Jesús, Su vida y mensaje: El Sermón del Monte

Enviado por Peter Amsterdam

mayo 3, 2016

Amor hacia los enemigos

[Jesus—His Life and Message: The Sermon on the Mount. Love Your Enemies]

(Pueden leer sobre el propósito de esta serie y su perspectiva general en este artículo de introducción.)

Seguidamente vamos a examinar el último de los seis ejemplos que incluyó Jesús en el Sermón para ayudarnos a entender más cabalmente la ley mosaica. En él lleva un paso más allá la idea de que los ciudadanos del reino de Dios no debemos tomar represalias ni resistirnos (tal como vimos en el artículo anterior) al enseñar que debemos amar a nuestros enemigos.

Oísteis que fue dicho: «Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo». Pero Yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir Su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos. Si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto[1].

Jesús parafrasea Levítico 19:18: «Amarás a tu prójimo», y añade la frase: «Y odiarás a tu enemigo», que muy probablemente sintetizaba la forma de interpretar las Escrituras de muchas personas de Su época. No hay ningún versículo que diga exactamente: «Odiarás a tu enemigo», aunque se puede inferir a partir de pasajes del Antiguo Testamento como: «¿No odio, Señor, a los que te aborrecen, y me enardezco contra Tus enemigos? Los aborrezco por completo, los tengo por enemigos»[2].

Por otra parte, hay pasajes del Antiguo Testamento que hablan de ser atentos y benevolentes con nuestros enemigos.

Si encuentras el buey de tu enemigo o su asno extraviado, regresa a llevárselo. Si ves el asno del que te aborrece caído debajo de su carga, ¿lo dejarás sin ayuda? Antes bien le ayudarás a levantarlo[3]. Si el que te aborrece tiene hambre, dale de comer pan, y si tiene sed, dale de beber agua[4]. No te regocijes cuando caiga tu enemigo, ni cuando él tropiece se alegre tu corazón[5].

El escritor D. A. Carson comenta:

Algunos judíos interpretaban la palabra prójimo de forma exclusiva. «Solo se nos manda amar a los que están próximos a nosotros —razonaban—, por lo que debemos odiar a nuestros enemigos». De hecho, eso es lo que se enseñaba en ciertos círculos[6].

La clave está en determinar quién es nuestro prójimo. En el Antiguo Testamento, la palabra prójimo sirve comúnmente para denominar a las personas del pueblo judío, del pueblo de la alianza. A lo largo del Levítico y el Deuteronomio se emplea para referirse a los paisanos judíos. La frase entera que Jesús parafraseó dice:

No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo[7].

La manera general de pensar de los judíos de la época excluía a los no prójimos —básicamente los no judíos— del universo de personas a las que se mandaba amar. No obstante, Jesús amplió notablemente el concepto de prójimo al incluir en él a extranjeros y hasta enemigos. Eso queda bien claro tanto en este pasaje del Sermón del Monte como en la parábola del buen samaritano[8].

John Stott explica que, según Jesús, nuestro prójimo

no es necesariamente de nuestra propia raza, estatus o religión. Puede incluso no tener nada que ver con nosotros. Puede ser nuestro enemigo […]. En el vocabulario de Dios, el término prójimo incluye al enemigo. Lo que lo convierte en nuestro prójimo es simplemente que es un congénere necesitado, cuya necesidad conocemos y estamos en alguna medida en condiciones de aliviar[9].

Debemos amar incluso a nuestros enemigos, hacer bien a los que nos odian, bendecir a los que nos maldicen y orar por los que nos calumnian[10]. ¿Por qué? Porque somos hijos de Dios, y así trata Él a las personas.

Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir Su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos[11].

Refiriéndose a la humanidad en general, el apóstol Pablo argumentó que colectivamente, a causa del pecado de Adán (e individualmente a causa de nuestros propios pecados), el ser humano rechazó a Dios y por consiguiente fue considerado enemigo Suyo; aun así, las Escrituras dicen que «siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo»[12]. Desde el principio mismo, Dios amó a la humanidad. A pesar de que nos rebelamos contra Él al pecar, Él nos amó. Como hijos Suyos («hijos de vuestro Padre»), deberíamos comportarnos como Él, amando a nuestros enemigos. Se nos dice que oremos por los que nos persiguen y calumnian. Es posible que nos insulten y maldigan, que nos quieran mal; pero nuestra respuesta debe ser pedir que descienda sobre ellos la bendición de Dios y decirles que no les deseamos sino bien[13]. Se nos manda orar por ellos como lo hizo Jesús tras ser duramente azotado y clavado a la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»[14].

