Enviado por Peter Amsterdam
noviembre 25, 2014
(Si lo deseas, puedes consultar el artículo introductorio en el que se explican el propósito y el plan de esta serie.)
Desde el principio de la vida de Jesús hasta pasada Su muerte, la dinastía herodiana gobernó Palestina y la región circundante, las tierras del Levante Mediterráneo. Tales gobernantes eran vasallos de la Roma imperial y ejercían sus funciones por nombramiento y con el permiso de Roma. El primero de esa familia que fue nombrado gobernante de Israel fue Herodes el Grande. Al morir él, su reino fue dividido entre tres de sus hijos: Herodes Arquelao, Herodes Antipas y Herodes Filipo II.
Herodes el Grande, que era rey en Israel cuando nació Jesús, fue nombrado por el Segundo Triunvirato de Roma —en el que participaron Octavio (que posteriormente se convertiría en César Augusto), Marco Antonio (famoso por su relación con Cleopatra) y Marco Emilio Lépido— y confirmado por el Senado romano en el año 40 a. C.
Anteriormente había sido gobernador de Galilea. Pertenecía a la familia gobernante de Israel. Ocho años antes, en el 48 a. C., su padre, Antípater II, había sido reconocido como administrador de Judea, y él a su vez nombró a uno de sus hijos gobernador de Jerusalén, y a Herodes —su segundo hijo, que a la sazón contaba veinticinco años— gobernador de Galilea, la provincia judía en el norte de Israel.
Inicialmente Herodes gozó de popularidad, tanto entre los judíos galileos como entre los romanos. Más tarde fue nombrado gobernador de Celesiria, donde intervino en los asuntos romanos en la región. Roma lo consideraba un líder eficaz, pues sofocó varias revueltas y tuvo éxito en la recaudación de tributos.
En el año 44 a. C., Julio César fue asesinado, y con el tiempo el Segundo Triunvirato tomó el poder en Roma. Casio, uno de los instigadores del asesinato de César (el otro fue Bruto), se desplazó a Siria y asumió el liderazgo en la región. Casio volvió a nombrar gobernador a Herodes y prometió hacerlo rey una vez que Bruto y él derrotaran a los ejércitos de Octavio y Marco Antonio. Resulta que Marco Antonio derrotó a Casio, y en el año 41 a. C. nombró a Herodes y a su hermano tetrarcas[1] de Judea. En el año 40 a. C. los partos sitiaron Jerusalén. El hermano de Herodes murió, y Herodes huyó primero a Masada, luego a Petra y finalmente a Roma, donde fue nombrado rey de Judea. Regresó a Palestina y tuvo que luchar para abrirse camino hasta Jerusalén, la cual conquistó en el año 37 a. C.
En el año 31 a. C., Octavio y Marco Antonio lucharon el uno contra el otro en una guerra civil. Herodes estaba a favor de Marco Antonio, que perdió; no obstante, logró convencer a Octavio de su lealtad a Roma y fue confirmado en su puesto de rey.
Durante sus 43 años de reinado, Herodes construyó teatros, anfiteatros e hipódromos, así como numerosas fortalezas y templos paganos en sus territorios gentiles. También edificó un palacio real y reconstruyó el templo judío de Jerusalén.
En total se casó diez veces. Desterró a Doris, su primera mujer, y a Antípatro, el hijo que ella le dio. Luego se casó con Mariamna I. Al cabo de trece años contrajo matrimonio con Mariamna II, que fue madre de Herodes Filipo I[2]. Su cuarta esposa, Malthace, una samaritana, fue madre de Arquelao y Herodes Antipas. Su quinta esposa, Cleopatra de Jerusalén, le dio a Herodes Filipo II.
