Más como Jesús: Comunión con Dios (2ª parte)

abril 5, 2016

Enviado por Peter Amsterdam

[More Like Jesus: Fellowship with God (Part 2)]

Como vimos en el artículo anterior (Comunión con Dios, 1ª parte), tener un trato cercano con Dios es un elemento vital para llegar a ser más como Jesús. En el marco de esa comunión es que cultivamos una relación con Él, sustentamos nuestro amor e intimidad y lo llegamos a conocer auténticamente. Cuanto más llegamos a conocerle, más deseamos estar con Él. En el texto del libro de los Salmos encontramos expresiones verbales de esa comunión con el Señor.

Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por Ti, Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo[1]. Oh Dios, Tú eres mi Dios; yo te busco intensamente. Mi alma tiene sed de Ti; todo mi ser te anhela[2]. ¿A quién tengo yo en los cielos sino a Ti? Y fuera de Ti nada deseo en la tierra[3].

La relación amorosa, el matrimonio, es uno de los medios en que la Escritura expresa el vínculo que debemos tener con el Señor. Rick Warren lo manifiesta así:

Para llegar a conocer a alguien íntimamente y disfrutarlo de modo personal se debe: Pasar tiempos verdaderamente provechosos con él; comunicarse de corazón a corazón con él; observarlo en una diversidad de situaciones. Este mismo criterio se aplica también a Dios. Recordemos que es difícil tener un romance en medio de una muchedumbre; es preciso estar a solas con la persona. Así alude la Biblia a nuestra relación con Dios por medio de Cristo. La asocia a una relación sentimental. Es más, la llama un matrimonio, en el que Cristo hace las veces de Novio y nosotros, los integrantes de la iglesia, representamos a la novia[4].

Pasar momentos a solas con el Señor es la principal vía para llegar a conocerlo y edificar nuestra relación con Él. Pregúntate qué tan estrecha sería tu relación con tu cónyuge, familia, amigos o colegas si la comunicación que mantienes con ellos fuera la misma que mantienes con el Señor. ¿Considerarían suficiente tus seres queridos el tiempo que les dedicas? ¿Les parecería que la convivencia que tienes con ellos contribuye a que la relación entre ustedes crezca y prospere? Nuestra relación con Dios es primordial, y para mantenerla viva y floreciente necesitamos pasar tiempo con Él, del mismo modo en que nos hace falta pasar tiempo con la gente con quien nos relacionamos.

Debido a las obligaciones que cada uno tenemos y que Dios mismo nos ha dado no suele ser posible dedicar cantidades generosas de tiempo a las personas que amamos. Por eso generalmente tratamos de concentrar en ellas nuestra atención y energías durante los momentos que compartimos juntos. Aspiramos a que los ratos que pasamos con nuestros seres queridos sean realmente provechosos. Una de nuestras metas en el empeño de imitar más a Jesús es sacarle verdadero provecho al tiempo que pasamos con Él. Dado lo ocupados que estamos cada día esa puede ser una tarea difícil. Es preciso comprometernos a sacar determinado tiempo para comulgar diariamente con Él y de ahí valernos de esas ocasiones para conectar con Él de corazón a corazón.

Un elemento clave de la comunión o fraternidad es la comunicación mutua. Conversando y escuchándonos es que nos llegamos a conocer mejor. Lo mismo sucede en nuestra comunión con Dios: resulta esencial escucharle y también hablar con Él. El principal medio de que disponemos para escuchar a Dios es la lectura de Su Palabra, la Biblia. Él nos habla a través de la Escritura, al momento en que la leemos, reflexionamos sobre lo que dice, meditamos en ella y le preguntamos lo que significa para nosotros y cómo podemos aplicar ese significado a nuestra cotidianidad. Él también nos habla al alma cuando guardamos silencio y escuchamos Su voz queda y apacible.

Tiempo

El primer elemento para pasar tiempo de calidad con el Señor es comprometernos a reunirnos con Él y seguidamente disciplinarnos para respetar ese compromiso. Sin ese compromiso y esa disciplina a largo plazo, la fraternidad estará enfocada en una actividad pasajera que tiene lugar un día y al otro desaparece. La pregunta que debemos plantearnos es: ¿Qué importancia tiene Dios en mi vida? Siendo que conoce nuestro corazón y nuestro espíritu mejor que nosotros, nuestro Creador es supremamente importante. Ya que nos ama, ya que posibilitó un medio de que comulgáramos con Él y además desea nuestro compañerismo, claramente debiera ser prioritario comprometernos a pasar momentos provechosos con Él.

