Más como Jesús: Comunión con Dios (1ª parte)

Enviado por Peter Amsterdam

marzo 15, 2016

[More Like Jesus: Fellowship with God (Part 1)]

Si deseamos volvernos más como Jesús, conviene que averigüemos cuáles son los principios fundamentales que nos pueden servir de punto de partida. Nuestro parecido a Cristo se manifiesta en nuestras decisiones y acciones, pero es consecuencia de cómo somos interiormente. Es algo que se desarrolla en nosotros a medida que somos continuamente transformados en Su imagen.

Todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a Su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu[1].

La clave de esa transformación es el don de la salvación, que hemos recibido gracias a la muerte de Jesús en la cruz. Gracias a Su sacrificio estamos en condiciones de volvernos nuevas personas, nuevas criaturas en Él[2]. El motivo por el que la salvación es clave es este: debido a la caída del ser humano a raíz del pecado de Adán y Eva, se produjo una ruptura en la relación original de Dios con la humanidad. La intención original era que los seres humanos disfrutaran de comunión con Dios; pero el pecado echó a perder la relación que tenían con Él al principio. Aun así, Dios dispuso una manera de renovar dicha comunión. Ha quedado restaurada por medio de la muerte y resurrección de Jesús, y los que se han vuelto partícipes de esa comunión disfrutarán eternamente de ella.

Dios, mediante el sacrificio de Su Hijo, hizo posible que los seres humanos se reconciliaran con Él. La definición de reconciliación es terminación del conflicto o restablecimiento de una relación de amistad después de una disputa. En sus epístolas, Pablo habla de nuestra reconciliación, de que hemos sido incorporados nuevamente a la familia de Dios.

Si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por Su vida. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación[3].

Todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación: Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo[4].

A vosotros, que erais en otro tiempo extraños y enemigos por vuestros pensamientos y por vuestras malas obras, ahora os ha reconciliado en Su cuerpo de carne, por medio de la muerte[5].

Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de Su Hijo, el cual clama: «¡Abba, Padre!»[6]

El pecado de Adán y Eva (juntamente con los nuestros) produjo una separación entre Dios y la humanidad; pero Él dispuso una manera de que volviéramos a estar en comunión con Él. El costo de restablecer esa comunión fue enorme: el sufrimiento y la muerte de Su propio Hijo, que asumió el castigo de todos los pecados de la humanidad. Nuestra reacción ante el sacrificio que Dios estuvo dispuesto a hacer para devolvernos la comunión con Él debería ser de asombro ante lo importante que eso debe de ser para Él.

Uno de los principios fundamentales para volvernos más como Jesús es entender la importancia de nuestra comunión con el Señor. El Creador de todas las cosas desea tener una relación con nosotros, y no escatimó esfuerzos para que eso fuera posible.

El apóstol Juan escribió: «Nuestra comunión verdaderamente es con el Padre y con Su Hijo Jesucristo»[7].

Y el apóstol Pablo: «Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con Su Hijo Jesucristo, nuestro Señor»[8].

La palabra griega koinōnia se traduce en las Escrituras como comunión; también como compañerismo (en la versión PDT), confraternidad y unión. Algunos sinónimos de comunión son camaradería, amistad, colaboración, cooperación, solidaridad, sentimiento de comunidad. Los cristianos hemos sido llamados a tener comunión con Dios, tanto con el Padre como con el Hijo y el Espíritu Santo. Ser compañeros, amigos y colaboradores de Dios es tener una relación con Él. Hemos recibido la bendición, el honor y el privilegio de tener una relación personal con Dios, y se nos pide que la cultivemos.

Jesús dio ejemplo de cultivar la relación con Su Padre:

Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba[9]. Su fama se extendía más y más; y se reunía mucha gente para oírlo y para que los sanara de sus enfermedades. Pero Él se apartaba a lugares desiertos para orar[10]. Salió y se fue, como solía, al Monte de los Olivos; y Sus discípulos lo siguieron[11].

