Dar ánimo a los demás
junio 28, 2022
Enviado por María Fontaine
Dar ánimo a los demás
[Encouraging Others]
El ánimo es el fermento del alma. Anima el corazón apesadumbrado, fortalece la esperanza que languidece; de manera positiva, aviva el potencial de la mente. Abre los ojos del que da para ver la chispa de lo divino en otras personas[1].
Animar a otros es una manera importante de expresar el amor de Dios. Cuando las personas se sienten aceptadas, amadas y valoradas como la creación de Dios que son, empieza en su vida una espiral ascendente que puede ampliar sus horizontes, animar su fe y motivarlas a hacer cosas mayores.
Una querida colaboradora me contó un testimonio. Le volvió a recordar la importancia de reconocer sinceramente las cualidades de otros en cada oportunidad. A modo de introducción, empezó su carta con una cita:
«El mejor regalo que se puede dar a alguien es infundirle ánimo. Sin embargo, nadie recibe todo el ánimo que necesita para desarrollar todo su potencial. Si todos recibieran el ánimo que necesitan para crecer, el talento en la mayoría de las personas llegaría a su apogeo y el mundo produciría una abundancia más allá de nuestros sueños más audaces»[2].
Esa cita me hizo pensar en ti, María, pues creo que uno de tus dones más fuertes es el de infundir ánimo. Sé que no es un tema nuevo y que tal vez es algo que nos resulta ya familiar, pero alentar a otros es algo muy potente que podemos ofrecer a los demás. Creo que merece la pena que nos lo recuerden a todos con frecuencia.
Hace unos meses, el Señor puso en mi corazón que escribiera a unos amigos acerca de un don que tienen para hacer que otros se sientan en casa y bienvenidos cuando los reciben en su casa. He leído algunos libros sobre la hospitalidad cristiana, acerca de la comunión centrada alrededor de una mesa, y me pareció que debería decir a esos amigos que reconozco y valoro esa cualidad que tienen ellos, su generosidad al dar a otros de esa manera. Cuesta dinero y tiempo. Recibir a otros en su casa es un regalo valioso y es un sacrificio por parte de ellos, pero lo hacen con liberalidad.
Así que me senté y escribí la nota. Al día siguiente me llegaron noticias de ellos. Me sentí recompensada al enterarme que mi nota los conmovió, y que los animó saber que ese don resplandece a través de ellos y que es una bendición para los demás.
Cuando pensamos en otros cristianos, tal vez suponemos que nuestras palabras de ánimo no son necesarias porque ellos se aferran a Jesús. Sin embargo, muchas veces, Jesús entrega el amor, el apoyo y el ánimo que necesitamos por medio de nuestros hermanos y hermanas en el Señor.
Nunca se sabe en qué situación puedan estar: tal vez un hijo pasa por una etapa difícil, o ellos tuvieron un problema de salud o están preocupados por un familiar que tiene ese problema. Podría ser que por ayudar a otros han quedado en una situación económica más limitada, y quizá se pregunten si de verdad valen la pena los sacrificios que hacen para continuar dando de esa manera.
Todos necesitamos ánimo a fin de continuar empleando nuestros dones para amar y ser Jesús para los demás. Es una inversión que bien vale la pena su peso en oro porque deja un impacto que contribuye a cambiar vidas.
María: Todos podemos hacer algo para dar ánimo a los demás. Me encanta buscar formas de poner en práctica ese principio, en particular para nuestros hermanos y hermanas en el Señor que dan de sí mismos día tras día, pero muchas veces reciben muy poco reconocimiento. Recordarles que son apreciados por ser quienes son y por su amor por el Señor puede marcar una gran diferencia en su vida.
Los actos de bondad y generosidad como la pareja del testimonio de los párrafos anteriores también son formas de infundir ánimo a los demás. Consolamos a otros con el consuelo con que somos consolados por Dios. Se convierte en una reacción en cadena a medida que nos animamos unos a otros en el Señor; y ese ánimo se extiende hacia afuera, hacia un sinnúmero de personas.
Llegó a mi conocimiento una historia conmovedora de alguien que decidió expresar el valor que vio en dos personas al satisfacer sus necesidades de manera temporal. Comenzó de una manera pequeña y fue en aumento. Esta es la historia:
Un hombre que se llama Bob se enteró de que en su pequeño pueblo había dos refugiados adolescentes que necesitaban un lugar para vivir de manera temporal. Los muchachos eran hermanos y hablaban muy poco inglés. Estaban separados de su familia y no conocían a nadie más; solo se tenían el uno al otro.
