Integridad

mayo 27, 2014

Enviado por Peter Amsterdam

¿No les parece que aprecian relacionarse con personas sinceras, dignas de confianza, honradas, auténticas y que hacen lo que dijeron que harían? Hablo de quienes cumplen sus compromisos, que cuando les cuentan algo personal, lo mantienen como un asunto confidencial. Yo lo aprecio. Me gusta hacer amistad, trabajar y hacer negocios con personas así, porque sé que puedo confiar en ellas. Claro, nadie es perfecto e incluso las personas dignas de confianza pueden equivocarse de vez en cuando, pero estoy tranquilo cuando estoy rodeado de personas de buena conducta, que tienen integridad, que viven conforme a sus principios aunque sea difícil.

Hace tiempo, alguien que esperaba contratar para que hiciera una reparación que yo necesitaba, me dijo que ese trabajo podía hacerse de forma que el producto final fuera seguro, y que había otra forma que se vería bien, pero que a la larga alguien podría sufrir daño. Añadió que le encantaría hacer el trabajo si yo quería que el producto final fuera seguro. Si no, tendría que buscar a otra persona. Había poco trabajo y a él le hacía falta, pero dejó claro que había normas de calidad que él debía cumplir. Lo contraté de inmediato. Para él era más importante la integridad que el trabajo o el dinero. Su integridad no estaba en venta.

La integridad significa tener un fundamento moral que es el punto de referencia de nuestros actos. En el caso de los cristianos, ese criterio o punto de referencia es la Palabra de Dios. (Aunque la integridad no está limitada a los cristianos, hablaré de ella desde una óptica cristiana). Cuando conocemos la Palabra de Dios, tenemos conocimiento de lo que Dios ha revelado de Sí mismo, de Sus atributos y naturaleza; así que sabemos lo que nos ha dicho que es importante para Dios, y tratamos de vivir de manera que refleje lo que Él dice que es importante. Creemos en Sus valores y los adoptamos como nuestros valores internos. Luego, de manera constante procuramos sincronizar nuestros valores internos con nuestros actos y palabras.

Su Palabra nos indica que Dios valora la integridad: honradez, rectitud, cumplir nuestra palabra, y ser confiable. SEÑOR, ¿quién habitará en Tu tabernáculo? ¿Quién morará en Tu santo monte? El que anda en integridad y obra justicia, y habla verdad en su corazón[1]. Cuando nuestra integridad centrada en los principios divinos se convierte en nuestro criterio, dirige nuestros actos. La integridad guía a los rectos[2].

Los términos en hebreo que se utilizan en el Antiguo Testamento para referirse a la integridad a veces también se traducen como completo, recto, perfecto, intachable, irreprochable, todo, sincero. Todos somos humanos con defectos, nadie es perfecto. Sin embargo, como creyentes que somos queremos esforzarnos al máximo a fin de vivir conforme a los valores divinos, lo que resulta en que vivamos con integridad. Claro, es mucho más fácil en teoría que en la práctica. Todos tenemos la tentación de tomar un camino más fácil con respecto a la moral, ser menos honrados, basar algunas decisiones en lo que creemos que es mejor para nosotros en vez de lo que sea correcto. Esa es la naturaleza humana, el resultado de la caída del hombre[3]. Como creyentes que procuramos vivir conforme a nuestra fe, tenemos el desafío de remontarnos por encima de nuestra naturaleza pecaminosa, por la gracia de Dios.

Hemos sido llamados a vivir tanto en privado como en público conforme a los valores divinos que hemos adoptado. Debemos tomar esa misma decisión o actuar del mismo modo tanto cuando nadie esté presente como en los casos en que somos observados. La integridad es optar por hacer lo que está bien, no porque alguien esté mirando, sino porque nos hemos comprometido a hacer lo correcto. Es un compromiso interno en vez de algo basado en circunstancias externas. Lo correcto es correcto, independientemente de si alguien está mirando, y lo que está mal está mal, aunque nadie esté observando.

