1 Corintios: Capítulo 14 (versículos 26–40)

noviembre 11, 2025

Enviado por Peter Amsterdam

[1 Corinthians: Chapter 14 (verses 26–40)]

En la primera sección de 1 Corintios 14, Pablo enfatiza que el ejercicio de los dones espirituales debe tener como objetivos fortalecer a la iglesia y edificar a los creyentes. También les recuerda a estos que las reuniones de culto deben realizarse de manera que sean un testimonio para los no creyentes. En la sección final de este capítulo, Pablo continúa tratando estos temas.

¿Qué concluimos, hermanos? Que, cuando se reúnan, cada uno puede tener un salmo, una enseñanza, una revelación, un mensaje en lenguas o una interpretación. Todo esto debe hacerse para la edificación de la iglesia (1 Corintios 14:26).

Por tercera vez en este capítulo, Pablo llama hermanos a los corintios. Al preguntarles: «¿Qué concluimos?», les está pidiendo que piensen qué conclusiones deben extraerse de los argumentos precedentes. La respuesta es que todo debe hacerse ordenadamente con el fin de edificar a los creyentes. Al comenzar a precisar de qué manera, les indica que asistan al culto preparados para emplear sus dones espirituales, ya sea con un salmo, una enseñanza, una revelación, un mensaje en lenguas o una interpretación.

Al decir enseñanza, probablemente se refería a la predicación e instrucción. Una revelación posiblemente fuera algo concreto que Dios le había revelado a un creyente, tal vez una profecía. La lista parece ser una muestra de actividades espirituales que podrían realizarse en un culto de la época. Pablo deja bien claro que todos tienen oportunidad de participar en él.

Si se habla en lenguas, que hablen dos —o cuando mucho tres—, cada uno por turno y que alguien interprete. Si no hay intérprete, que guarden silencio en la iglesia y cada uno hable para sí mismo y para Dios (1 Corintios 14:27,28).

Seguidamente, Pablo da instrucciones concretas para quienes hablen en lenguas (lo que se conoce también como glosolalia), fijando un límite de solo dos o, como máximo, tres personas. Deben hacerlo de forma secuencial, no simultánea, y debe haber alguien presente para interpretar el mensaje, de modo que la congregación se beneficie. Si no hay nadie disponible para interpretar el mensaje, entonces nadie debe hablar en lenguas en voz alta durante el culto. Eso está en consonancia con lo que había dicho Pablo antes, que las lenguas sin interpretación no edifican a los demás. Por supuesto, los presentes pueden usar el don para orar a Dios en silencio.

Leon Morris, comentador bíblico, señala:

La consideración suprema es la edificación, así que no se debe hablar en lenguas a menos que haya un intérprete. Eso demuestra que no debemos pensar que las lenguas son el resultado de un impulso irresistible del Espíritu que lleva a la persona, quiéralo o no, a entrar en éxtasis y lanzarse a hacer un discurso. Se puede permanecer en silencio y, según Pablo, eso es lo que se debe hacer a menos que haya un intérprete. Eso también implica que la persona sabe de antemano que tiene la intención de hablar, ya que, de lo contrario, no va a averiguar si hay un intérprete presente[1].

En cuanto a los profetas, que hablen dos o tres y que los demás examinen con cuidado lo dicho (1 Corintios 14:29).

A continuación, Pablo se centra en los profetas, es decir, los creyentes con el don de profecía. Los que tienen ese don reciben mensajes o revelaciones de algún tipo, que transmiten de forma inteligible a los miembros de la iglesia. También limita a dos o tres el número de profetas que comuniquen mensajes durante el culto.

Pablo también estipula que los demás deben sopesar lo que se dice, lo cual probablemente significa evaluar el mensaje para juzgar si realmente procede de Dios. Quiere asegurarse de que en la iglesia haya ciertos frenos y contrapesos en lo que respecta a las profecías. El mensaje que comunican los que se dicen profetas no debe aceptarse acríticamente, sino sopesarse y evaluarse[2]. Esta instrucción sobre las profecías también aparece en la Epístola de Pablo a los tesalonicenses (v. 1 Tesalonicenses 5:20–22).

Si alguien que está sentado recibe una revelación, el que esté hablando ceda la palabra (1 Corintios 14:30).

Aquí anima a quien esté hablando a ceder la palabra a otra persona que haya recibido una revelación. Eso fomenta un espíritu de cooperación y se ajusta al principio bíblico de considerar a los demás superiores a uno mismo (Filipenses 2:3,4). Esta instrucción también ayuda a la iglesia a centrarse en el mensaje de Dios y no en los dones de una persona u otra.

