Disciplinas espirituales: Silencio y recogimiento

abril 29, 2014

Enviado por Peter Amsterdam

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[The Spiritual Disciplines: Solitude and Silence]

Como cristianos es nuestro deseo seguir al Señor de cerca, vivir nuestra vida en armonía con Sus atributos y voluntad, y ser instrumentos de bendición para los demás. Las disciplinas espirituales nos asisten en ese empeño. Las disciplinas del silencio y el recogimiento pueden resultar particularmente útiles, pues nos permiten enfocar nuestra atención en el Señor sin muchas de las distracciones que nos abruman en la vida cotidiana.

La disciplina del recogimiento se refiere a la práctica voluntaria y temporal de retirarse en privado y separarse de las actividades y distracciones de la vida para pasar tiempo a solas con Dios. Practicar la disciplina del silencio implica abstenerse de hablar durante un periodo de tiempo y puede significar también aislarse de los ruidos y voces externos acudiendo, por ejemplo, a un retiro espiritual o a un lugar apartado de las actividades que uno realiza todos los días.

En algún sentido estas dos disciplinas pueden considerarse un ayuno de la interacción y comunicación con otras personas a fin de interactuar y comunicarse con Dios. Entraña apartarse durante un tiempo —ya sea breve o largo— a fin de librarse de distracciones y poder concentrarse más fácilmente y más de lleno en el Señor y en lo que quiera decirnos, a fin de renovarnos y fortalecernos espiritualmente.

Jesús tomó tiempo de silencio y recogimiento

A lo largo de los Evangelios vemos que Jesús se separaba de la gente a la que atendía espiritualmente y hasta de Sus mejores amigos y seguidores, para pasar tiempo a solas en oración y comunión con el Padre. Antes de comenzar Su obra, el Espíritu Santo lo lleva a pasar cuarenta días a solas en ayuno y oración.[1] Antes de decidir quiénes de entre Sus seguidores serían los doce apóstoles, la Escritura dice que En aquellos días Él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y cuando era de día, llamó a Sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles.[2] Al enterarse de la muerte de Juan el Bautista, Jesús se apartó de allí, Él solo, en una barca a un lugar desierto.[3] Cuando las multitudes se reunían para escucharlo y sanarse, a veces Él se apartaba a lugares desiertos, y oraba.[4] Después de dar de comer milagrosamente a cinco mil personas, envió a Sus discípulos en una barca, y después de despedir a la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo.[5]

Era habitual que Jesús se apartara de los demás para estar a solas con Dios. Aun cuando estaba sumamente ocupado, cuando era muy solicitado y realizaba grandes portentos, tenía por norma apartarse de todos para pasar un tiempo íntimo con Su Padre.

Cuando llegó la noche, luego que el sol se puso, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados. Toda la ciudad se agolpó a la puerta. Y sanó a muchos que padecían de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios. [...] Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba.[6]

Apartar tiempo para comulgar con el Señor nos da ocasión de orar y escuchar Su voz sin distracciones. El recogimiento nos permite enfocarnos en conectar profundamente con Dios, sabiendo que otras personas no nos interrumpirán, sobre todo combinamos ese rato de aislamiento con silencio desconectándonos de todos los dispositivos de comunicación, teléfonos, computadores, etc. Naturalmente, no es siempre necesario apartarse del ruido y las conversaciones para escuchar la voz del Señor, pues Él puede hablarnos en cualquier situación. En todo caso sí hay momentos en que es provechoso estar a solas y en silencio para acudir a Él y escucharlo.

Sobrecarga de información

Hace un año y medio más o menos forzaron la puerta de mi auto y me robaron el estéreo, cosa que no me hizo ninguna gracia. Si bien no conduzco muy seguido, me gustaba escuchar música cuando lo hacía. Como ya no tenía esa posibilidad, poco a poco le fui tomando gusto a esos ratos en que andaba un poco más desconectado y comencé a aprovechar mi tiempo al volante para orar y alabar al Señor. Contemplaba la naturaleza, los árboles, las flores, los paisajes y agradecía a Dios por tanta belleza. Conversaba con el Señor acerca de los trámites y gestiones que tenía que atender o de mis planes para el día. Todavía no he repuesto el estéreo, porque descubrí que ese tiempo a solas sin la distracción de la radio o la música me da ocasión de pasar un poquito más de tiempo en Su presencia.

