Enviado por Peter Amsterdam
diciembre 6, 2016
[More Like Jesus: Christian Character (Part 2)]
(El presente artículo se basa en elementos extraídos del libro La devoción de Dios en acción, de Jerry Bridges[1].)
Como vimos en el artículo anterior La base de la semejanza con Cristo, llegar a ser más como Jesús exige devoción a Dios, la cual se funda en nuestra reverencia a Él y nuestra comprensión del amor que Él alberga por cada uno de nosotros individualmente. Centrarnos en Dios nos posibilita desarrollar un carácter afín a Cristo. El amor y la dedicación que demostramos por Dios abren la puerta para que el Espíritu Santo transforme nuestro carácter y cultive en nosotros el fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Aparte de esos frutos expresamente enumerados, también es dable considerar como fruto del Espíritu otros rasgos ponderados en las Escrituras, por ejemplo la humildad, la compasión, la gratitud y el contentamiento, entre otros.
Si bien puede pensarse que manifestar dicho fruto constituye una tarea dificilísima, es reconfortante saber que crecemos en esos aspectos como consecuencia de la acción del Espíritu Santo dentro de nosotros. Eso naturalmente no significa que el Espíritu Santo haga todo el trabajo y que nosotros no tengamos que poner ningún empeño para cultivar un carácter cristiano. Para poder imitar a Cristo por medio de la orientación e investidura de poder del Espíritu Santo debemos abrirnos a la acción de este, cooperar con Él y cumplir con nuestras obligaciones. No adquirimos una semejanza con Cristo sin que el Espíritu obre en nosotros.
En los próximos artículos cubriremos en detalle el fruto del Espíritu. Pero antes existen algunos principios generales que sería bueno mencionar, ya que se aplican a todos los aspectos del carácter amoldado a Cristo.
El primero es tener buenas razones. Queremos apartarnos de motivos egocéntricos y procurar más bien que nuestros motivos estén centrados en Dios. Si bien ser semejantes a Cristo por lo general nos acarrea buena fama y nos hace sentir bien interiormente, ese no debiera ser el motivo subyacente que nos impulsa. Nuestra devoción a Dios debe ser lo que nos anime a actuar de tal manera que resulte agradable a Él. Esa motivación pura sale a relucir en el episodio de José del Antiguo Testamento, cuando la esposa de Potifar trata de seducirlo. Él no rechazó la proposición de ella argumentando que si hacía eso y su amo se enteraba le costaría la cabeza. Más bien dijo:
¿Cómo, pues, haría yo este gran mal, y pecaría contra Dios?[2]
Jerry Bridges escribió:
Recuerdo que una vez me tentó la oportunidad de realizar una transacción comercial de ética dudosa, una de esas situaciones de «zona gris» en las que tendemos a justificar nuestros actos con argumentos superficiales. Al reflexionar sobre el asunto, pensé: «Mejor no lo hago. Podría acarrearme la disciplina de Dios». Claro que cuando todos los motivos correctos fallan, desde luego es mejor vernos inhibidos por temor a la disciplina de Dios que seguir adelante con nuestro pecado. Pero obrar impulsados por ese motivo tampoco es lo correcto. En esa situación el Espíritu acudió en mi auxilio, y me dije para mis adentros: Vamos, ese es un motivo —el temor a la disciplina divina— claramente impropio; el verdadero motivo por el que no debo hacer eso es porque Dios es digno de mi conducta más decorosa. El Espíritu Santo me ayudó a reconocer el egocentrismo de mi móvil inicial y a encauzar correctamente mi incentivo hacia Dios[3].
La devoción a Dios debiera ser lo que impulsa nuestros actos. El apóstol Pablo escribió:
Ya sea que coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios[4].
La fuente de poder para llevar una vida acorde con los principios divinos viene de Cristo; de ahí que el medio para experimentar ese poder sea la relación que mantenemos con Él. Jesús dijo:
Permanezcan en Mí, y Yo en ustedes. Como la rama no puede llevar fruto por sí sola si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en Mí. El que permanece en Mí y Yo en él, este lleva mucho fruto. Pero separados de Mí nada pueden hacer[5].
Permaneciendo en Cristo cultivamos un carácter que esté en armonía con Dios y llegamos a parecernos más a Jesús. El poder para transformarnos proviene de fuera de nosotros. Es preciso estar enchufados a la fuente: Jesús. Ahora bien, para mantenernos conectados a Él es necesario permanecer en Él y en Su Palabra, y comulgar con Él a través de la oración y la devoción.