Durante décadas, los hijos de Herodes estuvieron continuamente compitiendo para ver quién sería rey a la muerte de su padre. Herodes hizo seis testamentos, y en cada uno de ellos nombró sucesor a un hijo distinto o a varios conjuntamente. Hizo encarcelar y luego matar a dos hijos suyos. Con el tiempo Antípatro fue llamado del exilio y convertido en sucesor exclusivo de su padre; pero cuando trató de envenenarlo, fue a parar a la cárcel. Más tarde Herodes obtuvo permiso del emperador para ejecutarlo y lo hizo, apenas cinco días antes de su propia muerte, que fue por causas naturales. En su sexto testamento nombró a Arquelao rey, a Herodes Antipas tetrarca de Galilea y Perea, y a Herodes Filipo II tetrarca de otras cuatro regiones del norte.
Herodes el Grande estuvo —y con razón— perpetuamente preocupado de que alguien lo eliminara y lo sustituyera como rey. Fue a esa clase de ambiente, poco antes de la muerte de Herodes, que llegaron los magos de Oriente para hablarle de una estrella que anunciaba el nacimiento de un rey en Israel. Fiel a su manera de ser, Herodes trató de ubicarlo para deshacerse de él, lo cual condujo a la matanza de todos los varones de menos de dos años que había en Belén[3].
Como Herodes hizo su último testamento tan poco antes de su muerte, este aún no había sido ratificado por el emperador. Arquelao y sus hermanos Filipo y Antipas viajaron a Roma para impugnar las disposiciones del mismo. Antipas y Filipo adujeron que Herodes no estaba en su sano juicio cuando hizo el sexto testamento, mientras que Arquelao argumentó que ese último testamento expresaba la voluntad de su padre al morir.
También se desplazó a Roma una delegación de destacados judíos para solicitar que no se nombrara rey a Arquelao, sino que la región se fusionara con la provincia de Siria y fuera gobernada directamente por Roma. Octavio (que para entonces era el emperador Augusto) designó a Arquelao etnarca[4] de Idumea (Edom), Judea y Samaria, con la promesa de que lo nombraría rey si se hacía acreedor a ello. Herodes Antipas fue confirmado como tetrarca de Galilea y Perea, y Filipo como tetrarca de cuatro regiones del norte.
Arquelao conservó su cargo de etnarca durante diez años. A la muerte de su padre, tomó provisionalmente el poder hasta que el testamento de su padre pudiera ser refrendado por Roma. Antes de viajar a Roma con sus hermanos, reaccionó salvajemente ante un levantamiento ocurrido en el templo durante la Pascua: envió tropas que mataron a unos 3.000 judíos que estaban celebrando la festividad. Al igual que su padre, recurrió a medidas brutales de gobierno. Precisamente porque Arquelao gobernaba en Judea, José y María no regresaron a Belén después de su estancia en Egipto, sino que se fueron a Nazaret, en Galilea, región gobernada por Herodes Antipas.
Con el tiempo, debido al gobierno opresivo de Arquelao, una delegación de judíos y samaritanos se quejó a César Augusto. Sus hermanos Antipas y Filipo también viajaron a Roma para quejarse de él: es de imaginar que resentían que él los supervisara en calidad de representante de Roma en Palestina. Augusto depuso a Arquelao, y sus territorios se convirtieron en una provincia imperial gobernada por prefectos romanos. Veinticinco años más tarde, uno de ellos, Poncio Pilato, juzgó a Jesús.
Antipas fue tetrarca de Galilea y Perea desde el año 4 a. C. hasta el 39 d. C. Tuvo a su cargo la región en la que tanto Jesús como Juan el Bautista llevaron a cabo la mayor parte de su ministerio público. Reedificó la ciudad de Séforis, la mayor de Galilea, situada a 6 kilómetros de Nazaret. Es posible que José, el padre de Jesús, trabajara como carpintero en dicha reconstrucción. Desde el punto de vista romano, Antipas fue un buen gobernante.
