Jesús, Su vida y mensaje: La Fiesta de los Tabernáculos (7ª parte)

Enviado por Peter Amsterdam

enero 7, 2020

[Jesus—His Life and Message: The Feast of Tabernacles (Part 7)]

(Dentro de esta serie, este es el último artículo de la sección «La Fiesta de los Tabernáculos». Los anteriores se publicaron a mediados de 2019.)

El artículo anterior terminó con Jesús argumentando que los oyentes judíos que pretendían tener por padre a Abraham no eran verdaderamente hijos suyos.

«Si fuerais hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. Pero ahora intentáis matarme a Mí, que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios. No hizo esto Abraham»[1].

«Vosotros hacéis las obras de vuestro padre». Entonces le dijeron: «¡Nosotros no hemos nacido de fornicación! ¡Un padre tenemos: Dios!» Jesús entonces les dijo: «Si vuestro padre fuera Dios, entonces me amaríais, porque Yo de Dios he salido y he venido, pues no he venido de Mí mismo, sino que Él me envió»[2].

Seguidamente les preguntó:

¿Por qué no entendéis Mi lenguaje? Porque no podéis escuchar Mi palabra[3].

Jesús hizo una pregunta y enseguida Él mismo la respondió. Ellos no entendían espiritualmente Sus enseñanzas porque no tenían noción de quién era Él ni de lo que representaba. Tal como ya les había dicho en este mismo capítulo:

Vosotros sois de abajo, Yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, Yo no soy de este mundo[4].

Ellos decían tener a Dios por padre, pero Jesús les dijo: «Si vuestro padre fuera Dios, entonces me amaríais»[5]. Como no conocían realmente a Dios, no entendían a Jesús.

A continuación, Jesús declaró sin tapujos quién era su verdadero padre:

Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla, pues es mentiroso y padre de mentira[6].

En clara contradicción con lo que ellos habían dicho —«¡Un padre tenemos: Dios!»—, Jesús declaró explícitamente que ellos procedían de su padre el diablo, y añadió que anhelaban cumplir los deseos de su padre. Escogían deliberadamente hacer la voluntad de Satanás. Jesús puso de manifiesto el contraste entre esa relación y la que Él tenía con Su Padre, previamente descrita en este capítulo: «El Padre que me envió»[7], que «da testimonio de Mí»[8] y «me enseñó»[9].

En cambio, los deseos y actos de los fariseos concordaban con los del diablo. «Él ha sido homicida desde el principio». Puede que Jesús se refiriera al asesinato de Abel en el capítulo 4 del Génesis, aunque es más probable que aludiera al papel que desempeñó Satanás cuando tentó a Adán a desobedecer a Dios, con lo que toda la humanidad se volvió mortal y por ende está obligada a sufrir la muerte. Siguió diciendo que el padre de ellos, el diablo, «no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él». La verdad está asociada a Dios y a Jesús. Satanás no está interesado en Dios ni en la verdad. Es padre de la mentira.

Pero a Mí, que digo la verdad, no me creéis[10].

Jesús dirigió palabras bien fuertes a esos creyentes judíos. Les dijo que no eran hijos de Dios, que no amaban al mensajero de Dios (v. 42) y que no lo entendían ni eran capaces de escuchar Su palabra (v. 43). Declaró explícitamente que no eran creyentes, y que por ser hijos de diablo eran propensos a creer las mentiras del diablo en vez de la verdad de Dios.

¿Quién de vosotros puede acusarme de pecado? Y si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis? El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios[11].

Jesús hizo dos preguntas a Sus acusadores. La primera tenía que ver con el pecado. En esta ocasión no se refería al pecado en general, sino a los hechos que acaban de producirse. Él había afirmado decir la verdad (v. 45), así que al no creerle lo estaban llamando mentiroso. Jesús los desafió a demostrarlo, preguntándoles si podían acusarlo de algún pecado, sabiendo que ninguno podría.

