Enviado por Peter Amsterdam
enero 31, 2017
[More Like Jesus: Gratitude (Part 4)]
La gratitud es una disposición de ánimo que nos permite ver nuestras circunstancias por el prisma de nuestro agradecimiento a Dios y actuar de tal manera que refleje ese sentimiento de aprecio. Algunas de esas acciones, que ya tratamos en artículos anteriores, consisten en cultivar el contentamiento, demostrar agradecimiento por todo lo que Dios nos ha concedido y esforzarse por superar los enemigos mortales de la gratitud: la envidia, la codicia y la avaricia. Otro acto basado en nuestra perspectiva sobre la gratitud y que contribuye a nuestro crecimiento en cuanto a alcanzar una mayor semejanza con Cristo es la generosidad.
Siendo nuestra meta imitar a Jesús y actuar como Dios espera de nosotros, una de las características divinas que podemos emular es la generosidad. Cuando pensamos en Dios en el marco de la generosidad nos damos cuenta de lo espléndidamente dadivoso que es. Vemos Su esplendidez al entregarnos a Su Hijo para que muriera por nosotros y pudiéramos experimentar el perdón y la vida eterna. Nos ofrece la salvación a modo de regalo:
Ustedes han sido salvados gratuitamente mediante la fe. Y eso no es algo que provenga de ustedes; es un don de Dios[1].
Dios es generoso con Su gracia.
En Él tenemos redención por Su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de Su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros...[2]
Me colmó de Su gracia junto con la fe y el amor que me une a Cristo Jesús[3].
Todos los días también apreciamos la generosidad de Dios en el mundo que nos rodea, en la belleza natural de la creación, los magníficos colores, los arreboles al atardecer, la melodía del trino de los pájaros y en muchas otras cosas. Sin mencionar la obra de la creación:
Tú tienes cuidado de la tierra; le envías lluvia y la haces producir; Tú, con arroyos caudalosos, haces crecer los trigales. ¡Así preparas el campo! Tú empapas los surcos de la tierra y nivelas sus terrones; ablandas la tierra con lluvias abundantes y bendices sus productos. Tú colmas el año de bendiciones, tus nubes derraman abundancia; los pastos del desierto están verdes y los montes se visten de gala; los llanos se cubren de rebaños, los valles se revisten de trigales; ¡todos cantan y gritan de alegría![4]
Además, gozaremos del Cielo:
Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman[5].
Cuando entendemos que Dios es generoso por naturaleza, que todo lo que nos ha concedido es valioso pero al mismo tiempo inmerecido, entonces —movidos por ese deseo de parecernos a Él— deberíamos ser igualmente generosos con nuestros semejantes.
La generosidad es en parte producto del contentamiento. Es más fácil ser dadivosos si mantenemos una actitud de que Dios nos ha cuidado suficientemente y ha satisfecho nuestras necesidades. Cuando hemos hallado la paz que produce el contentamiento, ese sentimiento de fe y confianza de que Dios ha provisto y proveerá para nuestras necesidades, es más fácil ser desprendido. La generosidad es una acción externa que refleja nuestro contentamiento interno. Cuando la esplendidez detecta una necesidad, dice: «Yo tengo lo necesario y tú no; por eso quiero compartir lo que tengo contigo».
Otra clave de la generosidad es entender debidamente el concepto de propiedad, reconocer que siendo Dios el creador de todas las cosas, en últimas es dueño de todo y que lo que nos ha confiado queda bajo nuestro cuidado[6].
Todo lo que hay debajo del cielo es Mío[7].
Si bien es posible que seamos nosotros los que ganamos dinero para adquirir cosas, el Señor es el que en última instancia nos da vida, habilidades y todo lo que poseemos, lo que a su vez nos capacita para hacer lo que hacemos. Este concepto se advierte en Deuteronomio 8:10, momento en que se instruye a los israelitas a dar gracias a Dios por los alimentos que cultivaron, puesto que fue Dios el que les proporcionó la tierra y los medios para cultivarla. Aunque trabajaron para producir la comida, Dios los dotó de los medios.
Cuando hayas comido y estés satisfecho, alabarás al Señor tu Dios por la tierra buena que te habrá dado.
En el libro Remodelación de carácter, las autoras expresan un buen argumento:
La generosidad se basa en la humildad. Es un ejercicio de humildad atribuir el mérito a Dios por todo lo que adquirimos; no obstante, hacerlo nos ayuda a ser más desprendidos con nuestras posesiones y a sujetarlas bajo Su dominio[8].
