Enviado por Peter Amsterdam
agosto 13, 2013
En este artículo seguimos con las breves explicaciones de cada uno de los dones del Espíritu iniciadas en la 1ª parte.
Distinguir entre espíritus es un don del Espíritu que se menciona una única vez en el Nuevo Testamento. Se trata de la habilidad de reconocer en la vida de una persona la presencia e influencia del Espíritu Santo o de un espíritu demoniaco[1]. En 1 Juan se nos dice que examinemos los espíritus para ver si son de Dios.
Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido por el mundo[2].
Aparte de servir para distinguir entre buenos y malos espíritus, este don también se puede emplear para discernir entre diversas clases de malos espíritus. En la Biblia se mencionan el espíritu de enfermedad, el de adivinación, el de sordera y mudez, y el de error[3].
Enseñaba Jesús en una sinagoga en sábado, y había allí una mujer que desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad, y andaba encorvada y en ninguna manera se podía enderezar. Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: «Mujer, eres libre de tu enfermedad»[4].
Aconteció que mientras íbamos a la oración, nos salió al encuentro una muchacha que tenía espíritu de adivinación, la cual daba gran ganancia a sus amos, adivinando. […] Desagradando a Pablo, se volvió él y dijo al espíritu: «Te mando en el nombre de Jesucristo que salgas de ella». Y salió en aquella misma hora[5].
Cuando Jesús vio que la multitud se agolpaba, reprendió al espíritu impuro, diciéndole: «Espíritu mudo y sordo, Yo te mando que salgas de él y no entres más en él»[6].
El don de lenguas se manifestó por primera vez el día de Pentecostés, cuando los apóstoles —todos ellos judíos, mayormente galileos— fueron llenos del Espíritu y hablaron en otras lenguas. En las Escrituras no hay constancia de que antes de ese día alguien hablara en lenguas.
Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablaran[7].
Aquella vez, los apóstoles hablaron en lenguas y los presentes, que procedían de todo el mundo conocido, oyeron en su propio idioma lo que decían los apóstoles. Esa manera de hablar en lenguas, de modo que los demás entiendan lo que uno dice, ha sido muy poco frecuente. Es posible que a lo largo de los siglos hayan ocurrido situaciones similares a esa, pero de acuerdo con los registros históricos, no es algo corriente.
Pablo tenía el don de lenguas y en sus escritos habló de él. Lo empleaba a menudo, y lo reafirmó cuando escribió a los fieles de la iglesia de Corinto que él lo practicaba más que todos ellos. Por otra parte, dio recomendaciones a los creyentes sobre su uso en reuniones, por el hecho de que, cuando uno habla en lenguas, los demás no entienden lo que dice.
Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros[8].
El que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios, pues nadie lo entiende, aunque por el Espíritu habla misterios[9].
Pablo escribió sobre el empleo de las lenguas en las sesiones de alabanza y adoración con otros creyentes, y sobre su uso en la oración en privado.
En un escenario de alabanza o adoración, Pablo explica que es preferible no hablar en lenguas a menos que esté presente alguien capaz de interpretarlas; ya que mediante la interpretación de lo que se dijo, los oyentes son edificados, lo cual no sucede si las lenguas no se interpretan.
El escritor Wayne Grudem define de la siguiente manera lo que es hablar en lenguas:
Hablar en lenguas es orar o alabar con sílabas ininteligibles para la persona que las pronuncia[10].
Como indica el versículo citado más arriba, la persona que habla en lenguas suele dirigirse a Dios, lo cual significa que las lenguas son, la mayoría de las veces, un medio de orar o alabar al Señor. Cuando una persona reza en lenguas, su espíritu ora y se comunica directamente con Dios, sin que intervengan su mente y su entendimiento y sin que ella misma sepa lo que dice.
Si oro en lenguas, mi espíritu ora, pero yo no entiendo lo que digo[11].
Cuando oramos y alabamos en lenguas, nos edificamos a nosotros mismos.
El que habla en lengua extraña, a sí mismo se edifica; pero el que profetiza, edifica a la iglesia[12].
Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento[13].
Orar en lenguas en privado lo edifica a uno mismo, y edifica a la iglesia si hay alguien para interpretar. No hay duda de que el apóstol Pablo consideró importante este don y fomentó su uso.
Yo desearía que todos vosotros hablarais en lenguas[14].
El don de la enseñanza es la habilidad de explicar la Escritura y los sanos principios, conocimientos y sabiduría que contiene, y ayudar a los demás a aplicarlos[15] a su propia experiencia. En el Nuevo Testamento figuran ejemplos de personas que enseñaron la Palabra de Dios y exhortaciones a hacerlo.
Pablo y Bernabé continuaron en Antioquía, enseñando la palabra del Señor y anunciando el evangelio con otros muchos[16].