Así todos pueden profetizar por turno, para que todos reciban instrucción y aliento.El don de profecía está bajo el control de los profetas (1 Corintios 14:31,32).

Primero, Pablo manda que los que hablen se cedan la palabra entre sí, y en este versículo les dice que esperen a que les llegue el turno de transmitir su mensaje. Considera importante que las profecías se den de manera ordenada a fin de que todos puedan escucharlas, comprenderlas y recibir aliento.

Al decir que «el don de profecía está bajo el control de los profetas», Pablo aclara que el Espíritu Santo no se apodera de una persona hasta el punto de que esta sea incapaz de controlarse. Es todo lo contrario: una de las nueve características del fruto del Espíritu Santo enumeradas por Pablo es el dominio propio (Gálatas 5:22,23). Cualquiera que practique legítimamente un don espiritual siempre puede decidir cuándo y cómo empezar a manifestarlo o dejar de hacerlo.

Porque Dios no es un Dios de desorden, sino de paz (1 Corintios 14:33a).

Muchos comentadores señalan que la primera frase de este versículo probablemente debería formar parte del versículo anterior. Pablo insiste una vez más en que quienes den mensajes en las reuniones de culto deben hacerlo de forma ordenada. Ese orden lo describe como paz y como un reflejo de la manera de ser de Dios. Cierto autor comenta: «La idea principal de Pablo es que ese orden en la manera de ser de Dios, el cual actúa con coherencia, fielmente y sin contradicciones, debe reflejarse en el estilo de vida y el culto del pueblo de Dios»[3].

Como es costumbre en las congregaciones de los creyentes, guarden las mujeres silencio en la iglesia, pues no les está permitido hablar. Que estén sumisas, como lo establece la Ley. Si quieren saber algo, que se lo pregunten en casa a sus esposos; porque no está bien visto que una mujer hable en la iglesia (1 Corintios 14:33b–35).

A continuación, Pablo indica cómo deben comportarse las mujeres en la iglesia, diciendo que «guarden silencio», que «no les está permitido hablar» y que «estén sumisas». Este pasaje ha dado lugar a muchos debates y controversias, ya que en otras partes de esta epístola Pablo reconoce su derecho a orar y profetizar en la iglesia. Sobre este punto, el teólogo Wayne Grudem señala: «En esta sección, Pablo no puede estar prohibiendo a rajatabla que las mujeres hablen en público en la iglesia, ya que en 1 Corintios 11:5 claramente les permite orar y profetizar en la iglesia»[4].

Algunos autores sugieren que este comentario se refería a situaciones concretas que se daban en Corinto durante el culto. Opinan que ciertas mujeres o esposas interrumpían el culto al hacer preguntas mientras se estaba profetizando; aunque las preguntas fueran legítimas, se hacían de manera disruptiva o inapropiada.

Al decir que las mujeres deben guardar silencio en las reuniones públicas de culto, Pablo señala que así se suele hacer en «las congregaciones de los creyentes». Quiere dejar claro que esa instrucción que está a punto de dar no es una enseñanza particular suya, sino que era la norma en todas las iglesias cristianas. En aquel tiempo, a las mujeres no se les permitía hablar en la iglesia, como tampoco podían hacerlo las que estaban sujetas a la ley judía. Es un reflejo de las normas de la época: se daba por sentado que los maridos debían guiar a su familia en cuestiones espirituales. En el mundo grecorromano de la época de Pablo, hablar en público era algo reservado para los hombres. Que una mujer hablara en un acto público podía considerarse inapropiado, como una afrenta a la cultura de la época. La misma opinión está plasmada también en 1 Timoteo. «La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. No permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio» (1 Timoteo 2:11,12).

Así era en la época de Pablo, pero hoy en día la mayoría (aunque no la totalidad) de las congregaciones protestantes ordenan mujeres como pastoras. (Más detalles sobre este tema en 1 Corintios: Capítulo 11, versículos 2–16).

¿Acaso la palabra de Dios procedió de ustedes? ¿O son ustedes los únicos que la han recibido? Si alguno se cree profeta o espiritual, reconozca que esto que escribo es mandato del Señor (1 Corintios 14:36,37).

