Jesús, Su vida y mensaje: Antecedentes

Enviado por Peter Amsterdam

noviembre 18, 2014

(Si lo deseas, puedes consultar el artículo introductorio en el que se explican el propósito y el plan de esta serie.)

El hecho de familiarizarnos con el mundo al que vino a nacer Jesús puede arrojar luz sobre algunos sucesos de Su vida y sobre las reacciones que suscitó en los demás; por qué algunos lo amaron y se volvieron creyentes, seguidores y discípulos, y en cambio otros rechazaron Sus enseñanzas e incluso lo combatieron con vehemencia y se opusieron a Su mensaje.

Para entender el mundo en la época de Jesús, conviene tener ciertos conocimientos sobre la historia del pueblo judío. A continuación haré un breve repaso de la misma desde los tiempos del primer rey judío, a fin de describir la situación en aquel momento.

Entre 200 y 350 años después de entrar en la tierra de Israel, el pueblo hebreo pidió ser gobernado por un rey y no por profetas y jueces como había sido hasta entonces. Dios dio instrucciones al profeta Samuel para que ungiera a Saúl como primer rey. Le siguió David, que a su vez fue sucedido por su hijo Salomón.

Durante los reinados de David y Salomón, el Reino de Israel alcanzó su apogeo. Tras la muerte de Salomón, diez de las tribus de Israel se rebelaron contra Roboam, hijo de Salomón, que había ascendido al trono. El reino se dividió en dos. Esas diez tribus siguieron a Jeroboam —que no era de sangre real, pero había sido leal a Salomón— y se convirtieron en el Reino del Norte o Reino de Israel[1]. Las dos tribus del sur —Judá y Benjamín— siguieron a Roboam y formaron lo que se conoció como el Reino de Judá.

Al cabo de 200 años, en el 722 a. C., el ejército asirio derrotó al del Reino del Norte o Reino de Israel y prácticamente despobló la región al exiliar a los israelitas y dispersarlos por el Imperio Asirio. A partir de ese momento, esas diez tribus de Israel dejaron de existir como reino o como diez tribus, por lo que se las suele llamar las diez tribus perdidas de Israel.

El Reino del Sur o Reino de Judá perduró 125 años más, hasta que fue totalmente destruido por el Imperio babilónico. En un período de 19 años, los babilonios invadieron y derrotaron tres veces a Judá.

Tras la primera invasión, el rey y muchos de sus cortesanos, juntamente con el estrato más alto de la sociedad, fueron tomados cautivos y desterrados a Babilonia. De resultas de la segunda invasión, la región quedó aún más desolada, y más habitantes fueron llevados en cautividad. El hecho más significativo fue la demolición del templo que había mandado edificar Salomón. La tercera invasión tuvo como consecuencia la destrucción total de la ciudad de Jerusalén. En Israel solo quedaron los más pobres, pues los babilonios se llevaron al resto de la población.

Unos 70 años después de la última invasión, el Imperio babilónico cayó en manos de los persas. Ciro, el rey persa, autorizó al pueblo judío —que para entonces llevaba aproximadamente tres generaciones viviendo en Babilonia— a volver a Israel para reconstruir el templo y más tarde también las murallas de Jerusalén.

Unos 200 años después, en el 331 a. C., Alejandro Magno y su ejército derrotaron a los persas y asumieron el control de un imperio que se extendía desde Grecia hasta la India y hasta Egipto e incluía la tierra de Israel. A la muerte de Alejandro en el año 323 a. C., sus generales se repartieron el imperio y establecieron diversos reinos. A lo largo de las siguientes décadas, el control de Israel cambió varias veces de mano, y finalmente el país pasó a formar parte del Imperio seléucida (sirio). En el año 175 a. C., Antíoco IV ascendió al poder en el Imperio seléucida. Se esforzó por helenizar sus tierras —entre las que estaba Israel— importando todo lo que fuera griego, inclusive el culto de los dioses griegos. Con el tiempo eso lo llevó a erigir un altar a Zeus y a sacrificar cerdos en el templo de Jerusalén. La indignación de los judíos terminó conduciendo a una rebelión y un levantamiento conocido como la Revuelta de los Macabeos.

