Amar. Vivir. Predicar. Enseñar. Predícalo
enero 3, 2012
Enviado por Peter Amsterdam
Amar. Vivir. Predicar. Enseñar. Predícalo
Hemos terminado de estudiar el segundo elemento del discipulado, Vivirlo, y los nueve principios asociados a él: permanencia, amor, unidad, humildad, vivir sin ansiedad, perdón, comunión, generosidad y oración.
El tercero de los cuatro elementos del discipulado es Predicarlo. Con Sus últimas palabras antes de ascender al Cielo, Jesús entre otras cosas encomendó a Sus discípulos una misión: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura»[1].
Había muerto en la cruz cuarenta y tres días antes, y resucitado tres días después de eso. Todo con la finalidad de darle a la humanidad la oportunidad de obtener el perdón de sus pecados, reconciliarse con Dios y acceder a la vida eterna. Jesús había terminado Su trabajo. Había cumplido Su misión en la Tierra. Su muerte y Su resurrección hicieron viable la salvación. Con lo que hizo posibilitó que viviéramos eternamente con Él.
En los últimos años de Su vida aplicó una doble estrategia: anunciar el mensaje del reino y la salvación, y juntar un núcleo de personas que abrazaran Sus enseñanzas y ayudaran a diseminar Su mensaje, a ganar discípulos. Él ya había estado llevando a cabo la misión que en ese momento encomendó a Sus discípulos. Vino al mundo y predicó el Evangelio. Buscó personas a las que preparar para amarlo, vivirlo, predicarlo y enseñarlo. Habiendo impartido a los discípulos todo lo que hacía falta, ya podía irse y dejar que el Espíritu Santo viniera y les confiriera poder para llevar el mensaje por todo el mundo.
Jesús dedicó Sus años de vida pública a predicar, enseñar y capacitar. En este artículo nos centraremos en Su predicación.
Después que Juan el Bautista lo bautizó en el río Jordán, y tras ayunar por 40 días y 40 noches, Jesús se fue a vivir a Capernaúm, en la región de Galilea. A partir de ese momento, como dice el Evangelio de Marcos, comenzó a…
…anunciar las buenas nuevas de Dios. «Se ha cumplido el tiempo —decía—. El reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!»[2]
El Evangelio de Mateo dice:
Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: «¡Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado!»[3]
Jesús dejó bien claro que anunciar el Evangelio era uno de los motivos por los que estaba en la Tierra:
Él les dijo: «Vamos a los lugares vecinos para que predique también allí, porque para esto he venido»[4].
Él les dijo: «Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del reino de Dios, porque para esto he sido enviado»[5].
Cuando visitó su ciudad, Nazaret, y fue a la sinagoga, se levantó para leer las Escrituras. Le entregaron el libro de Isaías, y leyó lo siguiente:
«El Espíritu del Señor está sobre Mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor». Enrollando el libro, lo dio al ministro y se sentó. Los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en Él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros»[6].
Jesús fue enviado a predicar el Evangelio y enseñó a Sus discípulos a hacer lo mismo.
Los envió a predicar el reino de Dios y a sanar a los enfermos[7].
Yendo, predicad, diciendo: «El reino de los cielos se ha acercado»[8].
Lo que os digo en tinieblas, decidlo a plena luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde las azoteas[9].
Designó entonces a doce para que estuvieran con Él, para enviarlos a predicar y que tuvieran autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios[10].
Jesús anunciaba el Evangelio, y con Su ejemplo enseñó a Sus discípulos a hacer lo mismo, y les dio oportunidades de predicar ellos también. Después de Su muerte y resurrección, les dijo:
«Como me envió el Padre, así también Yo os envío». Y al decir esto, sopló y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo»[11].
Justo antes de ascender al Cielo declaró:
Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra[12].
A los pocos días descendió el Espíritu Santo, y los primeros discípulos se pusieron a predicar dinámicamente el Evangelio en Jerusalén, y con el tiempo por todo Israel, fuera de Israel y por todo el mundo.
