Jesús, Su vida y mensaje: El nacimiento de Jesús (2ª parte)

Enviado por Peter Amsterdam

diciembre 9, 2014

(Si lo deseas, puedes consultar el artículo introductorio en el que se explican el propósito y el plan de esta serie.)

El libro de Lucas narra el nacimiento de Jesús comenzando por el de Juan el Bautista, que fue por una parte pariente de Jesús y por otra precursor del Mesías. Lucas incluye numerosas referencias al Antiguo Testamento, relacionando las promesas de Dios a Israel con el cumplimiento de estas en el nacimiento de Jesús.

Se nos cuenta de un sacerdote llamado Zacarías cuya esposa, Elisabet, era descendiente de Aarón, hermano de Moisés y primer sacerdote de Israel[1]. Zacarías y Elisabet «eran justos delante de Dios y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Pero no tenían hijos, porque Elisabet era estéril. Ambos eran ya de edad avanzada»[2].

En tiempos bíblicos, el hecho de no tener hijos era interpretado a menudo como señal de un castigo divino y motivo de vergüenza[3]. No obstante, el caso de Zacarías y Elisabet es un reflejo de otros matrimonios de gente recta que hubo a lo largo de la historia de Israel, que a pesar de ser estériles tuvieron hijos porque Dios intervino: Abraham y Sara[4], Elcana y Ana[5], Isaac y Rebeca[6], Jacob y Raquel[7], y los padres de Sansón[8].

Como sacerdote que era, Zacarías servía en el templo dos veces al año. El clero se dividía en 24 órdenes o clases. Cada clase se turnaba para servir en el templo una semana cada seis meses. Eso significa que en un momento dado había un solo grupo de sacerdotes de turno en el templo[9].

Ese año «le tocó en suerte entrar, conforme a la costumbre del sacerdocio, en el santuario del Señor para ofrecer el incienso»[10]. Parte de la rutina cotidiana en el templo consistía en la ofrenda de incienso antes del sacrificio de la mañana y después del de la tarde. El incienso se ofrecía en el santuario denominado el Lugar santo, que en santidad solo era superado por el Lugar santísimo. Para un sacerdote era un gran honor ofrecer ese sacrificio; cada uno podía hacerlo una sola vez en la vida. Los sacerdotes eran elegidos para ese privilegio echando suertes, por lo que el sacerdote era considerado elegido por el propio Dios. Aunque eran cinco los sacerdotes que participaban en el culto, solo uno era escogido para ofrecer incienso.

El altar del incienso estaba en el santuario mismo, separado del Lugar santísimo —donde se entendía que moraba Dios— por un velo gruesísimo. Únicamente el sumo sacerdote podía entrar en el Lugar santísimo, y solo una vez al año, en el Yom Kipur o Día de la Expiación. Esa oportunidad que tuvo Zacarías de ofrecer el incienso, separado apenas por un velo del Lugar santísimo, lo puso tan cerca de la presencia de Dios como podía llegar a estar una persona que no fuera el sumo sacerdote. Era un gran honor[11].

Mientras Zacarías estaba en el Lugar santo, «se le apareció un ángel del Señor puesto de pie a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías se turbó y lo sobrecogió temor»[12]. El lado derecho era considerado un lugar de honor y podría indicar la importancia del ángel, que luego se nos revela que es Gabriel, el mismo que visitó a María y que siglos antes transmitió un mensaje a Daniel. La reacción de Zacarías es similar a la de Daniel, que escribió: «Oí una voz de hombre entre las riberas del Ulai, que gritó y dijo: “Gabriel, enseña a este la visión”. Vino luego cerca de donde yo estaba. Y al venir, me asusté y me postré sobre mi rostro»[13].

El ángel le dice a Zacarías: «Zacarías, no temas, porque tu oración ha sido oída y tu mujer Elisabet dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Juan. Tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán por su nacimiento, porque será grande delante de Dios»[14]. En el Antiguo Testamento, cuando Dios ponía nombre a un niño solía ser porque este iba a tener cierta significación en el plan de salvación. Cuando dice que muchos se regocijarán por su nacimiento y que será grande delante del Señor está insistiendo en la idea de que desempeñará un papel importante en el plan divino de salvación.

Zacarías recibe instrucciones sobre su hijo. «No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo aun desde el vientre de su madre»[15]. Cuando los sacerdotes estaban sirviendo en el templo, se abstenían de tomar bebidas alcohólicas; lo mismo los que hacían voto de nazareo[16]. El privarse de alcohol se asociaba con un apartamiento de la vida normal a fin de llevar a cabo una misión divina, ya fuera por un período establecido o de por vida. En esto vemos que Juan ha sido escogido por Dios aun antes de ser concebido[17].