Aceptar que somos simples custodios de las cosas con que Dios nos ha favorecido y que Él es el máximo ejemplo de generosidad, nos anima a amoldar nuestra actitud a la Suya en cuanto a generosidad. Examinemos parte de lo que nos enseña la Escritura sobre el tema visto desde la perspectiva divina.
Un préstamo al pobre es un préstamo al Señor, y el Señor mismo pagará la deuda[9].
Den, y se les dará: se les echará en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes[10].
El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará[11].
Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza ni por obligación, porque Dios ama al dador alegre[12].
Se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: «Más bienaventurado es dar que recibir»[13].
Muchos de nosotros no tenemos grandes sumas de dinero, pero la dadivosidad no está limitada a lo estrictamente monetario. Ya que se nos llama a imitar a nuestro generoso Padre, podemos emplear las habilidades, tiempo, aptitudes y dones que Él nos ha otorgado, como también nuestros medios económicos —siempre que los poseamos— para ayudar a otros seres humanos. Si bien no todos tenemos la misma cantidad de bienes materiales ni podemos disponer de la misma cantidad de tiempo, todos podemos ingeniárnoslas para dedicar abnegadamente algún tiempo en beneficio de los demás y practicar así la generosidad.
Ofrecerte de voluntario para cuidar durante un par de horas los niños de alguna persona, llevar en auto a alguien que ya no puede conducir, colaborar en un comedor popular de tu barrio, ser mentor de alguien, visitar a los que están solos… estos son algunos ejemplos de liberalidad que a veces cuestan más que incluso un aporte en metálico.
A lo mejor posees un don particular que puedes emplear para bendecir a otros. Por ejemplo, quizá seas buen cocinero y puedes aprovechar tu aptitud culinaria para ayudar a cocinar una o dos veces al mes en una olla popular. Si tienes una destreza, probablemente puedes hallar un medio de ponerla al servicio de los demás. Dios nos ha dotado a cada uno de ciertos dones, talentos y aptitudes con los que podemos colaborar. Tal vez queramos, pues, retribuírselo empleando algunos de ellos en servicio al prójimo. Bien si donamos dinero o tiempo y talento, o si podemos permitirnos entregar mucho o poco de cualquiera de ellos, seremos generosos si brindamos lo que está dentro de nuestras posibilidades.
La tarea de imitar a Cristo nos exige honrar a Dios siguiendo Su ejemplo de dadivosidad en cualquier circunstancia en que nos sea posible. Como administradores de todo lo que Él nos ha concedido, cuando nos servimos de nuestros dones, aptitudes, dotes y medios económicos en concierto con la generosidad de Dios, lo honramos.
Honra al Señor con tus bienes y con las primicias de todos tus frutos[14].
Entonces el pueblo se alegró porque habían contribuido voluntariamente, porque de todo corazón hicieron su ofrenda al Señor[15].
Por mucho que la ofrenda de nuestros recursos económicos o de las dotes que nos ha dado Dios constituya un sacrificio, la Escritura nos enseña que quienes lo hacen serán galardonados en esta vida y en la venidera.
El alma generosa será prosperada: el que sacie a otros será también saciado[16].
Cualquiera que dé a uno de estos pequeños un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa[17].
Mándales que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras, y generosos, dispuestos a compartir lo que tienen. De este modo atesorarán para sí un seguro caudal para el futuro y obtendrán la vida verdadera[18].
El apóstol Pablo escribió acerca de prestar ayuda a los necesitados:
Recuerden esto: El que siembra escasamente, escasamente cosechará, y el que siembra en abundancia, en abundancia cosechará. Cada uno debe dar según lo que haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría. Y Dios puede hacer que toda gracia abunde para ustedes, de manera que siempre, en toda circunstancia, tengan todo lo necesario, y toda buena obra abunde en ustedes. Como está escrito: «Repartió sus bienes entre los pobres; su justicia permanece para siempre». El que le suple semilla al que siembra también le suplirá pan para que coma, aumentará los cultivos y hará que ustedes produzcan una abundante cosecha de justicia. Ustedes serán enriquecidos en todo sentido para que en toda ocasión puedan ser generosos, y para que por medio de nosotros la generosidad de ustedes resulte en acciones de gracias a Dios. Esta ayuda que es un servicio sagrado no solo suple las necesidades de los santos, sino que también redunda en abundantes acciones de gracias a Dios. En efecto, al recibir esta demostración de servicio, ellos alabarán a Dios por la obediencia con que ustedes acompañan la confesión del evangelio de Cristo, y por su generosa solidaridad con ellos y con todos. Además, en las oraciones de ellos por ustedes, expresarán el afecto que les tienen por la sobreabundante gracia que ustedes han recibido de Dios. ¡Gracias a Dios por su don inefable![19]
Pablo manifestó que la generosidad causa tres efectos. Primero, los generosos se enriquecen, pues cuando siembran en abundancia, en abundancia cosechan; Dios hace que Su gracia rebose en ellos de manera que tengan lo que necesiten; Él además ama a los que dan con alegría. Segundo, cuando la gente resulta enriquecida y bendecida a causa de su generosidad, Dios la bendice dándole más todavía; gracias a ello es capaz de ser más generosa aún. Por último, gracias a los actos de generosidad, los beneficiarios rebosan de gratitud a Dios y le dan la gloria.