El cristianismo se extiende mediante la prédica del Evangelio. El regalo de la salvación, que Jesús nos hizo con Su muerte, se comunica mediante la testificación. Si los primeros discípulos no hubieran anunciado el Evangelio y enseñado a otros a hacer lo mismo, el Evangelio habría caído en el olvido. Dios nos ha confiado algo tan magnífico, capaz de transformar vidas eternamente, que es nuestro deber, como discípulos, comunicarlo, dar a otros la misma oportunidad.
Un discípulo anuncia el mensaje contenido en el Evangelio. Como dijo Pedro en Hechos 10:
Nos mandó que predicáramos al pueblo y testificáramos que Él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos[13].
Todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Como está escrito: «¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!»[14]
Los discípulos predican mediante las palabras que dicen, la vida que llevan y la manifestación en ellos del Espíritu de Dios; lo cual nos lleva al siguiente principio:
El principio de ser portadores de la luz
Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos[15].
Un aspecto de anunciar el Evangelio consiste en vivir de tal manera que la gente vea en ti la luz de Dios, por cómo te interesas por los demás, por tu alegría, tu integridad, las manifestaciones que hay en ti de Dios y Su amor, la presencia de Su Espíritu en tu interior. Tienes en ti la luz de la vida —Jesús—, y si vives tu fe, la gente se dará cuenta de que tu vida emite luz. Cuando la gente te vea y observe lo que haces, verá y sentirá el Espíritu de Dios.
Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida[16].
Como escribió Pablo a los efesios:
En otro tiempo erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad)[17].
Y a los filipenses les dijo:
…para que seáis irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como lumbreras en el mundo[18].
El Señor nos pide que vivamos de tal forma que lo demos a conocer no solo de palabra, sino también con acciones y en verdad. Por supuesto que las palabras son importantes; con ellas explicamos la salvación y hablamos del amor de Jesús. Pero tus acciones, tus buenas obras, tu ejemplo, el amor y la amabilidad con que tratas a los demás, tu interés por ellos, todo eso demostrará que las palabras que dices sobre Jesús son ciertas, pues tus interlocutores sentirán que irradias a Jesús.
Como discípulos, es importante que la luz de Dios brille a través de nosotros, y así será si lo amamos, lo vivimos, lo predicamos y lo enseñamos.
El principio de estar en el mundo
Debemos estar activos dentro del mundo, pero sin volvernos parte de él.
Jesús, la encarnación de Dios, vivió en el mundo. No era del mundo, pero vivió en él. Como estuvo en el mundo, pudo relacionarse con los necesitados, amar a los demás, ayudarlos, sanarlos, hacerse amigo de ellos y testificarles.
De la misma manera, nosotros estamos en el mundo y tenemos como Él la oportunidad de amar y ayudar a los demás, de darles a conocer el amor de Dios y la vida eterna. El hecho de amarlo y vivirlo nos guarda del mundo, pero no nos saca de él. Un discípulo se relaciona con otras personas y, cuando se presenta la oportunidad, comunica la buena nueva de la salvación.
Este principio consiste en participar en nuestro mundo, en la sociedad en que vivimos —nuestro lugar de trabajo, nuestra zona de misión, donde sea que estemos— de modo que seamos una bendición para los demás.
Al participar activamente en nuestro mundo, nos conviene asegurarnos de que mantenemos una buena conexión y relación con Dios, dándole a Él, a Su Palabra y a la misión de evangelizar la prioridad que les corresponde. No queremos que nos absorban las cosas del mundo o lo que en el mundo se considera importante. Jesús se refirió a esto en una oración que hizo a Su Padre:
No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo[19].