La mayoría de la gente que escribe sobre apartar un tiempo para Dios dice que la mañana, antes que se desate el ajetreo del día, es el mejor momento para fijar esa cita. Yo personalmente he descubierto que eso es verdad, si bien he leído de otras personas que reservan tiempo en la noche para su comunión con Dios y de otras que le dedican su hora de almuerzo. Yo prefiero la mañana; para cuando llega la tarde ya estoy cansado y no en mis mejores condiciones. En mi caso, madrugar de manera que pueda tomar suficiente tiempo con el Señor significa disciplinarme para acostarme temprano y así obtener suficientes horas de sueño y pasar un buen tiempo con el Señor. Sea cual sea el momento que reserves para ese trato íntimo, hace falta compromiso y disciplina para llevarlo a efecto.

Si bien no existe una cantidad determinada de tiempo que uno deba dedicar al Señor, la idea es tener tiempo suficiente para leer Su Palabra, orar y darle espacio para hablarte. Además querrás reservar tiempo para anotar lo que Él te enseña mientras lees o lo que te hable al corazón. La cantidad de tiempo que dediques no es tan importante como la calidad de ese tiempo y lo que haces con él.

Es aconsejable iniciar esos ratos con nuestro Creador tomando unos instantes de quietud y silencio para reconocer que estamos entrando en Su presencia, y alabarlo. Entrad por Sus puertas con acción de gracias, por Sus atrios con alabanza.¡Alabadlo, bendecid Su nombre![5] Es conveniente rezar una breve oración encomendándole ese tiempo, pidiéndole que dirija esos momentos que pasas junto a Él, que retire toda distracción u obstrucción que pueda haber, y que te abra los ojos para que contemples las maravillas de Su enseñanza[6].

Escuchar por medio de la lectura

Seguidamente querrás darle oportunidad de hablarte a través de Su Palabra. Ya que Su Palabra representa la voz misma de Dios que te habla, vale la pena que te tomes el tiempo para interactuar con ella, leerla despacio, incluso en voz alta, reflexionando sobre lo que lees, planteándote preguntas al respecto para estar seguro de que entiendes lo que dice y la significación que tiene en tu vida. Hasta puede ser útil leer el versículo, pasaje o capítulo dos o más veces de tal manera que puedas concentrarte plenamente en ello, absorber lo que te indica acerca de Dios o de ti mismo, y ver cómo sintoniza contigo o cómo te afecta.

Aunque no siempre es necesario, para entender lo que Dios está expresando puede ser ventajoso leer un libro entero de la Biblia en lugar de hojear un capítulo por aquí y un versículo por allá. Leer un libro completo a lo largo de varias sesiones te ofrece el panorama general de lo que enseña ese libro. A veces conviene leer de corrido un libro entero para lograr una perspectiva global del mismo y luego repasarlo más despacio, rumiando cada pasaje.

Leer la Escritura y pensar en la aplicación que puede tener en tu vida lo que has leído es distinto de estudiar la Biblia. El estudio de la Biblia está considerado como una Disciplina Espiritual y difiere de la lectura diaria de las Escrituras. El foco de dicho estudio es aprender la Palabra de Dios y no centrar la atención en lo que Su Palabra te está diciendo a ti en particular; por eso generalmente es una tarea que se debe realizar a una hora distinta de la que dedicas todos los días a comulgar con Dios. El tiempo que empleas leyendo Su Palabra es para entablar conexión con Él. Es un tiempo de contemplación, de meditación en lo que has leído, un espacio para que el Espíritu Santo te indique las aplicaciones que tiene en tu vida el texto leído. Evidentemente que aplicar la Escritura con frecuencia nos exige efectuar cambios de carácter personal, ya que el Espíritu Santo cuestiona nuestro modo de pensar o actuar. Ser más como Jesús consiste precisamente en eso.

Cuando reflexiones en lo que ha dicho la Palabra de Dios conviene que te hagas algunas preguntas: ¿Qué me enseña este pasaje? ¿Cómo puedo aplicarlo? ¿Me está señalando algún aspecto en el que estoy pecando? En ese caso, ¿qué voy a hacer al respecto? ¿El pasaje entrega alguna promesa? De ser así, ¿estoy cumpliendo las condiciones para recibir dicha promesa? En caso de que no, ¿qué debo cambiar para poder reivindicar esa promesa? ¿Me está dando este pasaje un ejemplo positivo que debo seguir o uno negativo que debo evitar? Lo que estoy leyendo, ¿me trae al pensamiento cosas o personas por las que debiera estar orando? La idea es prestar atención a lo que se ha leído y buscar vías para aplicarlo y propiciar gracias a ello cambios en tu vida.