Seguidamente, Jesús hizo una segunda pregunta que Él mismo contestó: «Si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?» E indicó claramente la razón: porque no eran de Dios. Esa expresión es similar a otras empleadas en el evangelio de Juan: ellos no habían nacido «de nuevo»[12] o nacido «de Dios»[13], ni tenían derecho a llamarlo «Padre»[14]. Como no eran de Dios, eran incapaces de escuchar Su palabra, es decir, de reconocer que las palabras de Jesús eran palabras de Dios.

Los adversarios de Jesús procedieron entonces a acusarlo falsamente, como haría su padre el diablo.

Respondieron entonces los judíos, y le dijeron: «¿No decimos bien nosotros, que Tú eres samaritano y que tienes demonio?»[15]

Se equivocaban al decir que Jesús era samaritano. En un pasaje anterior de este evangelio, a la mujer samaritana que habló con Jesús junto a un pozo le resultó evidente que Él era judío:

La mujer samaritana le dijo: «¿Cómo Tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?» —porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí—[16].

Los acusadores de Jesús solo lo llamaron samaritano para denigrarlo, ya que los judíos solían menospreciar a los samaritanos, los cuales tenían fama —adquirida a lo largo de siglos— de adorar múltiples dioses[17]. El propio Jesús había dicho a la mujer samaritana: «Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos, porque la salvación viene de los judíos»[18].

Respondió Jesús: «Yo no tengo demonio, antes honro a Mi Padre; y vosotros me deshonráis»[19].

Jesús repudió la falsa acusación de que tenía un demonio y volvió las tornas al señalar que, si bien Él honraba a Su Padre, ellos lo deshonraban. En un pasaje anterior de este mismo evangelio, Jesús dijo: «El que no honra al Hijo no honra al Padre, que lo envió»[20]. Al deshonrar a Jesús, deshonraban a Dios, que según ellos era su único padre[21].

Pero Yo no busco Mi gloria; hay quien la busca y juzga[22].

Jesús, al aclarar que no buscaba gloria, dio a entender que Sus acusadores sí la buscaban. Ya se lo había dicho a algunos de Sus adversarios en un pasaje anterior de este evangelio.

¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los otros y no buscáis la gloria que viene del Dios único?[23]

Jesús solo buscaba la gloria del Padre. Ya había dicho también: «El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que lo envió, este es verdadero y no hay en él injusticia»[24].

De cierto, de cierto os digo que el que guarda Mi palabra nunca verá muerte[25].

Jesús declaró enfáticamente que los que guardan Su palabra, es decir, la totalidad de Su mensaje, no morirán. No dijo que los creyentes no conocerían la muerte física, sino que no sufrirían la muerte espiritual, la condenación eterna. Eso lo aclaró en un pasaje posterior de este evangelio, cuando le dijo a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en Mí, no morirá eternamente»[26].

Los que escuchaban Sus palabras se las tomaron al pie de la letra.

Entonces los judíos le dijeron: «Ahora nos convencemos de que tienes demonio. Abraham murió, y los profetas; y Tú dices: “El que guarda Mi palabra nunca sufrirá muerte”. ¿Eres Tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió? ¡También los profetas murieron! ¿Quién crees que eres?»[27]

Los judíos que escuchaban a Jesús se convencieron de que lo que habían dicho acerca de Él había quedado demostrado, porque a su modo de ver solo alguien poseído por un demonio podía afirmar tales cosas. Abraham, antepasado de los judíos y padre de la fe, murió, al igual que todos los profetas que envío Dios a Israel. Los interlocutores de Jesús entendieron que Él prometía vida eterna, cuando solamente alguien con poderes sobrehumanos —a saber, Dios— podía librar a alguien de la muerte. Le preguntaron entonces a Jesús quién se creía que era, a pesar de que ellos ya sabían la respuesta a esa pregunta.

A lo largo de los evangelios está claro que los líderes religiosos consideraron que las declaraciones de Jesús indicaban que se creía el Hijo de Dios.

