Más como Jesús: Humildad (1ª parte)

mayo 2, 2017

Enviado por Peter Amsterdam

[More Like Jesus: Humility (Part 1)]

Un elemento clave en nuestro afán de llegar a parecernos más a Cristo es imitar Su humildad. Al revestirnos de humildad y despojarnos del orgullo nos esmeramos por adquirir una mayor semejanza con Jesús. En el mundo antiguo de los griegos y los romanos, la humildad se consideraba un rasgo negativo. Denotaba una actitud servil de parte de un individuo considerado de clase inferior. Se la asociaba con una actitud amilanada, de auto menosprecio o degradación. La cultura del honor y la vergüenza que imperaba por entonces exaltaba el orgullo, mientras que la humildad era vista como indeseable. No obstante, Jesús redefinió la humildad. Él, que era el Hijo de Dios, se humilló a Sí mismo asumiendo forma humana. Con ello enseñó que sí Él mismo, pese a lo enaltecido que era, exhibió humildad, los creyentes también debíamos emular esa disposición. Sus seguidores de la iglesia primitiva, basándose en las enseñanzas y el ejemplo que Él dio, aprendieron a tratar la humildad como una virtud, una importante virtud moral, y un rasgo fundamental del carácter cristiano.

Jesús no solo predicó sino también practicó la humildad:

¿Cuál es mayor, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Pero Yo estoy entre vosotros como el que sirve[1].

El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido[2].

Lleven Mi yugo sobre ustedes, y aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para su alma[3].

La humildad fue la principal característica que marcó la vida de Jesús; de ahí que si nuestro objetivo es parecernos más a Él, la humildad debiera ser consustancial a nuestra persona.

Los diccionarios definen la humildad de diversas formas; por ejemplo, actitud que nos libera del orgullo y la arrogancia, no considerarse mejor que los demás, tener un concepto modesto o bajo de la propia importancia, una estimación modesta de la propia valía. Si bien esas definiciones son correctas, la percepción cristiana de la humildad cobra un sentido más profundo, puesto que se basa en nuestra relación con Dios. En su libro Remodelación del carácter, Brazelton y Leith presentan una definición de humildad desde una perspectiva cristiana, a saber:

La humildad es consecuencia natural de tener una idea precisa de quién es Dios y una correcta perspectiva de quién eres tú en relación a Él[4].

¿Y quiénes somos nosotros para Dios? Somos Sus hijos díscolos, quebrantados, pecaminosos, incapaces de alcanzar plena rectitud ante Dios. Pero a pesar de nuestro quebranto, Él nos ama incondicionalmente. No nos merecemos Su amor: es un regalo de gracia, un favor Suyo que no merecíamos. Siendo pecadores no podemos reclamar Su amor; así y todo, Él nos lo concede. Envió a Su hijo a morir por nosotros movido por el profundo amor que nos tiene. Saber que se nos ama sin tener en cuenta nuestros pecados causa un poco de vergüenza. Nos sabemos indignos de Su amor y, sin embargo, Él nos ama. Eso nos ayuda a sentirnos seguros en nuestra relación con el Creador. El amor y aceptación divinos son la base de nuestra autoestima.

Dado que el Señor nos ama incondicionalmente, podemos ser sinceros con Él y con nosotros mismos en cuanto a nuestros puntos fuertes y puntos débiles. Al fin y al cabo ninguno de los dos altera el amor que Dios abriga por nosotros. Él no nos ama más por nuestras aptitudes ni menos por nuestras debilidades. Sabernos aceptados por Dios nos hace más fácil tener una visión realista de nosotros mismos. Podemos estar cómodos con lo que somos y no pensar que debemos avergonzarnos por tener debilidades o que debemos ocultarlas, y tampoco creer que debemos inflar nuestras fortalezas.

Las definiciones profanas y populares de humildad incluyen por lo general rasgos como la baja autoestima, falta de confianza o dejarse pisotear; pero esa no es la humildad que enseñó Jesús. Randy Frazee lo esclarece:

El creyente tiene un fuerte sentido de la propia valía y una posición de identidad segura como quien ya no tiene necesidad de elevar la carne o inflar el orgullo personal[5].

Sabernos amados de Dios nos permite tener una clara impresión favorable de nosotros mismos y por ende ser capaces de lucir grácilmente nuestra autoestima, con humildad, porque estamos seguros en Dios y en el amor incondicional que nos profesa. Al tener esa seguridad que nos proporciona el amor de Dios, reconocemos que no hay motivo para pretender exaltarnos a Sus ojos ni a los ojos de los demás. Hacerlo sería una expresión de orgullo, lo contrario de la humildad. (Hablaremos del orgullo en un próximo artículo.)