Pablo inicia la conclusión de su argumentación sobre el empleo de los dones espirituales en las reuniones de culto. Comienza aludiendo al orgullo espiritual de los corintios y recordándoles que la Palabra de Dios no vino por medio de ellos. Vino de Dios y fue entregada por los apóstoles, primero a los judíos de Israel y luego a los gentiles. Cierto autor señala: «Parece que los corintios pretendían inventar sus propias reglas. Tal vez pensaban que su propia palabra era suficiente, o que era autoritativa, o incluso la palabra de Dios para ellos»[5].

Seguidamente manda a los que se consideran profetas o espirituales que reconozcan que las enseñanzas de Pablo provienen del Señor. Con ello afirma su autoridad apostólica y hace hincapié en que lo que escribe en sus epístolas no son simplemente sus opiniones, sino mandatos del Señor. Es similar a lo que escribe en 1 Tesalonicenses 2:13: «Al oír ustedes la palabra de Dios que predicamos, la aceptaron no como palabra humana, sino como lo que realmente es, palabra de Dios, la cual actúa en ustedes los creyentes». La expresión palabra de Dios aparece numerosas veces en el Nuevo Testamento, y en casi todos los casos hace referencia al mensaje evangélico sobre Cristo[6]. (V. por ejemplo Hechos 4:31; 8:14; 11:1; 13:44–48; 2 Corintios 2:17). Las profecías transmitidas en las reuniones de culto deben ser sopesadas y probadas; en cambio, la palabra apostólica registrada en la Biblia es la Palabra de Dios[7].

Si no lo reconoce, tampoco él será reconocido (1 Corintios 14:38).

Pablo insiste en que los corintios no deben hacer caso omiso de las enseñanzas e instrucciones que les ha impartido. En los cultos de la iglesia había habido algo de desorden. Pablo ha recalcado la importancia del orden y de edificar a los creyentes mediante mensajes inteligibles, así como las consecuencias de no hacerlo. Cualquiera que ignore sus enseñanzas y no reconozca que son mandatos del Señor, lo hace por su cuenta y riesgo[8].

Así que, hermanos míos, ambicionen el don de profetizar y no prohíban que se hable en lenguas (1 Corintios 14:39).

El hecho de que una vez más llame «hermanos míos» a los corintios refleja la relación estrecha y profunda que había entre los creyentes y la unidad dentro del cuerpo de Cristo. Pablo quiere que los miembros de la iglesia profeticen para edificar y alentar a la iglesia, tal como ya dijo antes en este capítulo: «El que profetiza habla a los demás para edificarlos, animarlos y consolarlos» (1 Corintios 14:3).

Pablo aborda el hablar en lenguas menos enfáticamente y encarga a los creyentes que «no prohíban» hablar en lenguas. Está retomando lo que había dicho antes sobre estos dos dones: «El que profetiza aventaja al que habla en lenguas, a menos que este también interprete, para que la iglesia reciba edificación» (1 Corintios 14:5).

Pero todo debe hacerse de una manera apropiada y con orden (1 Corintios 14:40).

En la conclusión de su argumentación sobre los dones espirituales, Pablo exhorta a los corintios a comportarse y a celebrar sus reuniones de culto de una manera organizada, bien planificada y ordenada. Las interacciones entre ellos, especialmente las que tengan que ver con el culto y los dones espirituales, deben reflejar una conducta y un proceder adecuados. Los dones del Espíritu deben emplearse para glorificar a Dios, para confortar y edificar a los creyentes, y también para convencer a los no creyentes y llevarlos a adorar a Dios y a convertirse en seguidores de Cristo (1 Corintios 14:24,25).

Traducción: Esteban.


[1] Leon Morris, 1 Corinthians: An Introduction and Commentary, vol. 7, Tyndale New Testament Commentaries (InterVarsity Press, 1985), 172.

[2] Morris, 1 Corinthians, 172–173.

[3] Anthony Thiselton, The First Epistle to the Corinthians: A Commentary on the Greek Text, Vol. 1 (Eerdmans, 2000), 1145.

[4] Wayne Grudem, Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica (Editorial Vida, 2007), 988.

[5] Ben Witherington, Women in the Earliest Churches (Cambridge University Press, 1988), 98.

[6] Alan F. Johnson, 1 Corinthians, The IVP New Testament Commentary Series (IVP Academic, 2004), 278.

[7] Richard L. Pratt, Holman New Testament Commentary—1 & 2 Corinthians, Vol. 7 (B&H Publishing Group, 2000).

[8] Morris, 1 Corinthians, 175.

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