La alianza (1ª parte)

febrero 27, 2018

Enviado por Peter Amsterdam

[Covenant—Part 1]

El año pasado, en el curso de mis devociones matinales, leí el libro de Levítico. Nunca ha figurado muy alto en mi lista de libros preferidos de la Biblia, pero decidí hacer el esfuerzo. En términos generales, mi actitud frente a los libros de Levítico, Números y Deuteronomio ha sido más bien indiferente, por no decir negativa. A fin de cuentas, contienen cantidad de leyes de Moisés, que usualmente he considerado más bien desfasadas desde el momento en que Jesús vino y cumplió la ley, liberándonos de todas sus reglas y normas.

A medida que avanzaba en mi lectura de Levítico, me di cuenta de que en realidad no sabía mucho de las leyes de Moisés —su propósito, el motivo por el que se promulgaron, las razones por las que los israelitas tenían que observar tantas reglas sobre prácticamente todo, hasta sobre la ropa que se ponían y los alimentos que ingerían— ni sobre la significación que la Ley expuesta en el Antiguo Testamento pudiera tener para los cristianos de hoy. Por eso resolví estudiar el tema, con el fin de comprender mejor esos libros de la Ley. Me centré en los libros de Éxodo y Levítico, ya que el Éxodo habla de cómo, por qué y en qué circunstancias se promulgó la Ley, y Levítico contiene los pormenores de la misma.

Para entender mejor las leyes del Antiguo Testamento y su propósito, conviene conocer un poco el contexto en que fueron dadas al pueblo de Israel hace miles de años. En el libro del Éxodo dice que los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob (a quien Dios le cambió el nombre por el de Israel) fueron sometidos en la tierra de Egipto. Tras cientos de años de esclavitud, Dios llamó a Moisés para que le exigiera al faraón que dejara salir de Egipto a los hebreos. El faraón inicialmente se negó, pero Dios le dijo a Moisés que al sentir el peso de Su mano fuerte, los dejaría marcharse[1].

Dios dijo a Moisés:

Yo soy el Señor. Me aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob bajo el nombre de Dios Todopoderoso, pero no les revelé Mi verdadero nombre, que es el Señor. También con ellos confirmé Mi pacto de darles la tierra de Canaán, donde residieron como forasteros[2].

Hablando con Moisés, Dios se refirió al pacto que había hecho con los antepasados del pueblo judío. Dicha alianza fue un acuerdo entre Dios y Abraham por el que Dios juró hacer ciertas cosas, y Abraham y sus descendientes se obligaron a hacer otras.

Dios le explicó el acuerdo a Abraham de la siguiente manera:

Este es Mi pacto contigo: serás padre de muchedumbre de gentes[3].

Estableceré un pacto contigo y con tu descendencia después de ti, de generación en generación: un pacto perpetuo, para ser tu Dios y el de tu descendencia después de ti. Te daré a ti y a tu descendencia después de ti la tierra en que habitas, toda la tierra de Canaán, en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos[4].

Luego habló de la parte del acuerdo que debía cumplir Abraham:

En cuanto a ti, guardarás Mi pacto, tú y tu descendencia después de ti de generación en generación. Este es Mi pacto, que guardaréis entre Mí y vosotros y tu descendencia después de ti: Todo varón de entre vosotros será circuncidado. Circuncidaréis la carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre Mí y vosotros[5].

Esa alianza entre Dios por una parte y Abraham y sus descendientes por otra fue un acuerdo vinculante por el que ambas partes se comprometieron a ciertas cosas.

Otro ejemplo de pacto o acuerdo es el que hicieron Abraham y Abimelec sobre un pozo que había cavado Abraham. Ambos hicieron un pacto y se juramentaron.

Llamó a aquel lugar Beerseba, porque allí juraron ambos. Hicieron, pues, pacto en Beerseba[6].

También consta que Dios, después del Diluvio, hico un pacto vinculante con la humanidad y con todas las criaturas vivas y le dijo a Noé:

«Yo establezco Mi pacto con vosotros, y con vuestros descendientes después de vosotros; con todo ser viviente que está con vosotros: aves, animales y toda bestia de la tierra que está con vosotros, desde todos los que salieron del arca hasta todo animal de la tierra. Estableceré Mi pacto con vosotros, y no volveré a exterminar a todos los seres vivos con aguas de diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra». Asimismo dijo Dios: «Esta es la señal del pacto que Yo establezco a perpetuidad con vosotros y con todo ser viviente que está con vosotros: Mi arco he puesto en las nubes, el cual será por señal de Mi pacto con la tierra»[7].

