Jesús, Su vida y mensaje: Milagros (16ª parte)

julio 25, 2017

Enviado por Peter Amsterdam

Resucitaciones (2ª parte)

[Jesus—His Life and Message: Miracles (Part 16). Raising the Dead (Part 2)]

El relato de cuando Jesús levantó de los muertos a una chiquilla figura en los tres Evangelios sinópticos, a diferencia de la resucitación del hijo de la viuda, que solo aparece en el de Lucas. La narración de Marcos es la más detallada; en Lucas hay una versión más corta, y una aún más abreviada en Mateo. En este artículo me basaré en la de Lucas. En las tres se cuenta asimismo un segundo milagro intercalado en el relato de la resucitación de la niña. Ese segundo milagro también lo veremos aquí.

Estos sucesos ocurrieron cuando Jesús volvió de la zona situada al oriente del mar de Galilea, después de expulsar los demonios que poseían a un hombre de la región de los gerasenos, en la Decápolis.

Cuando volvió Jesús, lo recibió la multitud con gozo, pues todos lo esperaban. Entonces llegó un hombre llamado Jairo, que era un alto dignatario de la sinagoga; postrándose a los pies de Jesús, le rogaba que entrara en su casa, porque tenía una hija única, como de doce años, que se estaba muriendo[1].

Jairo era un hombre de elevada condición social en el pueblo. Como jefe de la sinagoga, tenía la responsabilidad de velar por la situación económica de la misma y su buen estado físico, de representar a la comunidad judía ante el mundo exterior, y de reglamentar y seleccionar a quienes debían dirigir las actividades de culto, como la lectura de la Torá, las oraciones, las enseñanzas, etc.[2] Ese hombre importante estaba tan desesperado que se arrodilló en señal de sumisión y le suplicó encarecidamente a Jesús que sanara a su hija, que se hallaba al borde de la muerte. Hincarse de rodillas ante Jesús fue un gesto significativo para una persona tan distinguida. Muestra que no todos los líderes judíos se oponían a Él.

El Evangelio de Marcos da más detalles sobre lo que le dijo Jairo a Jesús:

Se postró a Sus pies, y le rogaba mucho, diciendo: «Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y viva»[3].

Uno puede sentir la desesperación que lo embargaba, como fue el caso con otras personas que se acercaron a Jesús buscando curación:

Vino a Él un leproso que, de rodillas, le dijo: «Si quieres, puedes limpiarme»[4].

Dondequiera que entraba, ya fuera en aldeas, en ciudades o en campos, ponían en las calles a los que estaban enfermos y le rogaban que los dejara tocar siquiera el borde de Su manto; y todos los que lo tocaban quedaban sanos[5].

Jesús inmediatamente se fue con Jairo. En ese punto del relato tiene lugar el segundo milagro.

Y mientras iba, la multitud lo oprimía. Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía y por ninguno había podido ser curada…[6]

Ya se nos ha dicho que lo aguardaba una muchedumbre. Cuando se puso a caminar hacia la casa de Jairo, la gente lo siguió. Lucas explica que la multitud lo oprimía. Marcos dice que «lo apretaban». La palabra griega traducida como «apretar» significa presionar por los cuatro costados. Eso muestra que mientras Jesús se dirigía a la casa indudablemente entró en contacto físico con los que estaban más cerca de Él.

Entre el gentío había una mujer que se hallaba en un estado lamentable. Durante doce años había padecido de hemorragias. Los efectos de la dolencia de esa mujer iban más allá del malestar físico, ya que también su vida y su estatus social se habían visto afectados negativamente. La ley mosaica establecía que una mujer era ritualmente impura en los días del mes en que tenía la regla. También contemplaba específicamente los casos de sangrado prolongado:

Cuando una mujer tenga flujo continuo de sangre fuera de su período menstrual, o cuando se le prolongue el flujo, quedará impura todo el tiempo que le dure, como durante su período[7].