[Pablo] se detuvo allí un año y seis meses, enseñándoles la palabra de Dios[17].
Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que, por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza[18].
Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia[19].
Enseñar la Palabra y su aplicación en nuestra vida constituye un elemento clave de la formación de discípulos. Cuando Jesús habló de ir por el mundo y hacer discípulos, determinó que había que enseñarles. Y observamos que, después del día de Pentecostés, los apóstoles se dedicaron a enseñar a los nuevos conversos, obedeciendo lo expresado por Jesús.
Id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Y Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo[20].
Se mantenían fieles a las enseñanzas de los apóstoles y en el mutuo compañerismo, en el partimiento del pan y en las oraciones[21].
El don de la enseñanza es crucial para comunicar nuestra fe a las personas a las que acercamos al Señor, para cimentarlas en la fe y ayudarlas a convertirse en discípulos. Es importante que conozcamos y entendamos nuestra fe; por eso, quienes han recibido del Espíritu la capacidad de leer, estudiar y luego enseñar, prestan un gran servicio a los que tienen ansias de aprender y volverse discípulos. La enseñanza contribuye a transformar vidas, pues conduce a una mayor comprensión de la Biblia y de su aplicación.
El Nuevo Testamento no es muy explícito acerca de los siguientes dones, pero sí aparecen enumerados en los pasajes pertinentes.
El don de administrar se incluye en la lista de dones de 1 Corintios 12:28. Diversas versiones traducen el término griego como don de gobernar, de dirigir, de administrar o de presidir. Se puede entender como la habilidad y la unción para gobernar la iglesia o encargarse de asuntos relacionados con ella, así como para planear, organizar y ejecutar las labores tendentes a la realización de tareas y la consecución de objetivos.
El don de ayudar es la habilidad de prestar ayuda por diversos medios. En una iglesia, grupo religioso o labor de testificación se suele advertir este don en los que están particularmente dotados para brindar asistencia práctica de múltiples formas. Tales individuos tienen un valor tremendo y se encargan entre bastidores de las tareas prácticas que constituyen la columna vertebral de toda obra de Dios, a pesar de que su heroica labor no suele ser debidamente reconocida. Disfrutan haciendo lo que sea preciso para ayudar con la obra del Señor.
Todo cristiano tiene el llamamiento de dar a conocer el Evangelio y está capacitado por el Espíritu Santo para hacerlo; o sea, que todo cristiano está preparado en cierta medida para evangelizar.
Si bien todos los cristianos pueden y deben evangelizar, algunos tienen la vocación para dedicarse principalmente a esa tarea y reciben el don de evangelizar, un poder o una eficacia particulares para comunicar el mensaje de la salvación. En la iglesia primitiva, que predicaba mucho el Evangelio, los que tenían un don especial del Espíritu Santo para difundir la fe eran considerados evangelistas.
Al otro día, saliendo Pablo y los que con él estábamos, fuimos a Cesarea; entramos en casa de Felipe, el evangelista, que era uno de los siete, y nos hospedamos con él[22].
Llegó entonces a Éfeso un judío llamado Apolos, natural de Alejandría, hombre elocuente, poderoso en las Escrituras. […] Fue de gran provecho a los que por la gracia habían creído, porque con gran vehemencia refutaba públicamente a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo[23].
El don de evangelizar no es solo para los que tienen la vocación de ser evangelistas o testificadores plenamente dedicados a su labor. Se observa en quienes han recibido del Espíritu la habilidad de comunicar el Evangelio en situaciones particulares o por medios poco convencionales o habituales, como los que testifican a grandes muchedumbres o por medio de la música o el teatro. Algunos se destacan testificando individualmente a las personas a las que conocen a diario. Otros tienen un don particular para testificar a ciertos tipos de personas, como pueden ser los jóvenes, los pandilleros o los ancianos. En algunos este don se manifiesta en su deseo de ayudar a personas de otras culturas, de ser misioneros en el extranjero. El don de evangelizar va de la mano con la gran misión que se nos ha encomendado de ganar almas para el Señor.
Este don tiene diversas interpretaciones. Puede asociarse con la hospitalidad, como por ejemplo abrir nuestra casa a los que necesitan alojamiento, comida o compañerismo; y manifestar amor haciendo que los demás se sientan bien recibidos, valorados y cuidados. Las personas que tienen ese don logran que los demás se sientan a gusto, amados y seguros. Tienen la habilidad de hacer que los recién llegados a una reunión o los nuevos miembros de una comunidad se sientan cómodos y aceptados.
Este don también puede entenderse como la capacidad de desempeñar o asumir la función de servir a los demás en la obra de Dios, de estar dispuesto a aceptar de buena gana un papel sin protagonismo, sirviendo entre bambalinas. Uno desea servir más que ser servido y ayudar en lo que haga falta. Es la voluntad para llevar a cabo tareas que son sencillas pero cruciales.