A consecuencia de dicha revuelta, Israel logró la independencia por algo más de 100 años, del 166 al 63 a. C. Durante ese período, Israel amplió sus fronteras hasta alcanzar casi las dimensiones que tenía en tiempos del rey Salomón. En el año 63 a. C., los romanos capturaron Jerusalén. A partir de ese momento, durante la vida de Jesús y aun después, Roma dominó la región. Si bien Roma controló el destino de la tierra de Israel, en ciertos períodos lo hizo por intermedio de reyes y gobernantes títere, como los de la familia de Herodes, y en otros directamente mediante funcionarios romanos, como Poncio Pilato en tiempos de Jesús.

La fe y la política

La importancia religiosa que ha tenido siempre para los judíos el gobierno de su propia tierra tiene su origen en la promesa que hizo Dios a su antepasado Abraham unos 2.000 años antes del nacimiento de Jesús:

Haré de ti una nación grande, te bendeciré, engrandeceré tu nombre y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra[2].

Posteriormente, en la tierra de Canaán, Dios dijo a Abraham:

Alza ahora tus ojos y, desde el lugar donde estás, mira al norte y al sur, al oriente y al occidente. Toda la tierra que ves te la daré a ti y a tu descendencia para siempre[3].

Más tarde, esas dos promesas se les volvieron a hacer a Isaac y a Jacob, y han sido siempre un elemento medular de la fe judía. El pueblo hebreo iba a convertirse en una gran nación, bendecida por Dios, y poseer para siempre la tierra que Abraham contemplaba, la tierra de Israel. Después de cuatro siglos de vivir en Egipto, los descendientes de Abraham, dirigidos por Josué, conquistaron Canaán, que a partir de ese momento se llamó Israel. Así por fin los descendientes de Abraham tuvieron una tierra propia. El pueblo hebreo vio el cumplimiento de la promesa que Dios había hecho de convertirlos en una gran nación y darles la tierra en la que Abraham vivió. El control político de la Tierra Prometido era (y sigue siendo) un aspecto fundamental de la fe judía.

Durante siglos poseyeron la tierra, hasta que fueron derrotados y exiliados por los babilonios. Si bien regresaron durante el reinado de Ciro, desde entonces hasta la Revuelta de los Macabeos residieron en la tierra pero sin controlarla políticamente. Lograron el control político durante un siglo después de rebelarse contra los seléucidas, pero lo perdieron cuando los romanos alcanzaron la hegemonía en el año 63 a. C., y nunca más lo recuperaron. Cuando Jesús inició Su vida pública, Israel llevaba unos 90 años bajo el control de Roma.

Durante la ocupación romana, hubo revueltas de diversos sectores del pueblo judío. Varios cabecillas de esas revueltas declararon ser el mesías y haber sido escogidos por Dios para derrotar a los extranjeros y expulsarlos de la tierra. Se calcula que en los treinta años que transcurrieron desde el inicio de la ocupación romana hasta la investidura como rey de Herodes el Grande murieron no menos de 150.000 hombres judíos en levantamientos, o sea, un promedio de 5.000 al año[4].

Los judíos anhelaban la llegada del mesías, que esperaban que fuera un enérgico líder militar o rey que derrotara a los opresores romanos y los echara del país a fin de que el pueblo israelita pudiera de nuevo poseer realmente su tierra. Por una parte había desesperación, por otra esperanza, y muchos judíos se unían en apoyo de los que se ofrecían a dirigirlos. Sin embargo, todas esas revueltas fueron aplastadas violentamente. Los gobernadores romanos de Israel estaban siempre atentos a cualquier indicio de levantamiento o cualquiera que se declarara el mesías. Para ellos, todo mesías auguraba graves problemas y representaba una amenaza para su soberanía política, por lo que debía ser eliminado. En ese entorno vino Jesús al mundo.


Nota:

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] En una ocasión en que Jeroboam estaba fuera de Jerusalén, en el campo, le salió al encuentro el profeta Ahías vestido con una capa nueva. Ahías rompió la capa en doce pedazos y le dijo a Jeroboam que tomara diez de ellos, pues Dios iba a arrancar el reino de manos de Salomón y darle diez tribus para gobernar. Cuando Salomón se enteró, procuró matar a Jeroboam, quien huyó a Egipto y permaneció allí hasta la muerte de Salomón, tras lo cual volvió y encabezó la rebelión contra Roboam. El relato íntegro aparece en 1 Reyes 11:28–40.

[2] Génesis 12:2,3.

[3] Génesis 13:14,15.

[4] Yancey, El Jesús que nunca conocí, 46.

 

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