Como individuos creados a imagen de Dios y amados singularmente por Él, podemos tener plena confianza en nuestro propio valor. Estamos en condiciones de reconocer con toda franqueza tanto nuestras fortalezas como nuestras debilidades, nuestras dotes como nuestros hábitos negativos. Debemos esforzarnos por tener un concepto realista de nosotros mismos, sin pensar que somos ni maravillosos ni horrorosos. No debemos ensalzarnos en orgullo ni tampoco ningunearnos. Ambos extremos, tanto creer que todos son mejores que nosotros como considerarnos mejores que todo el mundo, son viciosos y demuestran orgullo. Creernos mejores que los demás es ostentación y arrogancia; por otra parte, pensar que somos los peores puede constituir falsa humildad, que también es orgullo, pues está centrada en el yo[6]. La humildad reside en medio de esos extremos. Reconocer que somos valiosos para Dios, que nos ama, nos creó y nos ha dotado de dones y habilidades puede servir para evitar que nos despreciemos y que tampoco nos creamos el centro del universo, que somos mejores y más dotados que los demás. Como dijo Rick Warren: «La humildad no es pensar menos de ti mismo; es pensar menos en ti mismo»[7].

El autor Todd Wilson escribió:

La humildad no tiene por objeto llevarte a menospreciar tus cualidades como persona, sino habilitarte para amar a otras personas a pesar de sus deficiencias. La humildad es el modo en que el amor se expresa con personas de distinta categoría, rango o extracción. Es la capacidad de considerar que, en última instancia, todos somos iguales. Eso no implica negar que existen diferencias entre personas. Pero sí trascender esas diferencias para hallar la igualdad subyacente a todas ellas. Hay dos sentidos importantes en los que todos somos iguales: primero, el de criaturas hechas a imagen de Dios y segundo, el de criaturas venidas abajo que precisan la gracia de Dios. Esas dos realidades son a su vez el fundamento de la verdadera humildad, ya que nos ponen a todos radicalmente en igualdad de condiciones[8].

Si tenemos humildad admitiremos que somos pecadores igual que todo el mundo y por ende no nos creeremos más dignos de amor ni menos responsables de demostrar amor por los demás. La humildad nos libra de preocuparnos por el prestigio o categoría, rasgos físicos o atractivo, éxito o fracaso y muchas otras ansiedades que acarrean el orgullo y el afán por estar a la altura de los demás.

Los cristianos tenemos conciencia del valor de la humildad, toda vez que esta aparece salpicada a través de las Escrituras[9]. Se nos llama a vivir con humildad y mansedumbre[10]; a considerar al otro como más importante que nosotros mismos[11]; vivir siempre con humildad[12]; revestirnos de humildad[13]; humillarnos bajo la poderosa mano de Dios[14]; andar humildemente con nuestro Dios[15]; no ser arrogantes, sino hacernos solidarios con los humildes[16]; recibir con humildad la palabra de Dios[17]; ocupar el lugar más humilde al final de la mesa[18]; buscar la humildad[19], y ser de espíritu humilde[20].

La Biblia pondera repetidamente la humildad y expone la actitud positiva que Dios tiene hacia ella. La honra precede la humildad[21]; los humildes heredarán la tierra[22]; bienaventurados los mansos, porque recibirán la tierra por heredad[23]; el de espíritu humilde obtendrá honores[24]; aunque el Señor es sublime, mira al humilde[25]; «Yo habito con el quebrantado y humilde de espíritu»[26]; «Yo miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu»[27]; Dios salvará al de mirada humilde[28]; Dios da gracia a los humildes[29], y enseña a los humildes su camino[30].

La Escritura nos enseña que los que se enaltecen serán humillados y los que se humillan serán enaltecidos[31]. Él humilla y también exalta[32]; quitó de los tronos a los poderosos y exaltó a los humildes[33]; humíllense delante del Señor, y Él los exaltará[34]; humíllense para que él los exalte a su debido tiempo[35].

En su carta a los filipenses, el apóstol Pablo habló de la humildad de Cristo:

No hagan nada por rivalidad ni por vanagloria, sino estimen humildemente a los demás como superiores a ustedes mismos; no considerando cada cual solamente los intereses propios, sino considerando cada unotambién los intereses de los demás. Haya en ustedes esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús...[36]

En algunas traducciones la última oración dice «Haya en ustedes esta actitud» o «La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús». Ser humilde es tener la actitud de Cristo, la manera de pensar de Cristo.

Pablo cita entonces o compone un himno cristiano primitivo[37], que manifiesta que Jesús nos proporcionó el mejor ejemplo de humildad verdadera.

La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre[38].

Ahí se nos indica que nuestra manera de ser debiera ser similar a la de Jesús, que la actitud que debemos exhibir es semejante a la que tuvo Jesús. ¿Y qué actitud era esa? Pese a que Jesús tenía el mismo carácter y preponderancia inherentes y el mismo rango o categoría que Dios, hizo todo eso a un lado y asumió la condición de siervo encarnándose en un ser humano. Aunque hubiera podido reclamar poder y gloria, como se evidencia cuando el Diablo lo tentó en el desierto[39], Jesús prefirió rebajarse y se humilló hasta el punto de prestarse a ser cruelmente torturado y ejecutado como delincuente común, todo por amor a nosotros. Gracias a lo que hizo, Dios lo exaltó en sumo grado. Eso dice la traducción textual de este pasaje. Fue enaltecido hasta lo máximo posible. En sentido bíblico, el nombre que uno tiene conlleva la idea del carácter, posición, función, rango o dignidad que posee. Por eso, cuando se nos dice que Jesús tiene un nombre que está por sobre todo nombre, se infiere que se le concedió el más alto rango o dignidad de todos, lo que indica que es objeto directo de culto. Se entiende que postrarse y confesar que Jesucristo es el Señor significa declarar Su soberanía sobre el Universo entero.

