Jesús, Su vida y mensaje: El Sermón del Monte

agosto 30, 2016

Enviado por Peter Amsterdam

Nuestro tesoro: ¿Aquí o allá?

[Jesus—His Life and Message: The Sermon on the Mount. Treasure—Here or There?]

(Si lo deseas, puedes consultar el artículo introductorio en el que se explican el propósito y el plan de esta serie.)

La primera parte del capítulo 6 de Mateo habla de cuál debe ser nuestra motivación al dar a los necesitados, orar y ayunar. Incluye también una lección sobre la oración, con la plegaria que Jesús enseñó a Sus discípulos. La segunda mitad del capítulo se centra en nuestra actitud con respecto a los bienes y las posesiones materiales, y en cómo debemos entender nuestra relación con el Padre en lo referente a Su cuidado de nosotros.

Jesús comienza enseñando cuál debe ser nuestra escala de prioridades y nuestra actitud frente a los bienes materiales:

No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho destruyen, y donde ladrones entran y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho destruyen, y donde ladrones no entran ni hurtan, porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que hay en ti es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?[1]

En la Palestina de los tiempos de Jesús, la gente solía guardar sus objetos de valor (bienes y monedas) en un depósito o una caja fuerte de su casa[2] o enterrados bajo el piso o en otro lugar[3]. Los más adinerados tenían también vestiduras finas, que constituían una forma de riqueza. Los metales preciosos eran susceptibles de corroerse o ser robados, las polillas podían dañar la ropa fina, y los roedores comerse los cereales almacenados en graneros. Con estos ejemplos, Jesús muestra lo temporales y efímeras que verdaderamente son las posesiones terrenales: no perduran ni nos acompañan a la otra vida.

Lo mismo dice el Antiguo Testamento:

No te afanes por hacerte rico: sé prudente y desiste. ¿Has de poner tus ojos en las riquezas, que son nada? De cierto se hacen alas como de águila, y vuelan al cielo[4]. Las riquezas no duran para siempre, ni una corona es para generaciones perpetuas[5]. Hay un mal doloroso que he visto debajo del sol: las riquezas guardadas por sus dueños para su propio mal, las cuales se pierden por mal empleadas, y al hijo que ellos engendraron nada le queda en la mano[6].

Jesús nos manda ocuparnos de los tesoros que son imperecederos y eternos, y no de los que pierden todo valor para sus dueños una vez que termina su vida terrenal. Eso me recuerda el chiste del ricachón que le pidió permiso a Dios para llevar sus riquezas consigo al Cielo cuando se muriera. Dios accedió, así que el hombre fue con un baúl lleno de oro. Cuando llegó a una de las puertas nacaradas, S. Pedro le preguntó si podía mirar lo que había en el baúl y, al ver lo que contenía, le dijo: «¿Trajiste adoquines?»[7].

Es importante entender qué es lo que Jesús censura cuando nos manda no hacernos tesoros en la Tierra. Comencemos por examinar qué es lo que Él no desaprueba. No censura la posesión de bienes. Las Escrituras no prohíben en ninguna parte la propiedad privada. Se elogia el ahorro para cuando lleguen días de vacas flacas. Las Escrituras alaban a las hormigas que almacenan comida para el invierno[8] y castigan a los que no proveen para su familia[9]. Se nos invita a disfrutar de lo que Dios ha creado[10]. De modo que Jesús no censura ni el tener posesiones, ni el hacer preparativos para el futuro, ni el disfrute de lo que Dios nos ha concedido[11].

Como sabemos que Jesús no nos está mandando prescindir de bienes materiales, ¿qué es lo que está atacando? El escritor John Stott lo expresa de la siguiente manera:

Lo que Jesús prohíbe a Sus seguidores es la acumulación egoísta de bienes («No acumulen para sí tesoros en la tierra»), el derroche y la vida opulenta, la insensibilidad ante las colosales necesidades de los desheredados del mundo, la insensata fantasía de que la vida de una persona consiste en la abundancia de lo que posee, y el materialismo que ata nuestros corazones a la tierra. […] En resumidas cuentas, «hacernos tesoros en la Tierra» no significa ser previsores (y hacer preparativos sensatos para el futuro), sino ser codiciosos (como los avaros que disfrutan acumulando, y los materialistas que siempre desean más). Esa es la verdadera trampa de la que Jesús nos previene aquí[12].

Jesús no censura la posesión de bienes materiales, sino el amor a esos bienes, y el tener la acumulación de bienes como objetivo principal o fuente de alegría. El dinero no es malo, pero «el amor al dinero es la raíz de toda clase de males. Por codiciarlo, algunos se han desviado de la fe y se han causado muchísimos sinsabores»[13]. El libro de Santiago habla de forma similar de las riquezas:

Escuchen, ustedes los ricos: ¡lloren a gritos por las calamidades que se les vienen encima! Se ha podrido su riqueza, y sus ropas están comidas por la polilla. Se han oxidado su oro y su plata. Ese óxido dará testimonio contra ustedes y consumirá como fuego sus cuerpos. Han amontonado riquezas, ¡y eso que estamos en los últimos tiempos! Oigan cómo clama contra ustedes el salario no pagado a los obreros que les trabajaron sus campos. El clamor de esos trabajadores ha llegado a oídos del Señor Todopoderoso. Ustedes han llevado en este mundo una vida de lujo y de placer desenfrenado[14].