El principio de atender a las personas con las que nos cruzamos
Un discípulo está preparado para testificar, ofrecer una oración y atender a cualquier persona que Dios ponga en su camino. 2 Timoteo 4:2 expresa bastante bien este concepto diciendo: «[Te suplico] que prediques la palabra y que instes a tiempo y fuera de tiempo». En otras versiones de la Biblia la expresión «que instes a tiempo y fuera de tiempo» aparece traducida así: «insiste con ocasión o sin ella», «persiste en hacerlo, sea o no sea oportuno», «ocúpate en ello urgentemente en tiempo favorable, en tiempo dificultoso». Nunca se sabe cuándo te vas a cruzar con alguien que necesita el mensaje de Dios; y cuando llegue ese momento, como discípulo, debes estar preparado para transmitírselo.
Jesús estaba listo para responder a la necesidad cualesquiera que fueran las circunstancias. Se encontró en multitud de situaciones en las que tuvo que actuar inmediatamente: testificar, amar, convencer, curar, perdonar, hacer un milagro. En todos los casos, estuvo a la altura de las circunstancias.
Algunos ejemplos: el encuentro con la samaritana; las bodas de Caná; la visita de Nicodemo; la mujer sorprendida en adulterio; el centurión, los griegos que querían hablar con Él, la suegra de Pedro, el mudo, la cananea, los niños, el joven rico, la madre de Jacobo y Juan, el paralítico, la mujer sirofenicia, el muchacho con un espíritu inmundo, Bartimeo el ciego, el leproso, el hombre de la mano seca, la mujer con flujo de sangre, Zaqueo, Pilato, el ladrón crucificado[20]. Jesús estaba preparado a tiempo y a destiempo, para cualquier persona que el Padre pusiera en Su camino.
Jesús fue en busca de las personas que se había propuesto ayudar: los pecadores que necesitaban salvación. No siempre se encontraba y comía con los ricos, con los justos, con los que llevaban una vida de bien. Estuvo dispuesto a atender a los rechazados: los odiados recaudadores de impuestos, los pecadores, los impuros e indignos. Se le criticó por relacionarse con los marginados; pero Él dejó bien claro lo importante que es cada alma, cualquiera que sea la situación en que se encuentre.
Se acercaban a Jesús todos los publicanos y pecadores para oírlo, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este recibe a los pecadores y come con ellos»[21].
Así que les contó esta parábola:
¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso, y al llegar a casa reúne a sus amigos y vecinos, y les dice: «Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido». Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.
¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, barre la casa y busca con diligencia hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, y les dice: «Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido». Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente[22].
Para Dios, cada persona tiene mucho valor. Él desea que todos obtengan la salvación, y se alegra cada vez que alguien lo hace. Dios pone personas en tu camino para que les testifiques; su estrato social y la prominencia que tengan o dejen de tener no deberían importar en lo más mínimo. Si eres el discípulo a quien el Señor ha llevado a esa persona, deberías estar listo para hablar con ella, sea rica o pobre. Dios no hace acepción de personas. Para Él, todos son pecadores y necesitan Su amor y redención, sea cual sea su posición social. A un discípulo no le corresponde juzgar o discriminar; debe anunciar el Evangelio a todos, y en particular a las personas que Dios pone en su camino.
Al escuchar un curso sobre la historia de la teología cristiana, me topé con un pasaje sobre predicar y enseñar a los pobres que me pareció interesante. El profesor hablaba del pentecostalismo y se deshizo en elogios para con la obra que ese movimiento lleva a cabo entre los pobres.
Decía: De todas las formas globales de cristianismo, el pentecostalismo es la mayor y la que más avanza. Se ha extendido como un reguero de pólvora. En Latinoamérica, las iglesias pentecostales son las que más crecen; en África son muy influyentes. Y en esos países, son las iglesias de los pobres. A los pobres les encanta esa experiencia. Es como una prueba de que Dios está con ellos aun en su pobreza. El pentecostalismo está ligado a un estilo de vida que podríamos decir que es más bien bastante puritano, en el sentido informal de la palabra. Los pentecostales dejan de fumar, dejan de beber, los hombres dejan de golpear a sus esposas y de andar con otras. Se forman familias estables entre los pobres, entre los indigentes, y así los hijos de los indigentes terminan viviendo en una pobreza más digna, o quizás incluso pasan a ser de clase media baja. Y sus hijos tal vez llegan a ir a la universidad. Las iglesias pentecostales son las iglesias de los pobres, que al llegar a la segunda o tercera generación dejan de ser pobres gracias al pentecostalismo. A mí me parece que es una prueba bastante contundente a favor de que el Espíritu Santo obra entre los pentecostales[23].