Claro que algunos son capaces de dar más que otros, porque tienen más. Las bendiciones adjudicadas a quienes practican la generosidad no están vinculadas a la cantidad que dan. Jesús expresó esto cuando levantando los ojos, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio también a una viuda muy pobre que echaba allí dos blancas. Y dijo: En verdad os digo que esta viuda pobre echó más que todos, pues todos aquellos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; pero esta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía[20]. El concepto de aportar según nuestras posibilidades sale también a relucir en el libro de Esdras, cuando los judíos, después que se les permitiera regresar a Israel, contribuyeron para la construcción del templo según sus posibilidades[21].
El principio de generosidad incluye las ofrendas que damos al Señor. En los textos del Antiguo Testamento el pueblo judío tenía la obligación de ofrendar al Señor el diezmo (10%) de sus productos. En los textos del Nuevo Testamento no aparece explícito ningún porcentaje ni se exige un diezmo; pero sí se espera que los cristianos sean dadivosos con el Señor, pues al fin y al cabo es Él quien nos ha otorgado los bienes que poseemos y en última instancia todo le pertenece. Cuando Dios habló sobre dar en el Antiguo Testamento se daba por sentado que el diezmo era el mínimo y que contribuir en favor de los necesitados era además del diezmo. Esa parece ser una buena vara de medida en cuanto a dar: diezmar el diez por ciento al Señor y Su obra, así como aportar lo que uno pueda para ayudar a quienes estén pasando alguna penuria.
Hacer aportes económicos para el Señor y los demás puede ser difícil, sobre todo si andamos apretados y con dificultades para llegar a fin de mes. Es lógico pensar que no podemos dar cuando no tenemos suficiente. Si consideras que no estás realmente en condiciones de diezmar el diez por ciento de tus ingresos, piensa en la posibilidad de aportar en principio una pequeña cantidad de tus recursos y confiar en que a medida que lo hagas, Él te bendecirá. En tanto que Él te vaya bendiciendo sigue dando, incrementando la cantidad según tus posibilidades con la meta de entregar a la postre el diez por ciento. Si tu economía no te da para ayudar a los necesitados, recuerda que no toda donación tiene que ser en metálico; puedes entregar tiempo o ayudas de otra índole para asistir a quienes padecen alguna carencia.
En la medida en que el Señor nos demuestra Su generosidad por diversísimos medios y abrigamos el deseo de ser imitadores de Él, la dadivosidad debiera ser una de nuestras principales consideraciones en nuestro esfuerzo por lograr una mayor similitud con Cristo. Para cultivar la generosidad debemos aceptar que somos administradores —no dueños— de nuestras posesiones materiales y que estamos llamados a ser buenos custodios de lo que se nos ha encomendado. A los administradores o mayordomos nos urge acudir al Señor para que nos oriente en cuanto al uso que debemos dar a los bienes con los que nos ha bendecido. Esto significa preguntarle cómo quiere Él que aprovechemos para Su gloria esos bienes concedidos. La Escritura nos ofrece mucha orientación en ese sentido. Sabemos que debemos proveer para nuestra familia[22], hacer lo que podamos para ayudar a los necesitados[23], ser compasivos[24], dar ofrendas al Señor[25], vivir según nuestros medios y posibilidades[26], contentarnos con lo que tenemos[27], adquirir sabiduría[28] y andar en oración[29]. Asimismo debemos confiar en que Dios proveerá para nuestras necesidades y agradecerle, tanto si tenemos de sobra como si padecemos escasez[30].
En anteriores artículos de esta serie vimos que cultivar la gratitud en nuestra vida exige que nos despojemos de la envidia, la avaricia y la codicia, y que nos revistamos de contentamiento y generosidad. Conforme hagamos esas cosas progresaremos en nuestra gratitud al Señor; estaremos más conscientes y agradecidos de Sus abundantes bendiciones, muchas de las cuales pasan inadvertidas.