Bob les ofreció un lugar para vivir temporalmente. No conocía nada de la parte del mundo de donde venían los jóvenes. Sin embargo, se había propuesto practicar la generosidad, y preparó el cuarto de invitados para los muchachos.
La estancia temporal se prolongó más y más. Bob les enseñó a utilizar las computadoras y les consiguió unas usadas. Les enseñó a conducir. Los llevó para que consiguieran permisos de conducir y a las clases para aprender el idioma. Los ayudó a comprar autos usados. Aprendió cómo era el país de donde provenían los muchachos y sus tradiciones y religión. Les pidió que le enseñaran acerca de los alimentos de su país natal que ellos extrañaban, porque quería aprender a prepararles esas comidas. Se concentró en el estudio de las leyes de inmigración y su proceso. Tomó el papel de su defensor, su mentor, su amigo.
Los ayudó a conseguir empleos. Y cuando los muchachos empezaron a salir con chicas, llevaron a sus novias a cenar para que conocieran a Bob. Cuando la novia de uno de ellos necesitó volver a su país de origen por motivos de su visa, Bob la acompañó a ella y a su hijito. Bob se convirtió en una figura paterna, y ellos llegaron a ser como sus hijos e hijas.
Bob les cambió la vida. Y sin duda ellos cambiaron la vida de Bob.
Bob era mi abuelo, Robert Lawrence Barry, y murió poco antes de cumplir noventa y un años. En las semanas anteriores a su partida al Cielo, todos contamos historias de esa comunidad extraordinaria que empezó con lo que se suponía que sería una estancia temporal. Los dos muchachos y las que llegarían a ser sus esposas y sus hijos —todas esas personas— habían sido moldeados profundamente gracias a la generosidad y compromiso de un hombre.
Mi abuelo conoció a esos muchachos cuando él tenía ochenta y cinco años. Esta historia increíble ocurrió en un poco más de cinco años. En una época de la vida en la que la mayoría de las personas se relajan y se acostumbran a sus rutinas, el abuelo hizo lo contrario.
Si piensas que eres demasiado viejo para marcar una diferencia, para animar a alguien al valorarlo, no es así. Si piensas que ya no tienes suficiente tiempo para construir algo hermoso, te equivocas.
No es demasiado tarde para ti. Nunca es demasiado tarde para crecer[3].
María: Dedicar tiempo a animar a alguien por medio de nuestras palabras o actos, de formas grandes o pequeñas, contribuye a que este mundo sea un lugar mejor. Incluso si no tenemos los recursos para hacer algo como lo que hizo Bob, siempre hay algo que podemos hacer.
Infundir ánimo con sinceridad como parte de nuestra vida cotidiana se puede aplicar a cualquier comunicación que tengamos con otras personas. Si contribuye a que alguien se vea a sí mismo como que vale la pena, puede ser un recordatorio de que es una persona amada.
Claro, si alguien no conoce a Jesús, nuestro objetivo principal es ayudarlo a acercarse más al Señor. Sin embargo, incluso cuando por alguna razón no sea posible hablar del Señor, alentar a esa persona puede contribuir a que cobre suficiente ánimo como para darle esperanza en que hay amor en este mundo.
El Señor puede entonces valerse de eso, junto con las otras muestras de Su amor y nuestras oraciones. Así pues, nunca desprecies el día de las pequeñeces. El que es fiel en lo poco será fiel en lo mucho. Muchos grandes engranajes giran en diminutos ejes.
Es posible que descubras que la mayoría de las personas son consideradas y amables en cierta medida, y en muchos casos, si lo reconoces eso las motivará a serlo más. Puede derribar muros y abrir sus corazones, y como la marea, levanta todas las embarcaciones, incluida la tuya.
Puedes buscar formas de hacer esto con familiares, seres queridos, amigos y colegas, o simplemente personas que se cruzan en tu camino. Creo que el impacto de incorporar este principio de alentar a otros puede resultar en más de lo que podrías imaginar, a medida que el río de ánimo fluya a través de ti y llegue a la vida de otros.