espíritu Santo en nuestra vida, en la testificación mucho depende de nuestra docilidad a las indicaciones de Dios. Jesús nos llama a evangelizar, y cuando respondemos a Su llamado, el Espíritu nos da poder para cumplir esa misión. Sin embargo, si optamos por no hablar de Él a los demás y por consiguiente «apagamos el Espíritu»[7], entonces Él no puede obrar por medio de nosotros para comunicar el mensaje a las personas que necesitan oírlo.

El encargo de testificar está claro; el poder para testificar está presente en el Espíritu Santo; y cuando cumplimos con nuestra parte y optamos por transmitir el Evangelio a los demás, el Espíritu nos da poder y ungimiento para hacer llegar el mensaje a los perdidos y necesitados. Gracias a nuestra testificación, otras personas oyen el llamado del Espíritu de Dios para que se salven, se conviertan en hijos de Dios y vivan con Él para siempre.

Los dones del Espíritu

Además de darnos poder para testificar, el Espíritu Santo nos concede dones para ministrar a los demás, tanto a las personas a las que testificamos como a otros cristianos con los que servimos y tenemos comunión. Los dones del Espíritu se mencionan y enumeran en seis pasajes de las epístolas[8]. En ellos se habla de diversos dones, así como de algunas funciones o llamamientos como el de apóstol o evangelizador. Asimismo se dice que el Espíritu Santo nos da esos dones para el bien de todos y que es Él quien determina los dones que da a cada uno.

Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. A cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para el bien de todos. Todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como Él quiere[9].

Estos son los dones enumerados: el llamamiento de apóstol, de profeta, de maestro; el don de hacer milagros, de sanar, de ayudar, de administrar, de lenguas, de hablar palabras de sabiduría o de conocimiento, de fe, de discernimiento de espíritus, de interpretación de lenguas; la función de evangelizador, de pastor; el don de animar, de socorrer, de dirigir, de practicar la misericordia, del matrimonio, del celibato, de hablar, de servir. Estos dos últimos, que se mencionan en 1 Pedro, pueden considerarse dones generales que engloban a los demás.

Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo[10].

En la 6ª parte de esta serie de artículos sobre el Espíritu Santo habrá más explicaciones sobre cada uno de los dones.

Todos ellos los podemos emplear en nuestra evangelización y en nuestro servicio al Señor y a los demás cristianos. Son para el bien común de la iglesia, para beneficio del cuerpo de Cristo, de las personas con las que colaboramos y tenemos comunión en el Señor. También resultan útiles en nuestro servicio al Señor, para ministrar a los demás por medio de la testificación.

Esos dones son manifestaciones de la presencia de Dios tanto en el mundo de hoy como en nuestra vida. Algunos son llamados sobrenaturales o milagrosos, como el de hacer milagros, el de sanar, el de profetizar, el de hablar en lenguas y el de echar fuera demonios[11]. Otros son considerados no milagrosos, como el de servir, el de enseñar, el de dirigir, el de practicar la misericordia, etc. En las Escrituras no se hace una distinción formal entre los dones milagrosos y los no milagrosos; esa es simplemente una forma de clasificarlos o categorizarlos que emplean los teólogos. Cada uno de ellos es un don que el Espíritu Santo da a las personas. Todos ellos vienen de Dios y tienen gran valor en nuestra vida y en nuestro servicio al prójimo.

Crecimiento espiritual

La presencia del Espíritu Santo en nuestra vida se evidencia también en el aspecto de nuestro crecimiento espiritual, el proceso por el que nos vamos asemejando cada vez más a Cristo. El término teológico para ello es santificación. La presencia del Espíritu Santo en nuestra vida produce una evolución progresiva hacia la naturaleza divina. Dios es santo, y Su Espíritu nos impulsa a vivir de una manera que emule Su naturaleza y personalidad. Vamos creciendo en fe, en nuestra aplicación de la Palabra de Dios a nuestra vida cotidiana, en la toma de decisiones y resoluciones que estén en armonía con la voluntad, la Palabra y la manera de ser de Dios. Y conforme hacemos eso, crecemos en santidad y «somos transformados a Su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu»[12].

El hecho de que el Espíritu Santo more en nosotros tiene como fruto o efecto que nos volvemos más amorosos, alegres, apacibles, pacientes, amables, buenos, fieles, mansos y capaces de dominarnos. En breve, llegamos a ser más como Dios, más santos. Al tener mayor dominio propio, estamos en mejores condiciones de evitar airarnos con los demás, impacientarnos con ellos, ser desagradables, tratarlos sin amor o albergar malos sentimientos hacia ellos. Es menos probable que cometamos maldades o que tengamos actitudes negativas que hagan daño al prójimo o nos perjudiquen a nosotros mismos. Tenemos mayor capacidad para superar nuestros rasgos humanos pecaminosos, propios de nuestra naturaleza.