El ángel le revela a Zacarías algo del futuro del niño:

Hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor, su Dios. E irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto[18].

El papel de Juan será el de un profeta con la misión de reconciliar espiritualmente a la nación al lograr que muchos se conviertan al Señor. Lo de que vendrá con el espíritu de Elías es una alusión a una promesa que hizo Dios 400 años antes, incluida en el libro de Malaquías:

Yo os envío al profeta Elías antes que venga el día del Señor, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que Yo venga y castigue la tierra con maldición[19].

La misión de Juan consiste en preparar un pueblo para la venida del Señor llevando a las personas a arrepentirse. El período de esperar al Mesías, de esperar la liberación, está llegando a su fin. Dios está actuando[20].

En ese momento, Zacarías le pregunta al ángel:

¿En qué conoceré esto?, porque yo soy viejo y mi mujer es de edad avanzada[21].

Eso denota cierta incredulidad por parte de Zacarías. El ángel le responde:

Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios, y he sido enviado a hablarte y darte estas buenas nuevas. Ahora, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo, quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que esto suceda[22].

Como señal confirmatoria, Gabriel declara que Zacarías quedará mudo —probablemente quedó también sordo[23]— hasta que se cumpla todo lo que se le ha dicho[24].

A lo largo del Antiguo Testamento vemos que Dios dio señales a Su pueblo, por ejemplo a Abraham[25], Moisés[26], Gedeón[27], Ezequías[28] y Acaz[29]. Al igual que las señales del Antiguo Testamento, la que se le da a Zacarías constituye una garantía de una promesa divina, solo que en este caso se trata también de un castigo por su incredulidad. En el Evangelio de Lucas se mencionan señales que Dios dio por iniciativa propia[30]; por otra parte, las demandas de señales tienen un cariz negativo[31] [32].

Terminado su turno de servicio, Zacarías regresó a su casa, y resulta que al cabo de un tiempo Elisabet, su esposa, quedó encinta, tal como había anunciado Gabriel. Elisabet reaccionó ante su embarazo con alabanza y gratitud, diciendo: «Así ha hecho conmigo el Señor en los días en que se dignó quitar mi afrenta entre los hombres»[33]. Uno puede imaginarse lo contenta que estaba.

Por lo visto Elisabet permaneció cinco meses recluida en su casa. No se nos explica por qué, pero podría ser que decidió no salir de casa hasta que fuera evidente que estaba encinta, a fin de evitarse cinco meses más de vergüenza pública como la que había estado acostumbrada a sufrir toda su vida de casada. Al cabo de cinco meses estaría clarísimo que contaba con el favor de Dios[34].

Seguidamente el relato avanza en el tiempo y nos encontramos seis meses después de la visita del ángel Gabriel a Zacarías. Esta vez Gabriel es enviado a la región de Galilea, situada al norte de Judea, al pueblo de Nazaret, para comunicarle a María el mensaje de que se convertirá en madre del Mesías.

El ángel le dice a María que su hijo «será grande, y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, Su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y Su Reino no tendrá fin»[35]. María probablemente interpretó esa información y el título de Hijo del Altísimo en el sentido de que su hijo sería rey de Israel[36]. Conforme transcurre Su vida se aclara que Su función va a ser muy distinta de la que por regla general se esperaba que asumiera el ansiado mesías judío, y descubrimos que en realidad se trata del Hijo de Dios.

Como en el artículo anterior ya vimos la respuesta de María al ángel Gabriel y comentamos ese texto, pasaremos ahora a la visita que le hizo María a Elisabet, su parienta. Poco después de la anunciación de Gabriel, habiendo ella tomado la decisión de aceptar convertirse milagrosamente en madre del Salvador, se nos dice que «levantándose María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Elisabet»[37].

Nazaret, situada en la región de Galilea, se encuentra a unos 110 kilómetros al norte de Jerusalén, que está en el territorio de Judá. Es interesante observar que el ángel se apareció a Zacarías en el templo de Jerusalén, en el Lugar santo, al lado mismo del Lugar santísimo. En cambio, se apareció a María en Nazaret, en Galilea, lejos del centro de la fe judía. Dios estaba haciendo algo nuevo. Conforme avanza el relato de los Evangelios veremos que el templo irá perdiendo protagonismo en favor del Hijo de Dios. Como dice Brown:

El ángel se apareció a Zacarías, un sacerdote, en el templo de Jerusalén, como signo de continuidad con las instituciones veterotestamentarias; en cambio, la visita de Gabriel a María tiene lugar en Nazaret, ciudad que no estaba ligada a ninguna expectativa del Antiguo Testamento, como signo de la absoluta novedad de lo que está haciendo Dios[38].

