Lo esencial: Naturaleza y personalidad de Dios

Enviado por Peter Amsterdam

abril 24, 2012

La ira de Dios

(En Lo esencial: Introducción se puede consultar un preámbulo y una explicación de toda esta colección de artículos.)

Nota: Con el presente artículo continuamos la serie sobre la «Naturaleza y personalidad de Dios». Les recomiendo que, antes de leer este y varios más que pronto publicaremos, repasen los anteriores. La ira de Dios es más concebible en conexión con Su santidad, justicia, paciencia, misericordia, amor y gracia. El tema de la ira divina suele generar numerosos cuestionamientos, incluso en lo relativo a la salvación: ¿Qué destino espera a los que en el curso de su vida no oyen hablar de Jesús? ¿Y a los que se les inculcó desde jóvenes que Jesús no era Dios y por tanto no tuvieron la debida oportunidad de creer en Él? En este artículo abordaremos el tema de la ira de Dios como parte de Su naturaleza y personalidad a la luz de la Escritura. Otros puntos que nos pueden venir al pensamiento, pero que no guardan relación directa con este tema, los abordaremos en posteriores artículos sobre la salvación, la providencia divina, la otra vida, el cielo y el infierno, etc.

En artículos anteriores de esta serie vimos que la naturaleza y personalidad de Dios incluye facetas como Su perfecta santidad, justicia y rectitud. La ira o cólera que Dios abriga contra el mal y el pecado es también parte integral de Su naturaleza. Dios es santo y, por ende, se deleita en la santidad y la bondad. Su misma naturaleza es contraria al pecado. Como ama todo aquello que es santo, bueno y justo, imperiosamente detesta lo que no lo es. En suma, Dios odia el pecado.

Seis cosas hay que el Señor odia, y siete son abominación para Él: ojos soberbios, lengua mentirosa, manos que derraman sangre inocente, un corazón que trama planes perversos, pies que corren rápidamente hacia el mal, un testigo falso que dice mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos[1].

Tú no eres un Dios que se complace en la maldad; el mal no mora en Ti. Los que se ensalzan no estarán delante de Tus ojos; aborreces a todos los que hacen iniquidad. Destruyes a los que hablan falsedad; el Señor aborrece al hombre sanguinario y engañador[2].

Lo que implica y no implica la ira de Dios

Dios detesta el mal. Detesta el efecto que tiene el mal en la humanidad. Le desagrada sobremanera el daño que causa a los seres que Él ama, es decir, a todos. Él nos ama profundamente y se opone a todo aquello que nos daña o nos destruye; abomina de ello. Su ira no es una rabia o un mal humor descontrolados. No es que pierda los estribos, monte en cólera y por consiguiente mate gente y destruya cosas. Dios es santo: Su ira se genera cuando Su santidad y Su justicia se encuentran frente a frente con el pecado.

Los escritores Lewis y Demarest lo explican de la siguiente manera:

Como se interesa por el bienestar de Sus creaturas, Dios no puede menos que asquearse de la injusticia, iniquidad y corrupción que les socavan su salud física, emocional, mental y espiritual. La Biblia alude con frecuencia a la justa ira de Dios contra el mal que pretende acabar con Su pueblo y la obra que este realiza en el mundo. Esa justa indignación no es una ira motivada por sentimientos irracionales o egoístas que toman posesión de Su ser, sino por un interés altruista con respecto a personas que de alguna manera son víctimas de la injusticia, el egoísmo, la codicia, la lujuria, la envidia y el descontrol. En ese sentido, Dios detesta el mal[3].

El teólogo John Theodore Mueller escribió:

Él [Dios] es el Autor de toda santidad y está en franca oposición al pecado[4].

El teólogo Wayne Grudem declara sucintamente:

La ira de Dios implica que Él aborrece intensamente el pecado[5].

Dios, por Su misma naturaleza, no tiene otra opción que despreciar el pecado. Cualquier otra disposición por parte Suya sería negar Su naturaleza. Si no aborreciera el pecado, ¿qué significaría? ¿Que lo acepta y lo tolera? ¿Que le disgusta, pero lo consiente? ¿Que le es indiferente? Cualquier otra actitud de parte de Dios que no fuera el odio y el alejamiento del pecado conllevaría que Él no es intrínsecamente santo, recto y justo; por tanto, no sería Dios.