No debemos convertir lo material en nuestro tesoro, tratándolo como si tuviera máxima importancia. Los tesoros temporales y pasajeros de este mundo no valen nada en la vida venidera. Jesús nos manda: «Haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho destruyen, y donde ladrones no entran ni hurtan». Se trata de un llamado a priorizar lo que de veras es más importante. Se infiere que nos hacemos tesoros en el Cielo cuando vivimos de una manera que agrada a Dios, de conformidad con las Escrituras, en obediencia a ellas, glorificando al Padre; en breve, cuando como ciudadanos del reino de Dios priorizamos en nuestra vida lo que en él tiene prioridad. Si bien Jesús no detalló qué son los tesoros celestiales, podemos confiar en que superarán a todo tesoro de nuestra vida terrenal.

Lo que dice Jesús de que «donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» es una invitación a hacer un examen de conciencia. ¿Qué es lo que verdaderamente valoramos? ¿Qué objetivos tenemos y por qué queremos alcanzarlos? Hay muchas metas que, aun siendo perfectamente legítimas, si los motivos por los que las perseguimos no son buenos, no encajan con las enseñanzas de Jesús. Si nos apartan de los valores del reino de Dios, son malos tesoros. Siempre nos encaminamos hacia lo que de veras valoramos en nuestro corazón. Consciente o inconscientemente, eso nos atrae. Por eso es importante que nuestro tesoro sea celestial y que alineemos diligentemente nuestro corazón y nuestra mente con los valores de Dios. Como dijo George Müller en cierta ocasión: «Los tesoros que uno se hace en el Cielo atraen su corazón en esa dirección».

El apóstol Pablo escribió cosas similares:

Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra[15]. A los ricos de este mundo manda que no sean altivos ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos y generosos. De este modo atesorarán para sí buen fundamento para el futuro, y alcanzarán la vida eterna[16].

La siguiente sección del sermón es un tanto compleja.

La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que hay en ti es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?[17]

Los comentaristas ofrecen distintas explicaciones del significado de estos versículos; yo voy a presentar brevemente dos que me han llamado la atención. La primera tiene que ver con la función que se atribuía a los ojos en aquel tiempo. En el mundo antiguo existían dos teorías bastante extendidas sobre cómo veían los seres humanos: la de la intromisión y la de la extramisión. La de la intromisión enseñaba que el ojo permitía que la luz entrara en el cuerpo, mientras que la de la extramisión sostenía que el cuerpo emitía luz desde dentro. En ambos casos, se consideraba que el ojo era una ventana por la que la luz entraba o salía del cuerpo.

En estos versículos, Jesús se refiere a términos de anatomía tal como los entendía la gente de Su época, y se vale de la teoría de la extramisión —que dice que el ojo es como una lámpara que permite que la luz interna salga del cuerpo— para ilustrar cómo se puede saber en qué estado se encuentra el corazón de una persona. Se puede entender así: el ojo es [una ventana para] la lámpara que tenemos dentro del cuerpo[18]. La segunda frase indica lo que pasa cuando el ojo es «sincero» (RVR 1909), también entendido como «bueno» (RVR 95, NTV), «sano» (NBLH) o con una visión «clara» (NVI). La palabra griega haplous significa «sencillo, único, íntegro, bueno, que cumple su propósito».

Según la primera interpretación, un ojo bueno y sano es aquel que emana luz, evidenciando por consiguiente que en la persona hay luz, es decir, que tiene pureza moral. En cambio, el que es malo y carece de pureza moral no tiene luz dentro de sí; está lleno de oscuridad. Scot McKnight explica:

Lo principal para Jesús es el ser interior: ¿Está lleno de luz o de oscuridad? El uso de la luz por contraposición a la oscuridad es un recurso retórico con el que Jesús compara dos opciones de vida: una buena lámpara (luz) frente a una mala lámpara (oscuridad), y una buena vida de obras (ojo sano) frente a una vida inmoral sin obras (ojo enfermo); en otras palabras, el camino de Dios o el del mal[19].

La segunda interpretación no tiene nada que ver con que la luz entre o salga del ojo. Se basa en un concepto distinto de lo que es un ojo sano (sincero) y lo que es un ojo malo o maligno. En griego hay cognados del término haplous, como haplotēs, que se traducen como «generosidad» o «abundantemente»[20]. Como se hace una comparación entre un ojo sano (sincero) y uno maligno, conviene saber que en las Escrituras un hombre de mal ojo es una persona avara, codiciosa, malévola[21]. Puede entenderse que hacer una comparación entre un ojo sano y uno malo es como hacerla entre una persona desinteresada y una codiciosa. Esta segunda interpretación encaja bien con el argumento que Jesús está presentando sobre los bienes materiales y lo que valoramos en nuestro corazón.