María, al llegar, saluda a Elisabet; «y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre, y Elisabet, llena del Espíritu Santo, exclamó a gran voz: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?, porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor”»[39].

María saluda a Elisabet como corresponde, dado que esta es mayor que ella, desciende de Aarón, está casada con un sacerdote y ha sido bendecida por Dios con un embarazo divinamente asistido. Al oír el saludo, el bebé de Elisabet salta en su vientre y la hace proferir, por inspiración del Espíritu Santo, una bendición de María y del bebé que lleva dentro. Lo que el ángel le había dicho a María cuando se le apareció queda ahora confirmado para el lector del Evangelio: María está encinta. Elisabet, a pesar de ser considerada superior a María, asume el papel de sierva al honrar a su invitada, reconocerla como la madre de su Señor y llamarla «bendita entre las mujeres», corroborando el mensaje de Gabriel sobre el estatus privilegiado de María[40].

María responde con un hermoso himno de alabanza, conocido hoy en día como el Magníficat.

María dijo: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado la bajeza de Su sierva, pues desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones, porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso. ¡Santo es Su nombre, y Su misericordia es de generación en generación a los que le temen! Hizo proezas con Su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Quitó de los tronos a los poderosos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y a los ricos envió vacíos. Socorrió a Israel, Su siervo, acordándose de Su misericordia —de la cual habló a nuestros padres— para con Abraham y su descendencia para siempre»[41].

Esta oración se compone de tres partes, al igual que algunos himnos de alabanza de los Salmos: 1) una introducción de alabanza a Dios; 2) el cuerpo del himno, que enumera los motivos de la alabanza, generalmente en oraciones causales, y 3) la conclusión.

La introducción de alabanza es: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador»[42]. Va seguida por el cuerpo del himno (versículos 48–53), desde «porque ha mirado la bajeza de Su sierva»[43]. El vocablo griego traducido aquí como porque se traduce como pues en algunas versiones del Nuevo Testamento. La alabanza está motivada por los atributos de Dios (poder, santidad, misericordia) y por Sus actos (hizo proezas, esparció a los soberbios, quitó de los tronos a los poderosos, exaltó a los humildes, colmó de bienes a los hambrientos). La conclusión resume los actos de Dios (socorrió a Israel Su siervo) y Sus atributos (acordándose de Su misericordia) en lo tocante a ayudar a Su siervo Israel[44].

María permaneció unos tres meses con Elisabet. Muy probablemente la ayudó en sus últimos meses de embarazo. No está claro si se fue antes o después del parto de Elisabet; podría ser tanto lo uno como lo otro. Esas dos mujeres que desempeñaron un papel tan importante en el plan de salvación pudieron confortarse y ayudarse mutuamente antes del nacimiento de sus respectivos hijos. Lo más probable es que la temporada que pasó María con Elisabet sirviera para fortalecerla en preparación para las dificultades con que se encontraría al regresar a su casa y explicarle a José que estaba encinta.


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


Bibliografía general

Bailey, Kenneth E.: Jesús a través de los ojos del Medio Oriente, Grupo Nelson, 2012.

Bivin, David: New Light on the Difficult Words of Jesus. Holland: En-Gedi Resource Center, 2007.

Bock, Darrell L.: Jesus According to Scripture, Grand Rapids: Baker Academic, 2002.

Brown, Raymond E.: El nacimiento del Mesías, Madrid: Ediciones Cristiandad, 1982.

Brown, Raymond E.: La muerte del Mesías (2 tomos), Pamplona: Editorial Verbo Divino, 2005 y 2006.

Charlesworth, James H. (editor): Jesus’ Jewishness, Exploring the Place of Jesus Within Early Judaism, Nueva York: The Crossroad Publishing Company, 1997.

Edersheim, Alfred: La vida y los tiempos de Jesús el Mesías, Clie, 1989.

Elwell, Walter A., y Yarbrough, Robert W.: Al encuentro del Nuevo Testamento, Grupo Nelson, 2008.

Evans, Craig A.: World Biblical Commentary: Mark 8:27–16:20, Nashville: Thomas Nelson, 2000.

Flusser, David: Jesus, Jerusalén: The Magnes Press, 1998.

Flusser, David, y Notely, R. Steven: The Sage from Galilee: Rediscovering Jesus’ Genius, Grand Rapids: William B. Eerdmans’ Publishing Company, 2007.

Green, Joel B., y McKnight, Scot (editores): Dictionary of Jesus and the Gospels, Downers Grove: InterVarsity Press, 1992.

Green, Joel B.: The Gospel of Luke, Grand Rapids: William B. Eerdmans’ Publishing Company, 1997.

Guelich, Robert A.: World Biblical Commentary: Mark 1–8:26, Nashville: Thomas Nelson, 1989.