Aunque escuchar la radio o música o ver televisión no tiene nada intrínsecamente malo, conviene tener en cuenta en qué medida y en qué circunstancias lo hacemos. ¿Lo hacemos con tal de tener algún ruido de fondo? ¿Estamos adictos el ruido, o tal vez el silencio nos incomoda o nos da miedo? ¿Y el bombardeo constante de información? ¿Estamos adictos a eso? ¿Nos pasamos la vida revisando constantemente el correo electrónico, o las cuentas de Twitter o Facebook; o chateando o escuchando las noticias repetidamente a lo largo del día? Si bien cada uno de esos medios de información tiene sus beneficios, conviene tener en cuenta que tantas conexiones pueden distraernos de pasar tiempo conectando con nuestros pensamientos y la voz de nuestro Creador.

Apartar y programar tiempo

Como suele suceder con tantas otras cosas en la vida, el tiempo de recogimiento y silencio no se hará realidad a menos que se planifique. En principio, hay que programar tiempo todos los días para leer la Palabra de Dios, orar y comulgar con Él. Además de esos ratos, es aconsejable encontrar momentos para apartarse del ajetreo y el bullicio de la vida cotidiana y enfocar la atención en el Señor. Esos momentos se pueden considerar como retiros de un minuto.

Cuando sea posible, ayuda tomarse períodos más largos de silencio y recogimiento. Tal vez dedicar unas horas el fin de semana en intimidad con el Señor para leer la Biblia o un libro devocional que nos ayude a compenetrarnos más con Él o concentrarnos más en Él. Quizá se puede emplear ese tiempo para realizar un estudio de la Biblia, o para orar y meditar. Tal vez tengamos decisiones que tomar o asuntos personales que requieran reflexión y oración, o tal vez simplemente queramos tomar tiempo para abrirnos a lo que el Señor quiera decirnos.

Se puede considerar la posibilidad de tomarse parte de un día, todo el día o hasta un fin de semana o más días de recogimiento, si es viable. Esto puede resultar difícil cuando se tienen obligaciones, tales como cuidar niños. Tal vez con un poco de planificación y preparación se puede hacer de vez en cuando. Algunas personas lo logran intercambiando tareas con otras personas. A lo mejor tu cónyuge pueda tomar tu lugar unas horas mientras tú te tomas ese tiempo con el Señor. O podrías arreglar con un amigo o amiga para que te cuide los niños una tarde a cambio de devolverle el favor en algún otro momento.

Practicar el recogimiento y el silencio afecta a los demás, sobre todo a nuestros seres queridos. Cuando alguien se retira por un tiempo, automáticamente los demás se ven afectados, pues la ausencia de la persona se hace notar. Es importante entender y respetar el hecho de que ausentarnos puede resultarles difícil. Debemos hacer los arreglos necesarios para que la experiencia le resulte más llevadera a nuestros cercanos y hacer todo lo que podamos para ayudarlos a entender lo que hacemos y por qué, e infundirles confianza en que los amamos y deseamos su compañía.[7]

Cuando se te presenta la oportunidad de pasar un tiempo prolongado en recogimiento, conviene preparar de antemano cómo vas a emplear ese tiempo. Podrías programar un rato para leer, para dar un paseo por parajes naturales y para orar y escuchar al Señor. Si vas a pasar un periodo prudencialmente largo en recogimiento, podría venir bien dedicar tiempo a descansar y dormir un poco más de la cuenta.

Aunque no te sea posible retirarte por un tiempo muy amplio, tal vez puedas encontrar un lugar donde retirarte de vez en cuando por períodos breves. Quizá haya una plaza cercana a la que puedas llegar caminando o en auto para apartarte un rato, o puede que haya una habitación desocupada en tu casa o un lugar tranquilo en el garaje o el ático, o un sitio en el jardín donde puedas estar a solas. Lo importante no es el sitio en el que te recojas ni por cuánto tiempo; lo fundamental es que te tomes el tiempo y hagas un esfuerzo por conseguirlo. ¿Tienes un lugar dónde hacerlo? Si no, probablemente no te costará mucho ubicar uno, aunque te tome un poco de trabajo.

