Amar. Vivir. Predicar. Enseñar. Vívelo, 5ª parte

diciembre 6, 2011

Enviado por Peter Amsterdam

El último de los principios que presentaré con relación al elemento de vivirlo es el de la oración. Este principio está relacionado con casi todos los demás principios de este elemento y juega un papel central en la vida del cristiano.

El principio de la oración

La oración fue un factor muy importante en la vida y el ministerio de Jesús. Los evangelios relatan numerosas ocasiones en las que Jesús oró. Enseñó a Sus discípulos a orar, ellos lo vieron orar y lo oyeron orar por ellos. Les transmitió consejos sobre la oración. La oración fue parte integral de Su ministerio. El hecho de que Jesús se preocupara de orar y enseñara a Sus discípulos a orar es señal de que la oración constituye una parte importante de la vida del discípulo.

Jesús solía retirarse a solas para orar. Se tomaba ratos apartado de las multitudes y a veces de Sus seguidores más cercanos, con el objeto de orar. También oraba en presencia de Sus discípulos.

Pero Su fama se extendía más y más; y se reunía mucha gente para oírle, y para que les sanase de sus enfermedades. Mas Él se apartaba a lugares desiertos, y oraba[1].

Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba. Y le buscó Simón y los que con Él estaban, y hallándole, le dijeron: «Todos te buscan»[2].

Y Él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró[3].

Aconteció que mientras Jesús oraba aparte, estaban con Él los discípulos[4].

Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de Sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos»[5].

Ver el ejemplo de Jesús en materia de oración tuvo un impacto innegable en los discípulos. Ello se hace evidente a lo largo del libro de los Hechos, el cual relata a menudo las oraciones de los discípulos. La oración es una parte importante de nuestra vida. Es parte de nuestra comunicación con Dios.

Antes de cualquier acontecimiento de importancia, milagro o decisión, Jesús siempre dedicaba tiempo a la oración, y lo hizo incluso hasta el momento de Su muerte.

Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió  y descendió el Espíritu Santo sobre Él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres Mi Hijo amado; en Ti tengo complacencia[6].

Aconteció como ocho días después de estas palabras, que tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar. Y entre tanto que oraba, la apariencia de Su rostro se hizo otra, y Su vestido blanco y resplandeciente. Y he aquí dos varones que hablaban con Él, los cuales eran Moisés y Elías; quienes aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de Su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén[7].

En aquellos días Él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y cuando era de día, llamó a Sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles[8].

En seguida hizo a Sus discípulos entrar en la barca e ir delante de Él a Betsaida, en la otra ribera, entre tanto que Él despedía a la multitud. Y después que los hubo despedido, se fue al monte a orar; y al venir la noche, la barca estaba en medio del mar, y Él solo en tierra. Y viéndoles remar con gran fatiga, porque el viento les era contrario, cerca de la cuarta vigilia de la noche vino a ellos andando sobre el mar[9].

Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que Tú me has enviado.» Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: «¡Lázaro, ven fuera!» Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadle, y dejadle ir»[10].

Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.  Y Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen»[11].

Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: «Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu.» Y habiendo dicho esto, expiró[12].

Jesús dio a Sus discípulos instrucciones sobre la forma en que debían orar:

Vosotros, pues, oraréis así: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal»[13].

Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas[14].

Les indicó ciertas cosas por las que debían orar:

Y les decía: La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a Su mies[15].

Yo os digo: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os ultrajan y os persiguen[16].

También les indicó la manera en que no debían orar:

Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.  Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público. Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos; porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis[17].

Y les decía en su doctrina: Guardaos de los escribas, que gustan de andar con largas ropas, y aman las salutaciones en las plazas, y las primeras sillas en las sinagogas, y los primeros asientos en las cenas;  que devoran las casas de las viudas, y por pretexto hacen largas oraciones. Estos recibirán mayor condenación[18].

Jesús les enseñó a persistir en oración.

También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar, diciendo: «Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: “Hazme justicia de mi adversario”. Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: “Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia”.» Y dijo el Señor: «Oíd lo que dijo el juez injusto.  ¿Y acaso Dios no hará justicia a Sus escogidos, que claman a Él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia»[19].

¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le dice: «Amigo, préstame tres panes,  porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante»; y aquél, respondiendo desde adentro, le dice: «No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis niños están conmigo en cama; no puedo levantarme, y dártelos»? Os digo, que aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite[20].

Les enseñó sobre la eficacia de la oración. Les enseñó que las oraciones son respondidas y que se deben hacer con fe y confianza, sabiendo que Dios es todopoderoso y que no hay nada que no pueda responder o llevar a cabo.

Si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: «Quítate y échate en el mar», será hecho. Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis[21].

Todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá[22].

Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?[23]

Exhortó a Sus discípulos a velar y orar para no caer en tentación y pecado. El siguiente versículo contiene la frase «mirad por vosotros mismos». En otras traducciones de la Biblia, esta expresión aparece traducida como tener cuidado, estar alerta, velar.

Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre[24].

Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil[25].

Jesús oró por los demás.

Entonces le fueron presentados unos niños, para que pusiese las manos sobre ellos, y orase; y los discípulos les reprendieron. Pero Jesús dijo: «Dejad a los niños venir a Mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos.» Y habiendo puesto sobre ellos las manos, se fue de allí[26].

Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero Yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos[27].

Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque Tuyos son[28].

Es evidente por lo que describen los evangelios, que Jesús oró con un enorme fervor antes de Su arresto.

Yéndose un poco adelante, se postró en tierra, y oró que si fuese posible, pasase de Él aquella hora[29].

Y Él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: «Padre, si quieres, pasa de Mí esta copa; pero no se haga Mi voluntad, sino la Tuya.» Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era Su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra[30].

Yendo un poco adelante, se postró sobre Su rostro, orando y diciendo: «Padre Mío, si es posible, pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú». Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: «Padre Mío, si no puede pasar de Mí esta copa sin que Yo la beba, hágase Tu voluntad». Vino otra vez y los halló durmiendo, porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño. Y dejándolos, se fue de nuevo, y oró por tercera vez, diciendo las mismas palabras[31].

El ejemplo, la instrucción y la información que dio Jesús a Sus discípulos con respecto a la oración, expresan muy claramente su importancia. La oración es un medio de comunicación con Dios, una forma de permanecer en Él. Es un medio para conectarse con Su poder. Es una forma de amar y ayudar a otros. Es una forma de proteger nuestra vida y salud espirituales. Las oraciones que hacemos pidiendo obreros y las que elevamos por las personas a las que atendemos tienen un gran efecto en la eficacia de nuestra predicación y enseñanza. Nos dan la oportunidad de presentarnos humildemente ante Dios, para rogar con fervor ante Él e implorarle Su ayuda, para perdonar a los demás y pedirle a Él que nos perdone.

Por ser discípulos tenemos el llamamiento de orar, y la oración se entreteje con los demás elementos del discipulado. Todos los elementos —amar a Dios, vivir para Él, predicarlo y enseñarlo— requieren de la oración.

Los discípulos oran.


[1] Lucas 5:15–16.

[2] Marcos 1:35–37.

[3] Lucas 22:41.

[4] Lucas 9:18.

[5] Lucas 11:1.

[6] Lucas 3:21–22.

[7] Lucas 9:28–31.

[8] Lucas 6:12–13.

[9] Marcos 6:45–48.

[10] Juan 11:41–44.

[11] Lucas 23:33–34.

[12] Lucas 23:46.

[13] Mateo 6:9–13.

[14] Marcos 11:2 5.

[15] Lucas 10:2.

[16] Mateo 5:44.

[17] Mateo 6:5–8.

[18] Marcos 12:38–40.

[19] Lucas 18:1–8.

[20] Lucas 11:5–8.

[21] Mateo 21:21–22.

[22] Marcos 11:24.

[23] Lucas 11:9–13.

[24] Lucas 21:34–36.

[25] Marcos 14:38.

[26] Mateo 19:13–15.

[27] Lucas 22:31–32.

[28] Juan 17:9.

[29] Marcos 14:35.

[30] Lucas 22:41–44.

[31] Mateo 26:39, 42–44.

Traducción: Cedro Robertson
Revisión: Antonia López