A la larga, optar por la integridad siempre vale la pena; y obrar mal en secreto tarde o temprano nos causará problemas, ya sea en consecuencias visibles o en el grave efecto en nuestra alma, conexión con Dios y en las relaciones con otras personas.

No hay nada encubierto que no llegue a revelarse, ni nada escondido que no llegue a conocerse. Así que todo lo que ustedes han dicho en la oscuridad se dará a conocer a plena luz, y lo que han susurrado a puerta cerrada se proclamará desde las azoteas[4].

¿Por qué es importante la integridad?

La integridad es fundamental para ser una persona digna de confianza o creíble. Nos afecta de forma personal, profesional, social y espiritual. Tiene que ver con el núcleo de qué persona eres. Define el carácter. El famoso arquitecto y autor Buckminster Fuller (1895-1983) dijo: «La integridad es la esencia de todo lo que tenga éxito». Zig Ziglar expresó la importancia de la integridad de una manera parecida: «La honradez y la integridad son absolutamente esenciales para tener éxito en la vida… en todos los aspectos de la vida».

Nuestro comportamiento es el resultado de las decisiones que tomamos. Cuando decidimos basándonos en nuestros valores, en lugar de en lo que sea ventajoso para nosotros, tenemos integridad. La integridad requiere que tengamos disciplina para tomar decisiones basándonos en lo que está bien, no en lo que sea más conveniente o beneficioso para nosotros en ese momento. Es poner nuestra brújula moral de forma que señale hacia el verdadero norte, a los valores divinos, y luego comprometernos a seguir ese rumbo, sean cuales sean las circunstancias. Vivir con integridad es vivir conforme a los valores que se tienen aunque se salga perjudicado. Y habrá veces en que se salga perjudicado. En algunos casos, prometerán algo y luego un cambio en las circunstancias hará que cumplir su palabra sea difícil o costoso, pero lo harán porque han hecho una promesa. Cuando digan «sí» debe significar «sí» y cuando digan que no, debe significar «no»[5]. La integridad significa que cumplen su palabra.

Tener integridad es conocer sus valores morales y comprometerse a vivir conforme a ellos. Falta integridad cuando sus palabras no concuerdan con sus actos, cuando dicen una cosa y hacen otra, cuando sus actos contravienen sus valores (valores divinos). Nuestros valores son lo que motiva nuestros actos y cuando vemos que falta integridad en nuestro comportamiento, eso indica que nuestros verdaderos valores tal vez no sean los que pensamos o afirmamos que son. Es posible que de manera inconsciente defendamos valores que no están en sintonía con la voluntad de Dios o Su Palabra. Como cristianos, debemos esforzarnos por medir nuestras decisiones, palabras y actos con los valores que Dios nos ha revelado por medio de las Escrituras. En síntesis, que nuestros valores estén en consonancia con los de Dios.

La integridad como un hábito

Comprometerse a vivir con integridad hace que sea más fácil tomar buenas decisiones cuando sean difíciles. Cuando se han comprometido a dirigir su vida conforme a valores divinos, no tendrán una gran lucha con su conciencia cada vez que enfrenten la decisión de hacer lo que está bien o lo que está mal. Esa decisión tendrá que haberse tomado con bastante anticipación, porque es su compromiso. Si enfrentan la oportunidad de tomar algo que no les pertenece, hacer algo que saben que no deberían, engañar, mentir, hablar mal de alguien o divulgar un chisme, violar un acuerdo que hicieron, ser infiel a su cónyuge, tendrán la fuerza moral para optar por no hacerlo aunque se vean tentados, porque al hacerlo violarían los valores por los que han decidido vivir.

La integridad no es algo que suceda de manera natural; se desarrolla consciente y progresivamente. Se empieza al decidir vivir con integridad y comprometerse a ello. Deciden cuál será su escala de valores, lo que defienden, y se comprometen a vivir conforme a ese criterio. Habiéndolo prometido, procuran seguir ese firme propósito. Tendrán la tentación de transigir, pero a medida que tomen las decisiones correctas a pesar de las situaciones en que quieran hacer otra cosa, cada vez más tendrán la costumbre de actuar éticamente. Su previo compromiso a sus valores hace que sea más fácil tomar decisiones éticas y disminuye la tentación de transigir en cuanto a sus convicciones.

