Lo esencial: Naturaleza y personalidad de Dios

septiembre 13, 2011

Enviado por Peter Amsterdam

La santidad de Dios

(En Lo esencial: Introducción se puede consultar un preámbulo y una explicación de toda esta colección de artículos.)

La existencia de Dios difiere de la de todos los demás seres. Solamente Él es infinito y no es fruto de una creación,[1] por ende es diferente de todo lo creado. El término teológico para referirse a esto es trascendencia, que significa que Él existe más allá de las limitaciones del universo material y no está sujeto a ellas. La trascendencia expresa que Su existencia es de una calidad superior a la nuestra, que es lo que se esperaría de un Creador respecto de Su creación.[2] El término bíblico que describe esa diferencia, esa singularidad de Dios, es santidad.

Significado de la santidad

El término hebreo qōdeš, que se tradujo como santidad, y la familia de palabras de la misma raíz, como qadaš y qadoš, en todos los casos implican segregación, apartamiento, santidad, sacralidad. Afirmar que Dios es santo es lo mismo que decir que está separado, que es singular y completamente distinto de cualquier otra cosa.

La santidad de Dios con relación a Su esencia representa todos los atributos que lo hacen diferente y mayor que nosotros. Representa la divinidad de Dios. Constituye la diferencia esencial entre Dios y los hombres. Únicamente Dios es Dios; no hay nada ni nadie como Él. Es sagrado. Es el Creador, y el hombre es Su criatura. Es superior al hombre en todo sentido. Es divino. Cierto autor lo expresa con los siguientes términos: «La santidad es la divinidad de Dios»[3].

La santidad se considera también un atributo moral de Dios. Moralmente Dios es perfecto, lo que también lo distingue completamente del hombre y su naturaleza pecaminosa. Aunque la santidad de Dios lo diferencia de la humanidad, tanto esencial como moralmente, es un atributo que, al igual que otros atributos divinos, podemos poseer en pequeña medida. Cualquier santidad que podamos manifestar, por haber sido apartados por Dios y consagrados a Él o por actuar moralmente, es apenas un vestigio de la santidad divina, que es infinitamente superior. La diferencia yace en que si bien nosotros podemos actuar con santidad, Dios es santidad.

Dios soy, no hombre; soy el Santo en medio de ti[4].

¿Quién no te temerá, Señor, y glorificará Tu nombre? pues solo Tú eres santo[5].

La santidad de Dios denota Su suprema majestad, Su grandiosidad, el hecho de que está sumamente exaltado por encima de todas las criaturas.

¿Quién como Tú, Señor, entre los dioses? ¿Quién como Tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?[6]

Así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: «Yo habito en la altura y la santidad»[7].

En la visión que Isaías tuvo de Dios en el sexto capítulo del libro que lleva su nombre, habló de la santidad de Dios:

Vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y Sus faldas llenaban el templo. Por encima de Él había serafines. Cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces diciendo: «¡Santo, santo, santo, Señor de los ejércitos! ¡Toda la tierra está llena de Su gloria!»[8]

Seguramente habrás notado que en ese versículo se afirma que Dios es «santo, santo, santo». Timothy Keller —pastor y conferencista cristiano— comenta que en el Antiguo Testamento el concepto de magnitud se expresa por medio de la repetición de una palabra.

Por ejemplo, en Génesis 14:10 dice:

El valle del Sidim estaba lleno de pozos de asfalto; y cuando huyeron el rey de Sodoma y el de Gomorra, cayeron allí; los demás huyeron al monte.

«Estaba lleno de pozos de asfalto» es la traducción de «pozos de asfalto, pozos de asfalto». En el hebreo original la repetición de «pozo de asfalto» tenía por objeto denotar gran magnitud, es decir, que había muchos pozos de asfalto.

Se emplea el mismo principio de repetición para describir la pureza de las vasijas de oro, como queda de manifiesto en 2 Reyes 25:15 (RVR 1960):

Incensarios, cuencos, los que de oro, en oro, y los que de plata, en plata; todo lo llevó el capitán de la guardia.

En la versión NBLH, el mismo versículo se tradujo así:

El capitán de la guardia se llevó además los incensarios y los tazones, lo que era de oro puro y lo que era de plata pura.

En hebreo, el término empleado fue «oro, oro», lo que ponía de relieve su calidad superior. Esos son algunos ejemplos de cómo la magnitud o la calidad superlativa de algo se expresan en el Antiguo Testamento mediante la repetición de palabras.