Herodes Antipas estaba casado con la hija de un rey de los nabateos cuando se desplazó a Roma en el año 29 d. C. En el transcurso del viaje hizo una parada para ver a su hermanastro Herodes Filipo I, y estando en su casa se enamoró de Herodías, la esposa de él. Ella accedió a casarse con Antipas con la condición de que él se divorciara de su primera esposa. Esta se enteró de la propuesta y volvió con su padre, que posteriormente tomó represalias declarándole la guerra a Antipas. El matrimonio de Antipas con la mujer de su hermanastro hizo que Juan el Bautista lo criticara públicamente, por lo que fue detenido y luego decapitado a petición de Salomé, hija de Herodías[5].
En los Evangelios se menciona en tres ocasiones a Antipas con relación a Jesús. Cuando se enteró del ministerio de Jesús, pensó que este era Juan el Bautista resucitado[6]. Cuando Jesús hizo Su último viaje a Jerusalén y estaba en territorio de Antipas, algunos fariseos le advirtieron que se fuera, pues Antipas quería matarlo[7]. Jesús respondió que le dijeran a «aquella zorra» que continuaría un tiempo más Su ministerio y luego iría a Jerusalén a morir. Finalmente, en Su último día Jesús fue enviado a Antipas por Pilato para ser juzgado. Antipas se hallaba en Jerusalén con ocasión de la Pascua y, como Jesús venía de la región de él, Pilato se lo envió. Pilato había dañado su relación con Antipas al matar a algunos de sus súbditos[8]. De alguna manera, el hecho de enviarle a Jesús posibilitó la reconciliación entre ambos[9].
Años más tarde, Herodes Antipas y su esposa Herodías fueron desterrados por Calígula a una región de estribaciones montañosas en lo que ahora es el sur de Francia. La administración de su territorio fue confiada a Agripa I, amigo de Calígula y sobrino de Antipas.
Filipo fue tetrarca de la parte nororiental de lo que había sido el reino de Herodes el Grande[10]. En el territorio bajo su jurisdicción, a diferencia del de sus hermanos, había no solo judíos, sino también sirios y griegos. Fue amado por sus súbditos y gobernó bien. Reconstruyó una ciudad cerca del nacimiento del río Jordán y la llamó Cesarea de Filipo, para honrar al emperador romano y al mismo tiempo distinguirla de la Cesarea costera. Fue allí donde Pedro, al preguntar Jesús quién decía la gente que era Él, declaró que Jesús era el Hijo del Dios viviente. Fue también en la región de Filipo donde Jesús alimentó a los 5.000[11] y sanó a un ciego[12].
Como ya señalamos antes, cuando Augusto depuso a Arquelao, el etnarca de Judea, Samaria e Idumea, decidió gobernar esas tierras por intermedio de un prefecto romano, más tarde llamado procurador. Los prefectos eran representantes del emperador y estaban a cargo de los asuntos económicos de la provincia, incluida la recaudación de impuestos. Controlaban entre 500 y 1.000 soldados y tenían también obligaciones de carácter judicial.
El prefecto residía en Cesarea Marítima, una ciudad costera, situada en el norte de Samaria, que era la capital administrativa de la Provincia de Judea. Durante las festividades judías, el prefecto se trasladaba a Jerusalén acompañado de tropas de refuerzo para ayudar a mantener el orden[13]. Los prefectos tenían menos atribuciones que otros gobernadores y emisarios romanos. Dado que Judea era relativamente insignificante para Roma, se puso sobre ella a un prefecto, mientras que las regiones más importantes del imperio eran gobernadas por líderes con más competencias.
Poncio Pilato, que gobernó la región durante diez años, del 26 al 36 d. C., fue el quinto prefecto de Judea. Desde el principio de su gobierno evidenció el desprecio que sentía por los judíos y sus costumbres. Poco después de su llegada, puso en Jerusalén estandartes romanos con imágenes del emperador. Como los judíos no veían con buenos ojos las imágenes, enviaron a Cesarea una delegación para suplicarle a Pilato que las retirara. Él mandó a unos soldados que se introdujeran en la muchedumbre, con órdenes de despedazar a todos si no permitían la presencia de las imágenes de César. Los judíos se postraron a una y descubrieron su cuello, prefiriendo la muerte a transgredir la ley mosaica. Pilato cedió y retiró las imágenes.
