Más como Jesús: Santidad (3ª parte)

Enviado por Peter Amsterdam

octubre 11, 2016

[More Like Jesus: Holiness (Part 3)]

(El presente artículo está basado en puntos esenciales del libro Tus decisiones y la voluntad de Dios por Gary Friesen[1].)

Como vimos en Santidad, partes 1 y 2, la semejanza a Cristo o armonía con Dios se produce a partir de la transformación de nuestra voluntad de tal manera que ésta se ajuste a la de Dios. Si deseamos imitar más a Jesús, hay que entender primero la voluntad de Dios para poder ajustarnos a ella. Hacer lo que Dios quiere significa amoldarnos a la voluntad moral de Dios.

Dios nos ha revelado Su voluntad moral por medio de la Escritura, que nos enseña cómo debemos creer y vivir. Él expresa claramente que algunas cosas están mal desde el punto de vista moral y por tanto constituyen pecado. A través de la gracia de Dios y la infusión de poder del Espíritu Santo nos esforzamos por evitar el pecado y asumir determinados rasgos, características y actitudes que reflejen y calquen la naturaleza y características de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por ejemplo:

Santidad: Sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: «Sean santos, porque Yo soy santo»[2].

Justicia*: El que hace justicia es justo, como Él es justo[3].

Pureza: Todo aquel que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro[4].

Amor: Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante[5].

Perdón: Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes[6].

Compasión: Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso[7].

Sumisión: También Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigáis sus pisadas. Él no cometió pecado ni se halló engaño en Su boca. Cuando lo maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino que encomendaba la causa al que juzga justamente[8].

Humildad y obediencia: Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús: Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres. Más aún, hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz[9].

Bondad: Amen a sus enemigos, háganles bien y denles prestado sin esperar nada a cambio. Así tendrán una gran recompensa y serán hijos del Altísimo, porque Él es bondadoso con los ingratos y malvados[10].

Por medio de este y de otros muchos ejemplos que aparecen a lo largo de la Biblia se nos instruye sobre cómo vivir de modo que estemos en sintonía con la voluntad moral de Dios. Se nos llama a guardar Sus enseñanzas, a interiorizarlas y emplearlas como norte que nos oriente en el curso de nuestra vida. Porque éste es el amor de Dios: que guardemos Sus mandamientos, y Sus mandamientos no son difíciles[11]. A medida que aplicamos las enseñanzas de la Escritura, manifestamos una similitud familiar con nuestro Padre. Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados[12].

Al llegar a ser hijos de Dios por la fe en Cristo, nos transformamos en nuevas creaciones[13], somos hechos conformes a la imagen de Su Hijo[14], revestidos de la nueva naturaleza, que se va renovando en conocimiento a imagen de su Creador[15]. Parte del proceso de renovarnos a Su semejanza implica ordenar nuestra vida de tal manera que sea acorde con Su voluntad moral. Compaginamos nuestra conducta y actos externos, como también nuestros motivos y actitudes, con Su Palabra.

Conocer, entender y aplicar la Palabra de Dios es clave para vivir en armonía con la voluntad moral de Dios. De Su Palabra aprendemos qué actitudes y acciones están bien y cuáles están mal, qué es y qué no es pecado, qué agrada y qué no agrada a Dios, qué refleja y qué no refleja Su carácter. Podemos visualizar la voluntad moral de Dios como un área circunscrita en un círculo. El interior del círculo contiene todos los mandamientos y principios que son moralmente vinculantes para los creyentes. Todo pensamiento, actitud o acción que discrepe de las enseñanzas de la Escritura queda al margen del círculo y es inaceptable, desagradable a Dios y por tanto, pecado. Por contraste, toda decisión o acto que queda dentro del círculo es aceptable a Dios y por lo mismo, no es pecado. (Aquellos que no aborda la Escritura, como por ejemplo qué auto adquirir o qué consumir en la próxima comida, también son aceptables.) De ahí que es esencial saber qué cosas entran en el círculo y qué cosas quedan fuera de él.