Decidir actuar con integridad nos pone en una situación de lograr nuestros objetivos de manera que no nos avergüence. Cuando se trata de las cosas verdaderamente importantes en la vida, el camino para lograr nuestras metas es tan importante como lograrlas. Si somos deshonestos, nos aprovechamos de otros, nos apropiamos de algo que no es nuestro, actuamos en contra de los principios éticos, o perjudicamos a otros a fin de lograr nuestras ambiciones, entonces habremos procedido con engaño y deshonor. Es posible que hayamos obtenido lo que queremos, pero en el proceso hemos transigido en lo que respecta a nuestros valores, carácter y fe. Los seres humanos tenemos la capacidad de justificar internamente que el resultado final valió la pena lo que se hizo para conseguirlo, pero al pensar de ese modo, vemos que hemos dejado atrás la ética, que nuestros actos son inmorales y han salido perjudicadas nuestras relaciones con los demás y con Dios.

Las personas que han perjudicado mucho su vida y la de otros por medio de sus deslices morales por lo general no se despiertan una mañana y deciden hacer algo muy poco ético. Esas decisiones normalmente empezaron con algo pequeño, tal vez en una etapa temprana de la vida, al eludir la verdad, al decir mentiras piadosas, tomar algo pequeño que pertenece a otra persona, hacer trampa en un examen, u otras cosas que, aunque estén mal, no parecen atroces. Esas contravenciones menores se justificaron calificándolas como algo que no es tan malo, algo que no quita el honor de la persona. Sin embargo, esos actos, cuando se hacen repetidamente, crean hábitos o costumbres que llegan a ser difíciles de dejar. Se relajaron las normas morales, y lo que se consideraba ético y honrado empezó a volverse algo borroso. Habiendo empezado en ese camino, se volvió más fácil justificar o dar excusas para mayores mentiras y hasta más actos poco éticos. Disminuyó la convicción de vivir con integridad, y con el tiempo se convirtieron en personas sin honor.

Transigir para cometer supuestas pequeñas infracciones tiene un precio y afecta el alma y la relación con el Señor. Si algo está mal, hacerlo solo un poco no lo convierte en algo bueno. Lo que está mal, está mal. Por otro lado, cuando se crea un hábito de hacer lo correcto, mientras más se hace, se vuelve más fácil. La suma de las decisiones cotidianas es lo que nos convierte en las personas que somos. Controlamos nuestra vida, y somos responsables de las decisiones que tomamos y de los resultados de las mismas.

Resistir la tentación

Todos hemos sido tentados a hacer algo malo. La mayoría de nosotros ni pensaría en robar dinero a alguien, pero tal vez tendríamos la inclinación de perder el tiempo durante una o dos horas de trabajo si podemos hacerlo sin que haya consecuencias. Nos pagan por trabajar ese tiempo, y al no hacerlo, en definitiva equivale a tomar dinero que no nos hemos ganado. O bien, tal vez tomemos algunos artículos de la oficina donde trabajamos o algo parecido sin sentirnos muy mal acerca de ello. Pero hacerlo sin permiso es robar, así de simple. A fin de combatir esas tentaciones, tal vez sea útil imaginar esos actos en términos más descarnados. Imagínense que entran a escondidas a la oficina de su jefe y le sacan de la billetera el pago de dos horas de un día de trabajo. ¡Jamás lo harían! Sin embargo, es lo mismo que perder el tiempo por dos horas que su jefe les paga, aunque sea más fácil justificarlo.

Una buena regla general es: si no lo harían delante de su hijo, cónyuge o alguien que aman y respetan, entonces probablemente no es algo que deban hacer en absoluto. Si les parece que tienen que ocultar ese acto, entonces hay una buena posibilidad de que no estén actuando con integridad.