Posteriormente, Pilato tomó fondos del tesoro del templo para construir acueductos. Como los judíos protestaron, envió a la multitud a soldados vestidos de civil. Cuando él dio la señal, golpearon a los manifestantes con porras, y muchos judíos murieron. También fue responsable de matar a varios samaritanos unos años después de la muerte de Jesús, hecho que por lo visto lo hizo caer en desgracia, pues a raíz de eso fue llamado a Roma por el emperador Tiberio. Cuando llegó, el emperador había muerto, y después de eso no se tienen más datos históricos sobre él.
Los fariseos
En tiempos de Jesús había en Israel una diversidad de grupos religiosos judíos. El más conocido era el de los fariseos, que adquirieron importancia unos 130 años antes del nacimiento de Jesús. No eran necesariamente un grupo numeroso, pero sí muy influyente. El nombre fariseo viene de la palabra aramea que significa «separado», y los fariseos eran considerados como separados del resto. Basaban su postura religiosa tanto en el Tanaj[14] como en las tradiciones orales, que para ellos en términos generales gozaban de la misma autoridad. En los Evangelios consta que los fariseos solían censurar o criticar actos de Jesús que contravenían sus tradiciones orales y que a su modo de ver equivalían a transgresiones de la ley de Dios.
Los fariseos creían en Dios, en los ángeles, en los espíritus, en la oración, en el juicio final, en la inmortalidad del alma, en la venida de un mesías, y en la fe y las obras. Jesús concordaba con gran parte de lo que enseñaban, como se trasluce en ese comentario Suyo: «Todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; pero no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, pero no hacen»[15]. Su prédica contenía mucha verdad, pero no eran consecuentes con lo que enseñaban. Con relación a la Ley y sus tradiciones, eran legalistas, y ponían particular énfasis en la tradición oral, a la que daban a veces más importancia incluso que a la ley mosaica. Jesús indicó eso al decirles: «Dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres»[16].
Los fariseos se opusieron a Jesús porque les pareció que Él era laxo con sus leyes. Desaprobaron que se relacionara y comiera con pecadores, y que tuviera contacto con gentiles. Otro factor nada desdeñable es que rechazaron lo que Él decía de Sí mismo y de Su relación con Dios.
Los saduceos
Otro grupo prominente de judíos en tiempos de Jesús eran los saduceos. Después de la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70 d. C., los saduceos cayeron en el olvido, por lo que es difícil conocer bien sus orígenes y creencias. Adquirieron importancia en tiempos de los macabeos; pero perdieron poder y adeptos durante el reinado de Herodes el Grande. Sin embargo, la fortuna les sonrió enormemente en el año 6 d. C., cuando Judea comenzó a ser gobernada por prefectos romanos. En tiempos de Jesús ejercían una autoridad considerable en el Sanedrín (la asamblea dirigente judía de Jerusalén, que si bien estaba supeditada a Roma, conservaba cierta autoridad judicial y religiosa y era la corte suprema judía) y en el clero.
En términos generales, adquirieron poder por sus contactos con las familias aristocráticas o de sumos sacerdotes. Estaban helenizados y se alineaban con los romanos y la clase dirigente. En vida de Jesús, los sumos sacerdotes y otras personas de importancia en el templo eran saduceos. Rechazaban gran parte de lo que creían los judíos piadosos (incluidos los fariseos). Por consiguiente, no creían en ángeles, ni en espíritus, ni en la resurrección de los muertos, el juicio final, la vida después de la muerte o la venida de un mesías. Les preocupaba conservar su posición privilegiada y no echar a perder su relación con los romanos. Ese fue uno de los principales motivos por los que se opusieron a Jesús.
