Jesús, Su vida y mensaje: Milagros (17ª parte)

Enviado por Peter Amsterdam

agosto 1, 2017

Resucitaciones (3ª parte)

[Jesus—His Life and Message: Miracles (Part 17). Raising the Dead (Part 3)]

La tercera y última descripción de una ocasión en que Jesús levantó a alguien de los muertos figura únicamente en el Evangelio de Juan. Este relato contiene muchos más detalles que los otros dos de los evangelios sinópticos[1], así que lo estudiaremos a lo largo de dos artículos.

Enfermedad y muerte de Lázaro

Estaba enfermo uno llamado Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana. (María, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo, fue la que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con sus cabellos). Enviaron, pues, las hermanas a decir a Jesús: «Señor, el que amas está enfermo». Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Y amaba Jesús a Marta, a su hermana y a Lázaro[2].

Esa es la primera vez que se menciona a las hermanas María y Marta en el Evangelio de Juan. En el siguiente capítulo de ese mismo evangelio vuelven a aparecer: cuenta que Jesús fue a comer a la casa de ellas, y que Marta cocinó y María ungió los pies de Él con un perfume costoso[3]. El Evangelio de Lucas narra también una vez en que Jesús fue a la casa de ellas, y Marta sirvió la comida mientras María, sentada a los pies de Él, escuchaba Sus enseñanzas[4].

Lázaro (forma griega del nombre hebreo Eleazar), hermano de Marta y María, estaba gravemente enfermo, por lo que sus hermanas enviaron un recado a Jesús y le comunicaron la situación. Da la impresión de que Jesús tenía una estrecha relación con las dos hermanas y con Lázaro, ya que ellas, refiriéndose a su hermano, lo llaman «el que amas», y dice que Jesús amaba a los tres. El mensaje que enviaron las hermanas a Jesús contenía una petición implícita de que fuera a verlos. Hay una petición implícita similar en un versículo anterior del Evangelio de Juan sobre la boda de Caná:

Faltó vino. Entonces la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino»[5].

No le pidieron explícitamente que fuera donde ellos, quizá porque en ese punto de la narración del Evangelio de Juan Jesús se había marchado de Judea debido a un incidente en que los judíos intentaron lapidarlo.

Los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearlo. […] Intentaron otra vez prenderlo, pero Él se escapó de sus manos[6].

Jesus afirmó que la enfermedad no era «para muerte», sino para la gloria de Dios, y que Él mismo sería glorificado por medio de ella. No está claro a quién se lo dijo. Quizás a Sus discípulos, o al mensajero enviado por Marta y María. Más adelante, Él le recordó a Marta: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»[7] La declaración de Jesús es un tanto críptica, ya que Lázaro llegó a morir; «pero el desenlace final de la enfermedad no iba a ser la muerte, sino que iba a ser “para la gloria de Dios”»[8]. Este episodio, aparte de ser una oportunidad de que Dios manifieste Su gloria, prefigura también la propia muerte y resurrección de Jesús.

Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Luego, después de esto, dijo a los discípulos: «Vamos de nuevo a Judea». Le dijeron los discípulos: «Rabí, hace poco los judíos intentaban apedrearte, ¿y otra vez vas allá?» Respondió Jesús: «¿No tiene el día doce horas? El que anda de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero el que anda de noche, tropieza, porque no hay luz en él»[9].

Habiéndosenos dicho que Jesús amaba a Marta, a María y a Lázaro, llama la atención que se quedara dos días en el sitio donde estaba, del otro lado del río Jordán. Pero es que Betania se encuentra a pocos kilómetros de Jerusalén. Él antes había huido de la zona para evitar que lo aprehendieran y había cruzado el Jordán para estar en una región más segura para Él. Una vez que decidió ir a Betania, Sus discípulos se opusieron, ya que temían por Su seguridad, sabiendo que las autoridades religiosas judías querían matarlo.

Los judíos aún más intentaban matarlo, porque no solo quebrantaba el sábado, sino que también decía que Dios era Su propio Padre, haciéndose igual a Dios[10].

Andaba Jesús en Galilea, pues no quería andar en Judea, porque los judíos intentaban matarlo[11].

Respondiendo a las inquietudes de Sus discípulos, Jesús habló de andar de día en vez de hacerlo en la oscuridad de la noche, concepto al que alude varias veces en este evangelio.

Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida[12].

Aún por un poco de tiempo la luz está entre vosotros; andad entretanto que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas, porque el que anda en tinieblas no sabe a dónde va[13].

Mientras estoy en el mundo, luz soy del mundo[14].

Cuando Sus discípulos le advirtieron el peligro que corría si volvía a Judea, Él les dijo básicamente: «Me es necesario hacer las obras del que me envió, mientras dura el día; la noche viene, cuando nadie puede trabajar»[15]. Manifestó que para Él era seguro ir a ayudar a Su amigo Lázaro, ya que Su hora aún no había llegado, todavía tenía trabajo que hacer.

Dicho esto, agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero voy a despertarlo». Dijeron entonces Sus discípulos: «Señor, si duerme, sanará». Jesús decía esto de la muerte de Lázaro, pero ellos pensaron que hablaba del reposar del sueño. Entonces Jesús les dijo claramente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis; pero vamos a él». Dijo entonces Tomás, llamado Dídimo, a sus condiscípulos: «Vamos también nosotros, para que muramos con Él»[16].

Antes de resucitar a la hija de Jairo[17], Jesús dijo: «[La niña] no está muerta, sino que duerme». Aquí utiliza nuevamente la metáfora del sueño para simbolizar la muerte. Al igual que los que estaban en casa de Jairo, los discípulos malentendieron a qué se refería Jesús al decir que Lázaro dormía. Si estaba descansando, posiblemente era señal de que estaba recuperándose, y quizá no necesitaban regresar a Judea y correr peligro. Enseguida Jesús aclaró el malentendido.

Jesús dijo que se alegraba de no haber estado presente. Tal vez porque, de haber estado allá, habría curado a Lázaro antes de que muriera. Al llegar después de la muerte de Lázaro se cumpliría un doble propósito: tanto el Padre como el Hijo serían glorificados, y por otra parte los discípulos creerían. Se lograron esos dos objetivos porque, como veremos, Lázaro se levantó de los muertos, y su muerte no resultó ser irreversible. Por consiguiente, Dios fue glorificado, y la fe de los discípulos se afianzó.

Una vez tomada la decisión de retornar a Judea, el apóstol Tomás soltó una frase valiente y algo dramática: «Vamos también nosotros, para que muramos con Él». Más adelante en el Evangelio de Juan los actos de Tomás no estuvieron a la altura de sus valerosas palabras. Es más, cuando tuvo lugar la crucifixión, Tomás, como los demás discípulos, abandonó a Jesús y huyó, y tras la resurrección de Jesús dudó que Él se hubiera aparecido a sus condiscípulos[18].

Encuentro de Jesús con Marta

Llegó, pues, Jesús y halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén, como a quince estadios, y muchos de los judíos habían venido a Marta y a María, para consolarlas por su hermano. Entonces Marta, cuando oyó que Jesús llegaba, salió a encontrarlo, pero María se quedó en casa. Marta dijo a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta le dijo: «Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final». Le dijo Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?» Le dijo: «Sí, Señor; yo he creído que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo»[19].

Jesús fue desde el otro lado del Jordán hasta Betania, trayecto que toma un día, y al llegar le dijeron que Lázaro llevaba cuatro días sepultado. Al parecer falleció justo después de que salieran de Betania los que fueron enviados para informar a Jesús de la enfermedad de Lázaro. Se demoraron un día en llegar hasta donde estaba Jesús, tras lo cual Jesús esperó dos días y luego tardó uno más en hacer el viaje hasta Betania. Como Jerusalén estaba muy cerca de Betania, muchos judíos de la gran ciudad habían ido a llorar a Lázaro con las hermanas. Craig Keener explica:

El judaísmo de Palestina exigía que se sepultara a los muertos el mismo día en que fallecían, tras lo cual venían seis días de intenso duelo (siete en total), durante los cuales los deudos del difunto se quedaban en casa y las otras personas les llevaban comida e iban a darles el pésame[20].