Un sagrado amor por lo éticamente bueno y un sagrado desprecio de lo éticamente malo son intrínsecos al actuar divino. […] No podemos pensar en ellos por separado. Separarlos en pensamiento demandaría que concibiésemos a Dios como apático e indiferente en cuanto a la rectitud y el pecado[6].

Si bien a veces la ira denota destrucción total en la Escritura, la palabra se emplea más frecuentemente para expresar la justa indignación de Dios frente al pecado. La mayoría de las veces que aparece el término ira en el Antiguo Testamento no se usa con la acepción de destrucción o castigo, sino más bien en el sentido de indignación de Dios con respecto al pecado. Hubo ocasiones en que la ira de Dios derivó en destrucción, debido a la total depravación y naturaleza impenitente y contumaz de la gente de la época, como en el caso del Diluvio y el de la destrucción de Sodoma y Gomorra.

Entender que la santidad de Dios exige Su repulsa del pecado y Su separación de él contribuye a poner de manifiesto Su amor y misericordia. Al proporcionarnos los medios para obtener el perdón de nuestros pecados, Dios ha demostrado y continúa demostrando amor y misericordia con todos.

Un ejemplo del odio que Dios abriga por el pecado en conexión con Su ira fue la reacción que tuvo ante el pecado de los hijos de Israel cuando fundieron el becerro de oro, le ofrecieron sacrificios y lo adoraron durante los cuarenta días y cuarenta noches que Moisés estuvo en el monte Sinaí.

El Señor dijo además a Moisés: «He visto a este pueblo, y ciertamente es un pueblo terco. Ahora pues, déjame, para que se encienda Mi ira contra ellos y los consuma. Pero de ti Yo haré una gran nación»[7].

Después que Moisés imploró al Señor que desistiera de Su ira ardiente, Él se compadeció.

Entonces el Señor se arrepintió del mal que dijo habría de hacer a Su pueblo[8].

La misericordia y paciencia divinas en conexión con Su ira

Además de demostrar la airada indignación de Dios ante el pecado, estos pasajes también expresan otros de Sus atributos, como son Su amor, misericordia y paciencia. En todo el Antiguo Testamento saltan a la vista los ejemplos de paciencia, amor y misericordia divinos. Dios demostró Su amor y benevolencia perdonando a Su pueblo siempre que se arrepentía de sus pecados. Se mostró paciente con generación tras generación de los hijos de Israel a pesar de su idolatría y de las numerosas veces que le dieron la espalda. Su clemencia para con los indignos y Su inclinación a dar a la gente tiempo para arrepentirse se hacen patentes de principio a fin del Antiguo Testamento.

Si bien en el Antiguo Testamento se alude con más frecuencia a la ira de Dios, el Nuevo Testamento también habla de ella.

El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que se niega a creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él[9].

La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad[10].

Él pagará a cada uno conforme a sus obras: a los que por la perseverancia en hacer el bien buscan gloria, honor e inmortalidad: vida eterna; pero a los que son ambiciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia: ira e indignación[11].

Los reyes de la tierra, los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, todo esclavo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes, y decían a los montes y a las peñas: «Caed sobre nosotros y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero, porque el gran día de Su ira ha llegado y ¿quién podrá sostenerse en pie?»[12].

La necesaria respuesta de Dios al pecado y el castigo que aplica —Su ira— existen; y siendo que nadie es justo y recto y que toda persona ha pecado, si no fuera porque Dios es misericordioso y lento para la ira y porque instituyó un plan de salvación y redención, la humanidad entera en su estado natural estaría destinada a sufrir castigo por sus pecados y a ser objeto de la ira de Dios.

Como está escrito: «No hay justo, ni aun uno»[13].

Todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios[14].

