Enviado por Peter Amsterdam
diciembre 30, 2014
(Si lo deseas, puedes consultar el artículo introductorio en el que se explican el propósito y el plan de esta serie.)
El Evangelio de Mateo y el de Lucas nos cuentan cómo fue el nacimiento de Jesús. También presentan profundas verdades sobre lo que estaba haciendo Dios en cuanto a Su plan de salvación. Para hacernos una idea más general de lo que representó la introducción en el mundo del Hijo de Dios, conviene que echemos un vistazo al Evangelio de Juan, el cual, en vez de narrar el nacimiento de Jesús, nos habla de Su existencia eterna con Dios antes de nacer en este mundo.
En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. Este estaba en el principio con Dios. Todas las cosas por medio de Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho fue hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. […] Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad; y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre[1].
Las palabras iniciales de Juan evocan las primeras del libro del Génesis: «En el principio»[2]. Juan dice que antes de que se creara nada, el Verbo [Logos[3]] estaba con Dios; que el Verbo era Dios; que hizo todas las cosas; y que el Verbo, que era Dios, se hizo carne y habitó en la Tierra. Más adelante dice que ese Verbo era Jesús. También explica que el propio Jesús, el único Hijo, es Dios y que es quien nos dio a conocer al Padre.
A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer[4].
Con eso Juan está diciendo que Dios Verbo, que no es Dios Padre, se hizo carne y habitó entre nosotros. La palabra griega traducida como habitar significa morar o vivir en un tabernáculo o una carpa. La imagen que se pretende dar es que Dios Verbo habitó en la Tierra más o menos como cuando la presencia de Dios estuvo con el pueblo hebreo en el desierto tras su liberación de Egipto. En aquel entonces la presencia de Dios estaba en el tabernáculo o carpa. Pues esta vez Su Verbo vino para habitar —o acampar— con la humanidad. También dice que el Verbo, que se hizo carne humana, preexistió con el Padre antes de que se creara el mundo. Esta revelación es la base de la doctrina de la encarnación, que en pocas palabras sostiene que Dios Hijo (el Verbo/Logos) nació en este mundo para redimir a la humanidad. (La doctrina de la encarnación se expone de forma más completa en Lo esencial: El Dios-Hombre, partes 1 a 3.)
En el Evangelio de Mateo y en el de Lucas se nos describe cómo se produjo la encarnación: que Dios Hijo fue concebido en el vientre de María mediante un acto creativo del Espíritu Santo y nació en este mundo vía María, la cual era virgen en el momento de la concepción y permaneció virgen hasta Su nacimiento. Esto se conoce como la doctrina de la concepción virginal. Mateo y Lucas no intentaron establecer una conexión entre la concepción virginal y la doctrina de la encarnación de un Hijo de Dios preexistente. Tal doctrina tiene su base en el Evangelio de Juan, como vimos más arriba, y aunque no aparezca en los relatos del nacimiento, viene expresada en diversos pasajes de los otros evangelios, así como en las epístolas[5].
La doctrina de la concepción virginal no solo enseña que Jesús era Hijo de Dios por medio del Espíritu Santo, sino también que fue una persona única, producto de lo divino y de lo humano, como nadie lo ha sido nunca ni antes ni después. Siglos más tarde, la reflexión teológica vio en la concepción virginal la explicación del hecho de que Jesús naciera con naturaleza humana pero no pecara[6]. La doctrina hace asimismo hincapié en que Jesús era plenamente humano y participó en la totalidad del ciclo de vida humano, desde la cuna hasta la sepultura[7].
La doctrina de la concepción virginal señala también Su divinidad: «“Le pondrás por nombre Emanuel” (que significa: “Dios con nosotros”)»[8]; «El Santo Ser que va a nacer será llamado Hijo de Dios»[9]. El hecho de que al niño se le llame «santo» y asimismo «Hijo de Dios» indica Su divinidad y Su santidad única. Así como Dios es santo lo es el Hijo; y tal como veremos, vivió sin pecado.
La concepción virginal está considerada una doctrina fundamental del cristianismo y viene incluida en el credo niceno, el cual es profesado por los católicos romanos, las iglesias ortodoxas orientales (griega, rusa, etc.), los anglicanos y los protestantes. El credo dice:
Por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación [Jesús] bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la virgen, y se hizo hombre[10].
