Enviado por Peter Amsterdam
mayo 9, 2017
[More Like Jesus: Humility (Part 2)]
Como ya se mencionó en Humildad (1ª parte), el ejemplo de esta virtud de Jesús es algo que se nos recomienda emular. Al referirse a la humildad de Cristo, Pablo escribió a los cristianos que la actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús[1]. En otra parte del Nuevo Testamento se nos invoca: revístanse todos de humildad en su trato mutuo[2]. Humíllense delante del Señor, y Él los exaltará[3]. Asimismo se nos enseña que el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido[4]. Por tanto —como escogidos de Dios, santos y amados— vístanse de profunda compasión, de benignidad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia[5]. Estos versículos demuestran la importancia que tiene la humildad en la vida cristiana.
Revestirse de la virtud de humildad implica despojarse del orgullo, que es la antítesis de la humildad. En principio hay que entender que no todo orgullo es malo. El apóstol Pablo escribió acerca de un sano orgullo que debemos tener en nosotros y los demás:
Les tengo mucha confianza y me siento muy orgulloso de ustedes. Estoy muy animado; en medio de todas nuestras aflicciones se desborda mi alegría[6].
El que se gloría, gloríese en el Señor. No es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba[7].
Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo[8].
Un saludable y adecuado sentido del orgullo está presente cuando respetamos y valoramos nuestro carácter, habilidades, esfuerzos y realizaciones, así como también las de nuestro cónyuge e hijos.
Aunque cierto orgullo es propicio, el término orgullo consignado en la Biblia se suele emplear con referencia a un rasgo negativo de carácter, es decir, uno que desagrada a Dios. Entre las palabras que figuran en la Escritura afines al orgullo caben mencionar arrogancia, presunción, soberbia, vanagloria, suficiencia, jactancia, insolencia y altivez. El orgullo en este sentido es un sentimiento de superioridad, la actitud exhibida por quien se considera mejor que los demás, un sentido excesivo de la propia importancia. Desde la perspectiva bíblica, el orgullo es una actitud indebida en nuestra relación con Dios. Si bien la humildad es consecuencia de una visión acertada de Dios —que es nuestro Creador ante el cual tenemos que responder—, el orgullo es rebelión contra Dios por cuanto nos colocamos por encima de Él o nos atribuimos el honor y la gloria que solo a Él corresponden.
La actitud que abriga Dios hacia el orgullo está claramente expresada en la Escritura:
El Señor aborrece a los de corazón altivo[9].
Yo aborrezco la soberbia, la arrogancia, el mal camino y la boca perversa[10].
Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes[11].
La altivez del hombre será abatida; la soberbia humana será humillada[12].
La soberbia precede al fracaso; la arrogancia anticipa la caída[13].
Ver nuestro orgullo desde la óptica de Dios es razón de más para tomarnos con seriedad el cometido de despojarnos del mismo. Evidentemente el orgullo daña nuestra relación con Dios y afecta también nuestro entendimiento con los demás. Cuando consideramos a otra persona inferior a nosotros, nos creemos con derecho a menospreciarla o a simplemente hacer como si no existiera. Visto desde otro ángulo, si pensamos que alguien es superior a nosotros, nos tenemos muy en poco y nos sentimos indignos. Eso nos puede llevar a prestar excesiva atención a lo que piensan los demás en vez de hacer lo correcto o complacer al Señor[14]. El orgullo es perjudicial para nosotros y erosiona nuestra relación con el Señor y con los demás. En suma, no podemos amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas, y a nuestros semejantes como a nosotros mismos, si nos consideramos superiores a ellos.
El orgullo es parte de la naturaleza humana que reside dentro de nosotros:
De dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos [...], el orgullo […]. Todas estas maldades salen de dentro y contaminan al hombre[15].
El orgullo tiene numerosas facetas; no obstante, algunas de las más comunes son el orgullo racial, el espiritual y el de las riquezas. Juan el Bautista denunció el orgullo racial cuando manifestó que toda nacionalidad es aceptable a Dios.
No comiencen a decirse: «Tenemos a Abrahán por padre», porque yo les digo que aun de estas piedras Dios puede levantar hijos a Abrahán[16].
El Señor aludió al orgullo espiritual en la parábola del fariseo y el publicano[17].
A unos que alardeaban de su propia rectitud y despreciaban a todos los demás, Jesús les contó esta parábola[18].
A los acaudalados se les advierte que no se dejen envanecer por sus riquezas:
A los ricos de este mundo manda que no sean altivos ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos[19].
El rico, que se precie de ser humilde, pues se desvanecerá como la flor de la hierba. En efecto, del mismo modo que, al calentar el sol con toda su fuerza, se seca la hierba y cae al suelo su flor, quedando en nada toda su hermosa apariencia, así fenecerán las empresas del rico[20].
Independientemente de cómo se manifieste el orgullo en nosotros, en esencia es un tema de egocentrismo. Suele presentarse en una de las siguientes formas: ensalzarnos, desdeñarnos, atacar a otros o relegarlos. Repasemos brevemente cada una de estas manifestaciones[21].