El siguiente principio consiste en que, si bien la virtud para desarrollar un carácter fiel a Dios procede de Cristo, el deber de cultivar y desplegar ese carácter nos corresponde a nosotros. Se nos exhorta a apartarnos del mal y hacer el bien; buscar la paz y seguirla[6]; a seguir la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre[7]; a ejercitarnos para la piedad[8], y a vivir desde ahora de una manera sobria, recta y fiel a Dios[9]. Aunque podemos acudir al Señor con miras a obtener gracia y poder para crecer en semejanza a Cristo, no podemos simplemente pasarle la pelota a Él y esperar que Él nos convierta en imitadores Suyos. Se requiere de nosotros cierto esfuerzo, por no decir, mucho. Esto nos lleva nuevamente al concepto de revestirse y despojarse que ya cubrimos en anteriores artículos[10]. En cierto sentido, para transformarnos dependemos totalmente del Señor y de la acción del Espíritu; al mismo tiempo, somos totalmente responsables de cumplir con la parte que nos corresponde para que esa transformación sea posible. Se nos insta a buscar con diligencia la voluntad moral de Dios, consagrarnos a Dios, hacer todo lo posible para cultivar un carácter cristiano, vivir según las enseñanzas de la Escritura y amoldarnos a ellas, pero a la vez apoyándonos en el Señor para que nos transforme a Su imagen por el poder del Espíritu Santo.
Así, todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados a Su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu[11].
Cuando nos proponemos imitar a Cristo procuramos dejar que todo el fruto del Espíritu crezca en nuestra vida, incluido el que no se menciona en la lista de Gálatas 5:22,23. Cabe mencionar, entre otros rasgos, la compasión y la humildad. Crecer en semejanza a Cristo no tiene que ver con personalidad o temperamento; se trata más bien aspirar a crecer, mediante la ayuda del Espíritu de Dios, en todo aspecto del carácter cristiano. Todos poseemos dentro de nuestra personalidad facetas que hasta cierto punto concuerdan con rasgos del carácter cristiano. Hay gente que por naturaleza es generosa, abnegada, paciente, etc.; pero incluso en esos aspectos, el Espíritu de Dios nos da un empujoncito para que nos exijamos más y crezcamos, lo que a menudo sucede cuando enfrentamos una prueba que nos exige dar un paso de más o hacer un esfuerzo extraordinario. Por otra parte, hay frutos del Espíritu que pueden ir a contrapelo de nuestra personalidad y que requerirán mucha más concentración para cultivarlos.
Por ejemplo, a una persona optimista y alegre le puede resultar muy natural manifestar gozo y compasión; en cambio, le puede costar tener dominio de sí misma o ser fiel con sus obligaciones. Así también, para alguien que es calmado y ecuánime, que por naturaleza no es muy efusivo, le puede costar cultivar el fruto del gozo. Algunos que por naturaleza son muy disciplinados quizá sean cortos de paciencia con quienes tienen dificultades en ese aspecto, y por ende querrán la ayuda del Espíritu en cuanto a paciencia y dulzura con los demás. El que es abnegado, sensible a las necesidades ajenas y está siempre presto a colaborar, tal vez tenga tendencia a criticar a otros que son menos desinteresados. Esa persona tal vez tenga que enfocarse en aprender a amar y ser bondadosa.
Sean cuales sean los atributos divinos que nos surjan naturalmente, todos tenemos la necesidad de manifestar el fruto del Espíritu. Cada uno de nosotros en diversa medida tiene trabajo y dificultad cuando se trata de demostrar el fruto del Espíritu en nuestra vida. Cuando no exhibimos por naturaleza cierto fruto, no basta con decir: «Es que así soy yo». El principio que hay que aprender y aplicar es que cada uno de nosotros tiene el deber de exhibir todos los rasgos de carácter asociados a Dios de manera equilibrada. Algunos rasgos divinos son más difíciles de cultivar que otros y exigirán una cuota mayor de oración y atención. Eso, no obstante, es parte de nuestro adiestramiento en cuanto a imitación de Cristo. Recordemos que la piedad requiere un despojarse y un revestirse, y que así como los atletas que quieren triunfar en su deporte deben entrenar duro para fortalecer sus puntos débiles, asimismo nosotros debemos hacer un esfuerzo para manifestar la totalidad del fruto del Espíritu.
Desarrollar un carácter semejante a Cristo y agradable a Dios es un proceso gradual. Por mucho que crezcamos en ello, siempre habrá más espacio para crecer. Al igual que los atletas que necesitan entrenar con regularidad para mantener los progresos conseguidos, también nosotros debemos seguir creciendo en fidelidad a Dios. Si no progresamos, retrocedemos. Seamos o no conscientes de ello, las decisiones que tomamos periódicamente y los hábitos que nos formamos templan nuestro carácter. Aludiendo a falsos maestros, Pedro escribió:
Tienen el corazón ejercitado para la avaricia[12].