Sabemos que eso es consecuencia de leer la Palabra de Dios, meditar en ella, aceptarla y aplicarla. Aceptar lo que Dios dice significa que cuando leemos que Dios censura ciertos actos, deseos y actitudes, reconocemos que estos están al margen del círculo de Su voluntad moral y por ende son incorrectos y son pecado. Por ejemplo, cuando leemos en Efesios que no debemos hurtar o que ninguna palabra corrompida debe salir de nuestra boca… o en Colosenses que debemos librarnos de la ira, el rencor, el comportamiento malicioso, la calumnia y el lenguaje obsceno, los malos deseos, la lujuria y la codicia, se nos da a entender que esas cosas no coinciden con la voluntad moral de Dios y por tanto son pecaminosas y disgustan a Dios[16].

Para los creyentes que se toman con seriedad el ejercicio de llegar a ser más como Jesús, puede ser útil explorar más a fondo con el objeto de lograr un mayor entendimiento de lo que enseñan las Escrituras sobre estas cuestiones y así reconocerlas en nuestra misma persona y tacharlas de nuestra vida, como también evitarlas en el futuro. Por ejemplo, el apóstol Pablo escribió que debemos desechar de nuestra vida la calumnia. Al buscar la definición de calumnia encontramos que significa pronunciar falsedades y afirmaciones perjudiciales sobre una persona. Eso suele ocurrir cuando contamos chismes de otras personas. Escudriñando versículos sobre el tema de la calumnia comprendemos más profundamente la óptica de Dios sobre ello: la voluntad moral divina. Veamos:

SEÑOR, ¿quién habitará en Tu tabernáculo? ¿Quién morará en Tu santo monte? [...] el que no calumnia con su lengua[17].

El que propaga la calumnia es un necio[18].

Del corazón proceden las malas intenciones [...], las calumnias y las blasfemias. Todo esto es lo que hace impura a una persona[19].

Ahora desechad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, maledicencia, lenguaje soez de vuestra boca[20].

Despójense de toda clase de maldad, todo engaño, hipocresía y envidia, y toda clase de chismes[21].

Aprenden a ser ociosas, andando de casa en casa; y no solamente ociosas, sino también chismosas y entrometidas, hablando lo que no debieran[22].

No andarás chismeando entre tu pueblo[23].

No dirás contra tu prójimo falso testimonio[24].

La Biblia claramente nos expresa en estos pasajes que la difamación, el chisme, la maledicencia, propagar rumores y cuentos sobre las personas están excluidos del círculo de la voluntad moral de Dios y por tanto son pecado, lo que significa que cada vez que cometemos esos actos, pecamos. Lo mismo es cierto de muchas otras prohibiciones contenidas en la Escritura: la lujuria, la ira impía, la deshonestidad, la envidia, la inmoralidad, los celos, el orgullo y demás.

Claro que cada precepto de la voluntad moral de Dios es una expresión del mandamiento más grande de todos: amar a Dios.

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. El segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos[25].

Se nos insta a actuar con amor de cara a los demás:

Haz a los demás todo lo que quieras que te hagan a ti. Esa es la esencia de todo lo que se enseña en la ley y en los profetas[26].

Estas enseñanzas de Jesús sintetizan todas las demás sobre el pecado, y cuando fijamos el amor por Dios y los demás como principio orientador… cuando nuestras acciones, pensamientos y actitudes se basan en la premisa de un corazón que ama plenamente a Dios con todo nuestro ser y de que Él abriga el mismo amor por los demás que el que tenemos por nosotros mismos, entonces evitaremos pecar.

