Más como Jesús: Bases de renovación

agosto 23, 2016

Enviado por Peter Amsterdam

[More Like Jesus: Renewal Basics]

Como lo abordamos brevemente en los últimos dos artículos, A semejanza de Dios, 1ª y 2ª parte, llegar a ser más como Jesús requiere una renovación de nuestro ser interior —corazón, voluntad, emociones, mente (consciente e inconsciente), alma y espíritu— que luego conduce a que nuestras acciones reflejen nuestra persona íntima. Si deseamos reflejar más a Cristo es preciso comenzar con un espíritu transformado. (Seguiré empleando la palabra espíritu para representar corazón, mente, alma y espíritu: nuestro ser interior o persona íntima.) La salvación y alojamiento del Espíritu Santo en nuestro interior ocasiona una transformación de nuestro espíritu; anula el poder que el pecado ejerce sobre nosotros, lo cual propicia el proceso de crecimiento espiritual que cambia nuestra naturaleza esencial interior.

El proceso encaminado a que nuestros pensamientos, palabras, acciones y actitudes sean reflejo de Cristo no es algo que se da espontáneamente; exige una transformación interior consciente. El apóstol Pablo lo expresó diciendo despójense de su vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; [...] renuévense en el espíritu de su mente, y [...] revístanse de la nueva naturaleza, creada en conformidad con Dios en la justicia y santidad de la verdad[1].

Un factor clave para adquirir una mayor semejanza con Jesús es creer lo que creía Jesús, o sea, dar crédito a lo que enseña la Escritura. El tipo de creencia que produce una transformación continua no es una a la que otorgamos un mero asentimiento o reconocimiento intelectual. Es más bien una que se convierte en un pilar de nuestro modo de vivir. Una cosa es creer que Dios existe; otra muy distinta es vivir con el Creador como centro de nuestra existencia, de manera que nuestras decisiones y actos se basen en la relación que sostenemos con Él. Creencia en este contexto significa convicción y compromiso para vivir lo que profesamos. A continuación expongo algunas creencias clave que desempeñan una importante función en cuanto al cometido de imitar a Cristo.

Creencia en Dios como se enseña en la Escritura

La Escritura enseña que Dios existe; de la nada, creó el mundo (el universo) y todo lo que en él hay[2]; es personal[3]; es trino —un Dios en tres personas—[4]; participa activamente en el mundo creado[5], aunque no forma parte de ese mundo[6]; ama y vela por el mundo y los que lo habitan[7]; ama y vela por nosotros, Sus hijos[8], y se entremezcla en nuestra vida diaria[9]; es bueno[10] y experimentamos Su bondad en nuestra vida[11]; y aunque no todo en la vida es bueno y no siempre entendemos por qué suceden algunas cosas, depositamos nuestra confianza en Él[12], ya que Sus caminos son más altos que nuestros caminos[13].

Nuestro Creador desea que entablemos una relación amorosa con Él. No obstante, el pecado y los afanes de este mundo compiten por nuestros afectos y deseos. Existen muchas distracciones que desvían nuestra lealtad, foco de atención y deseos, apartándolos de Dios. A menudo nos vemos ante el dilema de impulsar nuestra adhesión y culto a Dios, o recurrir a cosas que nos alejan de Él y tornarlas en el objeto de nuestro culto. Sabiendo que Dios quiere que resistamos el mal, acudimos a Él en busca de la gracia y el poder para hacerlo, y ponemos de nuestra parte resistiendo y venciendo el pecado en nuestra vida.

Confiamos en Dios porque consideramos que es amoroso, personal, todopoderoso y que Sus caminos o forma de actuar están por encima de los nuestros. Nos unimos a Él sabiendo que vela por nuestros mejores intereses. Nos conoce, se preocupa por nuestro bienestar, entiende nuestras flaquezas y nos perdona; en consecuencia, confiamos en Él, lo seguimos y buscamos Su orientación en nuestra vida.

