La alianza (2ª parte)

Enviado por Peter Amsterdam

marzo 6, 2018

[Covenant—Part 2]

En la primera parte de esta serie vimos que todos los judíos que salieron de Egipto guiados por Moisés llegaron hasta el pie del monte Sinaí, donde oyeron a Dios promulgar los Diez Mandamientos. Ellos accedieron a cumplirlos, con lo que concretaron una alianza con Dios. Seguidamente Moisés tomó sangre de un animal sacrificado y la roció sobre algunas personas para sellar la alianza[1].

Después de eso, Dios celebró una ceremonia con algunos de los líderes del pueblo.

Subieron Moisés y Aarón, Nadab y Abiú, junto con setenta de los ancianos de Israel, y vieron al Dios de Israel. Debajo de Sus pies había como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno. Pero no extendió Su mano contra los príncipes de los hijos de Israel: ellos vieron a Dios, comieron y bebieron[2].

Setenta y cuatro personas subieron al monte Sinaí como representantes del pueblo de Israel en una comida de alianza. En la Antigüedad se entendía que comer con alguien denotaba aceptación; por consiguiente, con esa comida quedó de manifiesto la mutua aceptación del pacto. Si bien Dios anteriormente había dicho que cualquiera que tocara la montaña moriría, aquí dio permiso para que estos hombres subieran, y «no extendió Su mano contra los príncipes».

En el Nuevo Testamento dice: «Nadie ha visto jamás a Dios»[3]. Entonces, ¿cómo es que esos ancianos lo vieron? Cierto autor explica que los ancianos «vieron algo así como una forma indefinida que Él les permitió ver vagamente; pero lo único que alcanzaron a distinguir con claridad y auténtica nitidez fue esto: “Debajo de Sus pies había como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno”. Coincide con otras visiones de Dios en las que las personas en realidad no lo vieron, sino que vieron algo que les indicó que estaban ante una persona y no una cosa, la cual por lo demás era magnífica y resplandeciente, relativamente indistinta, y se hallaba sobre una especia de plataforma que sí era claramente reconocible. Visiones así se refieren, por ejemplo, en Ezequiel 1:26–28 y en Éxodo 33:23. Nunca los seres humanos ven realmente a Dios en toda Su esencia, sino únicamente algo así como una forma que Dios permite que reconozcan como la de una persona real (de enormes proporciones) y que les permite centrar en Él su atención, algo a lo que pueden dirigir su mirada y sus palabras»[4].

En algún momento después de la comida de alianza con los ancianos, Dios le dio a Moisés estas instrucciones: «Sube a Mí al monte y espera allá, y te daré tablas de piedra con la ley y los mandamientos que he escrito para enseñarles»[5]. Esta vez Moisés subió con instrucciones de quedarse en la montaña, lo cual da a entender que iba a permanecer algún tiempo arriba. Allí se le iban a entregar tablas de piedra escritas por la propia mano de Dios, lo cual indicaba claramente que Dios era el autor de los mandamientos y que quería que estuvieran por escrito para que se los pudieran enseñar al pueblo. Moisés nombró a Aarón y a Hur como jueces y mediadores en toda controversia que surgiera en su ausencia y seguidamente subió al monte con su asistente, Josué.

Tras subir al monte, Moisés aguardó seis días antes de encontrarse con Dios y recibir los mandamientos.

La gloria del Señor reposó sobre el monte Sinaí. La nube lo cubrió por seis días, y al séptimo día llamó a Moisés de en medio de la nube. La apariencia de la gloria del Señor era, a los ojos de los hijos de Israel, como un fuego abrasador en la cumbre del monte. Moisés entró en medio de la nube y subió al monte. Y estuvo Moisés en el monte cuarenta días y cuarenta noches[6].

Dios había dado instrucciones a Moisés de construir un tabernáculo en que daría a conocer Su presencia al pueblo. Moisés debía decirle al pueblo que entregara ofrendas para la construcción de ese tabernáculo, lo cual la gente hizo.

