Jesús, Su vida y mensaje: Discipulado (2ª parte)

Enviado por Peter Amsterdam

septiembre 19, 2017

[Jesus—His Life and Message: Discipleship (Part 2)]

Anteriormente en esta serie ya vimos el llamamiento de Jesús a Sus primeros discípulos. A lo largo de los evangelios aparece el nombre de algunos: los hermanos Pedro y Andrés, y Jacobo y Juan; Felipe, que era de Betsaida, la ciudad de Pedro y Andrés; Bartolomé, y Tomás, también llamado Dídimo. También estaban Mateo, el recaudador de tributos; Jacobo, hijo de Alfeo; Tadeo/Judas, que probablemente tenía dos nombres, siendo Judas su nombre de pila y Tadeo un sobrenombre o un nombre toponímico; Simón el Zelote, y Judas Iscariote, que traicionó a Jesús.

Esos discípulos de Jesús formaban parte de un grupo más numeroso[1]. En algún momento, Jesús eligió a estos doce y los llamó apóstoles.

En aquellos días Él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando llegó el día, llamó a Sus discípulos y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles[2].

Esos hombres a los que designó fueron no solo discípulos (seguidores comprometidos), sino además apóstoles (representantes comisionados). Fueron capacitados para convertirse en líderes del incipiente movimiento que llegó a conocerse como la iglesia[3].

Los evangelios mencionan que Jesús tuvo bastantes discípulos:

Descendió con ellos y se detuvo en un lugar llano. Había una gran multitud de Sus discípulos[4].

El Señor escogió a otros setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos delante de Él a todas las ciudades y los lugares que tenía pensado visitar[5].

Al oír esto, muchos de Sus discípulos…[6]

Dice también que entre Sus discípulos había mujeres y que algunas lo acompañaban en Sus viajes.

Lo acompañaban los doce y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades[7].

Esas mujeres lo siguieron cuando fue a Jerusalén, presenciaron Su crucifixión y fueron las primeras en llegar al sepulcro vacío después de Su resurrección. En el libro de los Hechos se menciona a mujeres que desempeñaban funciones importantes dentro de la iglesia. Al hablar de una discípula llamada Tabita, se utiliza la palabra discípulo en su forma femenina, lo cual reafirma que tanto los hombres como las mujeres eran considerados discípulos[8].

En el Evangelio de Juan se habla de algunos discípulos que siguieron a Jesús por un tiempo y terminaron dejándolo después de unas declaraciones Suyas que les costó aceptar.

Al oír esto, muchos de Sus discípulos dijeron: «Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?»[9]

Desde entonces muchos de Sus discípulos volvieron atrás y ya no andaban con Él[10].

Si bien en un principio se habían comprometido hasta cierto punto, en ese momento lo abandonaron. La expresión «volvieron atrás» indica que regresaron a lo que habían dejado. Se apartaron de la senda del discipulado.

Para los muchos que creyeron en Jesús y lo siguieron cuando estuvo en la Tierra y posteriormente, el llamado a ser discípulos —a tener auténtica fe en Él y atreverse a vivir Sus enseñanzas— les exigió bastante a nivel personal. Seguir a Jesús requería compromiso, dedicación y abnegación, y Él dejó eso bien claro en lo que predicó y enseñó. En este y en futuros artículos examinaremos algunas frases Suyas sobre discipulado que son bastante duras.

Una de esas enseñanzas se encuentra en Mateo[11] y en Lucas. El pasaje de Lucas menciona a tres aspirantes a discípulos. Dos de ellos expresan el deseo de convertirse en seguidores de Jesús; el tercero es llamado por Jesús.

Yendo por el camino, uno le dijo: «Señor, te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas y las aves de los cielos nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza»[12].

El Evangelio de Mateo indica que el hombre era un escriba.

La respuesta de Jesús ante la entusiasta declaración de ese hombre que le dijo que lo seguiría a cualquier parte pone de relieve lo que realmente significó seguirlo durante Su vida pública. Al describir Sus circunstancias, Jesús dio a entender lo que podían esperar Sus seguidores, señalando que estos estarían en la misma situación que el Hijo del hombre. Como carpintero, probablemente tenía ingresos suficientes para vivir con sencillez; pero al iniciar Su ministerio se desprendió de eso. Se mudó a Capernaúm y, si bien allí tenía donde quedarse, la mayor parte del tiempo estaba viajando con Sus discípulos y tenía que depender de la hospitalidad de la gente. Es de suponer que Él y Sus discípulos se vieron obligados a dormir bastantes veces al sereno. Ser discípulo podía significar renunciar a la seguridad de tener satisfechas las necesidades más básicas: techo y comida.