Lo que eso significa es que, en los doce años en que había tenido ese sangrado continuo, había sido considerada ritualmente impura. Cualquier sitio en el que se sentara o acostara se volvía ritualmente impuro. Cualquiera que la tocara o que tocara su cama o una silla en que ella se hubiera sentado también se volvía impuro, y tenía que lavar su ropa y bañarse. Eso restringía en gran medida sus relaciones con los demás. Básicamente la excluía de todo trato y le impedía participar en la vida religiosa judía. En otras palabras, la marginaba socialmente.

Aparte de estar doce años sufriendo física y socialmente, dice que había gastado todo su dinero consultando y pagando a numerosos médicos con la esperanza de que la curaran, sin conseguir nada. El Evangelio de Marcos añade que «había sufrido mucho a manos de muchos médicos, y había gastado todo lo que tenía y de nada le había servido, antes le iba peor»[8].

Se le acercó por detrás y tocó el borde de Su manto. Al instante se detuvo el flujo de su sangre[9].

Según las versiones de la Biblia, dice que tocó el borde de Su manto, el fleco de Su túnica o el borde de Su capa. Algunos comentaristas de la Biblia consideran que podría tratarse de los flecos o borlas que los hombres judíos debían llevar obligatoriamente en las cuatro esquinas de su ropa. En el libro de Números dice:

El Señor le ordenó a Moisés que les dijera a los israelitas: «Ustedes y todos sus descendientes deberán confeccionarse flecos, y coserlos sobre sus vestidos con hilo de color púrpura. Estos flecos les ayudarán a recordar que deben cumplir con todos los mandamientos del Señor, y que no deben prostituirse ni dejarse llevar por los impulsos de su corazón ni por los deseos de sus ojos. Tendrán presentes todos Mis mandamientos, y los pondrán por obra. Así serán Mi pueblo consagrado»[10].

La señora con el flujo de sangre no fue la única persona de los Evangelios que se curó al tocar los flecos de la ropa de Jesús:

Dondequiera que entraba, ya fuera en aldeas, en ciudades o en campos, ponían en las calles a los que estaban enfermos y le rogaban que los dejara tocar siquiera el borde de Su manto; y todos los que lo tocaban quedaban sanos[11].

Cuando lo reconocieron los hombres de aquel lugar, enviaron noticia por toda aquella tierra alrededor, y trajeron a Él todos los enfermos; y le rogaban que los dejara tocar solamente el borde de Su manto. Y todos los que lo tocaron, quedaron sanos[12].

Esta mujer había oído hablar de que Jesús sanaba a los enfermos[13] y, cuando Él fue a su ciudad, se unió discretamente al gentío a fin de acercarse a Él por detrás y tocar el borde de Su manto, con la esperanza de curarse. Y en efecto se curó, ¡al instante! En un momento se acabaron sus doce años de hemorragias y aislamiento social.

Entonces Jesús dijo: «¿Quién es el que me ha tocado?» Todos lo negaban, y dijo Pedro y los que con Él estaban: «Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y preguntas: “¿Quién es el que me ha tocado?”» Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado, porque Yo he sentido que ha salido poder de Mí»[14].

La mujer había querido permanecer en el anonimato, quizá porque le pareció que, por su impureza ritual, sería preferible simplemente tocar la ropa de Jesús sin que nadie se diera cuenta. No obstante, Jesús lo sintió inmediatamente. En respuesta a la pregunta de Jesús, como la muchedumbre negaba haberlo tocado, a Pedro le pareció sensato señalar que cantidad de personas que caminaban con Él lo habían estado tocando. Pero Jesús sabía que alguien lo había tocado de una manera distinta, pues había percibido que había salido poder de Él. El Evangelio de Lucas habla del poder que tenía Jesús: era el poder de Dios y del Espíritu Santo. «Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea, y se difundió Su fama por toda la tierra de alrededor»[15]. «Con autoridad y poder manda a los espíritus impuros, y salen»[16]. «El poder del Señor estaba con Él para sanar»[17]. «Toda la gente procuraba tocarlo, porque poder salía de Él y sanaba a todos»[18].

Entonces, cuando la mujer vio que había sido descubierta, vino temblando y, postrándose a Sus pies, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa lo había tocado y cómo al instante había sido sanada[19].