Los ratos que pasaba Jesús con Su Padre eran la fuente de Su fortaleza espiritual. Aun con lo ocupado que estaba atendiendo a las multitudes, reservaba tiempo para estar con Dios, escucharlo y recibir instrucciones. «No puedo Yo hacer nada por Mí mismo; según oigo, así juzgo, y Mi juicio es justo, porque no busco Mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me envió»[12]. A nosotros también se nos llama a pasar ratos a solas con el Señor. Es algo que deberíamos priorizar, como lo hacía Jesús.

La auténtica comunión con Dios comienza por ponerlo a Él en el centro de nuestra vida y reconocer que la relación que tenemos con Él es la más importante. (Disfrutamos de otras relaciones, pero la primaria es la que tenemos con Él.) Teniendo en cuenta todo lo que ha hecho por nosotros, que nos ha adoptado en Su familia y ha posibilitado que tengamos una relación con Él, deberíamos deleitarnos en priorizar a diario nuestra relación y comunión con Él.

Esa comunión (compañerismo, amistad, colaboración, solidaridad) implica pasar ratos en Su presencia, comunicándonos con Él, adorándolo, participando de una comunicación recíproca con Él, o sea, dirigiéndonos a Él en oración pero también leyendo Su Palabra y prestando oído a lo que Él nos dice por medio de ella, y escuchando Su voz cuando nos habla personalmente.

Si nuestro objetivo es ser más como Jesús, es vital que prioricemos nuestra comunión con Él. De lo contrario, no seremos cristianos saludables que estén creciendo y madurando espiritualmente. Así como físicamente no podemos disfrutar de buena salud si no comemos todos los días, ni podemos mantenernos limpios si no nos bañamos con frecuencia, tampoco podemos mantener sano o limpio nuestro espíritu si no disfrutamos habitualmente de comunión con nuestro Creador. Sencillamente es imposible.

Por supuesto, la comunión con el Señor es algo a lo que hay que dedicar tiempo, y encontrar ese tiempo con lo ocupados que vivimos nunca es fácil. Hay multitud de deberes, acontecimientos, obligaciones de atender a otras personas, quehaceres cotidianos, compromisos, actividades recreativas, horas de sueño, y todo eso tiene que encajar en nuestro horario. Son cosas que se tienen que hacer; pero si queremos que nuestra vida esté centrada en Dios, nuestra máxima prioridad debería ser reservar espacios de tiempo para nuestra comunión con Él.

Dar a nuestra relación con el Señor la prioridad que se merece requiere compromiso y disciplina. Él puso Su vida por nosotros para que pudiéramos vivir con Él para siempre, así que devolverle una parte de cada día, por amor y en señal de agradecimiento, es lo mínimo que podemos hacer. A mí a veces me parece un sacrificio reservar un espacio de tiempo para tener comunión con el Señor; pero cuando confronto los beneficios de pasar un rato con Él con los de quedarme una hora más despierto por la noche viendo la TV, leyendo o navegando por Internet, simplemente no hay punto de comparación. Es posible que lo otro me entretenga durante una hora, pero nada más; mientras que los efectos en mi vida de acostarme una hora antes para poder despertarme una hora antes y tener comunión con el Señor son notablemente positivos. Sacar tiempo todos los días para pasar un rato con Dios, por mucho que cueste, debería ser un compromiso permanente para cualquier persona que quiera disfrutar de comunión y compañerismo con Él.

En vez de considerar el tiempo que dedicamos al Señor como una pesadez o una obligación, deberíamos verlo como lo que realmente es: un maravilloso privilegio. Se nos concede acceso a Dios, nuestro Padre en el Cielo; a Jesús, que entregó la vida por nosotros; y al Espíritu Santo, que mora en nosotros. Son ratos para estar con la Persona con quien deberíamos tener nuestra principal relación. Son ratos para alabarlo y darle gracias por ser quien es y por lo que ha hecho por nosotros. Son ratos para establecer contacto con nuestro Creador y Salvador, que sustenta nuestra vida, nos ama y ha entablado una relación personal con nosotros.