Sobrevalorarnos nos lleva a exaltarnos en orgullo. Exhibimos esa clase de orgullo cuando nos ponemos por las nubes, ya sea en nuestra mente o en la mente de los demás. Algunos síntomas de ensoberbecimiento son exagerar la verdad con el ánimo de atraer atención; servir y ayudar con el objeto de hacernos notar; considerarnos con derecho a recibir atención o favores especiales por lo que pensamos que somos o por los logros conseguidos. Si disfrutamos de una posición de autoridad, hemos conseguido algo importante, somos dotados en algún aspecto y a consecuencia de ello nos sentimos particularmente valiosos u honorables en comparación con otras personas, es que estamos manifestando orgullo. Si descubrimos que nos creemos merecedores de una posición privilegiada, sobre todo si anhelamos un prestigio que nos distinga de los demás, significa que nos estamos exaltando en orgullo.
Menospreciarnos o sentir que no tenemos ningún valor es también una forma de orgullo. Es un sentimiento engañoso, ya que se hace pasar por humildad. No obstante, puede constituir un intento —consciente o subconsciente— de atraer atención hacia uno mismo. Se hace manifiesto, por ejemplo, cuando hablamos negativa o despectivamente de nosotros mismos con la esperanza de que alguien preste atención y refute nuestros comentarios para animarnos. Aflora también cuando a menudo señalamos nuestras debilidades, defectos y aspectos en los que otra persona se desempeña mejor. Otro síntoma es la renuencia a aceptar ayuda, regalos o elogios porque no nos sentimos dignos o nos da vergüenza o nos produce incomodidad el hecho de que necesitemos ayuda[22].
Si tenemos tendencia a juzgar a los demás con excesivo rigor, subvalorarlos por medio de desaires o de ataques incluso, estamos exhibiendo orgullo. Eso sucede cuando tenemos tendencia a la crítica, la irritación, la intolerancia, la disputa y el fariseísmo. Cuando constantemente nos creemos cargados de razón y que otros se equivocan, o criticamos las faltas ajenas, damos señales de orgullo. Pretender cambiar a los demás para que se ajusten a nuestros criterios y al modo en que pensamos que deben comportarse equivale a suplantar la actuación del Espíritu Santo en la vida de una persona. (Huelga decir que a veces la gente sí debe cambiar, y está bien y a veces es necesario ofrecer ayuda y consejo, en cuyo caso debe hacerse con oración, amor, consideración, humildad y la guía del Espíritu Santo.)
Exhibimos orgullo cuando subestimamos a otros no haciéndoles caso o no aceptando sus ideas o comentarios. Cuando nos mostramos reacios a escuchar a los demás, reticentes a la instrucción y la enseñanza, cuando manifestamos una actitud de que lo tenemos todo debidamente controlado y por tanto cerramos la puerta a quienes nos quieren ofrecer consejo, es que somos orgullosos. No estar dispuestos a admitir la culpa, negarnos a aceptar corrección, asesoría, instrucción o una advertencia son todos síntomas de orgullo. Igualmente esa actitud que expresa tienes que aceptarme tal como soy, al extremo de ser incapaces de reconocer que hay aspectos de nuestra vida en que debemos cambiar y no mostrar interés alguno en romper ciertos hábitos negativos en los que nos hemos quedado atascados.
Todos exhibimos orgullo de una u otra manera; es una secuela natural del estado de imperfección de los seres humanos luego de la Caída, que aflora en cada persona con diversos grados de intensidad, de distintos modos y en distintas circunstancias, a veces sutil y otras descaradamente.
A continuación reproduzco una lista que puede ser útil para reconocer algunas de las manifestaciones que tiene el orgullo en nuestra vida[23].
Desgraciadamente todos manifestamos algunos matices de orgullo que con frecuencia no percibimos en nosotros mismos. La lista anterior puede ayudarnos a descubrir en qué aspectos asoma en nosotros ese orgullo.
A continuación verán una lista de actitudes y actos que pueden servir de antídoto contra el orgullo y contribuir a cultivar la humildad[24].
Alabar a Dios por lo que es, Sus atributos y todo lo que ha hecho, dándole agradecimiento, honra y gloria, es vital para generar verdadera humildad. Al adorar a Dios le ofrecemos la debida honra. Nos recuerda quién es realmente grandioso. Él es el Creador y el Salvador; nosotros los creados y los salvados. Al alabar y adorar a Dios declaramos que es Dios y que vivimos en sumisión a Él.
Puesto que Dios nos valora a cada uno, debemos aceptar el amor profundo e incondicional que nos profesa valorándonos nosotros también. Puede que nuestros dones y aptitudes, circunstancias y muchas otras particularidades nuestras difieran de las de otras personas; eso, sin embargo, no quita que cada uno somos muy apreciados por el Padre. Dios no nos estima según lo que hemos logrado, nuestra situación económica, las simpatías de que gozamos con la gente ni por ninguna otra razón aparente. Nos ama y nos valora porque somos Sus hijos.
