Jesús, Su vida y mensaje: El Sermón del Monte

junio 7, 2016

Enviado por Peter Amsterdam

La correcta motivación (1ª parte)

[Jesus—His Life and Message: The Sermon on the Mount. Right Motivation, Part 1]

(Si lo deseas, puedes consultar el artículo introductorio en el que se explican el propósito y el plan de esta serie.)

Habiendo llegado al final del capítulo 5 de Mateo, que detalla de qué manera la justicia de un creyente debe ser mayor que la de los fariseos, pasamos ahora al capítulo 6. Este comienza abordando el tema de la falsa justicia mediante una serie de ejemplos: dar limosna a los pobres, orar y ayunar. La segunda parte del capítulo 6 contiene instrucciones de Jesús acerca de guardar nuestro tesoro en el Cielo y dejar nuestro bienestar en manos de Dios.

Dentro de la sección sobre la oración, Jesús enseña a Sus discípulos a rezar lo que se conoce como el Padrenuestro. Dado que el Padrenuestro es, en cierto modo, un tema en sí mismo, lo trataré por separado más adelante.

La frase introductoria de este segmento del Sermón del Monte es:

Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos[1].

Aquí la palabra justicia se refiere a «actos piadosos que expresan observancia de la Torá»[2], es decir, costumbres y prácticas religiosas, que en los ejemplos de Jesús son la generosidad con los necesitados, la oración y el ayuno. Esos tres ejemplos presentan actos que realizamos como expresión de nuestra fe. Jesús dice que no debemos hacer esas cosas con el ánimo de ser vistos por los demás.

Cuando Jesús dice a Sus seguidores que se guarden de realizar esos actos con la intención de ser vistos por los demás, la palabra griega traducida aquí como ser vistos es una forma de un verbo que significa «mirar, observar atentamente, fijarse en una persona importante que es objeto de admiración». Más adelante en Mateo dice que Jesús fustigó a los fariseos por eso mismo: «Hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres»[3].

Anteriormente en el Sermón Jesús ha dicho que el efecto de la forma de vivir de los discípulos debería ser que otras personas vean sus buenas obras y glorifiquen a su Padre que está en los cielos[4]. Podría parecer que eso contradice lo que enseña aquí en el capítulo 6. La diferencia radica en el hecho de que antes Jesús se refería a todo el temperamento y estilo de vida de los discípulos, mientras que en esta parte del Sermón el tema son puntualmente las prácticas y deberes religiosos. R. T. France explica:

[Este] pasaje alude a la búsqueda deliberada de reconocimiento público, mientras que el versículo 5:16 es la síntesis de un penetrante estudio del carácter de los auténticos discípulos, centrado en sus cualidades esenciales. Los que viven de esa manera serán inevitablemente, quieran o no, «una ciudad asentada sobre un monte, [que] no se puede esconder». Y así como la consecuencia de la ostentación religiosa es la ansiada recompensa del aplauso humano, la resplandeciente luz del modo de vida de los discípulos motiva a la gente a glorificar a Dios en vez de alabarlos a ellos[5].

Como discípulos, nos esforzamos por reflejar a Dios con nuestra manera de vivir; pero eso es muy distinto de procurar llamar la atención cuando oramos, damos limosna, ayunamos, etc., todo con la intención de que la gente se fije en nosotros y nos admire.

Veamos el primer ejemplo que da Jesús:

Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa[6].

Las Escrituras mandaban ayudar a los pobres y necesitados, como un componente importante de la fe judía.

Nunca faltarán pobres en medio de la tierra; por eso Yo te mando: «Abrirás tu mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso en tu tierra»[7].

Las Escrituras indicaban asimismo algunas maneras de ayudar a los pobres:

Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta el último rincón de ella ni espigarás tu tierra segada. No rebuscarás tu viña ni recogerás el fruto caído de tu viña; para el pobre y para el extranjero lo dejarás[8].