En este caso, al referirse a la santidad divina, el término se triplica. En ningún otro pasaje del Antiguo Testamento hebreo se repite tres veces un atributo. En el pasaje referido se describe de manera tan sublime la santidad de Dios que sí se repite tres veces. Dios no es solamente santo, ni santo santo; es santo santo santo. Está en una categoría aparte, superior a cualquier otra[9].

La incomparable naturaleza divina

La santidad divina es infinitamente sagrada. Se trata de la máxima expresión de santidad. Es superlativa. No hay ninguna santidad que se asemeje a ella. Eso es válido no solamente para la santidad de Dios, sino para todos Sus atributos. El amor de Dios es la máxima expresión de amor que existe. Lo mismo vale para Su sabiduría, Su conocimiento, Su poder; todas Sus cualidades son superlativas. No hay nada que se les compare. Si bien los humanos contamos con una medida pequeña de algunas de esas cualidades, pues estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, en ningún caso pueden compararse con la magnitud o infinidad de los atributos de Dios. Él es amor puro, poder puro. Solamente Él es santo santo santo.

No hay santo como el Señor; porque no hay nadie fuera de Ti ni refugio como el Dios nuestro[10].

A lo largo de la Biblia se atribuye santidad no solo a Dios, sino también a otras cosas, lo que quiere decir que están apartadas o retiradas de su sitio normal, dedicadas, santificadas o empleadas en el servicio a Dios. Por ejemplo, un lugar o tierra era sagrado porque en él estaba la presencia de Dios. El templo era sagrado porque se usaba para rendir culto a Dios. Dentro del templo había un lugar santo al que solo podían acceder los sacerdotes, y eso únicamente después de haberse lavado las manos y los pies. Separado del lugar santo por un grueso velo se encontraba el Lugar Santísimo, al que solo tenía acceso el sumo sacerdote una vez al año en el Día de Expiación. El sábado era sagrado y estaba destinado al reposo en memoria de Dios. A los hijos de Israel se los denominaba «nación santa», pues Dios los había separado de las demás por medio de la alianza que había hecho con ellos.

Moisés se dijo: «Iré ahora para contemplar esta gran visión, por qué causa la zarza no se quema». Cuando el Señor vio que él iba a mirar, lo llamó de en medio de la zarza: «¡Moisés, Moisés!» «Aquí estoy», respondió él. Dios le dijo: «No te acerques; quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es»[11].

Seremos saciados del bien de Tu Casa, de Tu santo templo[12].

Pondrás el velo debajo de los corchetes, y allí, detrás del velo, colocarás el Arca del testimonio. Así el velo servirá para separar el Lugar santo del Lugar santísimo. Pondrás el propiciatorio sobre el Arca del testimonio en el Lugar santísimo[13].

El Tabernáculo estaba dispuesto así: en la primera parte, llamada el Lugar santo, estaban el candelabro, la mesa y los panes de la proposición. Tras el segundo velo estaba la parte del Tabernáculo llamada el Lugar santísimo[14].

Acuérdate del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, pero el séptimo día es de reposo para el Señor, tu Dios[15].

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento hubo personas que fueron llamadas santas. En el Nuevo Testamento, el término griego empleado para decir santo era hagios.

[Moisés] habló a Coré y a todo su séquito, y les dijo: «Mañana mostrará el Señor quién le pertenece y quién es santo, y hará que se acerque a Él. Al que Él escoja, lo acercará a Sí»[16].

Si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor y dispuesto para toda buena obra[17].

El que preside la comunidad está encargado de las cosas de Dios, y por eso es necesario que lleve una vida irreprochable. No debe ser terco, ni de mal genio; no debe ser borracho, ni amigo de peleas, ni desear ganancias mal habidas. Al contrario, siempre debe estar dispuesto a hospedar gente en su casa, y debe ser un hombre de bien, de buen juicio, justo, santo y disciplinado[18].

La bondad y pureza de Dios

Además de los aspectos en que Dios es completamente distinto en cuanto a esencia y ser (ontológicamente), lo es también en cuanto a Su naturaleza ética y moral. En Su rectitud trasciende todo lo que ha creado. Dios es moralmente perfecto en carácter y acción. Es puro y justo; no tiene deseos, motivos, pensamientos, palabras o actos perversos. Es eterno e inmutablemente santo[19]. Está imbuido de pureza divina, sin la menor impureza. Como tal, se distingue claramente de la pecaminosidad del hombre.