Esta es la ofrenda que aceptaréis de ellos: oro, plata, cobre, azul, púrpura, carmesí, lino fino, pelo de cabras, pieles de carneros teñidas de rojo, pieles de tejones, madera de acacia, aceite para el alumbrado, especias para el aceite de la unción y para el incienso aromático, piedras de ónice y piedras de engaste para el efod y para el pectoral. Me erigirán un santuario, y habitaré en medio de ellos[7].

Habiéndolos librado de la esclavitud y habiendo concretado una alianza con ellos, Dios iba a habitar en medio de ellos.

El pueblo tenía oro, plata, especias, etc. que entregar como ofrenda porque, antes de salir de Egipto, «pidieron a los egipcios alhajas de plata y de oro, y vestidos. El Señor hizo que el pueblo se ganara el favor de los egipcios, y estos les dieron cuanto pedían. Así despojaron a los egipcios»[8]. Se les pidió, pues, que entregaran una parte de ese botín para construir el lugar donde Dios moraría con ellos y donde ellos lo adorarían.

Con el tiempo, Dios le indicó a Moisés que instalara el tabernáculo en el centro del campamento, de manera que Moisés, Aarón y los hijos de Aarón acamparan frente a él; la tribu de Leví, en los otros tres costados; y el resto de las tribus, alrededor, un poco más lejos[9]. Lo hermoso de esto es que Dios deseaba contar con un lugar especial para habitar en medio de Su pueblo de la alianza.

Lamentablemente, durante los cuarenta días que Moisés estuvo ausente, los israelitas por lo visto pensaron que no regresaría y le pidieron a Aarón que les hiciera dioses, a lo que él accedió reuniendo oro que tenían las personas y fundiendo un becerro de oro[10]. Si bien Aarón propuso poner un altar delante del ídolo y ofrecer sacrificios al Señor[11], esa fue una solución de compromiso; la verdad era que el pueblo había incumplido el pacto que había hecho con Dios. Al retornar al campamento, Moisés rompió las tablas de piedra en las que Dios había escrito los mandamientos, símbolo de que el pueblo había quebrantado el acuerdo[12].

Dios le explicó a Moisés que, si bien enviaría un ángel delante de ellos para guiarlos, el pueblo pagaría las consecuencias de su pecado. Dijo:

«Ve a la tierra donde abundan la leche y la miel. Yo no los acompañaré, porque ustedes son un pueblo terco, y podría Yo destruirlos en el camino». Cuando los israelitas oyeron estas palabras tan demoledoras, comenzaron a llorar[13].

Dios añadió:

Si aun por un momento tuviera que acompañarlos, podría destruirlos[14].

Cuando el pueblo se enteró de esa noticia, guardó luto.

A causa de su idolatría, el pueblo de Israel se vio privado de la presencia cercana de Dios. Moisés, por consiguiente, instaló una carpa fuera del campamento del pueblo, el «tabernáculo de reunión»[15]. Esa carpa de reunión provisional fue posteriormente sustituida por el tabernáculo, que se trasladó al centro del campamento. Cuando Moisés entraba en el tabernáculo, «la columna de nube descendía y se ponía a la puerta del Tabernáculo, y el Señor hablaba con Moisés»[16]. Cuando el pueblo veía la nube a la entrada del tabernáculo, «se levantaba cada uno a la entrada de su tienda y adoraba»[17]. La palabra traducida aquí como «adoraba» da a entender que se inclinaban y rendían pleitesía ante la presencia de Dios. Entretanto, «hablaba el Señor con Moisés cara a cara, como quien habla con un amigo»[18]. En otro pasaje, la comunicación del Señor con Moisés se describe de esta manera: «Cara a cara hablaré con él, claramente y no con enigmas, y verá la apariencia del Señor»[19].

Al instalar ese tabernáculo de reunión a cierta distancia del campamento, Moisés les recordó a los israelitas que Dios se había alejado de ellos a causa de sus pecados. En cierto sentido, la alianza quedó abrogada al estar el tabernáculo de reunión fuera del campamento, como también por el hecho de que Moisés quebró las tablas[20]. El pacto quedó invalidado porque el pueblo no cumplió sus compromisos. Dios permaneció cerca, no los rechazó por completo, pero por un tiempo dejó de estar en medio de ellos. Cuando querían consultar al Señor, Moisés tenía que salir del campamento y pedirle orientación.