Ya que somos hijos de nuestro Padre, deberíamos imitar Su amor. Él no discrimina. Bendice con sol y con lluvia no solo a los justos, sino también a los injustos (los términos griegos usados en este pasaje aluden a los que guardan las leyes divinas y los que no lo hacen), a los buenos y a los malos. Dios manifiesta Su amor de forma inclusiva y, como discípulos Suyos, nuestra actitud frente a nuestros semejantes debería reflejar la Suya. Antes en el Sermón Jesús enseñó que debíamos estar dispuestos a caminar una milla adicional, abstenernos de devolver un bofetón recibido, entregar no solo nuestra túnica, sino también nuestra capa cuando alguien nos demande; y aquí va más lejos y dice que debemos amar a esas personas, amar aun a nuestros enemigos, y tener una actitud positiva frente a ellos. Debemos conducirnos como Dios y tratar a los demás como Él los trata. El amor al que se refiere no es un afecto natural, un amor sentimental o emocional, sino la clase de amor que tiene su origen en la voluntad más que en el atractivo o el encanto. Ese amor escoge amar a los que no se lo merecen. Es un amor que se expresa mediante actos, en forma de compasión y amabilidad.

A continuación, Jesús plantea dos casos hipotéticos.

Si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles?[15]

Amar a los que nos aman no tiene nada de especial. Aun las personas que eran consideradas las más ruines de todas en el entorno de Jesús, los odiados recaudadores de impuestos, amaban a sus familiares y amigos. Jesús argumenta que no hay premio por hacer lo que es normal y corriente de forma natural[16].

Seguidamente señala que si saludamos (damos la bienvenida y deseamos bien) solo a nuestra gente (en este caso, los paisanos judíos), apenas estamos haciendo lo que todo el mundo hace, incluidos los gentiles, que eran despreciados y considerados idólatras. No tiene nada de excepcional saludar afectuosamente a nuestra gente. Lo que se da a entender es que se espera más de los creyentes. No debemos contentarnos con amar y saludar a los que nos aman o son de nuestra familia/grupo/vecindario/comunidad/raza/nacionalidad, pues eso lo hace todo el mundo.

En su introducción a los seis ejemplos de «oísteis que fue dicho […], pero Yo os digo», Jesús explicó:

Os digo que si vuestra justicia no fuera mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos[17].

Aquí está declarando que no debemos enorgullecernos de amar a los nuestros y estar a la misma altura que todas las demás personas del mundo. Dice que como ciudadanos del reino debemos hacer más de lo que se hace comúnmente, más de lo que es normal. Debemos imitar a Dios y manifestar Su amor a todos, incluidos los que nos odian y persiguen.

Jesús entonces termina diciendo:

Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto[18].

La palabra perfecto no tiene aquí el sentido de moralmente perfecto. John Stott explica:

Tanto el hambre de justicia como la oración de contrición, que son continuas, son claras indicaciones de que Jesús no esperaba que Sus seguidores llegaran a ser moralmente perfectos en esta vida. El contexto muestra que la perfección a la que se refiere tiene que ver con el amor, el perfecto amor de Dios que se manifiesta aun a los que no lo corresponden. En verdad, los eruditos dicen que la palabra aramea que Jesús posiblemente empleó significaba abarcador[19].

Stassen y Gushee escriben:

Los que pretenden transformar el Sermón del Monte en un compendio de elevados ideales imposibles de alcanzar interpretan el versículo de síntesis, el 5:48, como una exigencia de llegar a la perfección moral. […] Suponen que «sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre es perfecto» se refiere a la perfección moral. […] Pero la palabra aquí significa completo o incluyente, en el sentido de que el amor debe incluir aun a los enemigos. Eso es lo que Jesús ha estado enfatizando en Sus enseñanzas: el amor, fruto de la gracia de Dios, que incluye a la totalidad del círculo de la humanidad, con enemigos y todo, por contraposición a lo que hacen los recaudadores de impuestos y los gentiles, que solo aman a sus amigos. […] No debemos, pues, pensar que Jesús propone ideales morales imposibles de alcanzar o una perfección moral ideal, sino la práctica de actos concretos de amor hacia nuestros enemigos, entre los que se incluye el orar por ellos[20].

La exhortación «sed perfectos, como vuestro Padre es perfecto» nos devuelve al punto anterior de imitar a Dios. El estilo de vida de un creyente y los principios en que este se sustenta deben apartarse de lo normal. Toman como guía e inspiración el carácter de Dios, no las normas de la sociedad. En esos seis ejemplos (y en todo el resto del Sermón del Monte), Jesús nos enseña a mirar más allá de la simple obediencia a las reglas y restricciones de la Ley para que lleguemos a entender mejor la mentalidad y personalidad del Padre y reflejemos del mejor modo posible Su forma de ser. Esa frase evoca la exhortación que se hace repetidas veces en el Antiguo Testamento:

Santos seréis, porque santo soy Yo, el Señor, vuestro Dios[21].