Los esenios
Aunque en las Escrituras no se habla de ellos, se sabe de la existencia de otro grupo de judíos religiosos de la época de Jesús, los llamados esenios. Se los menciona en los escritos históricos de Josefo, Filón y Plinio, y también en los rollos del Mar Muerto, descubiertos en 1948. Por lo visto cierto número de ellos se estableció cerca del Mar Muerto entre el año 150 y el 140 a. C. Hacia el año 31 a. C. abandonaron el lugar, posiblemente a causa de un terremoto. Algunos regresaron tras la muerte de Herodes el Grande. Desaparecieron de los registros históricos tras la Gran Revuelta Judía de los años 66–70 d. C.
Los esenios se oponían a los templos, creían en la preexistencia y la inmortalidad del alma y eran muy legalistas en cuestiones de pureza ritual. Se veían a sí mismos como un remanente de judíos justos viviendo en los últimos tiempos. Esperaban la llegada de un mesías político y el fin de una era. Algunos vivían en comunidad y tenían todos sus bienes en común. Se consagraban al estudio de las Escrituras, los baños rituales, la oración y el copiado de sus propios textos. Los manuscritos del Mar Muerto, que se hallaron escondidos en cuevas cerca de donde ellos vivían, contenían algunos textos atribuidos a los esenios junto con rollos de porciones del Antiguo Testamento.
Los zelotes
Los zelotes eran un grupo que se oponía a la ocupación romana. En el terreno religioso, sus creencias no distaban mucho de las de los fariseos. Sin embargo, buscaban promover la causa divina por cualquier medio necesario, sin descartar la violencia y el asesinato, inclusive a veces de otros judíos. Se consideraban patriotas y abogaban por una rebelión armada y una solución militar para la liberación política de su país.
En tiempos de Jesús, la mayor parte de la población de Israel no pertenecía a ninguno de los anteriores grupos religiosos. Simplemente era gente que procuraba vivir con arreglo a la voluntad de Dios. Era el pueblo llano, conocido como Am ha’aretz, el pueblo de la tierra. En el aspecto religioso, tenía una postura similar a la de los fariseos. Sin embargo, los fariseos menospreciaban a la gente sencilla, por considerar que era una chusma que no sabía nada de la Ley y no cumplía lo que ellos consideraban necesario para alcanzar la justicia. Esa gente común y corriente fue la que Jesús vio como ovejas perdidas de la casa de Israel, la que le inspiró compasión, la que lo escuchaba y lo aceptaba de buen grado. Los discípulos de Jesús eran mayormente esa clase de gente.
Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[1] Título general que se confería a cualquiera que gobernara una parte de un reino o una provincia, sujeto únicamente a la autoridad del emperador romano.
[2] Herodes Filipo I fue el primer marido de Herodías y el padre de Salomé. Herodías se divorció de él para casarse con Herodes Antipas, su hermanastro.
[3] Mateo 2:16.
[4] El título de etnarca se daba a quienes gobernaban un pueblo, una tribu o una nación sin llegar a tener el nivel de reyes. Arquelao, por ser etnarca, tenía mayor rango que sus hermanos, que eran tetrarcas.
[5] Mateo 14:6–11.
[6] Mateo 14:1,2; Marcos 6:14–16; Lucas 9:7–9.
[7] Lucas 13:31–33.
[8] Lucas 13:1.
[9] Lucas 23:6–12.
[10] Lucas 3:1,
[11] Lucas 9:10–14.
[12] Marcos 8:22–26.
[13] Brisco, Holman Bible Atlas, 212.
[14] El Tanaj es la Biblia hebrea, lo que los cristianos denominan el Antiguo Testamento.
[15] Mateo 23:3.
[16] Marcos 7:8.
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