Estamos en una lucha interna constante entre buscar nuestro propio provecho y conducirnos como lo haría Dios. El Espíritu de Dios continuamente nos anima a hacer esto último.

La naturaleza pecaminosa desea hacer el mal, que es precisamente lo contrario de lo que quiere el Espíritu. Y el Espíritu nos da deseos que se oponen a lo que desea la naturaleza pecaminosa. Estas dos fuerzas luchan constantemente entre sí, entonces ustedes no son libres para llevar a cabo sus buenas intenciones[13].

Hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne, porque si vivís conforme a la carne, moriréis; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios[14].

Si en nuestra vida cotidiana aceptamos la guía del Espíritu, tomando buenas decisiones, decisiones éticas, que se ajusten a los principios de la Palabra de Dios, vamos creciendo en nuestra relación con el Señor. El Espíritu Santo obra en nosotros y nos ayuda a decidir con acierto, dándonos fuerzas para resistir el pecado y optar por proceder con más rectitud. Nunca logramos erradicar de nuestra vida el pecado y la tentación de pecar; pero conforme vamos creciendo espiritualmente con la ayuda del Espíritu Santo, estamos en mejores condiciones de rechazarlo con firmeza y no ceder a la tentación.

La presencia del Espíritu

En el Nuevo Testamento, la presencia del Espíritu Santo se manifestó de diversas maneras. Cuando Juan el Bautista bautizó a Jesús en el río Jordán, al inicio del ministerio de Cristo, vio la presencia del Espíritu Santo como una paloma que bajaba y se quedaba sobre Él. En Pentecostés, el Espíritu se manifestó por medio de lenguas de fuego, un ruido como el de una violenta ráfaga de viento y el hecho de que los discípulos se pusieron a hablar en lenguas extranjeras. A lo largo del libro de los Hechos, el Espíritu Santo vino sobre los creyentes; era evidente que estaban llenos del Espíritu.

Juan testificó, diciendo: «Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y que permaneció sobre Él»[15].

De repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablaran[16].

Cuando comencé a hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos, como también sobre nosotros al principio. Entonces me acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo: «Juan ciertamente bautizó en agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo»[17].

En nuestra época, la presencia del Espíritu Santo sigue manifestándose de variadas maneras en la vida de los creyentes, por medio de los dones espirituales que nos concede (v. la lista anterior) y también a través de milagros, señales y prodigios.

Dios confirmó el mensaje mediante señales, maravillas, diversos milagros y dones del Espíritu Santo según Su voluntad[18].

Internamente, tenemos conciencia de la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida por medio del testimonio que da el Espíritu dentro de nosotros en el sentido de que somos hijos de Dios y Él es nuestro Padre, de que permanecemos en Él y Él en nosotros; y por medio de la garantía o anticipo de la promesa de pasar la eternidad con el Padre.

El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios[19].

El que guarda Sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que Él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado[20].

Dios […] nos ha sellado y nos ha dado, como garantía, el Espíritu en nuestros corazones[21].

Guía y orientación

Hay varios pasajes de las Escrituras en los que el Espíritu Santo dirige y orienta a las personas. Después de Su bautismo, Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, donde ayunó cuarenta días y fue tentado por Satanás.

Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu al desierto por cuarenta días, y era tentado por el diablo. No comió nada en aquellos días[22].

El Espíritu guió también, por ejemplo, a Felipe, uno de los siete diáconos que fueron elegidos para encargarse de la distribución de la comida en la iglesia de Jerusalén[23]. Después de la lapidación de Esteban, Felipe salió de Jerusalén para llevar el Evangelio a Samaria. Cuando un ángel le indicó que saliera de Samaria y tomara el camino que conducía a Gaza, él lo hizo; y mientras iba andando, el Espíritu Santo le dio instrucciones precisas.

Sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de Candace, reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros y había venido a Jerusalén para adorar, volvía sentado en su carro, leyendo al profeta Isaías. El Espíritu dijo a Felipe: «Acércate y júntate a ese carro»[24].

Hubo otros casos en que el Espíritu proporcionó orientación directa: cuando dio instrucciones a la iglesia de Antioquía para que enviaran a Pablo y Bernabé en un viaje misionero; cuando le prohibió a Pablo que divulgara el mensaje en Asia y le dijo que no fuera a Bitinia; y cuando mandó a Pedro que fuera con tres hombres a la casa de Cornelio.

Ministrando estos al Señor y ayunando, dijo el Espíritu Santo: «Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado». Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia, y de allí navegaron a Chipre[25].

Atravesando [Pablo y Timoteo] Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo hablar la palabra en Asia; y cuando llegaron a Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu no se lo permitió[26].

Mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: «Tres hombres te buscan. Levántate, pues, desciende y no dudes de ir con ellos, porque Yo los he enviado»[27].