En las Escrituras se mencionan varias clases de pactos: 1) aquellos en los que únicamente una parte subordinada se comprometía mediante juramento con una parte superior; 2) aquellos en los que únicamente la parte superior se comprometía mediante juramento con un subordinado; en tal caso, la parte superior se obligaba a bendecir al inferior por su fiel servicio; 3) aquellos en los que ambas partes se juramentaban; en tal caso, ambas partes se comprometían mutuamente y cada una de ellas accedía a cumplir ciertas obligaciones[8].

Con relación a la alianza que hizo Dios con Israel, examinemos el período en que los israelitas fueron esclavos en Egipto:

Aconteció que después de muchos días murió el rey de Egipto. Los hijos de Israel, que gemían a causa de la servidumbre, clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos desde lo profundo de su servidumbre. Dios oyó el gemido de ellos y se acordó de Su pacto con Abraham, Isaac y Jacob[9].

Como Dios había hecho un pacto con Abraham, mandó a Moisés que dijera a los israelitas:

Yo soy el Señor. Yo os sacaré de debajo de las pesadas tareas de Egipto, os libraré de su servidumbre y os redimiré con brazo extendido y con gran justicia. Os tomaré como Mi pueblo y seré vuestro Dios. Así sabréis que Yo soy el Señor, vuestro Dios, que os sacó de debajo de las pesadas tareas de Egipto. Os meteré en la tierra por la cual alcé Mi mano jurando que la daría a Abraham, a Isaac y a Jacob. Yo os la daré por heredad. Yo soy el Señor[10].

Aproximadamente siete semanas después de salir de Egipto, el pueblo de Israel llegó al monte Sinaí, en lo alto del cual Moisés tuvo un encuentro con Dios. Fue allí donde Dios le dijo:

«Así dirás a la casa de Jacob, y anunciarás a los hijos de Israel: “Vosotros visteis lo que hice con los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águila y os he traído a Mí. Ahora, pues, si dais oído a Mi voz y guardáis Mi pacto, vosotros seréis Mi especial tesoro sobre todos los pueblos, porque Mía es toda la tierra. Vosotros me seréis un reino de sacerdotes y gente santa”. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel». Entonces regresó Moisés, llamó a los ancianos del pueblo y expuso en su presencia todas estas palabras que el Señor le había mandado. Todo el pueblo respondió a una diciendo: «Haremos todo lo que el Señor ha dicho». Moisés refirió al Señor las palabras del pueblo[11].

Los arqueólogos han descubierto muchos textos de pactos del siglo II a. C. que siguen un esquema determinado. El lenguaje utilizado en la alianza entre Dios y el pueblo hebreo es similar al empleado en otros pactos de Oriente Próximo de la época. Se considera que es un pacto de vasallaje, como aquellos en los que una parte, con frecuencia el gobernante de un país superior, hacía un pacto con un gobernante de un país sometido más débil. Los tratados de vasallaje de la época siguen una pauta general. Comenzaban con un preámbulo o introducción en el que se declaraba el nombre del rey principal y se referían los hechos que habían beneficiado al vasallo. Luego se exponían las estipulaciones y se enumeraba lo que el vasallo se obligaba a hacer. El vasallo tenía que depositar en el templo un ejemplar del tratado, el cual debía leerse ocasionalmente. El tratado terminaba con maldiciones y bendiciones, según si se respetaba o se quebrantaba.

La alianza entre Dios y los israelitas presenta ciertas similitudes con un tratado de vasallaje de la época. Dios declaró ser «el Señor, vuestro Dios», y habló de lo que había hecho por el pueblo de Israel al liberarlo de la esclavitud en Egipto. Seguidamente les dijo que serían Su especial tesoro, un reino de sacerdotes y gente santa, siempre y cuando dieran oído a Su voz y guardaran Su pacto, es decir, observaran las leyes que Él les diera. Tales leyes se encuentran en los libros de Levítico y Deuteronomio, llamados «el libro del pacto»[12], la ley mosaica o la Ley. La Ley era la parte de la alianza que el pueblo se comprometía a cumplir:

Moisés fue y le contó al pueblo todas las palabras del Señor, y todas las leyes. Y todo el pueblo respondió a una voz: «Cumpliremos todas las palabras que el Señor ha dicho»[13].

Al acceder a acatar lo que el Señor les había ordenado, concretaron una alianza con Dios. Este le dijo a Moisés:

Escribe tú estas palabras, porque conforme a estas palabras he hecho un pacto contigo y con Israel[14].

La Ley se guardó en el Arca de la Alianza:

Después tomó el Testimonio y lo puso dentro del Arca; colocó las varas en el Arca, y encima, sobre el Arca, el propiciatorio[15].

Todos esos aspectos de la alianza de Dios con Israel coinciden con los de un antiguo tratado de vasallaje.