Jesús envió a Sus discípulos con las siguientes instrucciones:

Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia. No llevéis oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón, porque el obrero es digno de su alimento. Pero en cualquier ciudad o aldea donde entréis, informaos de quién en ella es digno y quedaos allí hasta que salgáis. Al entrar en la casa, saludad. Y si la casa es digna, vuestra paz vendrá sobre ella; pero si no es digna, vuestra paz se volverá a vosotros[13].

Era un llamado a confiar plenamente en que Dios les daría lo que necesitaran.

Jesús quería dejar claro que seguirlo no era nada fácil, y que los que consideraran esa opción deberían calcular lo que les costaría. Si bien Él alimentó a los pobres, sanó enfermos y obró otros milagros, en definitiva Su ministerio fue uno de sufrimiento en la cruz cuando murió por los pecados de la humanidad. Aunque la mayoría de los cristianos no padecemos martirio, sí nos enfrentamos a retos y dificultades en la vida, de manera que podemos decir, como el apóstol Pablo: «Cada día muero»[14].

No dice cómo reaccionó ante el comentario de Jesús la persona que se había ofrecido a seguirlo, si decidió acompañarlo sin reservas a pesar de las penalidades que lo aguardaban o si se perdió entre el gentío y se fue. En cualquier caso, el mensaje está claro: quienes deseen seguir a Jesús deben entender que la fe en el Señor y la decisión de vivir para Él entrañan sacrificios.

Dijo a otro: «Sígueme». Él le respondió: «Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre». Jesús le dijo: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; pero tú vete a anunciar el reino de Dios»[15].

Jesús le pide a un hombre que lo siga; y a diferencia de algunos de Sus discípulos, que al instante dejaron sus redes, su barca y su trabajo y lo siguieron[16], este pretende cumplir una obligación familiar antes de seguir a Jesús. Parece una petición legítima. Se consideraba que sepultar a los padres era uno de los aspectos de cumplir el quinto mandamiento, «honra a tu padre y a tu madre». Según la literatura judía, enterrar a los parientes estaba por encima de las demás obligaciones religiosas, y era algo que en tiempos de Jesús los judíos cumplían escrupulosamente[17].

Vista la importancia de sepultar a los padres, lo más probable es que el padre del hombre no se acabara de morir. En aquel entonces se enterraba a los difuntos en un plazo de 24 horas. Si su padre se acababa de morir, él habría estado velando el cuerpo y preparándose para el funeral[18]. Craig Keener explica que el hombre «probablemente no está pidiendo permiso para asistir al funeral de su padre ese mismo día. […] Cuando alguien se moría, las plañideras se juntaban, se preparaba el cuerpo, e inmediatamente un cortejo fúnebre lo llevaba al sepulcro. No había tiempo para que los familiares anduvieran por ahí hablando con rabinos. Durante una semana, la familia permanecía en la casa, llorando al muerto, y no se dejaba ver en público»[19].

El escritor Kenneth Bailey aclara:

«Enterrar a mi padre» es una expresión tradicional relacionada en concreto con el deber del hijo de quedarse con sus padres y atenderlos hasta haberlos enterrado respetuosamente[20].

Lo que el hombre estaba diciendo era que tenía que conducirse de acuerdo con lo que se esperaba de él en su cultura y comunidad. Tenía que aplazar la decisión de seguir a Jesús hasta haber cumplido su obligación para con su padre, por tanto tiempo como siguiera viviendo su padre, posiblemente años o decenios. Puso las expectativas de su familia y de su comunidad por encima de su decisión de seguir a Jesús.

Existe otra posibilidad, y es que Jesús se refiriera a una costumbre de la época por la cual el hijo mayor volvía al sepulcro de su padre difunto para reenterrarlo. Era tradición que un año después de la muerte se exhumaran los huesos y se colocaran en un pequeño recipiente llamado osario, el cual se introducía en un nicho tallado en la pared del sepulcro. En caso de que el hombre aludiera a esa clase de reentierro, habría estado posponiendo como máximo un año la decisión de seguir a Jesús. Jesús da una respuesta retórica —«Deja que los muertos entierren a sus muertos»— en la que recomienda dejar que quienes no tienen obligaciones con respecto al reino —los que están separados de Dios y por consiguiente espiritualmente muertos— se encarguen de las cosas terrenales como las inhumaciones. Lo que vino a decir fue básicamente: «No te preocupes demasiado por asuntos de poca importancia» comparados con el anuncio del reino de Dios[21].

El propósito del pasaje no es restar valor a las obligaciones o relaciones familiares. En otras ocasiones Jesús llamó la atención a los fariseos por no honrar a sus padres[22]. Aquí Él más bien hace hincapié en el hecho de que para seguirlo es necesario dar prioridad a Dios y Su reino y por tanto reevaluar nuestros afectos anteriores. No significa que nuestros demás compromisos —para con nuestra familia, nuestros amigos, nuestras obligaciones, etc.— carezcan de importancia, sino que nuestra lealtad a Cristo tiene primacía sobre todo lo demás.