A menudo quedo horrorizado por los comentarios que algunas personas publican en Internet. Anónimamente arremeten contra otros, despotrican, escriben cosas terribles que son crueles e hirientes. Dudo que harían lo mismo si estuvieran hablando frente a frente con la persona, aunque no fuera por otra razón que porque tal vez esa acción resultara en un puñetazo o algo peor. Escribir esos textos virulentos en la privacidad del hogar es similar a hacer algo malo en secreto. Quienes los escriben jamás dirían eso a la cara, ni harían ciertas cosas delante de los demás, porque no querrían que otros supieran qué clase de personas son. Sin embargo, la verdad es que si alguien hace eso, entonces esa es la clase de persona que es, o en lo que está convirtiéndose. Es útil recordar que: Los ojos del Señor están en todo lugar, vigilando tanto a los malos como a los buenos[6].

Hay que tener presente que cuando se está con quienes no actúan con integridad, eso puede influir en nuestro comportamiento y moralidad. Si otros dan ejemplo de falta de moralidad, eso puede hacer que sea más probable que actuemos de manera parecida. Claro, pasar tiempo con quienes sean menos exigentes en cuanto a normas morales no significa forzosamente que de manera automática nos volveremos más relajados con respecto a ese tema, pero tal vez será más difícil mantener un alto nivel de exigencia en un ambiente así.

Sobre todo es importante darse cuenta de que su integridad, su ejemplo, puede afectar a otros de manera positiva o negativa si tienen un puesto de autoridad o respeto. Si eres padre, pastor, líder espiritual, profesor, entrenador, figura pública, etc., eres un modelo para otros. Te admirarán y querrán ser como tú, por lo tanto, tienes más obligación de conducirte con integridad. En el caso de los cristianos, la falta de integridad puede dañar su habilidad para divulgar el Evangelio. Si somos poco éticos en nuestros tratos, si la integridad es débil en nuestra vida, es posible que eso haga que el mensaje que damos parezca falso. No solo es un reflejo de nosotros, sino también de Jesús.

¿En qué consiste la integridad?

La integridad es vivir conforme a los principios de las Escrituras. Es ser honrado, noble, digno de confianza, confiable, alguien que actúa de manera honorable, que cumple su palabra. Es actuar o hablar con transparencia, como si alguien que uno ama o respeta estuviera observando lo que hacemos. No hablar negativamente de otras personas ni contar chismes. Es tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros. Es llevar una vida honorable y respetuosa.

Al vivir con integridad se acumulan numerosos beneficios:

  • Se gana la confianza de la gente al demostrar que se es digno de ella; eso puede ser un factor determinante en la vida personal y profesional.
  • Se gana la confianza y el respeto de la gente, lo que nos pone en una mejor situación para tener una influencia positiva en ella y dará mayor valor a nuestra vida.
  • Las relaciones con los demás serán más fuertes, más sanas, más felices y más satisfactorias.
  • Será más probable que la gente nos escuche.
  • Porque la gente confía en nosotros, no le preocuparán nuestras intenciones.
  • Los demás se sentirán cómodos siendo francos con nosotros, pues sabrán que lo que digan se mantendrá como algo confidencial.
  • Tendremos más tranquilidad.
  • Dios nos bendecirá.

Cuando nos comprometemos a vivir conforme a nuestros valores morales, es importante que con regularidad nos los recordemos a nosotros mismos, en particular cuando enfrentemos un desafío moral. Habrá situaciones en que tal vez una opción sea beneficiosa, que quizá sea algo que deseamos o que queremos hacer, o que obtengamos un premio o satisfacción, pero que sabemos que está mal o que no es muy correcto. Sin embargo, aunque sepamos que algo no está bien, es posible que tengamos una gran tentación. En ocasiones así, debemos reforzar los criterios con los que nos hemos comprometido. Puede hacerse al recordarnos a nosotros mismos cuáles son nuestros valores, orar, leer o citar la Palabra de Dios, o lo que sea que nos ayude a volver a conectarnos con nuestros criterios y confirmar nuestro compromiso con ellos.

Como una medida preventiva, conectarse con regularidad con el fundamento y punto de referencia —los valores divinos expresados en Su Palabra— es un medio de reafirmar constantemente nuestra integridad. Leer la Biblia con regularidad, la oración y comunicarse con el Señor no solo nos acerca más a Él, también nos fortalece en nuestra resolución de vivir conforme a Sus valores, apropiarnos de ellos y ser fieles a ellos.