Al plantearte esas preguntas, ábrete a que el Señor te dé respuestas y te enseñe diversas formas de aplicar lo que Su Palabra te ha indicado. Y cuando lo haga, anótalo. Llevar un registro de lo que el Señor te enseña por medio de Su Palabra es un aspecto muy beneficioso pero que a menudo descuidamos en nuestra relación íntima con Él. Cuando grabas o apuntas lo que el Señor te habla al alma, ya sea a través de Su Palabra, de Su voz apacible o del don de profecía, puedes repasarlo después y comprobar si has llevado a la práctica lo que te mostró y si aprovechaste lo que te dijo personalmente con el objeto de crecer en tu relación con Él. Cuando no lo escribimos, es fácil olvidarlo.

Oración

El siguiente paso, luego de escuchar al Señor a través de Su Palabra escrita, es tomarte un tiempo de oración. Esa es la parte del diálogo con Dios que te corresponde a ti. Así como se empieza la lectura de las Escrituras con alabanza, así también es oportuno iniciar nuestras conversaciones con Dios a base de alabanza y adoración, dándole el reconocimiento que se merece en calidad de Creador y Salvador. Los Salmos 146-150, 1 Crónicas 29:10-13 y 16:25-36 ofrecen excelentes ejemplos de alabanza a Dios.

Asimismo debemos dedicar tiempo a agradecerle y enaltecerlo por lo que ha hecho por nosotros; por salvarnos, por proveer para nosotros, cuidarnos y contestar nuestras oraciones. Piensa en cosas concretas por las que puedes darle gracias.

Confesar nuestros pecados, pedir Su perdón, al igual que buscar Su ayuda para apartarnos de ellos, también forma parte de nuestra comunión con Dios. Adquirir más el carácter de Cristo significa despojarnos de una conducta pecaminosa; en parte supone confesar nuestros pecados, apartarnos y despojarnos de ellos. Él naturalmente ya conoce nuestros pecados; no obstante es nuestra voluntad para admitir que los hemos cometido y para arrepentirnos lo que facilita ese perdón. Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad[7].

Podemos y debemos presentar al Señor nuestras peticiones personales, tal como lo enseña la Escritura. Dichas peticiones pueden ser para satisfacer nuestras necesidades físicas o espirituales, o para lidiar con las dificultades de la vida o superarlas. Conviene llevar un diario de las peticiones que haces y tomar nota de las oraciones respondidas. Llevar cuenta de las oraciones respondidas puede ser un poderoso recordatorio de que Dios te ama, participa activamente en tu vida y es fiel en responder a tus peticiones. En casos en que no haya respondido a tu petición puede ser saludable espiritualmente acudir a Él nuevamente en oración para ver si quiere precisarte por qué no lo hizo.

Tómate también tiempo para interceder por otras personas, familiares, amigos, colegas, gente a la que estás testificando o apacentando, misioneros, tu empleador o tus empleados, al igual que por situaciones del mundo y dirigentes internacionales. Además debes rezar por las personas que no te caen bien o por aquellas a quienes tú no les caes bien. Puedes ver la posibilidad de orar por distintas personas o categorías de personas en diferentes días de la semana.

Para terminar

Reservar tiempo para comulgar íntimamente con el Señor —tiempo consagrado a nutrir tu relación con Él, a escucharlo a través de Su Palabra, Su Espíritu, Su voz— es vital si aspiras a ser más como Jesús. A medida que estudiamos Sus enseñanzas y permitimos que Su Palabra nos hable, nos compunja, nos exhorte a superarnos y nos cambie, nos iremos transformando más y más conforme a Su imagen y semejanza. Hablando con Él —desahogándole nuestro corazón, nuestras cargas, preocupaciones y temores, así como nuestras esperanzas, alegrías y sueños— es que nuestra relación se hace más estrecha. Interactuar con el Señor, amarlo, pasar ratos escuchándolo, aprender de Él, aplicar Su Palabra, estar con frecuencia en Su compañía, todo ello contribuye a que lleguemos a ser más como Él.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] Salmo 42:1,2.

[2] Salmo 63:1 (NVI).

[3] Salmo 73:25.

[4] Rick Warren, Métodos de estudio bíblico personal.

[5] Salmo 100:4.

[6] Salmo 119:18 (DHH).

[7] 1 Juan 1:9.