Si bien todas las principales confesiones cristianas aceptan la concepción virginal, existe discrepancia en cuanto a la virginidad de María después del nacimiento de Jesús y en cuanto a otras doctrinas relacionadas con ella. Como diversas ramas del cristianismo tienen distintas creencias con relación a María, me pareció que sería útil explicar algunas de las diferencias.
Hoy en día, la mayoría de los protestantes consideran que, después del nacimiento de Jesús, José y María tuvieron relaciones conyugales normales y más hijos. Los católicos romanos, las iglesias ortodoxas y algunos anglicanos creen que María permaneció virgen el resto de su vida. La Iglesia católica romana también ha enseñado tradicionalmente que juntamente con la concepción virginal hubo un parto virginal, un parto milagroso e indoloro sin ruptura del himen.
Tales doctrinas católicas romanas vienen expresadas así:
«María fue virgen antes del parto, en el parto y después del parto», «María dio a luz sin detrimento de su integridad virginal», y: «María vivió también virgen después del parto»[11].
Raymond Brown, sacerdote católico y escritor, señala, al comentar estas doctrinas, que la de la integridad virginal de María no se profesa necesariamente con tanta firmeza como antes. Dice:
Tradicionalmente los católicos han considerado que los tres estadios de la virginidad de María eran doctrina revelada; pero los teólogos católicos están adoptando ahora una postura más matizada con respecto al «in partu» [parto sin menoscabo de su integridad virginal][12].
La virginidad perpetua de María es una doctrina fundamental para la Iglesia católica romana y la ortodoxa. La anglicana —o al menos el anglocatolicismo y la corriente High Church del anglicanismo— la tiene, por lo visto, como una creencia importante, pero no un dogma. Algunos de los principales reformadores protestantes, como Martín Lutero y Juan Calvino, consideraban que María fue siempre virgen, aunque a medida que los luteranos y calvinistas han desarrollado más sus doctrinas, ya no se adhieren estrictamente a esa creencia. Los luteranos consideran que la virginidad perpetua de María es una opinión piadosa más que una doctrina vinculante. Las iglesias que tienen su origen en la doctrina calvinista no consideran que María fuera siempre virgen.
Los católicos enseñan que María hizo voto de virginidad y por consiguiente nunca consumó su matrimonio con José ni tuvo otros hijos. El catecismo católico explica que los hermanos y hermanas de Jesús, a los que se menciona en los cuatro evangelios[13], no eran realmente Sus hermanos, sino Sus primos. Por otra parte, cuando en los evangelios se hace referencia a los hermanos y hermanas de Jesús, en ningún caso se emplea el término griego para decir primo, sino siempre la palabra para decir hermano o hermana[14]. Los ortodoxos enseñan que José era un anciano viudo que ya tenía otros hijos. La opinión protestante predominante es que José y María tuvieron otros hijos después del nacimiento de Jesús.
Si bien entre las diferentes ramas del cristianismo hay desacuerdo en cuanto a la virginidad perpetua de María, por lo general todas coinciden en que ella es la «madre de Dios». Eso se basa en el hecho de que Jesús fue la encarnación de Dios y, por consiguiente, fue verdaderamente Dios y a la vez verdaderamente hombre. Fue concebido de manera sobrenatural, pero tuvo un nacimiento totalmente normal y natural. Como Jesús fue la encarnación de Dios, en los credos cristianos primitivos a María se la llama «madre de Dios» o «portadora de Dios». No es que Dios llegara a existir a consecuencia de la concepción de María, ni que ella lo engendrara. Se la llama portadora de Dios porque la persona a la que llevó en su vientre y a la que dio a luz era divina: por lo tanto, en ese sentido el nacimiento de Jesús fue el nacimiento de Dios[15].
Aparte de las diferencias de opinión en torno a María con relación al nacimiento de Jesús, hay otras doctrinas importantes sobre María de la Iglesia católica romana que no comparten los protestantes. Como en el mundo hay 1.200 millones de católicos, comparados con 800 millones de protestantes, me pareció que valdría la pena, con afán educativo y como dato de interés, incluir aquí la siguiente información.