Ser sinceros con nosotros mismos y con los demás refuerza la humildad. El orgullo nos lleva a exagerar, ocultar, fingir, tergiversar e incluso mentir con el objeto de encubrir nuestros defectos, fallos y pecados. La humildad, en cambio, nos ayuda a confiar en la gracia y el amor incondicional de Dios y a reconocer con franqueza nuestros defectos, fallos y pecados ante Él y los demás.
La santidad puede ser una palabra impopular, ya que en tiempos modernos tiende a tener una connotación negativa, asociada con personas mojigatas que se creen más santas que las demás. Sin embargo, ese no es el sentido de la palabra expresada en las Escrituras. Existen diversos vocablos hebreos y griegos, todos derivados de la misma familia de palabras, que traducidos corresponden a «santo». Comunican la idea de algo que está santificado, algo sagrado, libre de maldad, apartado para Dios, separado. Uno de los principales usos que tiene esta palabra en el Nuevo Testamento es el de apartar algo para Dios de modo que sea exclusivamente Suyo[25].
A los cristianos se nos ha destinado para estar separados y pertenecer a Dios. Esto se suele manifestar en la obediencia que demostramos hacia Él y Su Palabra. Hace falta humildad para obedecer a Dios, toda vez que nos exige desistir de nuestros caminos y del sentido de que somos titulares de determinados derechos. A veces cuesta y requiere el sacrificio de nuestros caminos y deseos. Hace falta humildad para obedecer a Dios y dejar las consecuencias en Sus manos.
Servir al prójimo requiere humildad. Puede que tengamos dones y aptitudes notables, pero eso no significa que haya que hacer uso de ellos todo el tiempo. A veces nos encontramos en circunstancias en que es preciso hacer a un lado nuestras dotes y habilidades y simplemente hacer lo que haga falta, por pequeño o inadvertido que sea ese acto. Quizá llegue el día en que te soliciten para cuidar de una persona necesitada. Quizá venga una etapa en que debas sacrificar tus deseos e incluso tus necesidades por amor al prójimo, o por algo que el Señor te esté pidiendo que hagas.
Esperar significa ponernos a disposición de Dios para que pueda colocarnos en la función que Él quiere que ejerzamos. Es permitir que nos dirija, en lugar de impulsar nuestro propio programa o imponer nuestras condiciones. Es ser sensible a la dirección del Señor, buscar Su guía y darle tiempo para comunicárnosla. Es ser pacientes, confiando en que Él hará que todo caiga en su lugar. Esperar requiere humildad.
En resumen, si queremos cultivar la humildad en nuestro fuero, el punto de partida es poner el foco en Dios. A medida que nos acercamos a Él dedicando más tiempo a concentrarnos en Él, a aprender de Él, a hablar con Él y a darle cabida en nuestro diario vivir, Él cobra más importancia para nosotros y empieza a ocupar más nuestro campo de visión, por así decirlo. Cuando ello ocurre, traemos a la memoria Su perfección y nuestra falta de ella. Cuando estamos en una correcta relación con Él, el saber que nos ama y nos valora por muy imperfectos que seamos nos ayuda a ser más humildes. Esta sana relación nos lleva a dar con un justo medio entre una saludable autoestima y una auténtica humildad.
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
[1] Filipenses 2:5 (NVI).
[2] 1 Pedro 5:5 (NVI).
[3] Santiago 4:10 (NVI).
[4] Mateo 23:12.
[5] Colosenses 3:12 (RVA-2015).
[6] 2 Corintios 7:4 (NVI).
[7] 2 Corintios 10:17,18.
[8] Gálatas 6:14.
[9] Proverbios 16:5 (RVC).
[10] Proverbios 8:13.
[11] Santiago 4:6.
[12] Isaías 2:17.
[13] Proverbios 16:18 (RVC).
[14] McClung, Floyd Jr., Follow (Colorado Springs: David C. Cook Publishers, 2010), 82.
[15] Marcos 7:21–23.
[16] Lucas 3:8 (RVC).
[17] En el siguiente enlace se encuentra un artículo sobre esta parábola: https://directors.tfionline.com/es/post/parabolas-de-jesus-fariseo-y-cobrador-impuestos/
[18] Lucas 18:9 (BLPH).
[19] 1 Timoteo 6:17.
[20] Santiago 1:10,11 (BLPH).
[21] Elementos condensados de Katie Brazelton y Shelley Leith, Remodelación de carácter: 40 Días para desarrollar lo mejor de ti (VIDA, 2010).
[22] En algunas culturas se considera ofensivo aceptar ayuda o un regalo sin antes haberlo rehusado. Es una expectativa cultural no necesariamente relacionada con un orgullo de índole personal.
[23] Esta lista es una síntesis de la publicada en el libro de Brazelton y Leith Remodelación de carácter, 35,36.
[24] Pautas resumidas de las páginas 41-43 del libro de Brazelton y Leith Remodelación de carácter.
[25] En Más como Jesús: Santidad, partes 1-4 de esta misma serie, se encuentran más explicaciones sobre el tema.
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