Redención

Movido por Su amor hacia la humanidad, nuestro amoroso Dios creó un medio para restablecer nuestra unión con Él. A pesar de que éramos pecadores y estábamos en rebelión contra Él, abrió una vía para que se nos perdonara y nos reconciliáramos. Reconociendo en Cristo al Salvador llegamos a ser hijos de Dios. Gracias a la bondad, el amor y la clemencia divinas tenemos vida eterna[14].

En Cristo

Por medio de la salvación estamos «en Cristo».

Así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados[15]. Pues todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús[16]. Pero gracias a Él [Dios] ustedes están unidos a Cristo Jesús, a quien Dios ha hecho nuestra sabiduría[17]. De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas[18]. Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo[19].

Estar en Cristo significa que eres miembro del cuerpo de Cristo[20], hijo de Dios y heredero de Su reino[21], un templo que sirve de morada a Dios[22], una nueva criatura[23] y un ciudadano del cielo[24]. Conocer estas verdades nos da confianza de que formamos parte de la familia de Dios; Él es nuestro Padre; Jesús, nuestro Salvador, y el Espíritu Santo habita dentro de nosotros. Somos seres humanos perdonados y amados por el Dios Todopoderoso. Ya que estamos en Cristo, podemos expresar quiénes somos en Él sin tener que demostrar quiénes somos nosotros.

El escritor Randy Frazee lo explica de esta manera:

Una de mis películas favoritas es la ganadora del Óscar en 1981, Carros de fuego, que narra la historia verídica de Eric Liddell y Harold Abrahams. [...] La película describe la gesta de esos dos atletas que corrieron y ganaron medallas de oro. ¿La diferencia? Harold Abrahams corrió para demostrar quién era él; en cambio, Eric Liddell para expresar quién sabía él que era en Cristo. [...] En una escena la hermana de Liddell se muestra sumamente preocupada, pues percibe que la participación de este en la competencia lo está distanciando del compromiso que han hecho los dos de ir a la China en calidad de misioneros. Él la mira profundamente a los ojos y dice: «Yo creo que Dios me hizo con una finalidad, pero Él me hizo rápido. Y cuando corro, siento Su deleite». [...] Uno de los medios más místicos y a la vez sorprendentes de saber que realmente estamos expresando quiénes somos en Cristo es emplear los dones que nos da y acceder al corazón de Dios para «sentir Su deleite»[25].

Saber que estamos «en Cristo» nos libera para seguir Su orientación en nuestra vida y así poder emplear los dones y talentos que Dios nos ha otorgado para Su gloria. Entendemos que como sea y adonde sea que nos conduzca en la vida podemos estar dichosos, contentos y agradecidos de vivir dentro del contorno de Su voluntad. También nos dice que aunque no seamos perfectos, el Señor nos perdona, nos ama y nos acepta.

Vida eterna

Poseer vida eterna significa que viviremos para siempre. La Escritura nos revela que al morir, nuestro cuerpo retornará a la Tierra, pero nuestro espíritu seguirá con vida. Enseña que habrá un juicio, pero quienes hayan recibido a Cristo obtendrán el perdón de sus pecados y serán considerados libres de culpa en el día del juicio[26].

Relación con la Biblia

Leyendo, creyendo y practicando la Biblia —la Palabra de Dios— aprendemos las verdades que revela. Dentro de sus páginas Dios nos ha entregado el conocimiento de Sí mismo, Su plan de salvación, y nos ha impartido instrucción sobre cómo encauzar nuestra vida de tal manera que corra paralela con Su voluntad. La Biblia establece nuestras creencias y guía nuestros actos. Posee autoridad en el sentido de que nos ofrece la pedagogía divina acerca de cómo relacionarnos con Él, la diferencia entre el bien y el mal, lo que es agradable a Sus ojos y lo que no es. A medida que se nos va revelando, la verdad de Dios representa el prisma por el cual vemos el mundo: un medio de guiarnos a tomar decisiones acordes con los principios divinos, adoptar actitudes acertadas y vivir en alianza con Dios.