En nuestra condición de seres humanos caídos en pecado, a veces tendemos a justificar nuestros actos aduciendo que son motivados por el amor cuando en verdad no lo son. O quizá consideramos que una acción está impulsada por el amor y que en consecuencia no es pecado, sin explorar a fondo las posibles ramificaciones de nuestros actos, los cuales pueden terminar siendo nada amorosos. Hay también ocasiones en que a falta de un estudio comprehensivo, posiblemente malinterpretamos la Escritura pensando que algo no es pecado cuando en realidad lo es. Aunque Jesús sí dijo que actuar con amor y tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros resume toda la Ley y los Profetas, Él también aludió a pecados explícitos. Del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias. Estas son las cosas que contaminan a la persona[27]. Evidentemente es importante tener, pues, una buena percepción de lo que abarca y no abarca la voluntad moral de Dios. Eso se logra leyendo y estudiando las enseñanzas de la Biblia y meditando sobre ellas.

Nuestro objetivo no es la perfección. No pretendemos obedecer robóticamente cada jota y cada tilde de la Escritura con la finalidad de quedar exentos de pecado. Eso es imposible. Nuestra meta es responder a la voluntad moral declarada por Dios de tal modo que ello represente una expresión auténtica de la realidad de nuestra alma salvada y se haga a partir de un corazón lleno de gratitud. Le obedecemos porque lo amamos. Lo amamos por lo que es: nuestro Creador y Salvador. Deseamos imitarlo porque es puro amor, pura bondad y pura santidad. Queremos emularlo tanto interior como exteriormente. Dado que Dios es el modelo de santidad y nos ha revelado Su naturaleza y lo que aprueba y desaprueba, si deseamos parecernos a Él, tomaremos a pecho estas cosas. Cuando Su Palabra nos dice que ciertas acciones, deseos y actitudes son correctas, debemos creer y aceptar lo que Él ha dicho y actuar en consonancia; y cuando esa misma Palabra nos indica lo que es malo y pecaminoso, creeremos y aceptaremos Su juicio y haremos lo posible por evitar esas cosas.

Dios es perfecto bien, perfecto amor, santidad y rectitud. Constituye para nosotros un ejemplo de perfección ética y moral. Si bien nos es imposible alcanzar la perfección, se espera de nosotros que entendamos y creamos que Sus normas y patrones son correctos y verdaderos, y que como tales es preciso que los incorporemos a nuestro modo de ser. Se nos pide que interioricemos las normas divinas y vivamos de conformidad con ellas, que hagamos lo más posible para reflejar Su carácter.

Santos serán porque Yo, el Señor su Dios, soy santo[28].


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] Gary Friesen, Tus decisiones y la voluntad de Dios (Vida, 2006)

[2] 1 Pedro 1:15,16 (NVI).

[3] 1 Juan 3:7. (*Justicia entendida como el conjunto de todas las virtudes, por el que es bueno quien las tiene. Incluye conceptos como rectitud, equidad y piedad, y es un estado en que existe una correcta relación entre el hombre y Dios. [DRAE y wikicristiano.org])

[4] 1 Juan 3:3.

[5] Efesios 5:1,2.

[6] Colosenses 3:13 (NVI).

[7] Lucas 6:36.

[8] 1 Pedro 2:21–23.

[9] Filipenses 2:5–8.

[10] Lucas 6:35 (NVI).

[11] 1 Juan 5:3 (NBLH).

[12] Efesios 5:1.

[13] 2 Corintios 5:17.

[14] Romanos 8:29.

[15] Colosenses 3:10 (NVI).

[16] Efesios 4:28,29; Colosenses 3:8,5.

[17] Salmo 15:1–3.

[18] Proverbios 10:18.

[19] Mateo 15:19,20 (BLPH).

[20] Colosenses 3:8 (LBLA).

[21] 1 Pedro 2:1.

[22] 1 Timoteo 5:13.

[23] Levítico 19:16.

[24] Éxodo 20:16.

[25] Marcos 12:30,31.

[26] Mateo 7:12 (NTV).

[27] Mateo 15:19,20 (NVI).

[28] Levítico 19:2.

 

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