Una vez que el pueblo accedió a respetar la alianza, Dios le dijo a Moisés que mandara a todos que se consagraran —que lavaran su ropa y se abstuvieran de tener relaciones sexuales (las cuales lo volvían a uno ritualmente impuro)— y que estuvieran listos al cabo de tres días, y se anunció: «Al tercer día el Señor descenderá a la vista de todo el pueblo sobre el monte Sinaí»[16]. Moisés también le mandó al pueblo que no subiera al monte ni tocara sus límites; quien lo hiciera debía ser apedreado o muerto a flechazos. Les dijo que al tercer día, cuando se oyera la trompeta, debían dirigirse a la base del monte[17].

Aconteció que al tercer día, cuando vino la mañana, hubo truenos y relámpagos, una espesa nube cubrió el monte y se oyó un sonido de bocina muy fuerte. Todo el pueblo que estaba en el campamento se estremeció. Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios, y ellos se detuvieron al pie del monte. El sonido de la bocina se hacía cada vez más fuerte. Moisés hablaba, y Dios le respondía con voz de trueno. Descendió el Señor sobre el monte Sinaí, sobre la cumbre del monte[18].

Dios llamó a Moisés y le dijo que volviera a subir al monte. Cuando llegó arriba, le mandó que descendiera y que advirtiera una segunda vez a los israelitas que no subieran al monte para ver al Señor, ya que si lo hacían, muchos morirían. Mientras Moisés estaba con el pueblo, Dios se dirigió a todo Israel y les dio los Diez Mandamientos. Algunos comentaristas afirman que la gente oía directamente la voz de Dios pronunciar palabras comprensibles. Otros sostienen que todos oían la voz de Dios en forma de truenos, y Moisés interpretaba lo que Dios decía. Si nos fijamos en la descripción de Deuteronomio, da la impresión de que lo que ocurrió fue esto último.

Cara a cara habló el Señor con vosotros en el monte, de en medio del fuego. Yo estaba entonces entre el Señor y vosotros para comunicaros la palabra del Señor[19].

Dice que en algún momento de este período todo el pueblo acordó hacer lo que el Señor había ordenado, con lo cual todos se comprometieron oficialmente a cumplir su parte del acuerdo. En un acto solemne para confirmar la alianza, Moisés tomó sangre de animales sacrificados y la roció sobre el altar y también sobre algunas personas. Eso indicaba que el pacto había entrado en vigor y era vinculante.

En Deuteronomio 28, Dios enumera las bendiciones que «vendrán sobre ti y te alcanzarán […], si escuchas la voz del Señor, tu Dios»[20], así como las maldiciones que vendrán sobre ellos si quebrantan el pacto vinculante que han concretado con Dios[21].

Si bien a nosotros que vivimos en el siglo XXI la Ley puede parecernos gravosa, para la nación judía era algo muy preciado, ya que formaba parte de la alianza que habían hecho con Dios. Entendían que, si la acataban, accederían a las bendiciones divinas. Las siguientes frases de los Salmos expresan el sentir de la gente acerca de la Ley:

Mejor me es la Ley de Tu boca que millares de oro y plata[22].

Me he gozado en el camino de Tus testimonios más que de toda riqueza[23].

Maravillosos son Tus testimonios; por eso los ha guardado mi alma[24].

Tu Ley es mi delicia[25].

¡Cuánto amo yo Tu Ley! ¡Todo el día es ella mi meditación![26]

(En la 2ª parte estudiaremos la rebelión de los israelitas y la renovación de la alianza.)


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] Éxodo 6:1.

[2] Éxodo 6:2–4 (NVI).

[3] Génesis 17:4.

[4] Génesis 17:7,8.

[5] Génesis 17:9–11.

[6] Génesis 21:31,32.

[7] Génesis 9:9–13.

[8] Scott Hahn, en J. D. Barry, D. Bomar, D. R. Brown, R. Klippenstein, D. Mangum, C. S. Wolcott, … W. Widder, eds., Diccionario Bíblico Lexham (Lexham Press, 2014).

[9] Éxodo 2:23,24.

[10] Éxodo 6:6–8.

[11] Éxodo 19:3–8.

[12] Éxodo 24:7.

[13] Éxodo 24:3.

[14] Éxodo 34:27.

[15] Éxodo 40:20.

[16] Éxodo 19:11.

[17] Éxodo 19:9–15.

[18] Éxodo 19:16,17,19,20.

[19] Deuteronomio 5:4,5.

[20] Deuteronomio 28:1–14.

[21] Deuteronomio 28:15–68.

[22] Salmo 119:72.

[23] Salmo 119:14.

[24] Salmo 119:124.

[25] Salmo 119:77.

[26] Salmo 119:97.