R. T. France escribe:

En el siglo I ya existía un sistema bien organizado para ayudar a los necesitados, que operaba desde las sinagogas y ofrecía algo de lo que nuestros modernos sistemas estatales de previsión social aspiran a ofrecer. El financiamiento de ese sistema dependía de los aportes de los miembros de la comunidad, algunos entregados en cumplimiento de las reglas sobre el «diezmo para los pobres»[9], aunque también intervenía de una manera importante la iniciativa privada, la cual podía alcanzar tal envergadura que había normas rabínicas para evitar que un hombre arrastrara a su familia a la pobreza por dar más del 20% de sus ingresos[10].

Es evidente que Jesús esperaba que Sus discípulos ayudaran a los pobres. No comienza diciendo: «Si das», sino: «Cuando des». Pinta una imagen de un individuo que hace tocar la trompeta cuando se dispone a dar, a fin de llamar la atención y ser admirado por su generosidad. Algunos comentaristas consideran que Jesús se refería literalmente a cuando se tocaban trompetas en el templo en el momento de hacer la colecta para los pobres; sin embargo, Jesús menciona claramente las sinagogas, no el templo. No hay prueba alguna de que en las sinagogas se tocara la trompeta cuando se daba limosna, por lo que la mayoría de los comentaristas cree que Jesús habló de trompetas en sentido figurado para dejar bien claro Su mensaje: que cuando demos limosna, no debemos llamar la atención.

Hay quienes se dan bombo cuando ayudan a los demás, y Jesús en Su ejemplo censura la práctica de dar de una manera que llame la atención. Al hablar de dar limosna en las sinagogas y las calles, ambos lugares públicos en los que la gente ve a uno cuando da, está argumentando que hay un tipo de generosidad en la que existe más interés en recibir elogios que en ayudar a los menesterosos. Esa es la generosidad con fines de autopromoción que Él denuncia.

A los que practican esa clase de autobombo y cuyo propósito es ser conocidos como benefactores más que ayudar a los pobres, Él los llama hipócritas. La palabra griega hypokrites se utilizaba en un principio para referirse a un actor en una obra de teatro. Los que dan con ánimo de ser vistos son actores por el hecho de que buscan impresionar; al mismo tiempo, su conducta muestra lo desconectados que están del concepto de justicia que tiene Dios[11]. Se engañan a sí mismos porque hacen algo bueno al ayudar a los pobres, pero por malos motivos. Cuando demos a los pobres, debemos hacerlo por amor, por compasión y por cumplir los mandamientos de Dios, nunca como una forma de mejorar nuestra imagen.

En cuanto a los que lo hacen con la intención de que la gente se fije en ellos, Jesús dice: «De cierto os digo que ya tienen su recompensa»[12]. Sabemos que es importante porque Él comienza la frase con la expresión solemne: «De cierto os digo». Y el mensaje es importante: los que dan con el propósito de ser objeto de atención y elogios ya tienen toda la recompensa que van a recibir. A fin de cuentas, eso es justamente lo que buscan. La palabra griega traducida aquí como «ya tienen» se solía utilizar como término técnico del lenguaje comercial para cuando se recibía la totalidad de un pago: la transacción ha concluido y no cabe esperar nada más[13]. Los que convierten un gesto de misericordia en un acto de vanidad ya han recibido todo su premio.

Habiendo explicado lo que no se debe hacer, Jesús describe la actitud con la que debemos realizar nuestro servicio a Dios, en este caso dar a los necesitados.

Cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público[14].

Por supuesto que en sentido literal es imposible que una mano no sepa lo que hace la otra. Jesús se sirve de esa imagen para dejar bien claro que, aparte de que no se debe practicar la generosidad para recibir elogios de la gente, ni siquiera debemos dar importancia al hecho de prestar ayuda ni felicitarnos por hacerlo.