Dios es santo, y la humanidad, pecadora; de ahí que la humanidad esté separada de Dios. No obstante, aunque Dios por naturaleza abomina del pecado, Su naturaleza también entraña amor, misericordia y gracia, cualidades que quedan manifiestas en el extremo al que llegó, movido por Su amor a la humanidad, a fin de propiciar el perdón de los pecados. El Logos, Dios-Hijo, se encarnó, vivió una vida libre de pecado y padeció por amor profundo una muerte horrorosa… todo para posibilitar que la humanidad se reconciliara con Dios. Sufrió en nuestro lugar el castigo de la ira de Dios, que nosotros nos merecíamos por nuestros pecados.

Liberados de la ira

La ira de Dios es un asunto grave y espantoso. Sin embargo, la profundidad del amor que Él abriga por cada ser humano, y que se evidenció en Su sacrificio, debiera despejarnos toda duda en cuanto a Su bondad, amor y misericordia. Él no desea que ninguno perezca. Quiere que todos lleguen al arrepentimiento[15]. Hizo posible que eludiéramos Su ira y Su cólera gracias a que Jesús las tomó sobre Sí.

Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, y por Sus heridas hemos sido sanados[16].

Lewis and Demarest lo expresan así:

Gracias al efecto propiciatorio de la muerte de Cristo, Dios puede mirar sin desagrado a los creyentes, y estos pueden reconciliarse con Él. «Dios […] ofreció [a Cristo] como un sacrificio de expiación que se recibe por la fe en Su sangre»[17].

Ya que la ira de Dios se apartó de nosotros, podemos disfrutar de la reconciliación con Él. Cristo no solo revocó la ira, sino que reconcilió todas las cosas en el Cielo y en la Tierra, haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz[18]. Los que antes temíamos la ira de Dios, ahora nos regocijamos en presencia del Padre[19]. Dios ya no nos toma en cuenta nuestros pecados[20]; a los creyentes nos toma en cuenta la justicia de Cristo[21].

El amor de Dios tornó Su propia ira en paz mediante la expiación de Cristo[22].

Al hablar de que Jesús asumió nuestro castigo, el teólogo J. Rodman Williams declara:

Toda la ira de Dios Todopoderoso se vertió sobre Él. […] El peso de la furia divina que se dirigió contra el pecado en la cruz es humanamente inconcebible. Con ello Dios en Cristo reconcilió consigo al mundo, soportó nuestra condenación y castigo y murió por los pecados de toda la humanidad. ¡Cristo tomó sobre Sí nuestro castigo! Sufrió enteramente el castigo y la muerte que sin lugar a dudas nos merecíamos. Fue un castigo que recibió por nosotros y que trasciende toda dimensión humana. Cristo experimentó plenamente las consecuencias de nuestra condición de pecadores[23].

Gracias al amor de Dios, gracias a que Jesús asumió el castigo de los pecados de la humanidad, todos los que aceptan a Jesús se libran de la ira de Dios.

Con mucha más razón, habiendo sido ya justificados en Su sangre, por Él seremos salvos de la ira, porque, si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por Su vida[24].

Se convirtieron […] a Dios para […] esperar de los cielos a Su Hijo, al cual resucitó de entre los muertos, es decir, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera[25].

Actualmente el hombre en su estado natural está separado de Dios a causa del pecado. Como consecuencia, está condenado a pagar una pena en el más allá. Los que creen en Jesús, sin embargo, no están condenados, toda vez que Él ya cumplió la pena por ellos. Los que rehúsan aceptar la salvación que Él ofrece continúan en su estado de condenación y separación de Dios. La salvación representa un cambio dentro del statu quo de la condenación. Jesús no vino a la Tierra para condenar a la gente, sino para salvarla de la condenación que ya padece debido a que la naturaleza humana después de la caída es inherentemente pecadora. Quienes lo aceptan, no perecerán. Quienes optan por rechazarlo, permanecen en ese estado de condenación que es inherente a la humanidad.

Jesús se lo explicó a Nicodemo en estos términos:

Dios no envió a Su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. El que en Él cree no es condenado; pero el que no cree ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios[26].