R. T. France comenta:

Este pequeño pasaje de significado más bien incierto parece ser un juego de palabras[22] que el traductor no puede reproducir sin una extensa paráfrasis con el objeto de exaltar la sinceridad (al perseguir los valores del reino de los Cielos) o la generosidad, o muy probablemente ambas, como clave para ser eficaces como discípulos[23].

A continuación, Jesús se pone a hablar de no servir a dos amos.

Ninguno puede servir a dos señores, porque odiará al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas[24].

En esta ilustración, Jesús hace referencia al primer mandamiento, que dice: «No tendrás dioses ajenos delante de Mí»[25]. A los ciudadanos del reino de Dios se les pide que tengan una buena escala de prioridades, buenos valores espirituales, y que eviten los conflictos de lealtades. Quien intente dividir su lealtad y «servir a dos señores», «odiará al uno y amará al otro» o «estimará al uno y menospreciará al otro».

En las lenguas semíticas, «amar a A y odiar a B» significa «preferir A a B». Detestar una de las dos alternativas y amar la otra significa sencillamente que se prefiere mucho más una de las dos, especialmente si hay competencia entre ambas. Se advierte el mismo tipo de construcción cuando Jesús dice:

Si alguno viene a Mí y no aborrece a su padre, madre, mujer, hijos, hermanos, hermanas y hasta su propia vida, no puede ser Mi discípulo[26].

En otro pasaje Jesús declara que se debe honrar a los padres[27], así que está claro que no está fomentando el odio a los padres. Lo que dice es que se debe amar a los padres, hijos, hermanos y parientes, pero que el amor que le profesemos a Jesús nuestro Salvador debe ser mayor que el que tenemos por nuestros familiares y aun por nuestra propia vida. La gente a la que Jesús se dirigió originalmente entendía este giro particular del lenguaje para expresar la necesidad de tener una buena escala de prioridades[28].

La palabra griega traducida como «riquezas» es mamōnas, que significa «tesoro» o «riquezas». En distintas versiones se traduce como «Mammón», «dinero» o «riquezas». Jesús declara que los creyentes no pueden «servir a Dios y a las riquezas». Con eso da a entender que nuestro amor, lealtad y devoción deben estar dirigidos hacia Dios más que hacia lo material. En este caso personifica a Mammón como si fuera un dios y exhorta a los creyentes a escoger entre Dios y Mammón. No debemos anteponer otros dioses a nuestro Creador. Debemos depositar nuestra confianza en Dios, no en nuestros recursos económicos, en nuestros bienes ni en nada material.

Eso no significa forzosamente que renunciemos a todo lo material y a nuestros bienes personales, porque Dios nos ha proporcionado las cosas que necesitamos. El mensaje que da Jesús es que nuestro principal objetivo no debe ser la acumulación de dinero, objetos materiales o riquezas; nuestra atención debe estar centrada en Dios, y nada debe competir con la lealtad que le profesamos. El dinero en sí no tiene nada de malo, pero está mal que nos dejemos dominar por él y lo sirvamos.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos de la Biblia proceden de la versión Reina-Valera, revisión de 1995, © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso.


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[1] Mateo 6:19–23.

[2] Añadió: «Todo maestro de la ley religiosa que se convierte en un discípulo del reino del cielo es como el propietario de una casa, que trae de su depósito joyas de la verdad tanto nuevas como viejas» (Mateo 13:52 [NTV]).

[3] El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla y lo esconde de nuevo (Mateo 13:44).

Tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra (Mateo 25:25).

[4] Proverbios 23:4,5.

[5] Proverbios 27:24.

[6] Eclesiastés 5:13,14.

[7] Apocalipsis 21:21.

[8] Proverbios 6:6–8.

[9] 1 Timoteo 5:8.

[10] Eclesiastés 3:13; 1 Timoteo 4:4.

[11] Stott, El Sermón del Monte, 179.

[12] Ibíd., 179,180.

[13] 1 Timoteo 6:10 (NVI).

[14] Santiago 5:1–5 (NVI).

[15] Colosenses 3:1,2.

[16] 1 Timoteo 6:17–19.

[17] Mateo 6:22,23.

[18] McKnight, Sermon on the Mount, 208.

[19] Ibíd.

[20] Romanos 12:8; 2 Corintios 8:2, 9:11; Santiago 1:5.

[21] Proverbios 23:6; Proverbios 28:22; Deuteronomio 15:9. En la versión RVR 1909 dice «hombre de mal ojo», pero en otras la expresión se traduce como «avaro», «tacaño» o «malévolo».

[22] Expresión ingeniosa que puede entenderse de dos maneras.

[23] France, The Gospel of Matthew, 262.

[24] Mateo 6:24.

[25] Éxodo 20:3.

[26] Lucas 14:26.

[27] Marcos 7:10.

[28] Carson, Jesus’ Sermon on the Mount and His Confrontation with the World, 86.