Si bien nosotros no estamos en el mismo plano que Jesús, podemos aplicar el principio de humildad que vemos en Su ejemplo. Durante Su ministerio, Jesús hizo muchas obras portentosas. Sanó a los enfermos, expulsó demonios, dio de comer a 5.000 personas multiplicando cinco barras de pan y dos pescados y caminó sobre las aguas. Le dijo al procurador romano Poncio Pilato que podía pedir a Su Padre que le enviara doce legiones de ángeles para protegerlo: tales eran Su habilidad, poder y jerarquía. No obstante, se humilló a sí mismo, vivió Sus días con sumisión a Su Padre y eludió la gloria que muchos quisieron adjudicarle. Por su actuar, a la postre fue exaltado por encima de todos.

Si deseamos imitarlo más nos esmeraremos por revestirnos de humildad, y si lo hacemos, resultaremos bendecidos por el Señor.

Revístanse todos de humildad en su trato mutuo, porque «Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes». Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que Él los exalte a su debido tiempo[40].

(Continuará en la segunda parte)


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] Lucas 22:27.

[2] Mateo 23:12.

[3] Mateo 11:29.

[4] Brazelton, Katie y Leith, Shelley, Remodelación de carácter: 40 Días para desarrollar lo mejor de ti (VIDA, 2010).

[5] Frazee, Randy, Pensar, actuar, ser como Jesús (Editorial Vida, 2014).

[6] Brazelton y Leith, Remodelación de carácter: 40 Días para desarrollar lo mejor de ti.

[7] Rick Warren, Una vida con propósito: ¿Para qué estoy aquí en la tierra? (Vida, 2012).

[8] Wilson, Todd, Real Christian (Grand Rapids: Zondervan, 2014), 58.

[9] La colección de versículos que figuran en este y en los dos siguientes párrafos proviene de Day, A. C., Collins Thesaurus of the Bible (Bellingham, WA: Logos Bible Software, 2009).

[10] Efesios 4:2.

[11] Filipenses 2:3 (NBLH).

[12] Colosenses 3:12 (PDT).

[13] 1 Pedro 5:5 (NVI).

[14] 1 Pedro 5:6 (NVI).

[15] Miqueas 6:8 (LBLA).

[16] Romanos 12:16 (NVI).

[17] Santiago 1:21 (NVI).

[18] Lucas 14:10 (NTV).

[19] Sofonías 2:3 (NVI).

[20] 1 Pedro 3:8 (LBLA).

[21] Proverbios 15:33; 18:12.

[22] Salmo 37:11 (RVC).

[23] Mateo 5:5.

[24] Proverbios 29:23 (LBLA).

[25] Salmo 138:6 (RVA-2015).

[26] Isaías 57:15.

[27] Isaías 66:2.

[28] Job 22:29.

[29] Santiago 4:6; 1 Pedro 5:5.

[30] Salmo 25:9 (LBLA).

[31] Mateo 23:12; Lucas 14:11; 18:14.

[32] 1 Samuel 2:7 (LBLA).

[33] Lucas 1:52.

[34] Santiago 4:10 (NVI).

[35] 1 Pedro 5:6 (NVI).

[36] Filipenses 2:3–5 (RVA-2015).

[37] Muchos exégetas sostienen que en este pasaje Pablo está recitando un antiguo himno cristiano. La pregunta fundamental con respecto a la forma es si estos versos representan uno de los primeros himnos cristianos que se compusieron. La mayoría de los exégetas contemporáneos sugiere que estos versos son un himno, a juzgar por su cualidad rítmica y las palabras, frases y motivos raros que emplea. De ser cierto que los versos constituyen un himno —lo cual es razonable afirmar—, nos revelan algo del culto practicado por la iglesia primitiva. Predominan por lo menos dos características: Expresan una profundidad teológica que revela en particular una Cristología sumamente desarrollada; evidencian que la iglesia primitiva había formulado su cristología en un lenguaje críptico pero potente. Más aún, el hecho de que Pablo pudiera recurrir al muy difundido himno indica el interés generalizado que la iglesia primitiva tenía en Jesús. (Melick, R. R. Philippians, Colossians, Philemon. Nashville: Broadman & Holman Publishers, 1991. Vol. 32, 96–97).

[38] Filipenses 2:5–11 (NVI).

[39] Mateo 4:1–11.

[40] 1 Pedro 5:5,6 (NVI).