Marta se enteró de que Jesús había llegado. Tal vez Él se quedó esperando fuera de la aldea y envió a alguien a avisarla. Por lo general, durante el luto los miembros de la familia permanecían en su casa y recibían allí a los que iban a consolarlos. Al salir al encuentro de Jesús, Marta le rindió un gran honor. María, en cambio, se quedó en la casa para continuar llorando a Lázaro y recibir a las visitas. Quizá si Marta se reunió con Jesús antes de que Él fuera a la casa fue con la intención de protegerlo, porque sabía que, ahora que había vuelto a Judea, corría peligro[21].

Algunos comentaristas opinan que las primeras palabras que le dirigió Marta a Jesús —diciéndole que si hubiera estado presente, Lázaro no habría muerto— fueron un leve reproche. Sin embargo, es más probable que fueran un reconocimiento del poder de Jesús para sanar: ella estaba segura de que, de haber estado allí, habría evitado la muerte de Lázaro. Sus siguientes palabras —«pero también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará»— muestran su fe en Él y pueden entenderse como una petición implícita. La respuesta de Jesús —«Tu hermano resucitará»— le recuerda al lector que antes de partir hacia Betania Jesús había dicho a Sus discípulos: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero voy a despertarlo».

La réplica de Marta —«yo sé que resucitará en la resurrección, en el día final»— refleja la creencia de que iba a haber una resurrección en el fin de los tiempos, creencia a la que se adherían muchos judíos de la época, aunque no todos. La contestación de Jesús —«Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?»— va mucho más allá del concepto que tenían los judíos de la resurrección del día final.

Lo que dijo Jesús de que Él es «la resurrección y la vida» nos indica que la vida que Él nos trajo es la de la era venidera. Es la «vida eterna» a la que ya se alude en pasajes anteriores del Evangelio de Juan: «Para que todo aquel que en Él cree […] tenga vida eterna»[22]. Los que creen en Jesús vivirán aunque mueran. Leon Morris explica:

Esta paradoja pone de manifiesto la gran verdad de que la muerte física no es lo importante. El incrédulo puede considerar que la muerte es el final. Los que creen en Cristo no. Aunque mueran en el sentido de pasar por la puerta que nosotros llamamos muerte física, no mueren plenamente. Para ellos la muerte es la vía de acceso a más vida y comunión con Dios. Eso trasciende la visión farisea de una resurrección remota en el fin de los tiempos. Significa que en el momento en que depositamos nuestra confianza en Jesús comenzamos a experimentar la vida de la era venidera, la cual la muerte no puede tocar. Jesús le está haciendo a Marta un regalo para el presente, no simplemente la promesa de un bien futuro[23].

Jesús dejó bien claro que la resurrección para acceder a la vida eterna viene determinada por la fe en Él.

El que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente.

Seguidamente le preguntó a Marta si lo creía. Su respuesta constituye una hermosa y contundente declaración de fe. En los evangelios sinópticos, en cierta ocasión en que Jesús preguntó a Sus discípulos quién creían ellos que Él era, Pedro respondió: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente»[24]. Se considera que esa es la principal declaración de fe en el Señor de los discípulos. Ese incidente no figura en el Evangelio de Juan, pero la frase que consta que dijo Marta es igual de categórica: «Sí, Señor; yo he creído que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo». Se trata de una importante declaración de fe hecha por una mujer, algo muy poco frecuente en los textos antiguos de la época de Cristo.

(Terminaremos de ver la resucitación de Lázaro y el tema general de los muertos resucitados por Jesús en Resucitaciones, 4ª parte.)


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo, Marcos, Lucas.

[2] Juan 11:1–5.

[3] Juan 12:1–8.

[4] Lucas 10:38–42.

[5] Juan 2:3.

[6] Juan 10:31,39.

[7] Juan 11:40.

[8] Morris, El Evangelio según Juan.

[9] Juan 11:6–10.

[10] Juan 5:18.

[11] Juan 7:1.

[12] Juan 8:12.

[13] Juan 12:35.

[14] Juan 9:5.

[15] Juan 9:4.

[16] Juan 11:11–16.

[17] V. Resucitaciones, 2ª parte, en esta misma serie.

[18] Juan 20:25.

[19] Juan 11:17–27.

[20] Keener, The Gospel of John, Volume 2, 842.

[21] Ibíd., 843.

[22] Juan 3:15.

[23] Morris, El Evangelio según Juan.

[24] Mateo 16:16. V. también Marcos 8:29, Lucas 9:20.

 

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