Más sobre el silencio

Por naturaleza el recogimiento y el silencio van de la mano. Un autor escribió: El recogimiento se hace realidad a través del silencio.[8] Si estás separado de los demás físicamente, lo más probable es que no estés conversando con ellos. Guardar silencio durante largos períodos también puede enseñarnos a controlar la lengua. Si queremos asemejarnos más a Cristo es preciso aprender a refrenar la lengua.

Dallas Willard escribió:

En su epístola, Santiago nos dice que quienes parecen religiosos pero son incapaces de refrenar la lengua se engañan a sí mismos y profesan una religión desvalorizada (Santiago 1:26). Afirma que quienes no hacen ningún daño con lo que dicen son perfectos y capaces de encaminar todo su cuerpo para que haga el bien (Santiago 3:2). Practicar el silencio al menos puede ayudarnos a moderar lo que decimos para impedir que la lengua se nos dispare automáticamente. Gracias a esta disciplina disponemos de cierta distancia interna que nos da tiempo para examinar cabalmente nuestras palabras y de la presencia mental para controlar lo que decimos y en qué momento.[9]

Las Escrituras nos dicen que hay un tiempo para callar y un tiempo para hablar.[10] El libro de los Proverbios habla específicamente sobre no hablar más de lo necesario.

En las muchas palabras no falta pecado; el que refrena sus labios es prudente.[11]

El que guarda su boca guarda su vida.[12]

El que guarda su boca y su lengua, su vida guarda de angustias.[13]

Hablar menos y con mucho más cuidado puede ayudarnos a controlar lo que decimos y así evitar expresar lo primero que nos viene en gana. Nos ayuda a sopesar lo que vamos decir y asegurarnos de que debemos decirlo. Hablar menos nos ayuda a escuchar mejor y prestar atención a lo que dicen los demás. Nos hace más considerados de los demás y sus necesidades.

Todos somos diferentes: algunos son más callados por naturaleza y otros hablan hasta por los codos. Si bien todos podemos aprender a hablar menos y escuchar más, algunos necesitamos practicar esta disciplina más que otros. Esto puede hacerse absteniéndonos de comentar o dar nuestra opinión mientras hablan otras personas y, en cambio, escucharlas más atentamente. También podemos privarnosde hablar innecesariamente evitando o postergando conversaciones o llamadas por teléfono.

Para muchos, la idea de estar a solas o no hablar con otras personas o no estar conectados a internet es aterrador, sobre todo si es por un tiempo prolongado. Sin embargo, al practicar el recogimiento y el silencio nos separamos temporalmente de otras personas, pero no del amor del Señor. La finalidad de estas disciplinas es llevarnos a una comunicación más íntima y profunda con Dios. Nos retiran de la interacción normal que tenemos con los demás y nos ayudan a alcanzar una comunión y fraternidad con Dios más focalizadas.

Aunque apartarse para pasar un rato de fraternidad con el Señor implica un sacrificio y un compromiso, los beneficios de dedicarle nuestra plena atención bien valen la pena. Si bien es difícil hallar ocasiones para el recogimiento —sobre todo durante períodos más amplios y más aún si se tienen niños pequeños—, practicar retiros de un minuto bien vale el esfuerzo. Les recomiendo que incorporen las disciplinas del recogimiento y el silencio a su vida cada vez que sea viable.


Nota

A menos que se indique otra cosa, todos los versículos proceden de la Santa Biblia, versión Reina-Valera 95 (RVR 95), © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados.


[1] Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, sintió hambre. (Mateo 4:1–2).

[2] Lucas 6:12,13.

[3] Mateo 14:13.

[4] Lucas 5:13–16.

[5] Mateo 14:23.

[6] Marcos 1:32–35.

[7] Willard, Dallas, The Spirit of the Disciplines (New York: HarperOne, 1988), 161.

[8] Nouwen, Henri, «Silence, The Portable Cell» (Sojourners 9, julio de 1980), 22, tal como lo cita Willard en The Spirit of the Disciplines, 10.

[9] Willard, Disciplines, 164.

[10] Eclesiastés 3:7.

[11] Proverbios 10:19.

[12] Proverbios 13:3.

[13] Proverbios 21:23 NIV.