Enviado por Peter Amsterdam
junio 21, 2016
[Jesus—His Life and Message: The Sermon on the Mount. How to Pray (Part 1)]
(Si lo deseas, puedes consultar el artículo introductorio en el que se explican el propósito y el plan de esta serie.)
En el Sermón del Monte Jesús habla de cuál debe ser nuestra actitud frente a la oración. Dice que no debemos orar con el ánimo de ser vistos por los demás, y que para los que lo hacen con ese propósito la recompensa es simplemente esa, no recibirán ninguna otra. Luego da una exhortación sobre cómo no se debe orar y a continuación muestra la forma adecuada de hacerlo enseñando a Sus discípulos el Padrenuestro.
Así es como describe la forma impropia de orar:
Al orar no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos, porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes que vosotros le pidáis[1].
Enseñó que las oraciones de Sus seguidores no debían ser como las de los gentiles romanos y griegos, que dirigían extensas oraciones a sus dioses convencidos de que tenían que hacer rezos verbosos y floridos para ser oídos y obtener respuestas. Como escribe cierto autor:
«Algunos paganos consideraban que si mencionaban a todos sus dioses, dirigían a cada uno de ellos sus peticiones y las repetían varias veces, tenían más probabilidades de conseguir una respuesta»[2]. Otro estudioso agrega: «Los paganos también les recordaban a las deidades los favores que estas les debían, solicitando una respuesta sobre la base de argumentos contractuales, como atestiguan muchos textos antiguos y suelen comentar los historiadores»[3].
Jesús, en cambio, enseña que las oraciones no deben contener «palabrería», que no se debe orar usando vanas repeticiones o, como dicen otras versiones, repitiendo palabras inútiles[4], parloteando de manera interminable[5], usando repeticiones sin sentido[6], hablando solo por hablar[7].
En Jesús a través de los ojos del Medio Oriente, Kenneth Bailey incluye un ejemplo de la clase de verborrea y adulación excesiva que debía de estar presente en las antiguas oraciones griegas y romanas. Se trata de un extracto de una carta de 1891 que escribió un intelectual persa a un erudito misionero cristiano a quien le estaba haciendo un regalo:
Un souvenir para el estimado médico espiritual y filósofo religioso, su excelencia, el único y el más erudito, por nadie superado en esta época, el Dr. […]. Presente ofrecido a su alteza y su merced, que está por encima de los títulos, propagador del conocimiento y creador de perfecciones, poseedor de elevadas cualidades y dueño de un carácter elogiable, polo del firmamento de las virtudes y eje del círculo de las ciencias, autor de espléndidas obras y firmes fundamentos, bien versado en los intríngulis de las realidades profundas del alma y las experiencias, merecedor más bien de que su nombre se escriba con luz en los ojos de la gente y no con letras de oro sobre papel, en Beirut, en el mes de rabia del año 1891, por el humildísimo…[8]
Los antiguos paganos hacían largas y verbosas oraciones por el concepto que tenían de sus dioses y porque estaban persuadidos de que las plegarias interminables denotaban sinceridad, la cual impresionaba a los dioses y los animaba a contestar. Se creía que los dioses se ofendían fácilmente y eran propensos a cambiar de modo repentino e inesperado. Como eran impredecibles, los que rezaban a ellos para presentarles peticiones podían sentirse ansiosos y temerosos, y llegar a la conclusión de que era importante hacer rezos extensos, ornamentados y elaborados para obtener su favor y convencerlos de que respondieran de forma propicia.
La enseñanza de Jesús sobre la oración se basa en un concepto totalmente distinto de Dios y Su forma de ser. El Padre es amoroso y misericordioso:
Tú eres Dios perdonador, clemente y piadoso, tardo para la ira y grande en misericordia[9]. Hace salir Su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos[10].
Es benévolo, bondadoso, justo y santo. A diferencia de los dioses paganos, no es preciso adularlo ni usar mucha palabrería para convencerlo de que actúe de determinada manera, ni es posible manipularlo por medio de plegarias ingeniosamente formuladas; sino que, como Padre nuestro que es, conoce lo que necesitamos, y como cualquier padre amoroso se complace en proporcionárnoslo si sabe que eso es lo mejor para nosotros.
Jesús indica, como ha hecho en toda esta sección del Sermón del Monte, que lo más importante es la intención, la motivación profunda que tengamos al dar limosna, ayunar u orar. Tanto en el Sermón como en otros pasajes denuncia las largas oraciones en público cuyo propósito es impresionar a los demás.