En Romanos 12:8, al escribir sobre los diversos dones, Pablo alude a «el que reparte». Este don del Espíritu consiste en dar, en la generosidad. Es lo que nos motiva a compartir con los demás nuestros bienes materiales a fin de promover la obra de Dios, dando más que el diezmo, entregando donativos y ofrendas, ayudando a otros cristianos y a personas necesitadas, como los pobres e indigentes. Es dar desinteresadamente, muchas veces desde el anonimato, de tal manera que ayude a los demás y glorifique al Señor.
El don de dirigir es la capacidad que tienen ciertas personas para conducir a los demás en el proceso de fijarse metas que armonicen con los deseos divinos. Es también saber presentar dichas metas de tal manera que un grupo de personas se sienta motivado para alcanzarlas. Los líderes inspiran al dar expresión a una visión; conmueven a los que tienen la vocación de servir al Señor. Tienen la virtud de motivar a los demás a dar lo mejor de sí en su servicio a Dios, a esforzarse por lograr las metas colectivas.
El don de la misericordia es la habilidad de compadecerse de los que sufren, de empatizar con ellos y actuar para aliviar sus padecimientos. Los que tienen ese don suelen tener vocación para visitar a los enfermos, los ancianos, los presos y los que están confinados en su casa. A menudos son capaces de consolar a los que están de luto, a los que han perdido a un ser querido. Atienden a los necesitados prestándolos asistencia y manifestándoles amor, traduciendo en actos su compasión y esforzándose por aliviar el dolor ajeno. Son un buen reflejo del amor y la compasión de Dios.
El grado en que una persona ejercita los dones del Espíritu puede aumentar o reducirse a lo largo de su vida. Después que uno recibe un don, suele tomarle tiempo cultivarlo y reforzarlo mediante la práctica. Refiriéndose al don de profecía, Pablo habla de ejercerlo en proporción a nuestra fe[24]. Eso indica que los dones espirituales pueden estar más desarrollados en unas personas que en otras[25]. Pablo también habló de que no dejáramos de utilizar nuestro don[26] y de que lo reaviváramos[27], lo cual muestra que un don puede debilitarse por falta de uso.
Cada cual recibe dones según la voluntad del Espíritu[28]. Por consiguiente, no todos tenemos los mismos. Eso lo expresó también el apóstol Pablo cuando escribió:
¿Son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Son todos maestros? ¿Hacen todos milagros? ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan todos?[29]
Tal como está escrito el texto griego, se esperan respuestas negativas a esas preguntas. No todos tienes dones de curación, ni hablan en lenguas, ni son profetas, etc. Los dones se reparten conforme a lo que determina el Espíritu Santo.
A los cristianos se nos facilitan los dones del Espíritu para potenciar nuestra testificación y nuestra vida espiritual y para ayudarnos a fortalecer nuestra comunidad espiritual, la iglesia, movimiento u obra misionera a la que pertenecemos. El Espíritu Santo mora en los creyentes, y los dones son una manifestación de la presencia del Espíritu en nosotros, de Su obra en nosotros para beneficio nuestro y de los demás. Habiendo recibido esos valiosos dones, cada cual decide en qué medida permite que el Espíritu de Dios se manifieste en su vida. Debemos aprovechar esos dones, avivarlos en nosotros y no descuidarlos.
[1] Grudem, Wayne: Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica, Vida, 2007, p. 1142.
[2] 1 Juan 4:1.
[3] Grudem: Teología sistemática, p. 1143.
[4] Lucas 13:10–12.
[5] Hechos 16:16–18.
[6] Marcos 9:25.
[7] Hechos 2:4.
[8] 1 Corintios 14:18.
[9] 1 Corintios 14:2.
[10] Grudem: Teología sistemática, p. 1130.
[11] 1 Corintios 14:14 (NTV).
[12] 1 Corintios 14:4.
[13] 1 Corintios 14:15.
[14] 1 Corintios 14:5.
[15] Grudem: Teología sistemática, p. 1120.
[16] Hechos 15:35.
[17] Hechos 18:11.
[18] Romanos 15:4.
[19] 2 Timoteo 3:16.
[20] Mateo 28:19,20.
[21] Hechos 2:42 (RVC).
[22] Hechos 21:8.
[23] Hechos 18:24,27,28.
[24] Teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada, si es el don de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe (Romanos 12:6, NBJ).
[25] Grudem: Teología sistemática, p. 1080.
[26] No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio (1 Timoteo 4:14).
[27] Te recomiendo que reavives el don de Dios que has recibido por la imposición de mis manos (2 Timoteo 1:6, LPD).
[28] Todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como Él quiere (1 Corintios 12:11).
[29] 1 Corintios 12:29,30.
Traducción: Jorge Solá y Gabriel García V.
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