También dijo otro: «Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa». Jesús le contestó: «Ninguno que, habiendo puesto su mano en el arado, mira hacia atrás es apto para el reino de Dios»[23].

Al igual que el primer hombre, que dijo que lo seguiría, este también declara su deseo de seguir a Jesús; y como el que antes quería enterrar a su padre, este también pone una condición previa. Su petición parece igualmente razonable, sobre todo si hemos leído la respuesta de Eliseo al llamamiento de Elías en el libro de 1 Reyes[24]. Cuando Elías lo llamó, Eliseo respondió: «Te ruego que me dejes besar a mi padre y a mi madre; luego te seguiré»[25]. Elías se lo concedió.

La palabra griega traducida como «despedirse» es apotassō, que puede significar «decir adiós» o «pedir permiso para irse». Cinco de las seis veces que aparece en el Nuevo Testamento está traducida como «despedirse». Kenneth Bailey explica que en la cultura de Oriente Medio «la persona que se marcha debe pedir permiso a los que se quedan para irse. […] El que se va pide que le dejen marcharse»[26]. Explica que el hombre que quiere despedirse en realidad está diciendo que necesita pedirle permiso a su padre para seguir a Jesús. Bailey escribe:

En ese contexto cultural, claramente está diciendo: «Te seguiré, Señor, pero por supuesto que la autoridad de mi padre está por encima de la Tuya, y debo contar con su permiso antes de aventurarme»[27].

Jesús responde con una analogía que los que vivían en la antigua Palestina debieron de entender claramente. En aquella época, cuando uno araba debía estar mirando hacia adelante. El arado palestino era ligero y se guiaba con una sola mano, al tiempo que con la otra se controlaba y dirigía a los bueyes mediante una aguijada. La mano que guiaba el arado lo mantenía en posición vertical, regulaba la profundidad y lo alzaba por encima de las piedras. El escritor Joachim Jeremias explica:

Este arado primitivo exige destreza y concentración. Si el arador vuelve la cabeza, el nuevo surco queda torcido. Del mismo modo, quien quiera seguir a Jesús debe estar resuelto a romper todo vínculo con el pasado y a fijar la mirada únicamente en el venidero reino de Dios[28].

Jesús subraya qué es lo que verdaderamente requiere este compromiso voluntario: el llamado a trabajar para el reino de Dios debe primar sobre cualquier otro afecto. No es que no tengamos otras obligaciones, sino que debemos poner en primera posición el servicio a Dios.

Mediante esos tres ejemplos se nos presentan ciertos elementos clave de lo que significa seguir a Jesús. El servicio al Señor tiene un costo que los discípulos deben estar dispuestos a pagar. Parte de ese costo implica tener el correcto orden de prioridades y en definitiva concederle el primer lugar al Señor. Eso quiere decir que las expectativas culturales o comunitarias deben subordinarse a la lealtad que le debemos a Dios. La decisión de ser discípulos —de creer y aplicar las enseñanzas de Jesús y tener como objetivo andar con Dios— nos compromete a reorientar nuestra vida a fin de que esté alineada con lo que Dios considera prioritario.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Aquí hay enlaces a tres artículos anteriores sobre los primeros discípulos de Jesús:

https://directors.tfionline.com/es/post/jesus-su-vida-y-mensaje-el-primer-contacto/

https://directors.tfionline.com/es/post/jesus-su-vida-y-mensaje-los-discipulos-1-parte/

https://directors.tfionline.com/es/post/jesus-su-vida-y-mensaje-los-discipulos-2-parte/

[2] Lucas 6:12,13.

[3] Green y McKnight, Dictionary of Jesus and the Gospels, 178.

[4] Lucas 6:17 (NBLH).

[5] Lucas 10:1 (NTV).

[6] Juan 6:60.

[7] Lucas 8:1,2.

[8] Hechos 9:36.

[9] Juan 6:60.

[10] Juan 6:66.

[11] Mateo 8:19–22.

[12] Lucas 9:57,58.

[13] Mateo 10:8–13.

[14] 1 Corintios 15:31.

[15] Lucas 9:59,60.

[16] Mateo 4:20,22.

[17] Sanders, Jesús y el judaísmo, 365.

[18] France, The Gospel of Matthew, 329.

[19] Keener, The Gospel of Matthew, 275.

[20] Bailey, A través de la mirada de los campesinos.

[21] Bock, Luke Volume 2: 9:51–24:53, 981.

[22] Mateo 15:3–9; Marcos 7:8–13, 10:19.

[23] Lucas 9:61,62.

[24] 1 Reyes 19:19–21.

[25] 1 Reyes 19:20.

[26] Bailey, A través de la mirada de los campesinos.

[27] Ibíd.

[28] Joachim Jeremias, Las parábolas de Jesús (Estella: Editorial Verbo Divino, 1974), 237,238.

 

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