Guardaos de los escribas, que gustan de andar con ropas largas, aman las salutaciones en las plazas, las primeras sillas en las sinagogas y los primeros asientos en las cenas; que devoran las casas de las viudas y, por pretexto, hacen largas oraciones[11].
Aparte de censurar las plegarias extensas, también echa por tierra la idea de que, mediante pomposas oraciones, es posible manipular a Dios y llevarlo a concedernos nuestras peticiones.
Jesús se centra en cuál debe ser nuestro motivo para orar, no en la mecánica de la oración. No prohíbe las oraciones largas: en otro pasaje de los Evangelios dice que «Él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios»[12]. No dice que no debamos insistir mediante nuestras oraciones, algo que Él mismo enseña en la parábola del juez injusto[13]. Tampoco enseña que en una oración nunca se pueda repetir una palabra, algo que Él hizo en el huerto de Getsemaní justo antes de ser detenido:
Yendo un poco adelante, se postró sobre Su rostro, orando y diciendo: «Padre Mío, si es posible, pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú». […] Otra vez fue y oró por segunda vez, diciendo: «Padre Mío, si no puede pasar de Mí esta copa sin que Yo la beba, hágase Tu voluntad». […] Y dejándolos, se fue de nuevo y oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras[14].
Antes Jesús ha hablado de cuál es un mal motivo para orar, refiriéndose a los fariseos que se preocupaban de programar sus actividades de manera que a la hora de la oración de la tarde estuvieran en una calle concurrida o en el mercado y se los viera rezar. Luego ha hablado de cuál debe ser nuestra actitud frente a la oración: que debemos orar en secreto, en el sentido de que cuando oremos debemos encerrarnos con Dios y concentrarnos en Él y en nuestra relación con Él[15]. Seguidamente ha señalado las deficiencias de la oración mecánica, la que consiste en la repetición de palabras inútiles y sin sentido y no nace del corazón ni de la comunión con Dios. Como veremos en futuros artículos, Él no termina con la explicación de cómo no se debe orar, sino que también nos da el Padrenuestro para enseñarnos a hacerlo bien. Cuando ahondemos en su significado veremos que, aparte de ser una oración que podemos recitar, el Padrenuestro establece una serie de principios que constituyen buenas pautas para orar.
Jesús enseña que nadie debe orar pensado que con sus rezos o fórmulas obtendrá el favor de Dios, sino como una expresión de confianza en el Padre, que ya sabe lo que uno necesita y apenas está esperando a que Sus hijos manifiesten su dependencia de Él[16].
No os angustiéis, pues, diciendo: «¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?», porque los gentiles se angustian por todas estas cosas, pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas ellas[17].
Jesús sienta aquí algunas bases para lo que pronto va a enseñar acerca de lo que deben priorizar los creyentes y otros principios que permiten entender más fondo la solicitud con que el Padre nos cuida y se interesa por nosotros.
Al orar nos comunicamos con el que es todopoderoso, omnisciente, totalmente puro y santo, justo y lleno de gloria, el Ser más poderoso que existe. Si bien Él es todo eso y mucho más, también es nuestro Padre, que nos ama incondicionalmente y que, por amor, ha hecho posible que accedamos a Su presencia por medio de la oración. Mediante la oración nos comunicamos con Él, manifestamos nuestra fe en que Él existe, expresamos nuestra confianza en Él y cultivamos nuestra relación con Él. La oración es un elemento clave de nuestra comunión con Él, y para que esa relación prospere es vital que entendamos cómo quiere Dios que oremos. A partir de este punto del Sermón, Jesús enseña a Sus discípulos a orar, tema del que nos ocuparemos en los próximos artículos.
(Continuará.)
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[1] Mateo 6:7,8.
[2] Carson, Jesus’ Sermon on the Mount and His Confrontation with the World, 64.
[3] Keener, The Gospel of Matthew, 211.
[4] DHH.
[5] NTV.
[6] NBLH.
[7] NVI.
[8] Bailey, Jesús a través de los ojos del Medio Oriente.
[9] Nehemías 9:17.
[10] Mateo 5:45.
[11] Lucas 20:46,47.
[12] Lucas 6:12.
[13] Lucas 18:1–8. V. Parábolas de Jesús: El juez injusto.
[14] Mateo 26:39,42,44.
[15] Lloyd-Jones, Estudios Sobre el Sermón del Monte.
[16] Keener, The Gospel of Matthew, 213.
[17] Mateo 6:31,32.
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