Moisés le pidió al Señor que reconsiderara su decisión de no conducirlos a la Tierra Prometida.

«Si Tu presencia no ha de acompañarnos, no nos saques de aquí. Pues ¿en qué se conocerá aquí que he hallado gracia a Tus ojos, yo y Tu pueblo, sino en que Tú andas con nosotros, y que yo y Tu pueblo hemos sido apartados de entre todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra?» «También haré esto que has dicho, por cuanto has hallado gracia a Mis ojos y te he conocido por tu nombre», respondió el Señor a Moisés[21].

Dios dijo a Moisés:

Mi presencia te acompañará y te daré descanso[22].

Dios mandó a Moisés cortar dos tablas de piedra, como las primeras, y subir solo a la montaña. Fue entonces cuando el Señor le permitió ver Su espalda[23].

El Señor descendió en la nube, y estuvo allí con él, proclamando Su nombre. Luego el Señor pasó delante de Moisés, y proclamó: «¡EL SEÑOR! ¡EL SEÑOR! ¡Dios misericordioso y clemente! ¡Lento para la ira, y grande en misericordia y verdad! ¡Es misericordioso por mil generaciones! ¡Perdona la maldad, la rebelión y el pecado, pero de ningún modo declara inocente al malvado! ¡Castiga la maldad de los padres en los hijos y en los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación!»[24]

Estando en la montaña, Moisés le pidió a Dios que perdonara al pueblo. Él lo hizo y seguidamente renovó la alianza.

Moisés, apresurándose, bajó la cabeza hasta el suelo y adoró, diciendo: «Señor, si en verdad he hallado gracia a Tus ojos, que vaya ahora el Señor en medio de nosotros. Este es un pueblo muy terco, pero perdona nuestra maldad y nuestro pecado, y acéptanos como tu heredad». El Señor le dijo: «Mira, voy a hacer un pacto delante de todo tu pueblo. Haré maravillas que no han sido hechas en toda la tierra, ni en nación alguna, y verá todo el pueblo en medio del cual tú estás la obra del Señor, porque será cosa tremenda la que Yo haré contigo»[25].

Dios le dio a Moisés otras instrucciones que debía observar el pueblo y a continuación le dijo:

Escribe tú estas palabras, porque conforme a estas palabras he hecho un pacto contigo y con Israel[26].

Renovada la alianza y perdonado el pueblo, Dios dio a Moisés instrucciones de construir el tabernáculo —que se convirtió en el nuevo tabernáculo de reunión— y colocarlo en medio del pueblo. La presencia de Dios estaba nuevamente con ellos.

La nube del Señor estaba de día sobre el Tabernáculo, y el fuego estaba de noche sobre él, a la vista de toda la casa de Israel. Así ocurría en todas sus jornadas[27].

Esta experiencia le enseñó al pueblo de Israel que la Ley que Dios les había dado era importante y que su cumplimiento era indispensable para hacerse acreedores a las bendiciones divinas.

(En la 3ª parte de esta serie repasaremos algunas leyes en particular y su significación.)


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] Éxodo 24:8.

[2] Éxodo 24:9–11.

[3] 1 Juan 4:12.

[4] D. K. Stuart, Exodus Vol. 2 (Nashville: Broadman & Holman, 2006), 556.

[5] Éxodo 24:12.

[6] Éxodo 24:16–18.

[7] Éxodo 25:3–8.

[8] Éxodo 12:35,36.

[9] Números 2:1–3, 3:38.

[10] Éxodo 32:1–4.

[11] Éxodo 32:5.

[12] Éxodo 32:7–19.

[13] Éxodo 33:3,4 (NVI).

[14] Éxodo 33:5 (NVI).

[15] Éxodo 33:7.

[16] Éxodo 33:9.

[17] Éxodo 33:10.

[18] Éxodo 33:11 (NVI).

[19] Números 12:8.

[20] Éxodo 32:19.

[21] Éxodo 33:15–17.

[22] Éxodo 33:14.

[23] Éxodo 33:18–23.

[24] Éxodo 34:5–7 (RVC).

[25] Éxodo 34:8–10.

[26] Éxodo 34:27.

[27] Éxodo 40:38.

 

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