Dios es consecuente con todas las facetas de Su naturaleza y personalidad. Por ser santo, justo, íntegro, amoroso, benévolo y misericordioso estableció un medio de reconciliación entre Él y Su creación. El sacrificio de Jesús, Su muerte en la cruz, permitió que la gente se eximiera de sufrir el merecido castigo de Dios por sus pecados y por ende se librase de experimentar Su ira.

Esto revela el verdadero amor que Dios abriga por la humanidad. Naturalmente que para que la gente tome conciencia de la propuesta divina de reconciliación y la comprenda, es preciso que se entere de ella. Los que estamos libres de la ira de Dios y ya nos hemos reconciliado con Él por medio de Cristo tenemos el llamamiento divino de dar a conocer al mundo esa maravillosa noticia.

Todo esto procede de Dios, quien nos reconcilió con Él mismo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; es decir, que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo con Él mismo, no tomando en cuenta a los hombres sus transgresiones, y nos ha encomendado a nosotros la palabra de la reconciliación. Por tanto, somos embajadores de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros[27].

Él les dio vida a ustedes, que estaban muertos en sus delitos y pecados, en los cuales anduvieron en otro tiempo según la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia. Entre ellos también todos nosotros en otro tiempo vivíamos en las pasiones de nuestra carne, satisfaciendo los deseos de la carne y de la mente, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia ustedes han sido salvados), y con Él nos resucitó y con Él nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús, a fin de poder mostrar en los siglos venideros las sobreabundantes riquezas de Su gracia por Su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe[28].


Notas

A menos que se indique otra cosa, los versículos citados proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso. También se citan versículos de la Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy (NBLH) y de la Nueva Versión Internacional (NVI).


[1] Proverbios 6:16–19 (NBLH).

[2] Salmo 5:4–6 (NBLH).

[3] Lewis, Gordon R., y Demarest, Bruce A.: Integrative Theology, Zondervan, Grand Rapids, 1996, vol. 1, pág. 236.

[4] Mueller, John Theodore: Christian Dogmatics, A Handbook of Doctrinal Theology for Pastors, Teachers, and Laymen, Concordia Publishing House, St. Louis, 1934, pág. 172.

[5] Grudem, Wayne: Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica, Vida, 2007.

[6] Miley, John: Systematic Theology, Hunt and Eaton, Nueva York, 1892, pág. 201.

[7] Éxodo 32:9,10 (NBLH).

[8] Éxodo 32:14.

[9] Juan 3:36.

[10] Romanos 1:18.

[11] Romanos 2:6–8 (NBLH).

[12] Apocalipsis 6:15–17.

[13] Romanos 3:10.

[14] Romanos 3:23.

[15] El Señor no se tarda en cumplir Su promesa, según algunos entienden la tardanza, sino que es paciente para con ustedes, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento.  2 Pedro 3:9 (NBLH).

[16] Isaías 53:5 (NBLH).

[17] Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación que se recibe por la fe en Su sangre, para así demostrar Su justicia. Anteriormente, en Su paciencia, Dios había pasado por alto los pecados.  Romanos 3:25 (NVI).

[18] Al Padre agradó que en Él habitara toda la plenitud, y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de Su cruz.  Colosenses 1:19,20.

[19] También nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.  Romanos 5:11.

[20] Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.  2 Corintios 5:19.

[21] Lewis, Gordon R., y Demarest, Bruce A.: Integrative Theology, Zondervan, Grand Rapids. 1996, vol. 2, pág. 406.

[22] Lewis, Gordon R., y Demarest, Bruce A.: Integrative Theology, Zondervan, Grand Rapids, 1996, vol. 3, pág. 154.

[23] Williams, J. Rodman: Renewal Theology, Systematic Theology from a Charismatic Perspective, Zondervan, Grand Rapids, 1996, pág. 359.

[24] Romanos 5:9,10.

[25] 1 Tesalonicenses 1:9,10 (NBLH).

[26] Juan 3:17,18.

[27] 2 Corintios 5:18–20 (NBLH).

[28] Efesios 2:1–9 (NBLH).

Traducción: Gabriel García V. Revisión: Felipe Mathews y Jorge Solá.

 

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