John Stott escribe:

Por supuesto, no es posible obedecer este mandato de Jesús con total literalidad. Si llevamos cuentas y planificamos nuestros donativos, como todo cristiano responsable debe hacer, es inevitable que sepamos cuánto damos. Sin embargo, tan pronto como decidimos y realizamos una donación, de acuerdo con esta enseñanza de Jesús debemos olvidarla. No debemos evocarla una y otra vez para regodearnos o vanagloriarnos de lo generosos, disciplinados o diligentes que hemos sido. La ofrenda cristiana debe caracterizarse por la abnegación y el olvido de uno mismo, no por la autosatisfacción. Al dar al necesitado no debemos buscar ni la alabanza de los hombres ni motivos para autoelogiarnos, sino más bien la aprobación de Dios[15].

Aunque nuestros gestos de generosidad sean actos de misericordia que realizamos en cumplimiento del mandamiento de Dios, para reflejar Su manera de ser, para Su gloria y no la nuestra, eso no significa que no sean premiados. «Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará»[16]. Eso de que Dios ve en lo secreto coincide con lo que enseñan las Escrituras, que nada le es oculto.

Señor, Tú me has examinado y conocido. Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme. Has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos, pues aún no está la palabra en mi lengua y ya Tú, Señor, la sabes toda. Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste Tu mano. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; ¡alto es, no lo puedo comprender! ¿A dónde me iré de Tu espíritu? ¿Y a dónde huiré de Tu presencia? Si subiera a los cielos, allí estás Tú; y si en el seol hiciera mi estrado, allí Tú estás. Si tomara las alas del alba y habitara en el extremo del mar, aun allí me guiará Tu mano y me asirá Tu diestra[17].

No hay cosa creada que no sea manifiesta en Su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta[18].

Cuando «hacemos nuestra justicia» —es decir, cuando cumplimos lo que nos manda nuestra fe, cultivamos nuestra espiritualidad mediante la oración, adoramos a Dios, permanecemos en Su Palabra y realizamos gestos de misericordia y otros actos relacionados con el aspecto religioso de nuestra vida— y hacemos eso con la debida actitud, Dios lo ve y nos premia. Jesús aquí no precisa en qué consisten las recompensas, pero a lo largo de los Evangelios las menciona en repetidas ocasiones y por Sus descripciones dan la impresión de estar generosamente desproporcionadas con nuestros actos.

Su señor le dijo: «Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor»[19].

Cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por Mi nombre, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna[20].

El Rey dirá a los de Su derecha: «Venid, benditos de Mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo»[21].

Amad, pues, a vuestros enemigos, haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y vuestra recompensa será grande[22].

Sean cuales sean nuestras recompensas eternas, cuando practicamos la generosidad con la correcta motivación recibimos en premio la satisfacción de haber obedecido a Dios, de que alguien se benefició de lo que le dimos —ya fuera tiempo, dinero u oración— y de que lo que hicimos por el más insignificante de los hermanos de Jesús es como si lo hubiéramos hecho por Él[23].


Nota

Todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 6:1.

[2] McKnight, Sermon on the Mount, 153.

[3] Mateo 23:5.

[4] Mateo 5:16.

[5] France, The Gospel of Matthew, 234.

[6] Mateo 6:2,

[7] Deuteronomio 15:11.

[8] Levítico 19:9,10.

[9] Deuteronomio 14:28,29.

[10] France, The Gospel of Matthew, 235.

[11] France, The Gospel of Matthew, 237.

[12] Mateo 6:2.

[13] France, The Gospel of Matthew, 229, nº4.

[14] Mateo 6:3,4.

[15] Stott, El Sermón del Monte, 150.

[16] Mateo 6:4.

[17] Salmo 139:1–10.

[18] Hebreos 4:13.

[19] Mateo 25:21.

[20] Mateo 19:29.

[21] Mateo 25:34.

[22] Lucas 6:35.

[23] Mateo 24:40.