El 8 de diciembre de 1854, el papa Pío IX declaró como dogma —que todos los católicos romanos tienen la obligación de creer— que María, a diferencia de los demás seres humanos salvo Jesús, fue concebida sin la mancha del pecado original. Según esa creencia, si bien María fue concebida de forma natural a consecuencia de la unión de sus padres, por un inmerecido acto de la gracia de Dios comenzó a existir en un estado de gracia santificante y por tanto fue preservada del contagio del pecado original[16]. Se considera que ha sido la única persona que ha recibido de Dios tal privilegio.
El catecismo católico enseña que, por privilegio especial de la gracia de Dios, María estuvo también libre de pecados propios durante toda su vida. Dicha creencia se deduce de Lucas 1:28, que en la versión católica de Ediciones Universidad de Navarra viene traducido así: «Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo». Los católicos entienden que, como las faltas morales personales son irreconciliables con la plenitud de gracia, María tiene que haber estado libre de pecado[17].
Los católicos sostienen que María tuvo una muerte natural y, una vez fallecida, fue asunta [llevada] al Cielo en cuerpo y alma. Dicha doctrina, si bien se enseñó en la iglesia desde el año 500 d. C., no se volvió oficial hasta 1950, cuando el papa Pío XII declaró que era dogma de revelación divina que «la inmaculada madre de Dios, siempre virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste». Según esa creencia, «tras ser asunta al Cielo y elevada por encima de todos los ángeles y santos, María reina con Cristo, su divino hijo», y «la sublime dignidad de María, como reina de Cielo y Tierra, la vuelve supremamente eficaz en su intercesión maternal por sus hijos en la Tierra»[18].
Aunque la doctrina católica enseña que Cristo es el único mediador entre Dios y los seres humanos —pues solo Él, con Su muerte en la cruz, reconcilió plenamente con Dios a la humanidad—, también sostiene que otros cooperan a la unión de los seres humanos con Dios. En el caso de María, se la considera medianera por su cooperación en la encarnación[19]. Puesto que aceptó libremente convertirse en madre de Jesús, algo que sin su consentimiento no habría ocurrido, se considera que coopera a la redención de la humanidad. También se cree que es la medianera por su intercesión en el Cielo. Se entiende que la gracia redentora de Cristo se concede mediante la cooperación intercesora de María.
El catecismo católico explica:
Con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna. […] Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora.
La Iglesia católica enseña que María merece particular veneración. Si bien solo se debe adorar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo —por ser Dios—, María debe ser venerada (venerar es menos que adorar), y en mayor grado que los ángeles y otros santos[20].
Por lo general los protestantes —y yo me adhiero a esa postura— no creen que María tuviera una inmaculada concepción, que estuviera libre de pecado, que fuera asunta al Cielo en cuerpo, que sea medianera de la gracia o que deba ser venerada en el sentido de que haya que rendirle culto, hacerle peticiones o recurrir a su intercesión (para que ella ruegue a Dios en nombre nuestro). No obstante, para que Dios Hijo fuera plenamente humano, era necesario que Su madre también lo fuera, y María fue la mujer a la que Dios escogió para esa misión, que ella libremente aceptó. El ángel Gabriel la llamó «muy favorecida»[21], y teniendo en cuenta que fue el ser humano que Dios eligió para ser la madre de Su encarnación, no cabe duda de que fue una persona bien especial.
Como reacción ante ciertos aspectos de la teología católica romana sobre María, la tendencia protestante es a ignorarla y no tener en cuenta el importante papel que desempeñó en el plan divino de salvación. Sin embargo, sería más provechoso que nos fijáramos en lo que puede enseñarnos.
Seguidamente reproduzco algunos pensamientos bien útiles sobre el particular, un resumen de lo que exponen los escritores Lewis y Demarest. María puede verse como un magnífico ejemplo de la dignidad que ha conferido Dios a las mujeres. Es un modelo de hija de Abraham pura, reflexiva, creyente y llena de vitalidad espiritual, con auténtica confianza y fe en Dios y en Sus promesas. En su vida se pone de manifiesto cómo se vale Dios de agentes humanos —mujeres incluidas— para llevar a cabo Sus santos y amorosos designios. Es un ejemplo para nosotros por cómo estuvo dispuesta a aceptar la Palabra de Dios y cumplir Sus deseos aun a costa de correr grandes riesgos. El hecho de que pasara por las dos fases del procedimiento matrimonial y por tanto estuviera casada muestra la importancia que tuvo para Dios que Jesús se criara en el seno de una familia y de un hogar.
