El otro lado de la ecuación
marzo 15, 2011
Enviado por Peter Amsterdam
El otro lado de la ecuación
En el artículo anterior escribí sobre la importancia del perdón, recalcando el punto de que si alguien peca contra uno, uno debe perdonar a esa persona si es que quiere también ser perdonado por Dios.
Sin embargo, existe otra cara en esta ecuación. Si bien Jesús recalcó claramente que es nuestra obligación perdonar, fue igualmente claro al decir que debemos evitar actuar de maneras que resulten en que tengamos que ser perdonados. El hecho de que, guiado por las palabras de Jesús, un hermano esté obligado a perdonar, no debería darnos la licencia para lastimarlo intencionalmente. Cada uno de nosotros seguimos siendo responsables de nuestras palabras y acciones ante Dios.
Como de costumbre, Jesús habló de este principio en términos concisos y fuertes: Y así como quieran que los hombres hagan a ustedes, hagan con ellos de la misma manera[1]. Otra versión dice: Traten a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes[2]. Por eso, todo cuanto quieran que los hombres les hagan, así también hagan ustedes con ellos, porque ésta es la Ley y los Profetas[3].
Si uno está tratando de tomar una decisión y no está seguro de si moralmente está bien o mal, debe preguntarse: «¿Querría yo que otra persona me hiciera a mí lo que yo estoy pensando hacerles a ellos?» Si la respuesta es no, entonces sabrán que lo más probable es que no deberían hacerlo.
Por otra parte, si se imaginaran estando del lado receptor de lo que están pensando en hacer, y piensan que es algo que a ustedes les gustaría, eso les podrá servir como pauta de que está bien seguir adelante con ello. Si a ustedes les gustaría que se dijera de ustedes lo que ustedes van a decir de otra persona, si a ustedes les conviniera aceptar una transacción económica tal como la que ustedes le quieren ofrecer a un hermano, entonces deberían proseguir con esa idea. Pero si en su corazón saben que lo que están a punto de hacer a otra persona pueda lastimarlo, y a ustedes no les gustaría que alguien les hiciera eso mismo, entonces pueden estar seguros de que estarían pecando contra su hermano.
Los requisitos bíblicos de tratar a otros de la misma manera en que nosotros quisiéramos que ellos nos trataran, y de amar al prójimo como a nosotros mismos, no son solo clichés o consejos de autoayuda. Son el desafío de Dios a nosotros como individuos; son la vara por medio de la cual juzgamos nuestras acciones. Son las reglas de Dios para nosotros, y lo más sabio de nuestra parte sería verlas como la vara de medición por medio de la cual Él juzga nuestras acciones.
No se trata de una complicada fórmula que toma toda una vida estudiar y entender; es tan simple que hasta un niño puede entenderla. Si no quieres que se te haga algo a ti, entonces no se lo hagas a otro.
La Biblia a veces puede parecer compleja, con varios significados. Contiene lo más profundo de Dios; hay tesoros viejos y nuevos en ella. Sin embargo, Jesús ordenó expresamente este mensaje principal valiéndose de unos pocos ejemplos muy simples y de palabras fáciles de comprender para que todos pudieran entenderlo: amar a Dios con todo el corazón, alma y mente; y amar al prójimo como a uno mismo. Esto cumple con la Ley y los Profetas, lo que quiere decir que cumple todo lo que está dicho en el Antiguo Testamento.
En efecto, toda la ley se resume en un solo mandamiento: «Ama a tu prójimo como a ti mismo»[4].
El cumplimiento está en el hacer. Estas no son solo lindas ilustraciones o buenos pensamientos, sino que transmiten principios que deben ser puestos en acción. La acción de que, cuando nos veamos ante la elección de comportarnos mal con alguien o de comportarnos con amor, elegiremos el amor, aun si nosotros salimos perdiendo. Las profundas afirmaciones que hace Jesús deben ser puestas en práctica. Son los principios rectores por los que uno debería tomar decisiones y juzgar las decisiones que uno hace.
Existen consecuencias, tanto positivas como negativas, en la aplicación o no aplicación de estos principios. Lo que sembramos, cosechamos. Si sembramos amor, cosechamos amor también; se sembramos cordialidad, cosecharemos lo mismo.
Lo opuesto también es cierto, tal como se expresa en el libro de Job:
Por lo que he visto, los que aran iniquidad y los que siembran aflicción, eso siegan[5].
Existe una correlación entre nuestras acciones —la manera en que tratamos a los demás— y las consecuencias de esas acciones. Cosechar lo que sembramos es el principio activo que puede afectar nuestras vidas profundamente. Nuestra historia personal será afectada positivamente o negativamente según cómo tratemos a los demás. Por eso, tratar a los demás tal como quisiéramos que ellos nos traten a nosotros se convierte en un principio de gran importancia, uno que sería prudente que aplicáramos a nuestra vida diaria.