Jeremias, Joachim: Jerusalén en tiempos de Jesús, Ediciones Cristiandad, 2000.

Jeremias, Joachim: Jesus and the Message of the New Testament, Minneapolis: Fortress Press, 2002.

Jeremias, Joachim: La Última Cena, Palabras de Jesús, Ediciones Cristiandad, 1980.

Jeremias, Joachim: Teología del Nuevo Testamento, Salamanca: Ediciones Sígueme, 2001.

Lloyd-Jones, D. Martyn: Estudios sobre el Sermón del Monte.

Manson, T. W.: The Sayings of Jesus, Grand Rapids: William B. Eerdmans’ Publishing Company, 1957.

Manson, T. W.: The Teaching of Jesus, Cambridge: University Press, 1967.

Michaels, J. Ramsey: The Gospel of John, Grand Rapids: William B. Eerdmans’ Publishing Company, 2010.

Morris, Leon: The Gospel According to Matthew, Grand Rapids: William B. Eerdmans’ Publishing Company, 1992.

Pentecost, J. Dwight: The Words & Works of Jesus Christ, Grand Rapids: Zondervan, 1981.

Sanders, E. P.: Jesús y el judaísmo, Trotta, 2004.

Sheen, Fulton J.: Vida de Cristo, Herder, 2008.

Spangler, Ann, y Tverberg, Lois: Sentado a los pies del maestro Jesús, Vida, 2010.

Stein, Robert H.: Jesús el Mesías, Clie, 2008.

Stein, Robert H.: The Method and Message of Jesus’ Teachings, Revised Edition, Louisville: Westminster John Knox Press, 1994.

Stott, John R. W.: El Sermón del Monte, Certeza Unida, 1978.

Wood, D. R. W., Marshall, I. H., Millard, A. R., Packer, J. I., y Wiseman, D. J. (editores): Nuevo Diccionario Bíblico Certeza, Buenos Aires: Certeza Unida, 2003.

Wright, N. T.: Jesus and the Victory of God, Minneapolis: Fortress Press, 1996.

Wright, N. T.: La resurrección del Hijo de Dios, Editorial Verbo Divino, 2008

Wright, N. T.: Matthew for Everyone, Part 1, Louisville: Westminster John Knox Press, 2004.

Yancey, Philip: El Jesús que nunca conocí, Vida, 1996.

Young, Brad H.: Jesus the Jewish Theologian, Grand Rapids: Baker Academic, 1995.


[1] Llevarás a Aarón y a sus hijos a la puerta del Tabernáculo de reunión, y los lavarás con agua. Harás vestir a Aarón las vestiduras sagradas, lo ungirás y lo consagrarás, para que sea Mi sacerdote (Éxodo 40:12,13).

[2] Lucas 1:6,7.

[3] Génesis 16:4; 29:31; 30:1,22,23; 1 Samuel 1:5,6.

[4] Génesis 18:11–14.

[5] 1 Samuel 1:1,2.

[6] Génesis 25:21.

[7] Génesis 30:22,23.

[8] Jueces 13:2,3.

[9] Green, The Gospel of Luke, 68.

[10] Lucas 1:9.

[11] Green, The Gospel of Luke, 70.

[12] Lucas 1:11,12.

[13] Daniel 8:16,17.

[14] Lucas 1:13–15.

[15] Lucas 1:15.

[16] Números 6:1–4.

[17] Green, The Gospel of Luke, 75.

[18] Lucas 1:16,17.

[19] Malaquías 4:5,6.

[20] Green, The Gospel of Luke, 76,78.

[21] Lucas 1:18.

[22] Lucas 1:19,20.

[23] Lucas 1:62,63.

[24] Bock, Jesus According to Scripture, 59.

[25] Génesis 15:7–17.

[26] Éxodo 4:1–17.

[27] Jueces 6:36–40.

[28] 2 Reyes 20:1–11.

[29] Isaías 7:10–17.

[30] Lucas 1:36; 2:12.

[31] Lucas 11:16, 29–30; 23:8.

[32] Green, The Gospel of Luke, 79.

[33] Lucas 1:25.

[34] Green, The Gospel of Luke, 81.

[35] Lucas 1:32,33.

[36] Green, The Gospel of Luke, 81,60.

[37] Lucas 1:39,30.

[38] Brown, El nacimiento del Mesías, 324.

[39] Lucas 1:41–45.

[40] Green, The Gospel of Luke, 81,94.

[41] Lucas 1:46–55.

[42] Lucas 1:46,47.

[43] Lucas 1:48.

[44] Brown, El nacimiento del Mesías, 370.

 

Copyright © 2024 The Family International. Política de privacidad Normas de cookies