Ser agradecidos con el Señor demuestra que reconocemos Su bondad y fidelidad para proveer lo que necesitamos y velar por nosotros. Le expresa que reconocemos nuestra total dependencia de Él y que todo lo que tenemos proviene de Su mano. Cuando nos mostramos agradecidos con Él reconocemos Su divina majestad, Su generosidad, Su amor y Sus atenciones.
Cuando Pablo le expuso a los colosenses algunos de los requisitos esenciales para vivir su fe, mencionó entre otras virtudes la gratitud.
Por eso, de la manera que recibieron a Cristo Jesús como Señor, vivan ahora en Él, arraigados y edificados en Él, confirmados en la fe como se les enseñó, y llenos de gratitud[31].
La gratitud es parte integral de nuestra relación con Dios. Desgraciadamente a veces no agradecemos a Dios por los favores que nos otorga ni se los reconocemos. En los Evangelios se lee un triste ejemplo de ello:
Al entrar [Jesús] en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo:
—¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!
Cuando Él los vio, les dijo:
—Id, mostraos a los sacerdotes.
Y aconteció que, mientras iban, quedaron limpios. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies dándole gracias. Este era samaritano. Jesús le preguntó:
—¿No son diez los que han quedado limpios? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviera y diera gloria a Dios sino este extranjero?
Y le dijo:
—Levántate, vete; tu fe te ha salvado[32].
Cuesta imaginar que los otros nueve no estuvieran agradecidos, pero uno solo reconoció y agradeció explícitamente a Dios. Que Dios nos ayude a todos a dar gracias por todo lo que tenemos.
La gratitud es parte importante de nuestra interacción con Dios y primordial para parecernos más a Él. Cultivar la gratitud, como cualquier otro rasgo de personalidad vinculado a Dios, requiere esfuerzo; pero hacerlo es importante en nuestro andar con Él. Es fácil acostumbrarse a todo lo bueno que tenemos o incluso a no apreciar la mano de Dios en ello. No obstante, si nuestro deseo es vivir más en armonía con Dios, debemos esmerarnos por revestirnos de gratitud por la vía del contentamiento y la generosidad. Es preciso esforzarnos por tomar mucha mayor conciencia de las abundantes bendiciones de Dios en nuestra vida. Lo haremos si cultivamos el hábito de reconocer todos los bienes que tenemos, así los grandes como los pequeños, y si lo alabamos y le agradecemos por ellos con regularidad: dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo[33].
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
[1] Efesios 2:8 (BLPH).
[2] Efesios 1:7,8.
[3] 1 Timoteo 1:14 (BLPH).
[4] Salmo 65:9–13 (DHH).
[5] 1 Corintios 2:9 (NVI).
[6] Véase Disciplinas espirituales: Buena administración/sencillez.
[7] Job 41:11.
[8] Katie Brazelton y Shelley Leith, Remodelación de carácter: 40 Días para desarrollar lo mejor de ti (VIDA, 2010).
[9] Proverbios 19:17 (DHH).
[10] Lucas 6:38 (NVI).
[11] 2 Corintios 9:6.
[12] 2 Corintios 9:7.
[13] Hechos 20:35.
[14] Proverbios 3:9 (LBLA).
[15] 1 Crónicas 29:9 LBLA.
[16] Proverbios 11:25.
[17] Mateo 10:42.
[18] 1 Timoteo 6:18,19.
[19] 2 Corintios 9:6–15.
[20] Lucas 21:1–4.
[21] Esdras 2:69.
[22] El que no provee para los suyos, y sobre todo para los de su propia casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo (1 Timoteo 5:8).
[23] Deuteronomio 15:11; Efesios 4:28; Hebreos 13:16; Mateo 5:42; Proverbios 3:27; Romanos 12:13.
[24] Mateo 9:36; Colosenses 3:12.
[25] Proverbios 3:9; Deuteronomio 14:22; 2 Crónicas 31:6.
[26] Proverbios 22:7,26,27.
[27] Hebreos 13:5; 1 Timoteo 6:6.
[28] Proverbios 2:1–15; Salmo 111:10.
[29] 1 Tesalonicenses 5:17; Salmo 105:4.
[30] Filipenses 4:12.
[31] Colosenses 2:6,7 (NVI).
[32] Lucas 17:12–19.
[33] Efesios 5:20.
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