No dice por qué temblaba. Quizá tenía miedo de lo que pudiera hacer Jesús, o de que Él se enojara por haber quedado ritualmente impuro a consecuencia de haber sido tocado por ella. Postrarse ante Él era un gesto de respeto y una súplica de misericordia. Ella explicó por qué había tocado a Jesús y dio testimonio de que, nada más hacerlo, había quedado completamente curada. Una declaración pública de ese tipo por parte de una mujer no era corriente en aquel tiempo[20].

Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz»[21].

Llamar «hija» a una mujer era una manera respetuosa y cariñosa de dirigirse a ella, fuera cual fuera su edad y hubiera o no parentesco. Jesús la elogió y dijo que era su fe la que la había sanado. Se curó al tocar los flecos de la ropa de Jesús porque creyó que Él podía curarla, y manifestó su fe mediante sus actos, yendo hasta donde estaba Jesús y acercándose a Él lo suficiente para tocarlo.

Despedirla con un «ve en paz» era una forma de decirle que su relación con Dios había quedado plenamente restaurada, pues ya no sería considerada ritualmente impura y por consiguiente podía ir a la sinagoga, entrar en el templo y ofrecer sacrificios para el perdón de los pecados, lo cual no había podido hacer durante doce años. Al hablar aquí de paz no se refiere a una sensación interna subjetiva, sino al estado de la relación entre Dios y la mujer a consecuencia de la fe de ella. Esas tranquilizadoras palabras debieron de ser un gran consuelo y aliento para una mujer que durante doce años había sido considerada ceremonialmente impura[22].

Después de esa curación, el relato vuelve a centrarse en la hija de Jairo.

Estaba hablando aún, cuando vino uno de casa del alto dignatario de la sinagoga a decirle: «Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro». Oyéndolo Jesús, le respondió: «No temas; cree solamente y será salva»[23].

Jairo puso de manifiesto su fe al permitir que Jesús siguiera yendo hacia su casa.

Entrando en la casa, no dejó entrar a nadie consigo, sino a Pedro, a Jacobo, a Juan y al padre y a la madre de la niña. Todos lloraban y hacían lamentación por ella. Pero Él dijo: «No lloréis; no está muerta, sino que duerme». Y se burlaban de Él, porque sabían que estaba muerta[24].

El Evangelio de Marcos da algunos detalles más. Dice que, al llegar, Jesús «vio el alboroto y a los que lloraban y lamentaban mucho»[25]. Mateo añade que, al llegar a la casa, vieron «a los que tocaban flautas y a la gente que hacía alboroto»[26]. Marcos también agrega que Jesús echó fuera a todas las plañideras, «tomó al padre y a la madre de la niña, y a los que estaban con Él, y entró donde estaba la niña»[27].

En la casa de Jairo, el luto tradicional ya había comenzado. El escritor Robert Stein explica:

Al más puro estilo semita, hay una gran efusión de dolor. La posición de liderazgo de Jairo en la comunidad era garantía de mucho llanto y mucho lamento. Con frecuencia se contrataba a plañideras profesionales para que ayudaran con dichas expresiones de duelo. En Mateo 9:23 se menciona la presencia de flautistas. [Hay textos judíos que dicen:] «Hasta los más pobres en Israel deberían contratar no menos de dos flautistas y una plañidera [en tales circunstancias]»[28].

Las únicas personas en la habitación con la niña muerta eran sus padres, Jesús y tres de Sus discípulos.

Pero Él, tomándola de la mano, clamó diciendo: «¡Muchacha, levántate!» Entonces su espíritu volvió, e inmediatamente se levantó; y Él mandó que se le diera de comer. Sus padres estaban atónitos; pero Jesús les mandó que a nadie dijeran lo que había sucedido[29].

El Evangelio de Marcos agrega algunos detalles:

Tomó la mano de la niña y le dijo: «¡Talita cumi! (que significa: “Niña, a ti te digo, levántate”)». Inmediatamente la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y la gente se llenó de asombro[30].

Algunos comentaristas interpretan algo que Jesús había dicho —«No lloréis; no está muerta, sino que duerme»— en el sentido de que la niña no estaba muerta, sino en coma. Por otra parte, dado que los que se encontraban en la casa estaban llorando y lamentándose, está claro que estaban convencidos de que la pequeña estaba muerta, probablemente porque ya no respiraba. Jesús tomó la mano de la niña muerta y le ordenó que se levantara. Al tomar su mano quedó ritualmente impuro, pero eso poco le importaba; devolverle la vida era infinitamente más trascendente.