Me pareció interesante porque muestra el impacto que puede tener la predicación y la enseñanza, y no solo en las personas a las que testificamos y conquistamos, porque si les enseñamos a testificar, el fruto de nuestra enseñanza puede cambiar las futuras generaciones. Si bien la persona que daba la charla se refería al pentecostalismo, el principio que resaltó se puede aplicar a cualquiera que anuncie el Evangelio y enseñe el cristianismo.
Seguir el principio de atender a las personas con las que nos cruzamos significa no limitarnos a testificar, enseñar o convertir en discípulos a las personas con las que estamos acostumbrados a relacionarnos o con las que nos sentimos cómodos. Para el Señor es importante que llevemos el mensaje a las clases media y alta, y también a los que están más abajo en la escala social. Él puede convertir en discípulo a cualquiera que tenga un nuevo corazón, que aprenda a amarlo y que quiera servirlo. Debemos testificar y atender a quien sea que Dios ponga en nuestro camino, a quien sea que Dios nos pida que demos el mensaje. Debemos insistir a tiempo y a destiempo.
Jesús enseñó a Sus discípulos a predicar; ese fue el encargo, la misión que les dejó. Los discípulos hoy en día tenemos la misma misión que cumplir. Debemos dejar brillar nuestra luz, relacionarnos con el mundo sin volvernos del mundo y atender a las personas que Dios pone en nuestro camino. Eso es predicar a Jesús. Eso es cumplir la misión. Así será como ganaremos discípulos.
[1] Marcos 16:15.
[2] Marcos 1:14,15 (NVI).
[3] Mateo 4:17.
[4] Marcos 1:38.
[5] Lucas 4:43.
[6] Lucas 4:18–21.
[7] Lucas 9:2.
[8] Mateo 10:7.
[9] Mateo 10:27.
[10] Marcos 3:14,15.
[11] Juan 20:21,22.
[12] Hechos 1:8.
[13] Hechos 10:42.
[14] Romanos 10:13–15.
[15] Mateo 5:14–16.
[16] Juan 8:11.
[17] Efesios 5:8,9.
[18] Filipenses 2:15.
[19] Juan 17:15,16.
La samaritana: Juan 4:7
Las bodas de Caná: Juan 2:1–11
La visita de Nicodemo: Juan 3:1–21
La mujer sorprendida en adulterio: Juan 8:3–11
El centurión: Mateo 8:5–13
Los griegos: Juan 12:20–26
La suegra de Pedro: Mateo 8:14,15
El mudo: Mateo 9:32,33
La cananea: Mateo 15:22–28
Los niños: Mateo 9:13,14
El joven rico: Mateo 19:16–22
La madre de Jacobo y Juan: Mateo 20:20–23
El paralítico: Mateo 9:2–7
La mujer sirofenicia: Marcos 7:26–30
El muchacho con un espíritu: Lucas 9:37–43
Bartimeo el ciego: Marcos 10:46–52
El leproso: Mateo 8:2–4
El hombre de la mano seca: Marcos 3:1–5
La mujer con flujo de sangre: Lucas 8:43–48
Zaqueo: Lucas 19:1–10
Pilato: Lucas 23:1–4
El ladrón crucificado: Lucas 23:39–43
[21] Lucas 15:1,2.
[22] Lucas 15:4–10.
[23] Cary, Phillip: The History of Christian Theology, charla 28.
Traducción: Jorge Solá y Antonia López.