Esos son algunos ejemplos, tomados de la Biblia, de casos en que el Espíritu dio orientación. Al repasar la lista de dones del Espíritu, se aprecian formas concretas en que el Espíritu Santo nos guía y orienta. Los dones de profecía, sabiduría y conocimiento nos permiten descubrir la guía del Espíritu. También podemos recibir orientación mediante la enseñanza y exhortación de personas que tienen esos dones del Espíritu. El Espíritu Santo también puede enseñarnos, hablarnos y dirigirnos cuando leemos la Palabra de Dios.

Disfrutar de la presencia continua del Espíritu en nuestra vida

Reproduzco unas bellas palabras del escritor Wayne Grudem:

Estar lleno del Espíritu Santo es estar lleno de la presencia inmediata de Dios, la cual nos permite sentir lo que Él siente, desear lo que Él desea, hacer lo que Él quiere, hablar con Su poder, orar y ministrar con Sus fuerzas y conocer con el conocimiento que Él mismo da[28].

Como cristianos, contamos con el privilegio de tener el Espíritu Santo morando en nosotros. Se nos ha concedido el honor de que nuestro cuerpo sea templo del Espíritu Santo, de contar con la presencia de Dios en nuestra vida. Realmente es algo que debemos valorar.

Si bien el Espíritu de Dios está presente en nuestra vida, el grado en que se manifieste esa presencia depende de nosotros, de cuánto nos abramos a la influencia del Espíritu. El Antiguo Testamento habla de individuos, como Sansón y Saúl, que disfrutaron por un tiempo de la presencia e influencia del Espíritu Santo, pero cuyos pecados hicieron que el Espíritu los dejara.

En el Nuevo Testamento se nos manda no entristecer al Espíritu Santo ni apagarlo. La palabra griega que emplea Pablo en su Primera Epístola a los Tesalonicenses y que se tradujo como apagar es sbennumi, que significa extinguir, suprimir, sofocar. Pablo les advirtió que no hicieran eso con la actividad del Espíritu Santo tanto en ellos como por medio de ellos.

No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención[29].

No apaguéis al Espíritu[30].

Si entristecemos o apagamos al Espíritu, se reducen la ayuda, la guía y las indicaciones que podríamos recibir, así como el consuelo y la paz de que disfrutamos. El Espíritu de Dios no es algo que se nos imponga, y Su influencia puede menguar debido a nuestra poca receptividad, como resultado de pecados deliberados, falta de interés, desobediencia o incredulidad.

Son muchos los beneficios de que el Espíritu Santo participe activamente en nuestra vida. El Espíritu Santo ejerce una influencia positiva en nosotros; aumenta nuestra eficacia como testigos; nos ayuda a atender mejor a los demás por medio de los dones espirituales que nos otorga; nos asemeja más a Dios; nos ayuda a resistir el mal y el pecado; nos convierte en tabernáculos o moradas para Dios, de manera que los demás lo vean en nosotros y sean atraídos hacia Él. El don del Padre que se nos ha concedido es el inapreciable privilegio de contar con la presencia de Dios en nuestra vida. ¡Qué honor![31]


[1] Hechos 2:17,18 (NVI).

[2] Juan 3:3–8.

[3] Grudem, Wayne: Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica, Vida, 2007, p. 666.

[4] Hechos 1:4,5.

[5] Hechos 1:8.

[6] Williams, J. Rodman: Renewal Theology, Systematic Theology from a Charismatic Perspective, Zondervan, Grand Rapids, 1996, p. 249.

[7] 1 Tesalonicenses 5:19.

[8] 1 Corintios 12:28; 1 Corintios 12:8–10; Efesios 4:11; Romanos 12:6–8; 1 Corintios 7:7; 1 Pedro 4:11. La lista está tomada de Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica, de Wayne Grudem, Vida, 2007, p. 1075.

[9] 1 Corintios 12:4,7,11.

[10] 1 Pedro 4:10,11.

[11] Grudem: Teología sistemática, p. 1083.

[12] 2 Corintios 3:18 (NVI).

[13] Gálatas 5:17 (NTV).

[14] Romanos 8:12–14.

[15] Juan 1:32.

[16] Hechos 2:2–4.

[17] Hechos 11:15,16.

[18] Hebreos 2:4 (NTV).

[19] Romanos 8:16.

[20] 1 Juan 3:24.

[21] 2 Corintios 1:21,22.

[22] Lucas 4:1,2.

[23] Hechos 6:5.

[24] Hechos 8:27–29.

[25] Hechos 13:2–4.

[26] Hechos 16:6,7.

[27] Hechos 10:19,20.

[28] Grudem: Teología sistemática, p. 682.

[29] Efesios 4:30.

[30] 1 Tesalonicenses 5:19.

[31] La idea general de este artículo está basada en el libro de Wayne Grudemtitulado Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica, capítulo 30, «La obra del Espíritu Santo».

Traducción: Jorge Solá y Felipe Mathews.

 

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