Este versículo deja entrever que no solo podemos ejercitarnos para la piedad, sino también para la impiedad.
Jeff Bridges manifiesta:
El uso que hace Pedro de la palabra ejercitarse y su inferencia dan para pensar. ¡Es posible ejercitarnos en sentido equivocado! Eso es lo que han hecho esos falsos maestros. Habían practicado la avaricia con tanta agilidad que se hicieron expertos en ello. ¡Habían ejercitado su corazón en la avaricia! Eso quiere decir que día a día vamos desarrollando nuestro carácter en algún sentido. La cuestión que surge es: ¿En qué sentido estamos creciendo? ¿Vamos desarrollando un carácter acorde con Dios o contrario a Él? ¿Estamos creciendo en amor o egoísmo; en aspereza o paciencia; en avaricia o generosidad; en honradez o falta de honradez; en pureza o impureza? Todos los días nos ejercitamos en uno u otro sentido según los pensamientos que albergamos, las palabras que pronunciamos, las acciones que realizamos, los actos que consumamos[13].
Crecer en carácter piadoso requiere un entendimiento de la estrecha relación que existe entre conducta y carácter. Cuando repetimos una y otra vez una acción —sea esta buena o mala—, a la larga esa acción se hace habitual; llega a formar parte de lo que somos, de nuestro carácter. Al mismo tiempo, nuestro carácter también puede determinar nuestros actos; por ejemplo, si somos de carácter desinteresado, más probabilidades tendremos de ayudar a alguien que padezca necesidad, puesto que nuestro carácter nos induce a actuar con generosidad. Si, por el contrario, somos de naturaleza egoísta, pero nos ejercitamos para superar ese egoísmo, tenemos entonces por norma ayudar con frecuencia a los necesitados; y cuanto más lo hacemos, más automático nos resulta. Así cultivamos un carácter desinteresado. Nuestros actos determinan lo que somos; y lo que somos determina nuestros actos. Nuestra conducta siempre nutre nuestro carácter, y nuestro carácter siempre se nutre de nuestra conducta. He ahí la enorme importancia de practicar todos los días la piedad tanto en conducta como en carácter.
Crecer en semejanza a Cristo exige compromiso y determinación, así como la poderosa acción del Espíritu Santo en nuestro interior. Son numerosos los rasgos de devoción a Dios a los que alude la Escritura; sería, por tanto, desconcertante y poco realista tratar de cultivarlos todos a la vez. La formación del carácter requiere tiempo, así para revestirse de rasgos que están en armonía con Dios como para despojarse de los que desentonan con Él. Por cuáles de ellos debes comenzar es un asunto que tendrás que resolver en oración, acudiendo al Señor para que te indique, por medio de Su Palabra y de Su Espíritu, a qué aspectos quiere que dediques atención por un tiempo y cuál sería el momento oportuno para poner el foco en un rasgo distinto. Deja que el Espíritu de Dios te guíe en esa tarea.
No sueñes con convertirte en un prodigio de la noche a la mañana. Hace falta tiempo para cambiar y crecer. Asume el compromiso de cultivar un carácter acorde con Dios, de llegar a ser más como Jesús. De ahí, trabaja en conjunto con el Espíritu, pidiendo orientación y fuerzas para seguir esforzándote por reflejar a Dios en convicción, acción, conducta y carácter. Pon de tu parte para izar las velas de tu embarcación a fin de que el soplo divino pueda impulsarte a crecer en semejanza con Cristo.
A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.
[1] Jerry Bridges, La devoción de Dios en acción (Libros Desafío, 10 de octubre de 2011).
[2] Génesis 39:9.
[3] Bridges, The Practice of Godliness, 60.
[4] 1 Corintios 10:31.
[5] Juan 15:4,5 (RVA 2015).
[6] Salmo 34:14.
[7] 1 Timoteo 6:11.
[8] 1 Timoteo 4:7.
[9] Tito 2:12 (BLPH).
[10] En los siguientes enlaces se encuentran los demás artículos de la serie Más como Jesús que tocan este tema.
https://directors.tfionline.com/es/post/mas-como-jesus-introduccion-y-contexto-2-parte/
https://directors.tfionline.com/es/post/mas-como-jesus-3-parte/
https://directors.tfionline.com/es/post/mas-como-jesus-semejanza-de-dios-2-parte/
https://directors.tfionline.com/es/post/mas-como-jesus-bases-de-renovacion/
https://directors.tfionline.com/es/post/mas-como-jesus-santidad-1-parte/
https://directors.tfionline.com/es/post/mas-como-jesus-santidad-3-parte/
[11] 2 Corintios 3:18 (NVI).
[12] 2 Pedro 2:14 (RVA 2015).
[13] Bridges, The Practice of Godliness, 70.
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