Enviado por Peter Amsterdam
junio 14, 2016
[Jesus—His Life and Message: The Sermon on the Mount. Right Motivation, Part 2]
(Si lo deseas, puedes consultar el artículo introductorio en el que se explican el propósito y el plan de esta serie.)
En el artículo anterior estuvimos viendo el primer ejemplo —de los tres que presentó Jesús en Mateo 6— de cuál debe ser nuestra motivación al realizar actividades religiosas, en este caso, dar a los necesitados. A continuación, Jesús aborda el tema de la oración y el ayuno. Veamos lo que dice al respecto, comenzando por la oración.
Cuando ores, no seas como los hipócritas, porque ellos aman el orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles para ser vistos por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público. Y al orar no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos, porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes que vosotros le pidáis[1].
Las oraciones que hacía la gente «de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles» eran las habituales que recitaban los judíos practicantes tres veces al día. Concretamente eran la Amidá[2], acompañada de la recitación del Shemá Israel[3] y los Diez Mandamientos[4]. Esas oraciones se recitaban al levantarse, a la hora del culto de la tarde en el templo (hacia las 3 p. m.) y antes de acostarse. Donde fuera que uno estuviera a la hora de hacer esas oraciones, debía hacer una pausa y orar. Jesús no se muestra contrario a esas oraciones, ni siquiera a rezar en público, sino que censura a los que se organizaban a propósito para que cuando llegara la hora de la oración a las 3 p. m. estuvieran en algún lugar prominente donde se los viera orar. Como ya hizo con los que daban limosna para ser vistos, denuncia a los que oran con fines de autopromoción.
Orar en público no tiene nada de malo. Se hace todo el tiempo en las iglesias, en los grupos de estudio de la Biblia, en los encuentros de oración, etc. Es más, podemos orar en cualquier momento y lugar. Se nos manda: «Orad sin cesar»[5]. Aquí Jesús hace hincapié en la intención o el motivo, y concretamente pone de relieve que está mal hacerlo «para ser vistos por los hombres».Al igual que en el ejemplo anterior de dar para que los demás lo vean, dice que los que rezan con ese propósito ya tienen toda su recompensa —la atención y el aplauso de la gente—, y no recibirán ninguna de Dios en premio a sus oraciones.
A continuación Jesús describe cómo se debe orar:
Entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público.
La palabra griega traducida como «cuarto» es tameion, que significa depósito o despensa, cámara interior, aposento secreto. Jesús utiliza esa imagen para retratar lo que es estar a solas con Dios. No consta en ninguna parte que Jesús rezara en una despensa, pero sí que con frecuencia pasaba ratos a solas con Su Padre, en oración[6]. Por supuesto, también hay registros de que oró en público[7], y lo mismo Sus discípulos a lo largo de todo el libro de los Hechos[8], lo cual demuestra que lo que Él denuncia no es la oración en público, sino el orar con un motivo incorrecto, buscando uno su propia gloria o queriendo llamar la atención.
Los que oran con la intención de montar un show en público obtienen la recompensa que buscan. Los que comulgan con Dios, buscan sinceramente Su rostro[9] y acceden a Su presencia mediante la oración, por motivos puros, cuentan con la promesa de que Él, que ve y oye su oración en secreto, los recompensará.
Seguidamente Jesús contrapone el modo de rezar de los gentiles a la forma en que deben hacerlo Sus discípulos:
Al orar no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos, porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes que vosotros le pidáis.
Ahora mismo no voy a comentar esta porción del texto, ya que está relacionada con la presentación que hace Jesús del Padrenuestro, que trataremos en un futuro artículo.
En la tercera situación que plantea Jesús para ilustrar qué motivos deben impulsar nuestras prácticas religiosas, toma como ejemplo el ayuno.
Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público[10].
El ayuno no se practica mucho en la rama protestante del cristianismo. Eso no quiere decir que los protestantes nunca ayunen; pero por lo general es algo en lo que no se hace mucho hincapié, a diferencia de lo que ocurre en otras tradiciones cristianas. Tanto si practicas la disciplina espiritual del ayuno como si no lo haces, lo que dice Jesús sobre él es válido para cualquier disciplina espiritual. De nuevo, Él comienza explicando cuál no debe ser nuestra motivación para practicar una disciplina espiritual.
En el judaísmo, el único ayuno fijo estipulado por la ley mosaica era el del Día de Expiación[11]. No obstante, a lo largo del Antiguo Testamento diversas personas ayunaron en respuesta a situaciones extraordinarias. A veces fueron ayunos individuales[12]; en otras ocasiones la nación entera ayunó[13]. Durante el exilio de Israel en Babilonia, se establecieron días de ayuno en memoria de la destrucción de Jerusalén[14]. En la época neotestamentaria, hay pruebas de que los fariseos y los discípulos de Juan el Bautista ayunaban. Los estudiosos han inferido que por lo visto los fariseos ayunaban dos veces por semana[15]. Por otra parte, dice que Jesús ayunó 40 días[16].
No parece que los discípulos de Jesús ayunaran mientras Él vivía con ellos (a menos que lo hicieran cuando tenían que realizar un exorcismo[17]), pero sí ayunaron después de Su resurrección en ocasiones especiales, tal como Jesús indicó que lo harían.