Inmediatamente la niña recuperó la vida, ya que «su espíritu volvió». Este versículo enseña que el espíritu es la parte de una persona que sobrevive a la muerte, y que en el momento de morir se produce una separación del cuerpo y el espíritu[31]. Al escuchar la orden de Jesús, la niña reaccionó enseguida y se levantó. Entonces Jesús mandó que le dieran de comer. En Marcos dice que se puso a caminar. Todos esos detalles muestran que la niña revivió totalmente. Sus padres estaban boquiabiertos, y probablemente también todos los que habían estado llorando su muerte. Podemos imaginarnos lo sorprendidos que quedaron los que se habían burlado de Jesús, al ver a la niña nuevamente viva.

Jesús pidió a los padres que no le contaran a nadie lo sucedido. Cuesta entender por qué lo hizo, considerando que la casa estaba llena de personas que habían ido a llorar a la niña y que sabían que había estado muerta. Además, es muy probable que esas personas se lo contaran a la muchedumbre que había acompañado a Jesús hasta la casa de Jairo. Mucha gente tuvo que enterarse de que la niña había sido resucitada. Bock ofrece la siguiente explicación:

Jesús sabe que se encamina hacia un ministerio distinto del que la gente espera de Él. Llamar excesivamente la atención sobre Sus hechos poderosos restará importancia a la clase de compromiso que Él va a exigir. […] Llegará el día en que Sus milagros se hagan públicos, pero no es preciso publicitarlos porque no constituyen el meollo de lo que Él está haciendo. […] Ese llamamiento a guardar silencio nos muestra claramente que Jesús no considera tales actos esenciales dentro de Su ministerio, sino que los ve apenas como elementos probatorios periféricos[32].

El componente fundamental de esos dos milagros fue la fe. La mujer que llevaba muchos años enferma y había probado numerosos tratamientos, porque tuvo fe, buscó a Jesús y tocó Su ropa. Jairo, porque tuvo fe, le pidió a Jesús que lo acompañara y curara a su hija; y aunque sufrieron un retraso y antes de que Jesús llegara a su casa se enteró de que su hija ya había muerto, puso su confianza en lo que Jesús le dijo: «No temas; cree solamente y será salva».

El mensaje es que debemos tener fe, basada en la grandeza de Aquel en quien hemos depositado nuestra confianza. Jesús puso de manifiesto el poder que le había sido conferido como Hijo de Dios mediante diversas señales sobrenaturales, como milagros de curación y de invalidación de la muerte, expulsiones de demonios y milagros sobre la naturaleza.

(Continuaremos con este tema en Resucitaciones, 3ª parte.)


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Lucas 8:40–42.

[2] Stein, Mark, 265.

[3] Marcos 5:22,23.

[4] Marcos 1:40.

[5] Marcos 6:56.

[6] Lucas 8:42,43.

[7] Levítico 15:25 (NVI).

[8] Marcos 5:26.

[9] Lucas 8:44.

[10] Números 15:37–40 (NVI).

[11] Marcos 6:56.

[12] Mateo 14:35,36.

[13] Cuando oyó hablar de Jesús se acercó por detrás entre la multitud y tocó Su manto (Marcos 5:27).

[14] Lucas 8:45,46.

[15] Lucas 4:14.

[16] Lucas 4:36.

[17] Lucas 5:17.

[18] Lucas 6:19.

[19] Lucas 8:47.

[20] Bock, Luke 1:1–9:50, 798.

[21] Lucas 8:48.

[22] Bock, Luke 1:1–9:50, 799.

[23] Lucas 8:49,50.

[24] Lucas 8:51–53.

[25] Marcos 5:38.

[26] Mateo 9:23.

[27] Marcos 5:40.

[28] Stein, Mark, 273.

[29] Lucas 8:54–56.

[30] Marcos 5:41,42.

[31] Bock, Luke 1:1–9:50, 805.

[32] Ibíd., 805.