Estas creencias elementales —a la par que muchas otras contenidas en las páginas de las Escrituras— adquieren la condición de piedras fundamentales sobre las cuales basamos nuestras decisiones y actos; configuran nuestra cosmovisión y en consecuencia rigen nuestro modo de vida. Constituyen una suerte de hoja de ruta que nos guía en la dirección indicada. Con el tiempo, nuestro modo de pensar, sentir y actuar se irá transformando y amoldando a Cristo cada vez con mayor intensidad. La causa medular de esa transformación se basa en lo que Dios mismo nos ha revelado en la Escritura. El cambio que se opera en nosotros obedece a que creemos lo que Dios nos ha dicho por medio de la Escritura y actuamos según ello.

Cuando realmente creemos en un Dios amoroso, personal y todopoderoso, confiamos en Él y damos crédito de que puede hacer y efectivamente hará lo que ha prometido. Él nos guiará, y de seguir Sus instrucciones y vivir conforme a los principios enunciados en Su Palabra, tendremos la confianza de que estamos actuando dentro del marco de Su voluntad y de que obtendremos los beneficios que ello acarrea, tanto en esta vida como en la eternidad. Dicha creencia modifica nuestra manera de pensar y de vivir.

Cuando creemos que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, reconocemos que Dios, en Su persona, entraña una comunidad perfectamente amorosa. Al comprender que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, reconocemos que como seres humanos debemos actuar con amor y armonía dentro de la comunidad. Nuestra familia, nuestros amigos, colegas, vecinos, otros creyentes y los habitantes de nuestra localidad y del mundo son todos miembros de colectividades a las que pertenecemos. Se nos llama a amar a otros como nos amamos a nosotros mismos y a tratarlos como queremos que nos traten a nosotros.

Cuando creemos que Dios ama a cada ser humano como persona creada a Su imagen, entendemos que todos tienen valor. Eso nos lleva a respetarnos a nosotros mismos y a respetar a los demás, sin distingos de religión, raza, situación económica, afiliación política ni ninguna otra distinción.

Entender que Dios es santo y que nada impuro puede acceder a Su presencia nos induce a vivir con gratitud hacia Él por habernos redimido. De no habernos facilitado Dios el camino de la salvación mediante la muerte y resurrección de Cristo, no tendríamos relación personal con Él y estaríamos privados de la salvación y de la infusión del Espíritu Santo. Recibiríamos la paga del pecado, que es la muerte, en lugar del don de Dios, que es la vida eterna[27]. En cambio, gracias al regalo que nos ha hecho, podemos llevar vidas marcadas por la alegría, sabiendo que sostenemos una relación con Dios y que nos ha perdonado los pecados. En señal de agradecimiento deseamos complacerlo, vivir para Él, ser un reflejo de Él y Su amor para los demás y transmitirles las buenas nuevas de la salvación. Habiendo obtenido el perdón de nuestros pecados, perdonamos también a otros por los pecados cometidos contra nosotros.

Estar en Cristo nos da conciencia de nuestra propia valoración, no basada en lo que realizamos, sino en el valor que tenemos para Dios. No tenemos que demostrar nada ni menospreciar a otras personas para reafirmar nuestro ego o prestigio. Frazee escribió:

Se nos libera para que empleemos nuestras palabras con el fin de edificar puentes en vez de quemarlos; de emplear nuestras manos para abrazar en vez de hacer daño; emplear nuestros pies para acercar en vez de apartar; emplear nuestro corazón para inspirar en vez de conspirar; para subir el nivel de cualquier recinto en que nos encontremos[28].

Saber que gozamos de vida eterna cambia nuestro modo de vivir el presente. Somos responsables de las decisiones que tomamos, de la clase de persona que llegamos a ser. Entender la responsabilidad que nos atañe debiera impulsarnos a priorizar el aprovechamiento de los dones y talentos que Dios nos ha concedido para Su gloria. No debemos poner el foco en el éxito según el mundo, sino en llevar una vida que glorifique al Señor. Eso no significa que no tendremos éxito en el mundo —quizá lo tengamos—, sino que el foco de nuestra atención debe ser glorificar a Dios y ser guiados por Él, toda vez que hemos considerado de máxima importancia buscar Su orientación y seguir lo que Él nos ha indicado. Saber que viviremos con Dios por la eternidad debería motivarnos a vivir con esperanza, aun en momentos de prueba. Por difícil que sea nuestra vida, sabemos que el tiempo presente no es más que un instante comparado con la eternidad.