Se le acercaron los discípulos de Juan y le preguntaron: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos muchas veces, y Tus discípulos no ayunan?» Jesús les dijo: «¿Acaso pueden los que están de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Pero vendrán días cuando el esposo les será quitado, y entonces ayunarán»[18].
En el contexto del Sermón del Monte, Jesús da por sentado que los discípulos a veces ayunarán, porque comienza diciendo: «Cuando ayunéis». Y manda que, cuando ayunemos, no andemos con el rostro sombrío y una expresión triste para llamar la atención sobre el hecho de que estamos ayunando. John Stott escribe:
Es posible que los fariseos descuidaran su higiene personal o cubrieran su cabeza con cilicio, o que tal vez embadurnaran su rostro con cenizas para verse pálidos, macilentos, melancólicos y por consiguiente extraordinariamente santos. Todo ello para que todos vieran y supieran que ayunaban[19].
Jesús enseña lo contrario: «Cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas». En otras palabras, debemos tener el mismo aspecto que de costumbre, con la cara lavada, peinados, etc., con el fin de que cualquiera que nos mire no vea en nosotros nada fuera de lo común. Debemos evitar llamar la atención sobre el hecho de que estamos ayunando.
Por supuesto que en ciertos casos habrá personas enteradas de que estamos realizando alguna actividad que es parte de nuestra vida espiritual y comunión con Dios. Si ayunas, es muy posible que tu cónyuge y tu familia lo sepan. Si reservas asiduamente ciertos espacios de tiempo a comulgar con el Señor, leer y orar, o si diezmas o ayudas a los pobres, indudablemente algunas personas tendrán conocimiento de ello. Eso no tiene nada de malo, y Jesús no dice que tengamos que asegurarnos de que nadie se entere. Para Él la cuestión es la motivación. La pregunta no es: «¿Quién lo sabe y quién no?», sino que debe ser: «¿A quién quiero complacer?» Nuestra motivación debe ser agradar a Dios, realizar esas acciones con un corazón puro que busca intimidad secreta con el Señor. Esa es la actitud que Él bendice.
Los cristianos tenemos con Dios una relación que es fundamentalmente individual e íntima. Nuestro deseo es hacer lo que Él nos ha mandado en las Escrituras, aquello en lo que Él se deleita: adorar, orar, ser generosos, amar al prójimo, cultivar nuestra relación con Él. Esas acciones cuando son sinceras, cuando se hacen por amor al Señor, para Su gloria, producen una transformación interior, crecimiento espiritual y madurez. Y cuando aparecen esos frutos en nuestra vida, es inevitable que haya personas que se den cuenta.
No hacemos todo eso con la intención y motivación de que la gente, al ver nuestras acciones, nos ensalce y aplauda. Si ese es el caso, somos unos hipócritas que montamos un show de religiosidad. Pero si vivimos nuestra fe con el deseo de amar y agradar a Dios, de volvernos más como Él, reflejaremos Su luz, y la gente verá el fruto de una vida consagrada a Él, una vida que lo glorifica. Practiquemos todos nuestra fe con la correcta motivación, para que nuestro Padre que ve en lo secreto nos recompense[20].
Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
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[1] Mateo 6:5–8.
[2] La Amidá es la principal oración del judaísmo. Se reza de pie y consiste en tres secciones. En la primera hay tres bendiciones: una en la que los judíos dan gracias a Dios por sus antepasados que los conectan con lo divino, otra de alabanza a Dios por Su poder y por último unas oraciones que enfatizan la santidad y sacralidad de Dios. La segunda sección contiene trece peticiones: cinco personales o individuales y ocho centradas en las necesidades comunitarias y nacionales del pueblo judío. La tercera sección consiste en oraciones de acción de gracias a Dios.
[3] El Shemá Israel es una plegaria que se recita en las oraciones de la madrugada y del atardecer. Comienza con las palabras: «Oye, Israel: el Señor, nuestro Dios, el Señor uno es». El Shemá se compone en total de tres pasajes: Deuteronomio 6:4–9, Deuteronomio 11:13–21 y Números 15:37–41.
[4] McKnight, Sermon on the Mount, 163.
[5] 1 Tesalonicenses 5:17.
[6] Lucas 5:16; 6:12; Marcos 1:35.
[7] Marcos 6:41; 8:6,7; Mateo 15:36; Juan 11:41,42; 17:1–26.
[8] Hechos 1:14; 4:31; 6:6; 14:23; 20:36; 21:5,6.
[9] Salmo 27:8.
[10] Mateo 6:16–18.
[11] Levítico 16:29,30; 23:27–32.
[12] 2 Samuel 12:16–23; 1 Reyes 21:27; Nehemías 1:4; Salmo 35:13; Daniel 9:3.
[13] Jueces 20:26; 2 Crónicas 20:3; Esdras 8:21–23; Nehemías 9:1; Jonás 3:5–9.
[14] Zacarías 7:3–5; 8:19.
[15] El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: «Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres: ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, diezmo de todo lo que gano» (Lucas 18:11,12).
[16] Mateo 4:1,2.
[17] Por lo de «este género no sale sino con oración y ayuno» (Mateo 17:21).
[18] Mateo 9:14,15.
[19] Stott, El Sermón del Monte, 160.
[20] Mateo 6:4,6,18.
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