Por esto los judíos aún más intentaban matarlo, porque no solo quebrantaba el sábado, sino que también decía que Dios era Su propio Padre, haciéndose igual a Dios[28].

Le respondieron los judíos, diciendo: «Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia, porque Tú, siendo hombre, te haces Dios»[29].

Los judíos le respondieron: «Nosotros tenemos una ley y, según nuestra ley, debe morir, porque se hizo a Sí mismo Hijo de Dios»[30].

Volviendo a Juan 8:

Respondió Jesús: «Si Yo me glorifico a Mí mismo, Mi gloria nada es; Mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios. Vosotros no lo conocéis. Yo sí lo conozco y, si digo que no lo conozco, sería mentiroso como vosotros; pero lo conozco y guardo Su palabra[31].

Jesús aclaró que no se estaba glorificando a Sí mismo; pero eso no significaba que no estuviera recibiendo gloria. Les recordó que Su Padre era Dios y que era Él quien lo glorificaba. Como se trataba del mismo Dios al que Sus acusadores decían rendir culto, y como ese «Padre» glorificaba al Hijo, lo lógico habría sido que ellos también lo glorificaran. Sin embargo, dado que no lo hacían, Jesús les dijo: «Vosotros no lo conocéis». Era la tercera vez que Jesús decía a aquellos líderes judíos que no conocían al Padre.

El que me envió, a quien vosotros no conocéis, es verdadero[32].

Ni a Mí me conocéis, ni a Mi Padre; si a Mí me conocierais, también a Mi Padre conoceríais[33].

A diferencia de ellos, Él sí conoce al Padre. Seguidamente hace otra declaración importante: «Guardo Su palabra». Como Jesús guardaba la palabra de Su Padre, es necesario que nosotros guardemos la palabra de Jesús, ya que esta, que da vida eterna, es la palabra del Padre.

En el principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba con Dios, y Dios mismo era la Palabra[34].

Jesús, entonces, volvió a hablar de Abraham, a quien ellos tenían por padre espiritual.

Abraham, vuestro padre, se gozó de que había de ver Mi día; y lo vio y se gozó[35].

Abraham, lejos de oponerse a Jesús, se gozó de Su día. Y si él se alegró y se gozó, ellos hubieran debido hacer lo mismo. Los biblistas comentan que este versículo presenta ciertas aristas. En primer lugar, ¿a qué concretamente se refiere Jesús al decir «Mi día»? En segundo lugar, ¿en qué momento «se gozó» Abraham por la promesa de ver el día de Jesús? Y en tercer lugar, ¿cuándo y cómo fue que «lo vio y se gozó»? En lugar de analizar varias interpretaciones, ninguna de las cuales ofrece mucha seguridad, simplemente citaré lo que escribió un comentarista:

No obstante, es imposible sentir seguridad en cuanto a alguna de las ocasiones propuestas [el posible acontecimiento de la vida de Abraham al que se podría referir este pasaje]; pudiera ser significativo el hecho de que Jesús no aluda a ninguno. En otras palabras, es muy posible que quisiera decir que la actitud general de Abraham con respecto a ese día era de exultación, y que no fuera una alusión a un suceso particular de la vida del patriarca[36].

Entonces le dijeron los judíos: «Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?»[37]

Jesús tenía probablemente treinta y tantos años; Abraham había muerto dos milenios antes. Como los que escuchaban a Jesús sabían que era imposible que Él hubiera visto a Abraham, entendieron estas palabras como una declaración de que Jesús había tenido una existencia anterior. Jesús no dijo eso, sino que Abraham vio el futuro (el «día» de Jesús), dando a entender que Abraham aún vivía (no físicamente, sino en la otra vida). No fue Jesús quien sacó a colación el tema de la preexistencia; pero como ellos lo hicieron, Él lo tocó con referencia a Sí mismo.

Jesús les dijo: «De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuera, Yo soy»[38].