El componente clave para llegar a ser más como Jesús es creer en la Escritura, no meramente en sentido intelectual, sino creer con el corazón. Si realmente damos crédito a lo que dice la Biblia y hacemos el esfuerzo de aplicar esas verdades a nuestra vida, experimentamos una continua transformación. Si de veras creemos las enseñanzas de la Biblia y logramos que nuestro ser interior, corazón, mente y espíritu armonicen con esas creencias, entonces nuestros pensamientos, sentimientos, decisiones y actos externos reflejarán esas creencias.

Al mismo tiempo, el Espíritu Santo se valdrá de esas verdades para hablarnos al corazón acerca de nuestros defectos, deficiencias y pecados con el objeto de ayudarnos a cambiar. Si nos mostramos abiertos a la guía del Espíritu y deseamos asemejarnos a Jesús, reconoceremos nuestros pecados y nos esforzaremos por superarlos con la ayuda del Espíritu Santo. Eso es parte de nuestra transformación, despojarnos de nuestra vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; renovarnos en el espíritu de nuestra mente, y revestirnos de la nueva naturaleza, creada en conformidad con Dios en la justicia y santidad de la verdad[29].

Nuestro punto de partida para alcanzar una semejanza con Cristo es creer en la Palabra de Dios. Cuando creemos la Escritura, edificamos nuestra vida sobre un cimiento roqueño y además tenemos la convicción para vivir según esos ideales. Es precisamente viviendo esos ideales que llegamos a ser más como Jesús.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


[1] Efesios 4:22–24 (RVC).

[2] En el futuro espero escribir sobre las diversas teorías de la Creación que se consideran acordes con el relato del Génesis.

[3] Tiene nombre: YO SOY, Yahveh; se lo califica de Padre (2 Corintios 6:18), de juez (Isaías 33:22) y de esposo (Isaías 54:5). Para mayores detalles sobre el carácter personal de Dios, haz clic aquí.

[4] El Padre trata de Tú al hijo (Marcos 1:11); el Hijo habla del Padre refiriéndose a Él (Juan 5:20); el Hijo se distingue a Sí mismo del Padre y del Espíritu Santo (Juan 15:26). Una explicación más amplia de la Trinidad se encuentra haciendo clic aquí.

[5] Colosenses 1:17; Hechos 17:28.

[6] Hechos 17:24; 1 Reyes 8:27.

[7] Juan 3:16.

[8] 1 Juan 3:1.

[9] Isaías 41:10; Mateo 28:20; Josué 1:9.

[10] Salmo 119:68, 145:9.

[11] Salmo 31:19, 68:10; Isaías 63:7; Jeremías 31:12.

[12] Romanos 8:28; Salmo 84:11.

[13] Isaías 55:9.

[14] Para una explicación más amplia de la redención, véase Lo esencial: La salvación partes 1-5, a partir de aquí.

[15] 1 Corintios 15:22.

[16] Gálatas 3:26 (NBLH).

[17] 1 Corintios 1:30.

[18] 2 Corintios 5:17.

[19] Efesios 1:3.

[20] 1 Corintios 12:27.

[21] Romanos 8:17.

[22] 1 Corintios 3:16.

[23] 2 Corintios 5:17.

[24] Filipenses 3:20.

[25] Randy Frazee, Pensar, actuar, ser como Jesús (Editorial Vida, 2014).

[26] 1 Corintios 1:4–8; Colosenses 1:12–14.

[27] Romanos 6:23.

[28] Frazee, Pensar, actuar, ser como Jesús.

[29] Efesios 4:22–24.