Jesús dijo a la samaritana a la que encontró junto a un pozo: «La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que lo adoren»[13]. El mismo concepto aparece en un versículo que se suele usar para testificar (y con toda razón), aunque originalmente es algo que dijo Jesús a los cristianos tibios: «Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo»[14]. Jesús desea tener comunión con nosotros[15].

Le reservamos a Dios un espacio de tiempo a diario porque lo amamos, porque merece nuestra alabanza, gratitud y devoción. Por supuesto, también hay beneficios para nosotros. Cuando pasamos ratos de comunión con el Señor, Él responde. Cuando dejamos a un lado las demás actividades y entramos en Su presencia, nos predisponemos para escucharlo y recibir Su orientación. Él puede entonces guiarnos con Su consejo[16] y enseñarnos a hacer Su voluntad[17].

El efecto de pasar habitualmente ratos con Dios es que crecemos espiritualmente y nos volvemos más como Él, sobre todo si dedicamos tiempo a leer Su Palabra, meditar sobre ella y aplicarla.

Jesús rezó:

Santifícalos en Tu verdad: Tu palabra es verdad[18]. Al vivir la verdad contenida en la Biblia nos santificamos, nos volvemos santos. Si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor y dispuesto para toda buena obra[19]. Como hijos obedientes, no se amolden a los malos deseos que tenían antes, cuando vivían en la ignorancia. Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: “Sean santos, porque Yo soy santo”[20].

Pasar ratos con el Señor enfrascados en Su Palabra es una actividad que nos motiva a crecer y cambiar. Su Palabra nos instruye, nos señala nuestras faltas y pecados, nos corrige, nos cambia y nos lleva a vivir de una forma más recta.

Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra[21].

A medida que crecemos en nuestra fe, dejamos de hacer cosas que están reñidas con lo que enseña Su Palabra. Al despojarnos de nuestra vieja manera de ser y nuestros pecados, nos volvemos más puros, más como Jesús.

Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad[22]. Ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos y revestido del nuevo. Este, conforme a la imagen del que lo creó, se va renovando hasta el conocimiento pleno[23].

Para quienes desean volverse más como Jesús, tener comunión con Dios es algo prioritario. Orar, leer y asimilar la Palabra de Dios, alabarlo y adorarlo, hablarle de nuestra vida —de nuestras esperanzas y sueños, de nuestros triunfos y fracasos—, confesarle nuestros pecados, pedirle ayuda, decirle que lo amamos, prestar oído a lo que Él nos dice… todas esas actividades forman parte de esa comunión, amistad, compañerismo y colaboración que debemos tener con Él.

(En la 2ª parte de Comunión con Dios hablaremos de diversas formas de pasar ratos significativos con Él.)


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] 2 Corintios 3:18 (NVI).

[2] 2 Corintios 5:17.

[3] Romanos 5:10,11.

[4] 2 Corintios 5:18,19.

[5] Colosenses 1:21,22.

[6] Gálatas 4:4–6.

[7] 1 Juan 1:3.

[8] 1 Corintios 1:9.

[9] Marcos 1:35.

[10] Lucas 5:15,16.

[11] Lucas 22:39.

[12] Juan 5:30.

[13] Juan 4:23.

[14] Apocalipsis 3:20.

[15] Rick Warren, Métodos de estudio bíblico personal (Vida, 2011), 213.

[16] Salmo 73:24.

[17] Salmo 143:10.

[18] Juan 17:17.

[19] 2 Timoteo 2:21.

[20] 1 Pedro 1:14–16 (NVI).

[21] 2 Timoteo 3:16,17.

[22] Efesios 4:22–24 (NVI).

[23] Colosenses 3:8–10.

 

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