Otras traducciones de la Biblia emplean la palabra naciera, con lo que la frase queda así: «Antes de que Abraham naciera, ¡Yo soy!»[39]. Esas palabras son una declaración explícita acerca de la preexistencia de Jesús. La expresión «de cierto, de cierto» refuerza la veracidad de esa afirmación.

El empleo por parte de Jesús de la expresión «Yo soy» es significativo. A lo largo del Antiguo Testamento, el propio Dios la usó en varias ocasiones.

Respondió Dios a Moisés: «Yo soy el que soy». Y añadió: «Así dirás a los hijos de Israel: “‘Yo soy’ me envió a vosotros”»[40].

Vean ahora que Yo, Yo soy el Señor, y fuera de Mí no hay dios. Yo hago morir y hago vivir. Yo hiero y Yo sano, y no hay quien pueda librar de Mi mano[41].

¿Quién ha hecho obras tan poderosas, llamando a cada nueva generación desde el principio del tiempo? Soy Yo, el Señor, el Primero y el Último; únicamente Yo lo soy[42].

«Vosotros sois Mis testigos —dice el Señor—, y Mi siervo que Yo escogí, para que me conozcáis y creáis y entendáis que Yo mismo soy; antes de Mí no fue formado dios ni lo será después de Mí. Yo, Yo soy el Señor, y fuera de Mí no hay quien salve»[43].

Escúchame, Jacob, Israel, a quien he llamado: Yo soy Dios; Yo soy el primero, y Yo soy el último[44].

Cuando Jesús dijo: «Antes de que Abraham naciera, ¡Yo soy!», Sus interlocutores entendieron perfectamente a qué se refería: era una pretensión de divinidad. Como consideraron blasfemas Sus palabras, «tomaron entonces piedras para arrojárselas, pero Jesús se escondió y salió del Templo»[45].

Cuando Jesús fue a la Fiesta de los Tabernáculos, subió «no abiertamente, sino como en secreto»[46]. Tras hablar públicamente en el Templo a lo largo de la fiesta, exponiéndose a ser lapidado por afirmar ser Dios cuando dijo: «Yo soy», el evangelio narra que para evitar que lo mataran a pedradas por blasfemia tomó medidas defensivas, escondiéndose y abandonando el Templo. Así concluyó el intercambio con los líderes religiosos judíos durante la Fiesta de los Tabernáculos.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Juan 8:39,40.

[2] Juan 8:41,42.

[3] Juan 8:43.

[4] Juan 8:23.

[5] Juan 8:42.

[6] Juan 8:44.

[7] Juan 8:16.

[8] Juan 8:18.

[9] Juan 8:28.

[10] Juan 8:45.

[11] Juan 8:46,47.

[12] Juan 3:3.

[13] Juan 1:13.

[14] Juan 8:42.

[15] Juan 8:48.

[16] Juan 4:9.

[17] 2 Reyes 17:24–41.

[18] Juan 4:22.

[19] Juan 8:49.

[20] Juan 5:23.

[21] Juan 8:41.

[22] Juan 8:50.

[23] Juan 5:44.

[24] Juan 7:18.

[25] Juan 8:51.

[26] Juan 11:25,26.

[27] Juan 8:52,53.

[28] Juan 5:18.

[29] Juan 10:33.

[30] Juan 19:7.

[31] Juan 8:54,55.

[32] Juan 7:28.

[33] Juan 8:19.

[34] Juan 1:1 (RVC).

[35] Juan 8:56.

[36] Morris, El Evangelio según Juan.

[37] Juan 8:57.

[38] Juan 8:58.

[39] Juan 8:58 (NVI).

[40] Éxodo 3:14.

[41] Deuteronomio 32:39 (NBLA).

[42] Isaías 41:4 (NTV).

[43] Isaías 43:10,11.

[44] Isaías 48:12 (NVI).

[45] Juan 8:59.

[46] Juan 7:10.

 

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