A semejanza del Padre, nuestra manera de tratar a los demás no debe estar determinada por quiénes son ni por cómo nos tratan ellos. Dios ama a los seres humanos y les obsequia Su amor aunque ellos no crean en Él, aunque lo odien. No les paga con la misma moneda, sino que los ama porque Él es amor. A nosotros también se nos exhorta a dejar atrás las reacciones motivadas por nuestros sentimientos hacia los demás, cómo nos tratan o lo que dicen. Debemos regirnos más bien por el amor de Dios, para amar como Él lo hace. Al hacer eso, reflejamos Su amor.

El mandamiento de amar a los demás no equivale necesariamente a una exigencia de que nos gusten. El que una persona nos guste o no depende de muchos factores, como la compatibilidad, el temperamento, etc. Lloyd-Jones explica:

Lo que Dios manda es que amemos a los seres humanos y los tratemos como si nos agradaran. El amor es mucho más que una emoción o un sentimiento. En el Nuevo Testamento es algo muy práctico: «Este es el amor a Dios: que guardemos Sus mandamientos». El amor es activo. Por consiguiente, si resulta que algunas personas no nos gustan, no debemos preocuparnos, siempre y cuando las tratemos como si nos agradaran. Eso es amar[22].

Las Escrituras hablan de aborrecer el mal.

Los que amáis al Señor, aborreced el mal[23]. El temor del Señor es aborrecer el mal[24]. Ninguno de vosotros piense mal en su corazón contra su prójimo, ni améis el juramento falso, porque todas estas son cosas que aborrezco, dice el Señor[25].

Como Dios, por naturaleza, es absolutamente santo, Él aborrece el mal. Su enojo contra el mal y Su aborrecimiento del mismo se expresan en las Escrituras como Su ira. A lo largo de las Escrituras está claro que en la vida venidera habrá juicio y castigo para los que hayan sido malos y hayan rechazado el regalo de una relación personal con Dios posibilitada por el sacrificio de Su Hijo.

El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rechaza al Hijo no sabrá lo que es esa vida, sino que permanecerá bajo el castigo de Dios[26]. No os asombréis de esto, porque llegará la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán Su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida; pero los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación[27].

Dios ama a todos los seres humanos, aunque pequen contra Él. Les ofrece una manera de salvarse de la ira de Él contra el pecado de ellos; pero muchos la rechazan y serán juzgados en la vida venidera. La exhortación a amar a nuestros enemigos es un llamado a amarlos como Dios los ama, a quererles bien, a orar para que lleguen a conocer a ese Ser con el que pueden pasar la eternidad. Dios aborrece su maldad (y la nuestra también), pero los ama como personas. Aun así, castigará su maldad, porque eso es justo y razonable. Por consiguiente, aunque debemos amar a las personas como Dios las ama, eso no significa que aceptemos lo que hacen o que nos parezca bien en qué se han convertido; tampoco quiere decir que nunca vayamos a hablar o adoptar una postura firme en contra de sus malas acciones y su conducta impía. Es lícito aborrecer el mal. Como dice Pablo: «Aborrezcan el mal; aférrense al bien»[28]. La ira contra el mal puede ser una cólera justa. Pero tal cólera es un aborrecimiento de las malas acciones; es aborrecer lo que Dios aborrece. No es un odio personal; está exento de malicia, de afán de venganza y de rencor.

El llamado de Jesús a amar a nuestros enemigos es una exhortación a conducirnos como ciudadanos de Su reino, dejando brillar nuestra luz delante de los demás, exhibiendo una rectitud superior a la de los fariseos, esmerándonos por reflejar la naturaleza y manera de ser de Dios, nuestro Padre que está en los Cielos.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 5:43–48.

[2] Salmo 139:21,22.

[3] Éxodo 23:4,5.

[4] Proverbios 25:21.

[5] Proverbios 24:17.

[6] Carson, Jesus’ Sermon on the Mount, 55–56.

[7] Levítico 19:18.

[8] Lucas 10:29–37. V. El buen samaritano, de la serie Parábolas de Jesús.

[9] Stott, El Sermón del Monte, 134.

[10] Lucas 6:27,28.

[11] Mateo 5:44,45.

[12] Romanos 5:10.

[13] Stott, El Sermón del Monte, 135.

[14] Lucas 23:34.

[15] Mateo 5:46,47.

[16] Morris, The Gospel According to Matthew, 132.

[17] Mateo 5:20.

[18] Mateo 5:48.

[19] Stott, El Sermón del Monte, 139.

[20] Stassen y Gushee, La ética del reino.

[21] Levítico 19:2; 11:45; 20:26.

[22] Lloyd-Jones, Estudios Sobre el Sermón del Monte.

[23] Salmo 97:10.

[24] Proverbios 8:13.

[25] Zacarías 8:17.

[26] Juan 3:36 (NVI).

[27] Juan 5:28,29.

[28] Romanos 12:9 (NVI).

 

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