¿Qué debemos hacer si vemos que nos hemos relajado con respecto a las normas morales? ¿Y si tuvimos un desliz temporal en cuanto a vivir conforme a nuestros valores, o los hemos ignorado por mucho tiempo? Es posible que nos parezca que nos hemos alejado tanto de los valores divinos que no sabemos si podemos volver a conectarnos con ellos. La buena noticia es que podemos acudir al Señor, confesar nuestros pecados, pedir Su perdón y reconectarnos con Él y Su verdad. Podemos renovar nuestra relación con Él y buscar Su ayuda y fortaleza para dar un giro a nuestra vida. Por Su gracia y con Su ayuda, y tal vez también con la ayuda de otras personas, nuestra vida puede cambiar y podemos volver a generar nuestra integridad.

Hay muchos ejemplos contemporáneos de personas que se han conducido de manera poco ética y sin integridad —algunas terminaron en la cárcel— y que luego hicieron un cambio en su vida y se convirtieron en pilares fuertes de su comunidad o país. A veces tenemos que pagar el precio del daño que ha causado nuestra falta de integridad, y hacerlo por medio de la restitución además de reconocer que se ha actuado mal, pedir perdón y procurar restablecer la confianza y la relación. Cuesta algo reparar un daño así, pero vale la pena, y tiene ventajas volverse a conectar con el amor de Dios y adaptar nuestros valores a los Suyos. Las ventajas valen la pena el esfuerzo requerido.

En nuestra condición de seres humanos, la integridad es una parte importante de nuestra vida y nuestras relaciones. Como cristianos, adquiere una dimensión adicional. Si somos personas de integridad, cuando divulgamos el Evangelio será más probable que nos escuchen, pues nuestro ejemplo hará ver que vivimos y creemos lo que decimos. La integridad es crucial en nuestro llamamiento de hablar de Jesús. Vivir con integridad es la clave para que nuestra vida, futuro y eternidad sean mejores.

SEÑOR, ¿quién puede adorar en Tu santuario? ¿Quién puede entrar a Tu presencia en Tu monte santo? Los que llevan una vida intachable y hacen lo correcto, los que dicen la verdad con corazón sincero. Los que no se prestan al chisme ni le hacen daño a su vecino, ni hablan mal de sus amigos. Los que desprecian a los pecadores descarados, y honran a quienes siguen fielmente al SEÑOR y mantienen su palabra aunque salgan perjudicados. Los que prestan dinero sin cobrar intereses y no aceptan sobornos para mentir acerca de un inocente. Esa gente permanecerá firme para siempre[7].


[1] Salmo 15:1-2 NBLH.

[2] Proverbios 11:3 RV 1995.

[3] Tradicionalmente, se entiende que al principio el ser humano fue creado en un estado de integridad. Sin embargo, tras la caída en el pecado por causa de Adán, el hombre perdió ese estado de integridad y cayó en un estado de corrupción. Así pues, se perdió el estado original de integridad desprovista de pecado. […] En el estado de integridad, el hombre tuvo la capacidad de no pecar; había tenido la habilidad de resistir la tentación, de proceder con rectitud, sus pasiones estuvieron en armonía con su voluntad, había integridad en su voluntad, y por lo tanto era capaz de no pecar. Sin embargo, en el estado de corrupción el hombre perdió la habilidad de no pecar. Puede elegir entre cometer diversos pecados, pero ha caído y por lo tanto no es posible que deje de pecar. (Texto resumido de William Lane Craig—Doctrine of Man, Part 10.)

[4] Lucas 12:2-3 NVI.

[5] Sobre todo, hermanos míos, no juren ni por el cielo ni por la tierra ni por ninguna otra cosa. Que su «sí» sea «sí», y su «no», «no», para que no sean condenados (Santiago 5:12 NVI).

[6] Proverbios 15:3 NTV.

[7] Salmo 15 NTV.

Traducción: Patricia Zapata N. y Antonia López.