También fue fundamental el papel de José. Por su matrimonio con María y por haberle proporcionado a su hijo un hogar sano es un ejemplo muy bello de un padre que crió responsablemente a un hijo adoptivo, y un modelo de fidelidad y de obediencia a la voz y las indicaciones divinas. Fue justo y considerado, estuvo dispuesto a hacer lo que Dios le mandó, y de esa manera guardó, protegió y cuidó al Hijo de Dios[22].
Aunque la mayoría de los protestantes no concuerden con la teología católica sobre María, desde luego hay que admitir que Dios la tuvo en gran estima y que desempeñó un papel crucial en la vida de Cristo. Fue la que crió y cuidó a la encarnación de Dios, la persona a la que Jesús llamaba mami, la que lo bañaba, la que lo amamantó, la que cocinaba para Él, la que estuvo con Él cuando murió. Es mucho lo que se le debe agradecer, hay mucho que admirar en ella y muchos aspectos en que puede ser un modelo para nosotros.
En el relato del nacimiento de Jesús se descubre la profunda verdad espiritual de cómo se introdujo Dios en la humanidad mediante el milagroso nacimiento de Su Hijo, el preexistente Verbo de Dios que se encarnó con el fin de redimir a los seres humanos. Al mismo tiempo se ve el ejemplo de una joven devota que accedió a convertirse, a petición de Dios, en la madre del Salvador, y de un joven que estuvo dispuesto a creer y seguir las instrucciones divinas aun cuando no era nada fácil. Dos jóvenes fieles y dispuestos que respondieron al llamamiento de Dios desempeñaron un importante papel en el mayor suceso de la Historia. Sin duda podemos reconocer su fe y obediencia y dar gracias a Dios por ellos.
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[1] Juan 1:1–4,14.
[2] Génesis 1:1.
[3] La palabra empleada por Juan en el texto griego original y que se tradujo al español como Verbo es Logos. El vocablo Logos fue utilizado por primera vez en el siglo VI a. C. por un filósofo griego llamado Heráclito para referirse al plan o la razón de Dios que coordina el universo cambiante. Por consiguiente, para un grecoparlante de la época Logos significaba razón, y el primer versículo se habría interpretado así: «En el principio era la razón o mente de Dios». Se habría entendido que antes de la creación el Logos existía eternamente con Dios. Por lo tanto el Logos, el Verbo, Dios Hijo, existía antes de que se creara nada, incluyendo el tiempo, el espacio y la energía. Amsterdam, Lo esencial: El Dios-Hombre, 1ª parte
[4] Juan 1:18 (NVI).
[5] Filipenses 2:6–11; Romanos 8:3; 1 Pedro 1:20,21.
[6] No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado (Hebreos 4:15).
Él no cometió pecado ni se halló engaño en Su boca (1 Pedro 2:22).
Sabéis que Él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en Él (1 Juan 3:5).
Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros seamos justicia de Dios en Él (2 Corintios 5:21).
¿Quién de vosotros puede acusarme de pecado? (Juan 8:46).
[7] Witherington, «Birth of Jesus», Dictionary of Jesus and the Gospels, 72.
[8] Mateo 1:23.
[9] Lucas 1:35.
[10] Grudem, Teología sistemática, 1232.
[11] Ott, Manual de teología dogmática, 320–324.
[12] Brown, El nacimiento del Mesías, 542.
[13] Mateo 12:46, 13:55,56; Marcos 3:31,32; Lucas 8:19–21; Juan 2:12, 7:3–5.
[14] Witherington, «Birth of Jesus», Dictionary of Jesus and the Gospels, 71.
[15] William Lane Craig, The Birth of God, en reasonablefaith.org.
[16] Ott, Manual de teología dogmática, 314.
[17] Ibíd., 319,320.
[18] Ibíd., 326,330.
[19] Medianera es una palabra que se emplea en la terminología católica al referirse al papel de María como mediadora.
[20] Ott, Manual de teología dogmática, 336.
[21] Lucas 1:28.
[22] Lewis y Demarest, Integrative Theology, 276–278.
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