En el Antiguo Testamento Dios mandó a los israelitas —tanto a los sacerdotes como al pueblo— que siguieran numerosos ritos y ceremonias de purificación. Cualquier cosa que contaminaba a una persona —que la volvía impura o inmunda, ya fuera interior o exteriormente— le impedía acercarse a Dios y a Su morada, el tabernáculo o templo. A raíz de eso Dios les indicó que realizaran todas esas ceremonias purificadoras. Era una demostración de que el Santo estaba separado de todo aquello que no es santo.

Dado que Dios es santidad pura, Él no tiene parte en el pecado y la perversidad moral. No puede comulgar con el pecado. Constituye una ofensa contra Su propia naturaleza.

Tú eres demasiado puro para consentir el mal, para contemplar con agrado la iniquidad[20].

Tú no eres un Dios que se complace en la maldad, el malo no habitará junto a Ti[21].

¡Lejos esté de Dios la impiedad, del Omnipotente la iniquidad![22]

Cuando alguno es tentado no diga que es tentado de parte de Dios, porque Dios no puede ser tentado por el mal ni Él tienta a nadie[23].

Dada la santidad inherente de Dios, Él no puede tolerar el pecado; sin embargo, todos los seres humanos pecamos. Como veremos en otros artículos, por el carácter perfecto de la justicia y equidad divinas, hay —y debe haber— retribución y castigo por el pecado. No obstante, como Dios es también amor y misericordia supremos, concibió un plan de redención que requirió la encarnación de Jesús, Su vida sin pecado y el sacrificio de Su vida en la cruz por los pecados de la humanidad. Todo ello satisface la justicia y equidad divinas, como explicaremos más fondo en otros artículos, y propicia la reconciliación entre Dios y quienes aceptan a Jesús. Él lo hizo por amor a nosotros, Su creación.

De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna[24].


Notas

A menos que se indique otra cosa, los versículos citados proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso. También se citan versículos de Reina-Valera 1960 (RVR 1960), de la Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy (NBLH) y de la versión Dios Habla Hoy (DHH).


Bibliografía

Barth, Karl: The Doctrine of the Word of God, Vol.1 Part 2, Hendrickson Publishers, Peabody, 2010.

Berkhof, Louis: Teología sistemática, Libros Desafío, 1998.

Cottrell, Jack. What the Bible Says About God the Creator. Eugene: Wipf and Stock Publishers, 1996.

Craig, William Lane: The Doctrine of Christ, charla de la serie Defenders.

Garrett, Jr., James Leo: Teología sistemática, bíblica, histórica, evangélica, tomo I, Mundo Hispano, 2007.

Grudem, Wayne: Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica, Vida, 2007.

Lewis, Gordon R., y Demarest, Bruce A.: Integrative Theology, Zondervan, Grand Rapids, 1996.

Milne, Bruce: Conocerán la verdad, un manual para la fe cristiana, Ediciones Puma, 2009.

Mueller, John Theodore: Christian Dogmatics, A Handbook of Doctrinal Theology for Pastors, Teachers, and Laymen, Concordia Publishing House, St. Louis, 1934.

Ott, Ludwig, Fundamentals of Catholic Dogma, Tan Books and Publishers, Inc., Rockford, 1960.

Packer, J. I. The Attributes of God 1 and 2. Serie de charlas.


[1] Cottrell, Jack: What the Bible Says About God the Creator, Wipf and Stock Publishers, Eugene, 1996, p. 211.

[2] Packer, J. I.: Attributes of God, part 2, charla 11, «Transcendence and Character».

[3] Cottrell, Jack: What the Bible Says About God the Creator, Wipf and Stock Publishers, Eugene, 1996, p. 216.

[4] Oseas 11:9.

[5] Apocalipsis 15:4.

[6] Éxodo 15:11.

[7] Isaías 57:15.

[8] Isaías 6:1–3.

[9] Keller, Timothy: The Gospel and Your Self, Redeemer Presbyterian Church. 2005.

[10] 1 Samuel 2:2.

[11] Éxodo 3:3–5.

[12] Salmo 65:4.

[13] Éxodo 26:33,34.

[14] Hebreos 9:2,3.

[15] Éxodo 20:8–10.

[16] Números 16:5.

[17] 2 Timoteo 2:21.

[18] Tito 1:7,8.

[19] Lewis, Gordon R., y Demarest, Bruce A.: Integrative Theology, Zondervan, Grand Rapids, 1996, libro 1, p. 233.

[20] Habacuc 1:13 (DHH).

[21] Salmo 5:4.

[22] Job 34:10.

[23] Santiago 1:13.

[24] Juan 3:16.

Traducción: Felipe Mathews.
Revisión: Gabriel García V. y Jorge Solá.